Revista Tesis 11 (nº 118)
(Argentina)
Claudio Esteban Ponce.*
El 9 de julio del corriente año se cumplen los doscientos años de la declaración de la independencia política de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La breve historia del pueblo argentino siempre estuvo signada por tensiones y conflictos que reflejaron rupturas y continuidades en lo que se puede denominar como el mismo proceso independentista que hasta la actualidad sigue pendiente. La lucha entre colonialistas y colonizados perdura, y pareciera necesitar de una “revolución permanente”, ya que la liberación requiere de una clara conciencia social y política, pero además una constante resistencia.
La praxis política para los revolucionarios del siglo XIX en el Río de la Plata nunca fue fácil. Desde la Revolución de Mayo hasta el Congreso de Tucumán los militantes independentistas encontraron dificultades permanentes. El contexto internacional de 1814 se había modificado y la “revolución” que había comenzado en Buenos Aires unos años antes, enfrentaba un desafío terminante. La disyuntiva entre los que siempre lucharon por mayor libertad y los que siempre tuvieron temor o resistieron todo tipo de transformación, profundizaba la encrucijada en que los criollos de las Provincias Unidas se encontraban. La necesidad de convocar a un congreso en Tucumán para definir si se confirmaba la decisión de independizarse del imperio español o si se continuaba siendo colonia, tensaba al máximo una situación que, se podía observar mínimamente como desalentadora, ya que la corona española venía recuperando sus colonias sublevadas desde México hasta Chile. La Declaración de la Independencia en 1816 fue una jugada política temeraria. Todos los criollos sabían que esa opción llevaba a una guerra larga y cruel, ya que las “fuerzas imperiales” infundían el terror en las poblaciones civiles desobedientes mediante métodos de torturas seguidos de una muerte lenta y dolorosa. Las técnicas del empalamiento o la hoguera eran algunas de las formas en que los “civilizados europeos” internalizaban el pánico en la sociedad colonial y pretendían doblegar la voluntad de los dominados. A pesar de todo, la postura libertaria triunfó en el congreso y los criollos de la Provincias Unidas declararon la independencia. De esta forma se jugaron a comenzar un proceso de construcción de libertad sin saber a ciencia cierta las posibilidades de su victoria. Allí fue donde el idealismo sumado a un elevado grado de fe en las utopías de libertad e igualdad, superaron la racionalidad.
¿Qué significó la declaración del 9 de julio de 1816? ¿De qué se habla cuando se habla de independencia? ¿A qué refiere la libertad y la independencia en la Argentina del presente? ¿Qué rol jugaron y juegan los pueblos en estos procesos sociales y políticos?
En un marco realmente desfavorable, nuestros “padres fundadores” supieron deponer sus diferencias internas y acordaron luchar contra el imperialismo español hasta lograr el objetivo de liberarse del yugo colonial. Esta decisión reactivó los movimientos libertadores en otras regiones de América Latina y desde allí se pudo hacer realidad la primera etapa de “liberación” Latinoamericana. Evidentemente, en la mente de muchos militantes políticos de la época, la independencia suponía la posibilidad del autogobierno con un proyecto continental igualitario que generara mayor justicia social. Pero también se habían sumado otros sectores que solo tenían por objeto el “libre comercio” sin el control monopólico de la corona, y de esa forma enriquecerse sin interesarse demasiado por ideales que tendían a beneficiar a las mayorías. Como ejemplo de estas diferencias se pueden observar los desacuerdos entre los proyectos de San Martín y Rivadavia. Ahora bien, ¿solo esto implicaba ser políticamente independiente? En realidad, mientras se luchaba en las campañas libertadoras, ya se discutía el modelo político, económico y socio-cultural que el nuevo país debía adoptar. Las guerras por la independencia corrieron el velo de las apariencias y mostraron los verdaderos objetivos de múltiples sectores interesados en el logro de la autonomía política. Lo que se puso en juego allí fue la lucha interna por la organización de un Estado Soberano.
Luego de interminables contiendas, de idas y vueltas entre los actores que defendían el liberalismo económico y el centralismo político, confrontados con quienes pretendían las autonomías provinciales y el desarrollo de las economías regionales, la Argentina se convirtió en un país agro-exportador. Bajo un régimen oligárquico e introducida en un contexto en el cual la Economía-Mundo capitalista la condenaba a ser una región periférica, Argentina consolidó su Estado y también su “nueva dependencia”. La independencia política del imperio español fue empañada por el pasaje a otra forma de dominación expresada por el capitalismo mundial, esta vez liderado por el imperialismo británico. Desde 1880, el concepto “patria” comenzó a entenderse como la referencia al territorio, por ende, los dueños de la tierra se consideraron ellos mismos “la patria”. Esta interpretación equivocada y antojadiza del término, se vio reflejada en la conducta de la clase dominante, ya que se confundió el beneficio de los intereses de la oligarquía con el bienestar de la patria. Desde esta óptica, la “patria” se beneficiaba en tanto y en cuanto la oligarquía permaneciera asociada a los intereses extranjeros y reportara enormes ganancias a los sectores concentrados locales.
