Importancia socio económica del consumo
Por Darío Machado Rodríguezii
Muchos especialistas del patio y del exterior coinciden en que estamos en Cuba en medio de una difícil encrucijada económica con notables implicaciones sociales. Nada excepcional en un mundo que padece múltiples crisis.
Si nos atenemos a los parámetros de crecimiento económico, de eficacia y eficiencia productiva, al descontrol y los hechos de corrupción, la inexistencia de reservas financieras, el crecimiento de los precios, la escasa competitividad, la desocupación y subempleo, el endeudamiento, el incremento de las desigualdades y los niveles desacostumbrados de pobreza, es razonable afirmar que tenemos problemas económicos graves, críticos. Para encararla, el país está desarrollando un esfuerzo nacional que se va articulando alrededor de los Lineamientos y hay signos positivos todavía incipientes, con dos grandes objetivos indisolublemente unidos: una economía eficiente dentro de una orientación socialista.
¿Hay o no hay una crisis económica?
La palabra crisis evoca muchos significados, muchas veces de similar calidad, pero de diferente magnitud. Un paseo por las definiciones que aparecen en los libros y ensayos permite ver cientos de conceptos de crisis, tanto para definirla en sus rasgos más generales, como cuando las referencias a la crisis llevan apellido: crisis económica, crisis social, crisis terminal, crisis financiera, crisis política, crisis de crecimiento, etc.
En el lenguaje coloquial alguien “está en crisis” cuando está metido en graves problemas; algo “está en crisis” cuando está desorganizado, no responde a su finalidad, se incrementan las complicaciones, no aparecen las soluciones, etc.
De cualquier manera, hay bastante consenso en que un proceso, un objeto, una persona, una institución, una sociedad, una economía, entra en crisis cuando su existencia, su metabolismo, hasta ese momento estable, normal, presenta síntomas evidentes de agotamiento se torna infuncional y avisa la inminencia de cambios.
Por tanto, una crisis no hay que verla obligadamente como una amenaza, sino ante todo como un aviso y la oportunidad de promover cambios en el objeto o proceso que la experimenta para producir una nueva normalización de su existencia. Ahora bien, ese nuevo estado puede producirse en una u otra dirección, en dependencia de la capacidad de respuesta del objeto en crisis.
Cuando se habla de crisis económica, habitualmente se piensa en indicadores negativos o mínimos de crecimiento, en el aumento del desempleo y de la pobreza. Se piensa en la recesión.
Cuando desapareció el campo socialista nos vimos precipitados a una crisis económica recesiva de origen externo, al reunirse los permanentes efectos del bloqueo económico norteamericano, con la brusca ruptura del flujo estable de relaciones económicas, comerciales, financieras, tecnológicas, científicas con los países del extinto CAME. Estos dos poderosos y decisivos factores se unieron a las ineficiencias de la economía cubana que se venían encarando con el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas. Uno de los dilemas políticos que apareció entonces era la existencia de criterios acerca de que el problema principal estaba en Cuba, en su economía y no en el factor causal principal: la hecatombe socialista europea asociada al bloqueo.
En la actual situación económica cubana, si bien no es dable hablar ya de “período especial” tal como recordamos los años 90 del pasado siglo, tampoco lo es considerar superados todos los efectos del derrumbe del socialismo en Europa del Este y la URSS, y además siguen estando como factor presente el bloqueo económico de los EEUU y las aún no superadas ineficiencias de la economía.
La salida a los problemas económicos que presenta hoy la sociedad cubana será la correcta en dependencia del volumen y calidad de la participación de los ciudadanos en todo el proceso, de los niveles de información de los que disponga el sujeto político, de cómo la interpreta, de la eficacia de las medidas que se adopten y de mantener el debate abierto sobre las diferentes aristas del problema.
En el caso cubano, sea cual fuere el modo que seleccionemos para definir la actual situación socioeconómica, el sistema sociopolítico desarrollado a lo largo de más de medio siglo de orientación socialista en la construcción social ha revelado capacidades para asimilar la información sobre el estado de la situación y generar respuestas tendentes a mantener la estabilidad del sistema. Los mecanismos de participación popular, si bien todavía tienen mucho espacio para ser mejorados, para hacerlos más sistemáticos y eficientes, han permitido una mejor orientación del esfuerzo social en función de reorganizar el metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana, lograr contrarrestar los desafíos de la crisis económica mundial y mantener los principales logros de la revolución socialista y el equilibrio social.
El proceso cultural que ha significado la revolución cubana ha generado capacidades intelectuales que tienen mucho para aportar en el terreno teórico y práctico de la construcción socialista. Generaciones de economistas, sociólogos, politólogos, psicólogos, filósofos, ingenieros, arquitectos, médicos, y de muchos otros campos del saber, que han vivido en las diferentes etapas de la revolución, la experiencia práctica acumulada, la detección de errores cometidos, la percepción clara acerca de los desafíos que implica el rumbo socialista en las condiciones cada vez más complejas y difíciles del mundo de hoy y las implicaciones que tendría el debilitamiento de la cohesión de la sociedad cubana, todo ello crea condiciones para profundizar y visibilizar el debateiii sobre el futuro del socialismo en Cuba.
La situación actual de la economía cubana impone en lo inmediato la necesidad de evitar el agravamiento de la vida cotidiana de la población y a mediano y largo plazo estabilizar el metabolismo socioeconómico y evitar el colapso del sistema sociopolítico. Pero también, cuando hay crisis económica, la tendencia a pensar todo desde la economía se refuerza por las urgencias. La insistencia del compañero Raúl de trabajar sin tregua, pero sin prisa es precisamente el llamado a no improvisar, a pensar bien cada paso con todas sus implicaciones y no solo las económicas.
No se puede afirmar que tenemos un país en crisis como resultado de la difícil encrucijada económica, pero sí es importante la conciencia de que tal situación puede producirse si no se logra una concepción integral que produzca las soluciones estratégicas que necesita el país y si no se actúa con un ritmo seguro en su realización.
