“La mayoría de los súbditos creen que son súbditos porque el rey es rey. Sin embargo no se dan cuenta de que en realidad el rey es rey porque ellos son súbditos.” Karl Marx
Desde el fondo de los tiempos, toda clase o grupo social que detentó el poder real apeló siempre a todo recurso a su alcance, alternativo o complementario al instrumento represivo, en procura de la adhesión o subordinación de las clases subalternas.
En esencia, se trató y se trata de actos y un discurso que construya una subjetividad social, un sentido común que naturalice los mecanismos de explotación en perjuicio de las mayorías y contenga y diluya así los previsibles actos de protesta y las ansias de rebelión y alteración del orden constituido. Lo que estuvo y está siempre en juego es el poder y el usufructo de su ejercicio.
En el capitalismo, la legitimación de la meritocracia, de la irrestricta libertad centrada en el individuo con menosprecio de lo social, la ponderación del consumismo, la teoría del derrame, la discriminación abierta o solapada de los pueblos originarios o la vinculada a alguna religión, una etnia, al inmigrante, la condición de mujer, al pobre o la exaltación del Estado ausente y privatizador, el derecho a la ganancia extraordinaria, incluso la derivada de la operatoria especulativa, de lo lógico y aceptado que el precio sea el resultante de la confluencia entre oferta y demanda, que el salario es un costo y sujeto a las mismas reglas que los demás dentro de la empresa, son tan sólo muestras que conviven con toda naturalidad en nuestro cotidiano existir.
Son actos y discursos que, en aras de los mismos propósitos, el poder real los amolda y adapta a los cambios objetivos que el funcionamiento del sistema presenta. Es lo que explica en los tiempos actuales la novedad de las fake news, verdadera avalancha mediática de mentiras, unas tras otras, de fábulas sustituidas por otras nuevas, a veces contradictorias, tan pronto el sustento de aquellas se hace añicos frente a la contundencia de la realidad.
Lo vemos en Argentina, por ejemplo – y sólo un ejemplo – en las críticas y acusaciones en el curso de la campaña para enfrentar la pandemia, llegando a veces al colmo del ridículo como cuando en su afán por denostar al gobierno y alimentar un sentido común, trastabillan y llegan a culparlo por no convocar a Pfizer para redactar una ley del Estado argentino que habilite contratarla como proveedora de la vacuna contra el Covid o en otro caso, sostener como lógica la cesión de las Islas Malvinas al Reino Unido porque sólo serían causantes de gastos improductivos.
Vale pues interrogarse sobre qué cambios se dieron en el capitalismo que alimentaron la necesidad del poder real por recurrir a otro tipo de discurso, a cambiar la partitura, a otro modo de construir sentido común
Debe partirse de la constatación de un sistema que desde la década del ´70 del siglo pasado, a la par de la hegemonía conquistada por el capital financiero y con ella la generalización del neoliberalismo en el mundo, el capitalismo cursa una crisis que sin interrupción se agudiza, como lo prueba la incapacidad de remontar sus bajos niveles de crecimiento, la intensificación del proceso de concentración de los ingresos y de la riqueza y su contracara, la extensión y profundización de la pobreza de mayorías. Con sus más y sus menos es una realidad a nivel mundial y válido también para la Argentina como parte integrante, pero subordinada, de un sistema global
Experiencias de este tipo ya las vivimos con la dictadura cívico-militar, con los años del menemato seguidos por los de la Alianza y los catastróficos cuatro años de la gestión macrista. Con esta herencia, con la memoria histórica acumulada, al poder real le es extremadamente difícil conquistar la adhesión y simpatía de multitudes, convocarlas a un futuro de esperanza. Por ello la derecha que cabalga en nuestras pampas está inhibida de proclamar y defender su programa y debatir ideas. En este contexto, para exteriorizar presencia y denotar que subsiste con vida, no le queda más remedio que denostar al contrario en base a mentiras, sin contraponer ideas ni fundamentos legítimos y alimentar con falacias una subjetividad, un sentido común funcional a sus intereses.
Agrava este estado de situación el que estos mensajes que desinforman y tergiversan la realidad, confluyen en esparcir un clima de miedo, de odio y de ira entre la ciudadanía, poniendo en riesgo hasta su convivencia pacífica y civilizada, más aún cuando existen sectores, tradicionalmente temerosos y resistentes a toda idea de cambio, tentados a inclinarse hacia posiciones filofascistas.
Este rumbo no es fruto de errores de cálculo ni el resultado de la improvisación. Responde al claro y avieso propósito de anular la capacidad crítica del ciudadano, junto con la de socavar la institucionalidad democrática, degradar la legitimidad de las autoridades constitucionales, buscando así ir madurando condiciones proclives al desemboque en el llamado golpe duro o blando para la perpetuación de la vieja matriz de poder. La experiencia latinoamericana es suficientemente aleccionadora: Dilma Rousseff y Lula en Brasil, Lugo en Paraguay, la campaña previa al golpe que destituyó a Evo Morales en Bolivia, la avalancha mediática que hizo posible el triunfo de Lasso en Ecuador, así como la que sirvió para la amenaza al escamoteo del triunfo electoral de Castillo en Perú. Tampoco están ausentes los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Todos con el respaldo y hasta el financiamiento del Departamento de Estado de EE.UU., como se ha probado.
Pero del lado de enfrente está el pueblo cargando sus angustias, con sus padecimientos y enarbolando una lucha que obliga a desbaratar el tradicional sentido común, la vieja cultura de sometimiento y su reemplazo por una más afín a su realidad. Estamos pues en presencia de una disputa por el sentido común.
Conmemoramos este 15 de junio el trigésimo aniversario de la publicación del primer número de TESIS 11, nuestra revista. Reivindicando nuestro nombre y esa tesis de Marx, tesis que preside nuestro cotidiano accionar, cabe volver a enfatizar la necesidad de construir el camino para que nuestro pueblo resulte airoso en la disputa por el mentado sentido común, por una cultura popular sustento de la transformación superadora de la crisis argentina y de los padecimiento del pueblo.
Y ese camino no es otro que el debate ideológico desplegado junto a la lucha que de modo coordinado realicen, en defensa de intereses legítimos y sentidos, las organizaciones del campo popular, las de las mayorías, incluidas las que independientemente de su consciencia son víctimas del neoliberalismo. Lucha y movilización a realizar obligatoriamente bajo los preceptos de la unidad en la acción y con la mira puesta en el enemigo principal, en la defensa de los derechos ya conquistados y de los fundamentos de los que resta ganar en el marco de un gobierno de origen legítimo y popular. Lucha y movilización en pos de un país más justo, inclusivo, en camino hacia una democracia participativa, sólo posible recorriendo el sendero que conduzca a la conquista de la hegemonía plena de un poder popular.
Se dice bonito, hay realidades locales, dígase lo que se diga, puede hablarse de democracias, libertades pero en el contexto local y regional, los protagonistas del gobierno en turno todavía se atreven a decir “ustedes los eligieron”