La “dependencia económica” del “imperialismo informal”, primero de Inglaterra y luego de EEUU, solo fue parcialmente limitada por los fenómenos de expresión popular. Durante los gobiernos radicales se intentó una defensa de los intereses nacionales pero la misma generó el primer golpe de Estado cívico-militar en la Argentina. El movimiento nacional y popular nacido en 1945, conjunción de actores yrigoyenistas, socialistas y clase obrera, irrumpió en el escenario público con una renovada visión soberana, la defensa de la “independencia económica”. Esta concepción, sumada a una política de Estado que tenía por objeto la justicia social, puso en marcha un modelo de desarrollo que se contraponía a la vieja argentina liberal en lo económico y conservadora en lo político. La “primavera” que hizo soñar nuevamente con soberanía, independencia y justicia duró diez años y fue brutalmente disipada por un “violento huracán dictatorial”. El golpe de Estado cívico-militar de 1955 vino a “poner las cosas en su antiguo lugar”, que “el hijo del basurero siga siendo basurero”, y que Argentina volviera a alinearse servilmente al capitalismo internacional.
Los tiempos posteriores al sangriento golpe de 1955 estuvieron signados por la proscripción popular. Las etapas pendulares entre dictaduras y pseudo-democracias aceleraron las contradicciones de una sociedad que desembocó inevitablemente en una violencia política avalada y legitimada por las mayorías. La recuperación institucional de 1973 promovió una nueva primavera, pero esta vez el porvenir de la ilusión solo duraría 49 días, después, las sombras de la derecha local hicieron posible que irrumpa el Terrorismo de Estado. Esta vez, no fue un golpe como los anteriores, la conciencia política de los sectores juveniles motivó que para retornar de nuevo a la “dependencia” hiciera falta un genocidio. La violencia instalada en 1976 contra las mayorías del pueblo argentino por minorías nacidas en el mismo país, pero asociadas al capital externo, fue insospechada. Las técnicas del secuestro, la tortura, el asesinato y la “desaparición” de personas, estuvo dirigida a extirpar definitivamente de la sociedad argentina cualquier tipo de conciencia de liberación nacional.
El retorno al Estado de Derecho en 1983 fue condicionado y desestabilizado hasta convertirse en una continuidad neoliberal pero esta vez en el marco de una hipotética democracia. Por supuesto, esta situación se dio siempre con el aval de la potencia rectora de occidente, y la complicidad de los sectores concentrados nacionales. Esta “dependencia” nos llevó durante más de una década a superar límites inesperados. La crisis del 2001 y un endeudamiento descontrolado e impagable, marcó la quiebra del Estado Argentino con un 54% de pobreza y un 30% de indigencia. La esclavitud colonial se había hecho presente nuevamente en los albores del siglo XXI.
El proceso político posterior a la crisis demostró ser una nueva primavera. Las consignas de “vivir con lo nuestro”, de “independizarse de los condicionamientos económicos externos”, y de encaminar a la nación por un sendero de desarrollo con mayor distribución del ingreso, volvieron a despertar el sueño anhelado de mayor igualdad. La “utopía” volvió a poner en marcha la construcción de la libertad. La independencia no fue algo que solo se declaró, o que solo se obtuvo como un bien material. La libertad política, económica y social no es algo acabado y definitivo que se guarda, sino que la independencia y la libertad de un pueblo se construyen en forma permanente. La declaración de 1816 fue tan solo el comienzo de una lucha antiimperialista que aún no ha terminado, que ha tenido más derrotas que triunfos, pero que aún resiste. Nunca fue fácil para los pueblos latinoamericanos, nunca fue sencillo para las castas inferiores del período colonial, ni para la clase obrera en el capitalismo industrial, como tampoco lo es para los sectores subalternos de la sociedad presente. El egoísmo, la concentración ambiciosa y desmedida, la corrupción y la traición, siempre tiñeron de sangre y muerte los procesos liberadores. Cuando se habla de independencia también se propone la superación de estas miserias, porque la “liberación” siempre es colectiva, nunca individual. El mito del neoliberalismo individualista siempre fue como la mentira del diablo, encierra ciertos visos de verdad, pero en su esencia es de una mendacidad completa. Si algún individuo se corrompe o traiciona, retrasa el proceso, pero no es el fin del proceso liberador, por el contrario, muchas veces las corrupciones internas de los movimientos sociales y políticos han fortalecido su espíritu de lucha.
El presente argentino marca un nuevo retroceso histórico. ¿Es esto una sorpresa? ¿Es esto el fin de los movimientos de liberación y de la utopía independentista? Ni uno, ni lo otro. Lo que acontece se puede observar más como un devenir de la historia humana marcada de avances colectivos y movimientos retardatarios. La liberación sigue a la espera, siempre por construirse, siempre por perfeccionarse, siempre proponiendo y resistiendo en lo logrado para no perder las conquistas obtenidas, y en el momento oportuno ir por más.
El neo-conservadurismo político con su modelo económico neoliberal logró instalarse por primera vez en el gobierno argentino sin ayuda de la violencia golpista. Esta vez, el retorno a la “dependencia” fue responsabilidad popular, y esto merece una reflexión de cuidado. Después de doscientos años de aquella Declaración de Tucumán la independencia sigue a la espera y falta mucho todavía. Hemos podido con el imperio español, hemos logrado períodos de independencia económica y mayor soberanía, pero nos falta un proyecto nacional de liberación popular, y esto está por hacerse. A pesar de la tristeza y la decepción del presente, a pesar de la traición y la inconciencia de amplios sectores sociales con la subjetividad colonizada, la lucha independentista siempre convoca. El compromiso, la solidaridad y el desarrollo de una mayor conciencia social y política, son las armas fundamentales de una resistencia que espera el momento propicio para recuperar el poder y la soberanía perdida. La lucha da sentido a la vida…
*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11.