¿Entonces, cómo ver la situación actual?
El funcionamiento normal de una sociedad tiene siempre como trasfondo el carácter determinante (en última instancia como afirmaron los clásicos del marxismo) de la actividad económica. En condiciones de un flujo normal del metabolismo socioeconómico, las formas de expresarse ese determinismo son también normales. Pero, cuando la situación económica se torna crítica no hay ámbito de la sociedad que no refleje sus efectos de modo más evidente, directo y rápido. Los problemas económicos se reflejan en los restantes planos de la sociedad de modo más expedito: en la vida cotidiana, en la educación, en la salud pública, en la alimentación, en el transporte, en el empleo, en el activismo político, en la actividad artística, en el estado de ánimo social, en fin, en prácticamente todas las esferas de la vida nacional.
Lógicamente, una situación económica crítica prolongada, sin soluciones ni alivio, terminaría incrementando las tensiones de la vida cotidiana, afectando gravemente otras esferas de la vida social incluyendo la política. Los Lineamientos de la política económica y social del partido y la revolución, discutidos y aprobados por el pueblo, persiguen precisamente el objetivo esencial de encaminar la economía por un sendero de resultados, sin prisa, pero sin tregua, para superar la actual situación, mejorando la vida ciudadana y preservando el sistema político, garante de un proyecto propio de nación con equidad y justicia social.
No hay en Cuba una crisis política como resultado de la grave situación económica, antes bien la oportunidad de fortalecer mediante su transformación positiva, los ámbitos político, ideológico, jurídico normativo, organizativo y cultural, siempre que se alcance una concepción integral orgánica, no se cometan errores graves, se trabaje con inteligencia y rigor para superar la ineficiencia, el descontrol, la corrupción, el burocratismo, el verticalismo, y otros graves problemas, ampliando sistemáticamente los espacios de participación y responsabilidad ciudadanas con la construcción social.
La intención de este breve ensayo es llamar la atención acerca de la importancia de comprender cabalmente el vínculo indisoluble entre la eficiencia en la producción de bienes y servicios y la vida cotidiana de los individuos, particularmente de los trabajadores, teniendo en cuenta como asunto fundamental el consumo.
Unas palabras sobre el Estado y los productores
Este acápite pudiera haberse llamado “El Estado y las empresas”o “El Estado y los componentes de la economía nacional” aunque el interés de este enfoque es la relación con los individuos, con los productores, ya que esa relación tiene en la entidad que produce bienes y servicios su eslabón mediador fundamental.
Pero se ha escogido ese título porque se trata aquí de llamar la atención sobre cómo el Estado de una sociedad en transición socialista cumple con el encargo de fomentar, cultivar y desarrollar el empoderamiento de los productores, su responsabilidad y conciencia cívica, además de su bienestar.
El Estado hace falta
Mucho se ha dicho y escrito acerca del papel del Estado en la construcción socialista. Lo que considero necesario destacar aquí es que este debe ser, entre otros aspectos:
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eficiente,
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austero,
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promotor de la creciente participación consciente y empoderamiento de la ciudadanía en todos los órdenes,
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transparente,
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presente y consciente de las necesidades de la ciudadanía y
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permanecer bajo el escrutinio del control popular.
Ahora bien, ya sea con el apelativo de “Estado” o con cualquier otro nombre, la sociedad cubana en transición socialista, en el contexto de su vida nacional e internacional, necesita de un órgano dinámico capaz de regular las relaciones entre las personas, grupos, comunidades, organizaciones, entidades productivas y de servicios, instituciones, etc., gestionar el empleo eficiente de las energías del país, coordinar la preservación de su existencia física, regular la utilización de los recursos de que dispone la Nación, ejecutar las decisiones que adopte la voluntad ciudadana, etc. y ello requiere de estructuras, instituciones, normas, funcionarios, preparación profesional, etc.
En la transición socialista cubana al Estado no se lo puede ver de otro modo que como la forma estatal de la voluntad popular. Sus deficiencias no lo son de un “Estado” en abstracto, sino del Estado que hasta el momento la sociedad cubana en transición socialista ha sido capaz de construir. Su transformación a tono con las nuevas exigencias es tarea de todo el pueblo, de los trabajadores, los políticos, los profesionales, los científicos, de todos.
En las condiciones actuales de construcción socialista y a mediano y largo plazo, la superación de las deficiencias del Estado no puede conducir a su debilitamiento sino a su fortalecimiento como instrumento político del pueblo trabajador. En otras palabras, el Estado no es “el enemigo”, sino el burocratismo, el descontrol, la ineficiencia, el despilfarro, el favoritismo, el nepotismo, el secretismo, el verticalismo, la negligencia, la corrupción, la ignorancia.
La actual organización política de la sociedad cubana presenta un Estado que tiene por delante mucho trabajo para alcanzar una calidad a tono con las necesidades de la transición socialista cubana. Su transformación positiva está requerida de un marco integral que solo puede aportarlo una teoría general de la transición socialista cubana, aspecto que he tratado en otros ensayos, en cuya elaboración tienen espacio todos los ciudadanos que deseen aportar.
El Estado no puede hacerlo solo
La idea de un mundo formado por múltiples nodos autogestionados en el contexto de la sociedad, que funcione amigablemente, eficientemente, supone tener resueltas las tareas normativas y reguladoras que corresponden hoy principalmente al Estado socialista y mientras no se desarrolle una cultura sólida y profundamente arraigada en la ciudadanía, en particular en los productores.
La idea de que en ese universo de múltiples nodos autogestionados, las relaciones económicas entre los productores escaparán a la amenaza del capitalismo que predomina hoy en el mundo y a la influencia negativa del mercado, supone tener resueltos los problemas de la preservación física de la sociedad y de la regulación del mercado, tareas que también corresponden hoy al Estado.
