HÉCTOR WALTER VALLE * Mundo en crisis
Desafios y oportunidades para Argentina
La magnitud de los desafíos que deberán superar a corto y mediano plazo las economías emergentes, como la Argentina, puede medirse mejor computando la gravedad de la situación que viven los Estados Unidos y Europa.
Dado el crítico contexto histórico que atravesamos donde, entre otras burbujas, también estalló la formada en los precios de las materias primas y se ha tornado tan caótico como imprevisible lo que ocurrirá en mercados del dinero, más aún a medida que se suceden los escándalos que agravan su descrédito, todo ello impactará adversamente sobre las economías emergentes, como la Argentina.
En este contexto, alcanzar tasas positivas de crecimiento, sostener los niveles de empleo, avanzar con la inversión pública y mostrar eficiencia en la políticas del Estado, en 2009, puede constituir un «sello de calidad» para las naciones que, sin haberlas generado, resultarán afectada por la crisis del sistema.
El peso decisivo que tiene ese condicionamiento externo, absolutamente obvio, es sin embargo omitido por quienes evalúan y opinan acerca de nuestra realidad desde el más obcecado dogmatismo neoliberal y que siguen juzgando las señales de la realidad según la lógica de un modelo que se ha pulverizado.
Su paranoia llega al extremo de considerar una «verdadera pesadilla» la política económica que desenvuelve nuestro país, cuando la única realidad es el carácter de autentica pesadilla (por cierto que muy palpable ) que tiene el modelo de «capitalismo salvaje « que ha regido el mundo durante los últimos treinta años.
Precisamente fue en aquéllos aspectos que fueron removidos por la Argentina post caída de la convertibilidad, ignorando los augurios pesimistas del neoliberalismo nativo, donde mejor le fue (tipo de cambio real alto, rechazo al ALCA, oferta a los acreedores privados por la deuda en default, desendeudamiento con el FMI y el activismo en materia de generar empleo registrado, por ejemplo); mientras que los costos mayores los esta pagando en las materias donde no removió las lacras del pasado.
Tal el caso del sistema financiero que implantó la dictadura y la estructura impositiva heredada de la
convertibilidad. A ello le podríamos sumar quizás, las consecuencias negativas de no haber contenido la
expansión del modelo sojero cuyo origen se remonta a mediados de los años noventa.
Como es obvio, las señales que emite la economía argentina ya empiezan a reflejar los efectos de la crisis internacional, si bien por ahora con menor intensidad que en otras naciones emergentes y pese haber transcurrido un año y medio desde la quiebra en los HEDGE FOUNDS que ya advertían sobre los peligros por entonces en ciernes. Entre «las luces amarillas» pueden destacarse la fuerte desaceleración en el nivel de actividad industrial, que solo creció un 2,6% en octubre pasado ( última información disponible ), verificándose, internamente al sector, tasas por rama que en algunos casos fueron negativas o tuvieron una desaceleración aguda. Nos referimos a rubros tan importantes como el textil o los productos plásticos y una sensible reducción en la producción automotriz.
Probablemente este escenario se agudizará durante el último bimestre.
Cabe recordar que el stock mundial de automóviles sin vender supera las 3.500.000 unidades. Es quizá el símbolo más importante de la recesión instalada en la economía global. Como parte del mismo fenómeno, junto al derrumbe en las cotizaciones mundiales de las materias primas, se asiste a una generalizada fuga hacia el dólar. En nuestro caso, dicho comportamiento ya habría insumido una suma en torno a los 24.000 millones de dólares. En tales circunstancias, la decisión de estimular mediante incentivos fiscales la vuelta de capitales argentinos que se encuentran en el exterior constituye una iniciativa de pronóstico reservado y que no se encuentra exenta de riesgos políticos, económicos y judiciales.
Por otra parte, tanto el notable sesgo negativo instalado en las materias primas que el país exporta,
como la desaceleración predominante en los indicadores de oferta y demanda global para la actividad
interna, han confluido en provocar un impacto bajista sobre los índices de precios. En tales condiciones
pensamos que una devaluación más importante que el actual goteo diario, en las actuales condiciones, no hubiera ejercido efectos inflacionarios sensibles.
El gobierno, sin embargo, ha optado por convalidar una suba de uno o dos centavos diarios en el precio del dólar, sin aprovechar las ventajas de poner su valor en un monto que, por un tiempo, elimine las expectativas devaluatorias. La elegida constituye una decisión tan onerosa como de dudosos resultados.