La idea de que la autogestión es la panacea para todos los males sociales, que actuará como una “varita mágica”, olvida la necesidad de un largo proceso de educación y solo puede surgir del desconocimiento. En una empresa autogestionada pueden aparecer el secretismo, el favoritismo, el verticalismo, el burocratismo, la corrupción, el individualismo y el egoísmo. La vigilancia ética y política y la ideología que la respalde, la educación, las normativas jurídicas, la formación ciudadana son una necesidad en cualquier circunstancia y ámbito de la construcción socialista.
Lo anterior, sin embargo, no quiere decir que el Estado ordena y los trabajadores obedecen. Si de algo está necesitada la sociedad cubana actual es de incrementar la responsabilidad de los productores, el papel activo, el protagonismo de los colectivos laborales, su empoderamiento y precisamente el avance hacia la autogestión en todos los ámbitos donde sea funcional y articulada con todo el entramado del sistema social.
Este proceso de gradual empoderamiento a escala empresarial, local, territorial, la descentralización de decisiones, la flexibilidad para cambiar las estructuras según proceda, es sin dudas complejo y debe ser encarado con la plena participación de la inteligencia colectiva. Todas las ideas en torno a los límites del Estado y de la autogestión dirigidas a la mejor organización sociopolítica de la sociedad cubana deben ser bienvenidas.
El tejido económico
Hay dos perspectivas fundamentales en la relación economía-sociedad desde el punto de vista de los individuos: las motivaciones de los productores para producir bienes y servicios, perspectiva que desde el aparato productor de la sociedad propongo llamar interna o subjetiva, y cuánto y cómo los niveles de consumo de bienes y servicios influyen en el metabolismo socioeconómico, perspectiva que consecuentemente propongo llamar externa u objetiva.
Desde este ángulo, tres son los enfoques que no deben faltar a la hora de pensar la economía:
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¿Cómo lograr que se reproduzcan sistemática y continuamente las motivaciones para producir manteniendo y mejorando cuantitativa y cualitativamente los resultados?
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¿Cómo articular el plan teniendo en cuenta las necesidades y preferencias de la sociedad?
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¿Cómo lograr la armonía de la vida de la gente con la naturaleza?
Y estos tres ángulos suponen la constante comunicación, la información, el intercambio Estado-Empresas, Empresas-Territorios, Empresas-Empresas, Empresas-Ciudadanos, Estado-Ciudadanos, etc, y muy especialmente la participación efectiva de los integrantes de los colectivos laborales.
Cuando uno se representa el metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana en transición socialista hay espacios visibles ocupados por componentes del conglomerado productor de bienes y servicios que tienen pulsación propia, sistema de relaciones y zonas de influencia no simplemente económica.
Estos componentes (empresas estatales, las pequeñas y relativamente no tan pequeñas empresas privadas, las cooperativas, las asociaciones, las empresas de capital mixto, etc.) interactúan con el Estado a través del plan, de las normativas jurídicas (los impuestos y las regulaciones de funcionamiento), y el control y fiscalización; entre sí, mediante intercambios regulados por planes, acuerdos, convenios y contratos, y con los usufructuarios de los bienes y servicios que producen. En ese conjunto de relaciones están las mercantiles, acotadas en diferentes niveles y magnitudes por las regulaciones vigentes.
Por ejemplo en las empresas del Estado
Las empresas del Estado, sujetas más que otras a la planificación y con reglas específicas consumen materias primas, energía, sus colectivos laborales generan trabajo calificado, se conectan con la sociedad a través de relaciones contractuales con otros componentes, y con la población –especialmente cuando producen bienes de consumo y servicios para esta-, producen un impacto ambiental y social local, generan un entramado específico de relaciones dentro del colectivo laboral, compromisos, deudas, obligaciones, afinidades y desencuentros, producen estructuras sociopolíticas que se rigen por normas específicas, son también componentes de un subsistema ramal mayor, se relacionan con institutos políticos territoriales, etc.
El desarrollo de un conjunto de relaciones específicas concernientes al colectivo laboral genera un nodo dinámico que deviene atractor para sus integrantes (y también para otros) y su campo de influencia cubre una parte importante del tiempo, el pensamiento y el accionar de los trabajadores que pertenecen a él.
La lógica de su existencia conduce a la necesidad de una proyección futura, que no es tampoco un asunto “económico” a secas. Si los trabajadores de una entidad empresarial no ven en esta un medio apropiado para su proyecto individual y familiar de vida, la productividad y la creatividad se verán seriamente amenazadas y muy probablemente anuladas y con ello se resentirá toda la economía.
La transformación de las empresas estatales cubanas puede tener futuro positivo si su proyección no es “económica” a secas, sino social, cultural. Los Lineamientos indican transformaciones que tienden a ello, pero aún es preciso generar cambios que otorguen un papel protagónico mayor al colectivo laboral y mayor autonomía a estos componentes, que son el fundamento y peso principal de la actividad económica del paísiv.
Todo el entramado empresarial estatal tiene que ser ambivalente; esto es, formar parte del balance nacional de proyecciones y objetivos socioeconómicos y tener vida propia como nicho adecuado para conjugar los proyectos individuales y familiares de vida. Los objetivos individuales y sociales deben armonizar en su diferencia, algo comprensible cuando no se ven mecánicamente, uno “por encima” del otro, sobre todo cuando los objetivos sociales son definidos sin tener en cuenta a los individuos.
La acción consciente sobre los procesos sociales, siempre condicionados por las estructuras estables que produce la práctica (puede decirse lo social subjetivado) influye en las relaciones causales que no son puramente “objetivas” ni puramente “subjetivas”. Lo que determina la dirección de una acción social antes que esta se produzca, pasa inevitablemente por las estructuras mentales que ha producido antes la actividad humana, la práctica.
En consecuencia, el límite de la relación articulación-descentralización solo puede calificarse como eficiente o adecuado cuando se alcanza el máximo de creatividad posible y de espacio para la participación informada y consciente del colectivo laboral y de cada uno de sus integrantes en las decisiones, lo cual incluye el derecho del colectivo, dentro del marco y normativas que establezca la ley, a vetar las decisiones que considere improcedentes y responsabilizarse como colectivo con ello, con las consecuencias individuales del caso.
El modo en el que se constituye la nueva responsabilidad socioeconómica del colectivo laboral implica no solamente la ampliación de los derechos, sino también de los deberes, de las obligaciones. La mentalidad anterior, formada al calor de un paternalismo jurídico – económico, no cambiará porque se apele y explique que ahora, desde la conciencia y la ideología, hay que entender que eso no es conveniente. Tal enfoque Marx seguramente lo calificaría de idealista; puede ser útil para un discurso puntual, pero nada práctico para la transformación que hace falta realizar. Precisamente fue Marx quien explicó en sus tesis III; VII y VIII sobre Feuerbach que el ser humano es producto de las circunstancias, además de cambiarlas y que el individuo abstracto pertenece a una determinada forma de sociedadv. Ese cambio revolucionario no puede ser arbitrario, la modificación de las circunstancias y de la actividad humana “solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”, por lo que este será racional, efectivo, en la medida en que las circunstancias lo hagan viable, es ahí precisamente donde está la dialéctica que evita la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales estaría por encima de la otra.
El cambio tiene que venir la mano de la práctica consciente y esta solo puede producirse desde su aceptación, de ahí la importancia que ha tenido debatir los Lineamientos con el pueblo y la que tiene mantener abiertos a debate los problemas, en particular la necesidad de un enfoque teórico general de los cambios.
Si no cambian las relaciones intra e interempresariales, las sociales, las jurídicas normativas, las contractuales, en otras palabras si el medio socioeconómico en el que tiene lugar la actividad humana no cambia, no será con apelaciones que cambiará la mentalidad, esta será repetidamente reproducida para la misma práctica que la generó.
Nos estamos refiriendo aquí a las empresas como columna vertebral de la economía nacional, pero lo esencial es válido para otros tipos de entidades económicas, con otros tipos y formas de propiedad, con las diferencias inherentes a cada caso.
Para que se produzcan los esfuerzos que permitan aprovechar las potencialidades productivas y creativas, hace falta el medio propicio, el sistema de relaciones que los requiera, que los reproduzca, que los incentive. Y eso tiene que ver no solo con que el trabajador sea remunerado adecuadamente, o con que este participe realmente y decida en el terreno de las proyecciones y actividad del colectivo laboral, sino que se responsabilice también individualmente con las pérdidas, con los errores de proyección, con los fallos generados por sus decisiones.
Una empresa estatal puede acordar formar un fondo con parte de las ganancias que le correspondan de acuerdo a la ley para compensar eventuales pérdidas, pero si no lo hace y esas pérdidas se producen, los integrantes del colectivo laboral no pueden ser en ese problema convidados de piedra. De otro modo no se cultivará la condición de propietario colectivo. Cuando se es dueño colectivo de algo se es tal para los beneficios, pero también para las pérdidasvi. No es justo cargar a la sociedad en su conjunto lo que es responsabilidad de un colectivo laboral determinado.
Es un axioma que al socialismo no puede sobrarle nadie, pero también lo es que ninguna sociedad puede dar lo que no tiene, la cubana tampoco, y que si bien la sociedad tiene responsabilidades para con los ciudadanos, estos también las tienen para con la sociedad.
Naturalmente, para que las relaciones entre los componentes estructurales del entramado económico sean eficientes, tienen que tener en su base no solo prerrogativas orgánico-funcionales similares, sino también un intercambio de equivalentes no sujeto –salvo contadas y bien justificadas excepciones- a intervenciones puntuales desde el Estado, es decir cuando sea del más alto interés para el país; mientras, su funcionamiento continuará sujeto a las normativas generales vigentes.
El reconocimiento de la psicología del intercambio de equivalentes, estructura subjetiva estable, implica viabilizar su acción en las relaciones intra e interempresariales. Cuando se desconoce la presencia de esta estructura psicológica estable, se produce una inevitable contradicción que quizá pueda ser compensada por otros factores concomitantes durante cierto tiempo, pero a la larga tiende a imponerse, afectando el funcionamiento de estas relaciones, obstaculizando su fluidez, disminuyendo su eficacia.vii
La relación individuo – colectivo laboral requiere una visión dialéctica que exprese adecuadamente el conjunto de intereses en juego, que de cabida a todos ellos, permitiendo que se realicen de modo adecuado y estable. Ello incluye la información, la explicación, la argumentación cuando haya obstáculos que los impidan y demoren, en interés del funcionamiento a mediano y largo plazo de un determinando componente autónomo del metabolismo socioeconómico, pero garantizando siempre en un tiempo razonable la fluidez en la realización de esos intereses.
Como se afirmó arriba, un principio socialista en este sistema de relaciones radica en que lo colectivo, lo social debe primar en la transición socialista como parte no solo de la justicia necesaria, sino también de la educación que contrarreste el individualismo heredado del capitalismo cultor del egoísmo, pero no como la anulación del individuo, de sus necesidades particulares y rasgos específicos, sino como la seguridad, la protección de todos los individuos con sus necesidades particulares y rasgos específicos.
En este plano hay una responsabilidad de primer orden para los encargados de coordinar el funcionamiento del colectivo laboral, de viabilizar la plena participación de los trabajadores; para quienes tienen mayor responsabilidad en la dirección del proceso productivo, la administración cotidiana, la gestión económica y para las organizaciones sociopolíticas que deben velar desde su espacio específico y enfoque participativo por el buen funcionamiento de la entidad correspondiente.