Asimismo y vale la pena enfatizarlo, por iniciativa de la Comisión Nacional de Valores, se reforzaron los
controles sobre el opaco mercado de «contado con liqui» (1) que reemplaza a viejo «paralelo» como mecanismo para la fuga de capitales.
Pensando en términos de un plazo más largo y ya desde un punto de vista estructural debe subrayarse un conjunto de medidas encaradas como estímulos para la industria. Las mismas están diseñadas con el objeto de favorecer el desarrollo del mercado interno y la competitividad exportadora del sector.
¿Podrán reemplazar al tipo de cambio como el motor que empuja a la producción fabril? Paralelamente – y junto a un gran plan de obras públicas – también se anunció la reducción de las retenciones que gravan a ciertas exportaciones primarias ( hasta el presente están referidas solamente a los casos del trigo y el maíz ), agregando el incentivo de prometer rebajas adicionales de un punto por cada millón de
toneladas que incrementen la producción.
Se trata de acciones dirigidas a fortalecer el papel del mercado interno y atenuar, en la medida de lo posible, los impactos adversos que a corto y mediano plazo tendrá la crisis en las finanzas globales.
Lo cierto es que, más allá de las tradicionales visiones catastróficas, y sin ignorar los efectos críticos que ya
hemos mencionado, transcurridos los diez primeros meses del año los indicadores disponibles están lejos de exhibir un escenario francamente depresivo. Se da por descontado que este año el PIB crecerá otros 6 o
7 puntos; hasta octubre el balance comercial acumuló un excedente superior a los 11.300 millones de
dólares y el superávit en las cuentas públicas también es mayor al esperado originariamente, alcanzado
al equivalente de 3,3% del PIB.
Estos resultados, más el acceso a los ingresos provenientes del sistema previsional que se acaba de
estatizar, la posibilidad de acceder a fondos de la banca pública y reciclar gran parte de los compromisos
que vencen el año próximo por préstamos garantizados y otros conceptos, le permitirían al estado atender con cierta comodidad los servicios de su deuda programados para 2009, por montos que se estiman en 19 o 20.000 millones de dólares. Finalmente, y no sin esfuerzos, se vienen manteniendo los niveles de empleo siendo este una prioridad central de la política en elaboración para el año próximo.
De todos modos y como señalamos al comienzo, nadie cuestiona que el próximo será un año difícil, pero también es indudable que la economía argentina cuenta con algunos fundamentos muy sólidos para evitar caer en la recesión. Lo peor sería escuchar a quienes recomiendan volver al pedirle prestado al FMI y producir reformas que dejen al estado sin financiamiento o eliminar la protección al trabajo nacional.
Para la autoridad económica, constituiría un resultado virtuoso materializar un crecimiento en torno al 4% en el PIB de 2009, si bien probablemente el resultado final puede ser menor; lograr un nuevo saldo positivo en el comercio exterior, que ciertamente también será inferior al de este año y garantizar el superávit en las cuentas fiscales (sin contraer el gasto y aún pese a menores ingresos por retenciones), así como mantener el desempleo en torno al 8% de la población económicamente activa y lograr que el aumento de precios, en promedio y medido adecuadamente, no supere un dígito.
Se trata de objetivos viables, que de ser logrados, colocarían a nuestro país entre quienes mejor soporten la crisis. En tal sentido, la recuperación que también se espera en Brasil puede constituir otra buena señal, así como una excelente oportunidad para avanzar en la coordinación de políticas entre ambas naciones.
Pensamos que tales metas – siempre condicionadas al peligro que la actual recesión en el mundo
industrializado no se convierta en franca depresión – no solamente son alcanzables sino que el éxito en lograrlas puede fortalecer la sustentabilidad de largo plazo para el desarrollo de la Argentina.
Abren la posibilidad, asimismo, de avanzar en las reformas fiscales y financieras que ya son impostergables, establecer las condciones para reabrir la negociación por la deuda aún en default y, principalmente, llevar a cabo las transformaciones estructurales – acerca de las cuales el retorno a un sistema provisional de carácter solidario y estatal, ha sido la señal mas importante de los últimos años – necesarias para que nuestro pueblo ingrese en las «amplias alamedas» del desarrollo con equidad.
Diciembre de 2008
* Presidente de FIDE
(1) NR: Consiste en que quienes tienen bonos u acciones, en lugar de vender sus activos y cobrar pesos en la Argentina, venden sus papeles y liquidan sus operaciones a través de una liquidadora internacional, por lo que cobran dólares en el exterior. De esta forma, sacan divisas del país.