Por ello es fundamental el reconocimiento en la práctica de la condición de copropietarios colectivos de los medios a disposición del colectivo laboral para su participación eficiente en el metabolismo socioeconómico. De ello parte la obligación de tener en cuenta a todos sus integrantes, de no acumular deudas de información, de no obstaculizar las buenas iniciativas que de ellos se desprendan y de tener normativamente respaldada la participación.
Por esa razón, las decisiones arbitrarias de individuos o grupos que constituyen acciones modificadoras de esa relación, en el mejor de los casos (o sea, cuando están bien intencionadas y son correctas) siempre necesitaran de un proceso de apropiación individual por derecho ciudadano de quienes integran el colectivo y en ese proceso puede existir disparidad de criterios. La acción consciente sobre los procesos sociales, siempre condicionados por las estructuras mentales estables que produce la práctica, puede decirse lo social subjetivado, influye en las relaciones causales que no son puramente objetivas ni puramente subjetivas. Lo que determina la dirección de una acción social antes que esta se produzca pasa inevitablemente por esas estructuras mentales que ha producido la práctica. Por ello, la más amplia participación de todos es indispensable.
Sobre la salida de los problemas económicos
Como afirmamos arriba, cuando se agudizan los problemas económicos, se afectan todas las esferas de la vida social. Súmese a eso la deuda que tiene el proceso de construcción socialista cubano por las deficiencias que arrastra en la articulación de las actividades económica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política.
Cuando hay medidas políticas y jurídicas que obstaculizan las soluciones económicas, la lógica elemental indica que es imprescindible realizar cambios en esos planos, buscando viabilizar el funcionamiento fluido de la actividad económica sacando el máximo posible a las potencialidades del país. En el espíritu y medidas concretas contenidas en los Lineamientos está precisamente ese propósito, pero esas potencialidades en las condiciones actuales y en plazos razonables de tiempo no se incrementan, constituyen digamos el piso de las capacidades económicas del país, su aprovechamiento una vez resueltos los principales obstáculos políticos, organizativos y jurídicos para alcanzarlo, tiene un tope. Por ello, es preciso también hablar de ahorro y acumulación para invertir.
Por ello, cuando se emprende una reforma económica de la envergadura que suponen los Lineamientos, se necesitan más que nunca la disciplina, el orden y la cohesión de la sociedad, el ahorro, formas eficientes de distribución del producto social, pero también el desarrollo de una teoría general de la transición socialista en Cuba, el seguimiento sistemático de las consecuencias sociales de la reforma, el acompañamiento gradual y efectivo de los cambios en los planos organizativo, político y jurídico normativo y no en último lugar convertir todo el proceso en una gran escuela de pensamiento socialista.. De lo contrario sobrevendrá el estancamiento del proceso.
Economía… política; ¡Valga la redundancia!
Ni los economistas pueden resolver “económicamente” los problemas de la sociedad, ni los psicólogos hacerlo “psicológicamente” ni los políticos “políticamente”, ni los ideólogos “ideológicamente”.
No puede existir una economía en abstracto, como tampoco una sociología, una política o una ideología. No puede pensarse la economía separada de la cultura, del estilo de vida, de las preferencias sociales culturalmente sedimentadas.
Por la misma razón, la ciencia sobre la economía necesita el enfoque multidisciplinario que tenga en cuenta la sociología política, la ideología, la psicología social, los hábitos, las preferencias, las motivaciones, el medio ambiente, la ecología. Una ciencia sobre la economía que se atenga solo a las estadísticas, a las cuentas y a un modo de interpretarlas, no puede referirse a las personas y estructuras sociales realmente existentes, sino a la imagen que de estas tienen los que ven la economía “económicamente”, relación que inevitablemente diferirá de la realidad en un grado inaceptable o, cuando menos, muy riesgoso.
Hay quien ha hecho una distinción esquemática, mecánica, entre la ciencia económica y la ciencia política, afirmando que las leyes de la economía constituyen la ciencia y la política queda constreñida a la aplicación de las conclusiones científicas de la ciencia económica. O sea, la ciencia corresponde a las regularidades económicas, su estudio y sistematización ofrece las conclusiones para la vida, mientras que la política es la práctica que se ocupará de aplicar las conclusiones científicas de la economía.
Ese enfoque parte de una absolutización del papel de la economía en la sociedad, constituye una generalización impropia del concepto marxista del determinismo económico
Pensar que la economía -o el enfoque desde la economía- sirve para definir o pautar cualquier problemática social esperando que los actores sociales reaccionen acorde con lo que se espera por las “leyes económicas” es en extremo aventurado.
Solo en condiciones del metabolismo económico de orientación socialista es posible comenzar a superar la dictadura de la economía sobre la sociedad e integrar los saberes psicológico, sociológico, ideológico, político, antropológico, ecológico al crearse las bases para una mirada integral ajena a intereses corporativos y egoístas.
Lo dicho arriba no significa que ya con el predominio de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción, el poder político de definición socialista y el papel de la planificación se hará que automáticamente se produzca el enfoque integral.
El desarrollo de la teoría sobre la transición socialista en Cuba exige que el mundo académico y quienes sintetizan las líneas de desarrollo económico sigan siempre el ejemplo de la práctica política histórica de la revolución cubana. “Si el país ha logrado avanzar hasta el presente –explica el destacado economista José Luis Rodríguez García-, venciendo obstáculos que parecían infranqueables, ha sido porque en la política económica aplicada para el desarrollo siempre se han considerado los elementos económicos unidos a los aspectos sociales y políticos, pero sobre todo sobre todo porque no se han cometido errores estratégicos, al mantener la premisa de que en el socialismo los factores políticos tienen prioridad”viii, a lo que sumaría la necesidad de mantener el diálogo permanente con el pueblo sobre los temas fundamentales.
La supervivencia del objetivo socialista, la capacidad de la sociedad de embridar las relaciones mercantiles, dependen de no perder la perspectiva política socialista en las decisiones sobre las medidas para estimular la producción de bienes y servicios.
Solo con una amplia y democrática participación social en la formulación de las políticas, en su control y eventuales rectificaciones, junto con un estilo integrador del Estado en tanto coordinador de las políticas es posible desarrollar positivamente la economía política de la transición socialista cubana. Junto con ello, la participación de las ciencias sociales en el desarrollo de la teoría sobre la transición socialista en Cuba (parte la cual es la teoría económica) requerirá también del análisis crítico de las esferas establecidas del conocimiento científico que disponga al mundo académico a dejar atrás compartimentos aislados de los saberes, la tendencia a explicarse los procesos sociales desde los sistemas específicos de las distintas ciencias y apreciar sin prejuicios el comportamiento complejo real de los procesos.
Estudiar el consumo
En trabajos anteriores he insistido en la necesidad imperiosa de estudiar el consumo, como un elemento fundamental en los planos práctico y teórico de la economía política de la transición socialista.
Una de las aristas fundamentales a estudiar en el metabolismo socioeconómico de la sociedad cubana en transición socialista y junto con ello de la relación individuo-sociedad es la relativa al consumo, el consumo como vía para la satisfacción de necesidades sociales, esto es, la relación entre el aparato de producción de bienes y la sociedad y los individuos que la integran.
Esta relación tiene lugar a través del sistema de comercialización, de la política de precios, de las políticas sociales (por ejemplo para determinar la distribución de recursos energéticos y otros insumos para el sistema de atención médica, el sistema educacional, etc.).
En la fase del cambio, en la cual los individuos se vinculan con segmentos determinados del sistema de comercialización se produce una influencia de lo producido en la persona, pero ésta acude con estructuras previas que condicionan su elección, su decisión de cambiar su dinero por un producto o servicio determinado.
La información que puede aportar un pensamiento racional, científico, sobre el consumo en el socialismo cubano, es la base para entrarle al problema desde dos ángulos: de una parte para hacer una mejor planificación de la producción de bienes y servicios y, de otra, para adelantar una eficiente orientación de la demanda y con ella ejercer una influencia en las estructuras mentales previas que determinan finalmente la elección, además de que la acción consciente del Estado en el proceso productivo permite contribuir a realizar un mejor ofrecimiento al ciudadano.
No puede pensarse en una planificación socialmente eficiente, si no se tienen en cuenta las variables principales relacionadas con el consumo, con las necesidades y preferencias de los ciudadanos que se cubren a través del cambio y estas no pueden ser determinadas arbitrariamente, necesitan orientación, pero no solamente la orientación de los ciudadanos que las satisfacen mediados por el proceso de comercialización, sino la de todo el proceso de definiciones en la planificación.
Es en primer lugar a través del plan que se embridan las relaciones mercantiles, pero este será eficiente, en última instancia, en la medida en que se conozcan y reconozcan las necesidades y preferencias de la sociedad en materia de consumo. No es con una operación contable del tipo elemental: “tanto dinero hay circulando, tantos productos se ofrecen en el mercado”, que se asegura un plan eficiente. Esta no es una relación únicamente económica, aunque se produce en la esfera económica. Hay una diferencia entre lo que los individuos quieren y aquello a lo que tienen acceso en el sistema de comercialización, diferencia que solo puede ser disminuida, si se tiene suficiente información acerca de las necesidades y preferencias de las personas y si el trabajo de orientación de la demanda para que esta sea racional, saludable y responsable, resulta un eslabón eficaz entre la planificación y la sociedad.ix
El objetivo de estabilizar un consumo racional, saludable y responsable exige primero definir los criterios acerca de estas tres calidades indisolublemente vinculadas entre sí en el proceso social del consumo.
Primero es importante repasar el propio concepto de consumo. Como es natural, todas las sociedades son “de consumo”, el socialismo obviamente también.
Los seres humanos viven intercambiando sustancias con la naturaleza, con el medio en el que vive, somos consumidores de agua, alimentos, aire, es una condición elemental de subsistencia, sin ella cesa la vida. El consumo, por tanto, tiene una determinación biológica, pero tiene también una determinación humana, social, cultural, que se torna “necesaria” más allá de la determinación biológica, al punto que alguien puede preferir dejar de comer antes que salir “mal vestido” a la calle.
No es posible separar estas dos variables del consumo, la natural y la social. El ser humano necesita los medios de subsistencia, pero no de modo elemental y uniformex. Crecemos y nos desarrollamos con hábitos de vida que heredamos y también transformamos, que van haciendo “necesarios” los medios de subsistencia con las características que son para nosotros habituales y conforman nuestros gustos y preferencias. Lo que nos hace sentirnos bien no es satisfacer nuestras necesidades “de cualquier manera“, sino del modo que nos resulta significativo y adecuado a nuestra cultura. Socialmente, nuestras necesidades exigen una contrapartida en medios de satisfacerlas, los cuales tienen una configuración y propiedades predeterminadas, por lo que si el consumo carece de esas características estamos insatisfechos, aunque se cubran, por ejemplo, las necesidades biológicas.
Ese lado cultural que se proyecta subjetivamente es el terreno en el cual la publicidad mercantil capitalista hace su trabajo de construir necesidades artificiales, haciendo necesitar a las personas lo que no necesitan realmente con la única finalidad de incrementar sus ganancias, sin importar las consecuencias negativas en la sociedad y la naturaleza. Pero ese también es el terreno en el cual puede y debe trabajar la investigación y orientación del consumo en una sociedad en transición socialista en función del bienestar general y de la preservación del medio ambiente y los recursos naturales.
El consumo racional
Este es el ángulo más identificado con el metabolismo socioeconómico de la sociedad en transición socialista, pero -como ha sido analizado desde el principio- tampoco puede concebirse en un plano puramente “económico”.
En primer lugar, el propio concepto o calidad de racional es polisémico. Puede entenderse como todo lo relativo a la razón, también como “ajustado”, “eficiente”, ahorrativo”, puede entenderse como aquello que se considera conveniente por responder a leyes, a relaciones causales que se esperan con seguridad.
Obviamente, lo que se considerará o no “racional” no entra exclusivamente en el terreno de las proporciones, sino también en el de los significados y ello depende inevitablemente de los criterios predominantes, de los gustos y las preferencias. La “racionalidad” de una economía basada en la propiedad privada, la explotación del hombre por el hombre y la ley de la ganancia no puede ser igual a la “racionalidad” de una economía basada en la propiedad social, la justicia y el bienestar de toda la sociedad.
Pero el anterior es el ejemplo extremo. También dentro de una sociedad en transición socialista puede considerarse “racional” -por el significado que se le otorga- un gasto no respaldado “económicamente”. Tal es el caso del precio de la leche que se asegura para todos los infantes cubanos hasta los 7 años. Es un gasto racional, pero no debe su racionalidad a las leyes económicas, las cuales solo pueden invocarse si se considera una inversión a futuro por lo que significa para la salud de los futuros productores, sino al significado social de equidad y justicia que entraña el ideal socialista y en el caso particular de Cuba por constituir hoy un valor sedimentado en la conciencia ciudadana. No quiere esto decir que todos los significados que se otorguen a un modo de distribución del producto social no respaldado económicamente, pero que se considere “racional” por quienes adoptan esa decisión estará siempre socialmente justificado.
Dado que lo “racional” entra también en el terreno de los criterios, el derecho a opinar lo tienen todos los ciudadanos, por lo que nuevamente aparece la importancia de estudiar el consumo.
El consumo saludable
Cuando se habla de consumo saludable, casi siempre se piensa en primer lugar en el consumo de alimentos inocuos y nutritivos en cantidad y calidad apropiadas para preservar la salud, evitar enfermedades y mantener una calidad de vida satisfactoria.
Los hábitos en el consumo de alimentos si bien hacen necesarios algunos predeterminados, ello no significa que ese consumo sea 100% saludable, puede ser incluso no saludable. Los ejemplos son muchos, el alcohol, los picantes, las carnes rojas, etc.
ECONOMÍA… POLÍTICA, VALGA LA REDUNDANCIA.i
El consumo saludable tiene que ver también con la vestimenta. El hábito de usar trajes con cuello y corbata en un país del Caribe en pleno verano es un ejemplo de ello.
El empleo de transporte automotor para cualquier movimiento reduce las oportunidades de ejercitación física, además de dañar el medio ambiente.
El uso indiscriminado de la comunicación por computadoras a través de las redes sociales, reduce el contacto humano directo, crea una nueva necesidad que puede terminar siendo adictiva y desnaturalizando el concepto que se tiene del otro.
La lista obviamente es mucho más larga. El desarrollo de los conocimientos científicos va descubriendo nuevos efectos de los hábitos de consumo en la salud humana.
Este es uno de los terrenos donde la orientación del consumo es fundamental para la sociedad, en particular para una que se encuentra en un proceso de transición socialista que persigue como objetivo esencial el desarrollo sano, multilateral positivo del ser humano.
El consumo responsable
Enfocar la condición social del consumo no implica solamente las propiedades de lo que resulta racional y saludable, además de necesario; lo que entraña de hecho la necesidad de una actitud responsable; aquí influyen también otros factores que pesan en el proceso de cambio y consumo.
En primer lugar la noción de seguridad asociada a la noción de futuro. El futuro es una noción posible por la existencia de la humanidad, del pensamiento abstracto. Se refiere a algo que no ha ocurrido, una hipótesis de lo que puede ocurrir. El consumo responsable tiene en cuenta el futuro, la seguridad. Implica el reconocimiento de la necesidad de preservar las fuentes de abasto que ofrece la naturaleza, implica obviamente la preservación de la salud, las nociones de equidad y justicia social, la ética.
Hablar de consumo “responsable” es algo vedado para el modo de producción capitalista, su naturaleza explotadora y egoísta anula toda responsabilidad hacia la protección de la humanidad y la preservación de la naturaleza, por más que la publicidad enmascara sus reales intenciones. Todo lo contrario. La responsabilidad en el consumo pasa a ser posible solamente a escala individual, familiar o grupal, pero por mayor nivel que se alcance en la conciencia individual y de grupo sobre lo que puede significar el consumo para su salud y bienestar, no se desarrollan los resortes que anulen eficientemente la publicidad y la irracionalidad productiva del sistema. Todos continúan amenazados por la irracionalidad del sistema, que tiene efectos desastrosos no solo sobre las sociedades capitalistas concretas, sino sobre el mundo en general.
Solamente cuando se emprende una transición socialista se crean las bases materiales y espirituales para desarrollar una actitud social responsable hacia el consumo. Esa actitud responsable implica la necesidad de estudiarlo y elaborar los contenidos para su mejor orientación.
Aquí considero preciso recordar que el cese del funcionamiento del Instituto Cubano de Investigación y Orientación de la Demanda Interna (ICIODI) cortó un proceso de desarrollo en el pensamiento cubano sobre el consumo socialista que se nutría con información proveniente de las necesidades y preferencias de la ciudadanía. Con el proceso de superación del período especial resurgieron las investigaciones sobre el consumo, pero restringidas a productos determinados, a entidades comerciales específicas, o sea, de modo insuficiente y fragmentado, como marketing, no como economía política. Por ello considero importante pensar en el modo de sistematizar el estudio del consumo en Cuba, creando las capacidades institucionales correspondientes.
El estudio del consumo en el socialismo es un interés no solamente económico, sino también sociopolítico al contribuir eficientemente al mantenimiento del equilibrio y la estabilidad social.
i Un excelente artículo del profesor Dr. Ernesto Molina Molina en la revista Cuba Socialista Nro. 56, Tercera Época, 2010, donde afirma en la página 14 que “La economía Política es la ciencia madre de todas las Ciencias Económicas (…). Sin esa ciencia madre no es posible elaborar una estrategia de largo alcance para el desarrollo de la nación”, ha motivado las líneas que siguen.
ii Profesor Titular e Investigador Titular del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, Vicepresidente de la Cátedra de Comunicación y Sociedad, Licenciado en Ciencias Políticas, Diplomado en Teoría del Proceso Ideológico, Doctor en Ciencias Filosóficas. C.e. dmachado@enet.cu
iii Un debate que debe ser plural. Cualquier ejercicio que intente una de las muchas variantes de generalizar posiciones, puntos de vista y establecer categorías o tipos, puede ser válida para un análisis que pretenda ofrecer una panorámica general, pero una polémica constructiva no puede desde el inicio etiquetar a los posibles participantes. Una división, por ejemplo, entre “estatistas”, “pragmáticos” y “autogestionarios”, no es saludable para un debate inclusivo porque contiene a priori –aunque no lo declare- un Estado opuesto a la autogestión, una autogestión opuesta al Estado, una autogestión opuesta al sentido práctico, etc., lo cual nada tiene que ver con las justas críticas y la lucha contra el burocratismo, el verticalismo, el autoritarismo, el pragmatismo, el secretismo, el corporativismo, etc.
Las etiquetas establecen un encasillamiento que obstaculiza apreciar el grano racional de los diferentes enfoques, lo que debilita y puede anular la intención constructiva del análisis y la crítica. La verdad es mezcla y nadie es dueño absoluto de ella. El diálogo no puede significar que “tú y yo debatimos hasta que te des cuenta que yo tengo la razón”. Todos aprendemos.
iv Por ejemplo, el lineamiento que indica que las empresas pagarán a los Consejos de la Administración Municipal donde operan sus establecimientos un tributo territorial definido centralmente para contribuir al desarrollo de la localidad, el que indica que las empresas podrán crear fondos para el desarrollo, las inversiones y la estimulación a los trabajadores, el que otorga independencia para aprobar las plantillas de cargos, el que permite aprobar precios y realizar rebajas en sus producciones y servicios, entre otros que tienden al reconocimiento de la empresa como componente fundamental del metabolismo socioeconómico del país, pero quedan muchas interrogantes y espacios para avanzar en este terreno, temas tales como quiénes decidirán sobre el empleo de los fondos que cree la empresa, si con respaldo en esos fondos la empresa puede recibir créditos bancarios, si con esos fondos la empresa podrá cubrir eventuales pérdidas, cómo afectarían las pérdidas los ingresos de los integrantes del colectivo laboral, quién decidirá la modificación de las plantillas, etc.
v “III] La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.”
[VII] Feuerbach no ve, por tanto, que el “sentimiento religioso” es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad.
[VIII] La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica.
vi Ver texto en proceso editorial “La propiedad social como cultura”
vii “El socialismo no puede obviar la división social del trabajo, lo que quiere decir que no puede obviar el intercambio de mercancías entre productores diferentes, que sigue teniendo la mediación del valor, pero desde el inicio mismo del cambio de la realidad capitalista en dirección a una nueva realidad socialista no puede aceptar como único criterio de ese intercambio el valor de los productos.
“Las mentalidades, sin embargo, están en gran medida condicionadas a tal aceptación y tanto para evitar excesos como para evitar insuficiencias hay que educar, argumentar y lograr el consenso alrededor de las acciones de distribución; es decir, lograr una nueva cultura que cambie las reglas de la convivencia, igualando por consenso una parte de las desigualdades reales. Y no todas, porque la pretensión de una igualación total de la distribución sería inaceptable para el constructor socialista en la transición y produciría pobreza. El objetivo del trabajo es también objeto del desarrollo de una nueva cultura que identifique el proceso social del trabajo con las necesidades sociales y no sola y simplemente con la solución de las necesidades individuales. Ello también requiere una transformación cultural en los conceptos de progreso, felicidad y bienestar que identifique el destino propio con el de todos y que, reconociendo la diversidad, rechace el beneficio individual a costa de la infelicidad de los demás.” (Ver: Darío L. Machado Rodríguez, “¿Es posible construir el socialismo en Cuba?”, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2006, p.80.)
viii José Luis Rodríguez García, “Notas sobre la economía cubana”, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinillo, La Habana, 2011, p. 52.
ix “El socialismo no puede obviar la división social del trabajo, lo que quiere decir que no puede obviar el intercambio de mercancías entre productores diferentes, que sigue teniendo la mediación del valor, pero desde el inicio mismo del cambio de la realidad capitalista en dirección a una nueva realidad socialista no puede aceptar como único criterio de ese intercambio el valor de los productos.
“Las mentalidades, sin embargo, están en gran medida condicionadas a tal aceptación y tanto para evitar excesos como para evitar insuficiencias hay que educar, argumentar y lograr el consenso alrededor de las acciones de distribución; es decir, lograr una nueva cultura que cambie las reglas de la convivencia, igualando por consenso una parte de las desigualdades reales. Y no todas, porque la pretensión de una igualación total de la distribución sería inaceptable para el constructor socialista en la transición y produciría pobreza. El objetivo del trabajo es también objeto del desarrollo de una nueva cultura que identifique el proceso social del trabajo con las necesidades sociales y no sola y simplemente con la solución de las necesidades individuales. Ello también requiere una transformación cultural en los conceptos de progreso, felicidad y bienestar que identifique el destino propio con el de todos y que, reconociendo la diversidad, rechace el beneficio individual a costa de la infelicidad de los demás.” (Ver: Darío L. Machado Rodríguez, “¿Es posible construir el socialismo en Cuba?”, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2006, p.80.)
x Para ampliar sobre el tema de las necesidades y el consumo puede consultarse: Darío L. Machado Rodríguez, “La persona y el programa del socialismo en Cuba”, Editorial Vadell y Hnos., Caracas, 2010, pp. 91-126.