Tiempo atrás el Papa Francisco habló de que estábamos trascurriendo una Tercera Guerra Mundial en etapas. Se refería a la acumulación de conflictos bélicos que tenían lugar en forma simultánea en Asia, África y el este europeo. Son y eran muchas veces confrontaciones limitadas a actores locales, con el patrocinio de alguna potencia extra regional, pero casi siempre con la participación directa de fuerzas norteamericanas, como en Siria, Irak o Afganistán.
Ahora todo empeoró gravemente. La confrontación directa en Ucrania entre la OTAN y Rusia, supone el enfrentamiento de los dos mayores poderes militares existentes, lo que amenaza con acelerar el conflicto y generalizarlo a todo el mundo.
Como conocemos de sobra los latinoamericanos, los yanquis se adjudican el rol de gendarmes mundiales y despliegan un enorme potencial ofensivo en todo el mundo. Con unas 800 bases militares en el extranjero y 11 flotas encabezadas por portaaviones tienen la posibilidad de proyectar su poderío a cualquier punto del planeta en cuestión de horas, sin contar con sus capacidades nucleares. Ningún otro país se les equipara.
Además, es la única nación que tiene oficialmente una agencia especializada en realizar operaciones encubiertas en países extranjeros; acciones destinadas a condicionar o desestabilizar a sus gobiernos. La CIA estuvo detrás de cada uno de los golpes de estado en nuestro continente, pero es ecuménica. También actuó en Rusia en el proceso de disolución de la Unión Soviética y de su sociedad socialista, para promover el acceso al poder de Boris Yelsin.
Esta lógica imperial de alentar los conflictos étnicos, religiosos o políticos para debilitar poderes nacionales autónomos y hacer prevalecer sus intereses, tiene una larga tradición en todas las potencias coloniales. La antecesora más destacada fue Inglaterra que hábilmente usó las intrigas para someter a India, o atizó la insurrección árabe para derrotar al Imperio Otomano, por mencionar dos casos.
La implosión del régimen soviético entre 1989 y 1991 implicó el desmantelamiento del Pacto de Varsovia, alianza político militar de las naciones socialistas de Europa oriental surgida seis años después de que las naciones capitalistas creasen la OTAN con propósitos ofensivos y bajo el mando militar norteamericano. También las 15 repúblicas que habían conformado la Unión Soviética se independizaron y se abrieron a un intenso proceso de reformas pro capitalistas.
Esta circunstancia no derivó en la disolución de la OTAN. Al contrario, esa alianza se sigue ampliando hoy hacia el este y actuó ofensivamente en el proceso de disolución de la antigua Yugoslavia y, bajo el manto de las Naciones Unidas, destruyó el régimen de Muamar el Gadafi en Libia y el de Saddan Hussein en Irak.
Se podría seguir casi indefinidamente el recuento de hechos históricos que muestran cómo, sólo en los últimos 30 años, Estados Unidos ha estado al frente de operaciones militares ofensivas en diferentes partes del mundo, intentando si no puede dominar, al menos destruir las capacidades soberanas de todos los países que no se someten a su lógica imperial.
Algunos resistieron duramente sus embates, como Cuba, Venezuela, Siria o Irán y con otros avivan permanentemente un estado de tensión bélica, sin atreverse a una guerra abierta por temor a ser derrotados, como sucede con China.
Algo de esto sucede ahora mismo en el este europeo, pero con una diferencia. Los rusos han avisado que no tolerarán el despliegue de las fuerzas de la OTAN en sus fronteras. Reclaman que se respete su propia seguridad y tienen las capacidades para ejercer las acciones defensivas que consideren oportunas.
La cuestión es presentada por el aparato de propaganda del imperio como una amenaza de invasión rusa a Ucrania, lo que justifica el continuo incremento de los ejércitos de la OTAN ocupando esa ex república soviética con el pretexto de defenderla. El truco es viejo. El auto atentado que hundió el Maine, les dio el pretexto a los yanquis en 1898 para ocupar Cuba. También los nazis inventaron un ataque polaco para justificar su invasión a Polonia.
Rusia responde que no tiene fuerzas que amenacen al territorio norteamericano, pero que puede hacerlo. De hecho, hace pocos días un submarino ruso con 160 ojivas nucleares a bordo apareció frente a las costas atlánticas de Norteamérica, sin haber sido detectado antes por las fuerzas estadounidenses[1]. Con eventuales bases permanentes en nuestro continente, esas visitas podrían convertirse en un patrullaje regular. Estas demostraciones y otras, forzaron en estos días un inédito conjunto de reuniones bilaterales y multilaterales, destinadas a evitar el conflicto inminente.
Pero el tiempo de las palabras se agota y deben refrendarse con hechos. Una guerra en el este europeo, aunque sea limitada y sin que se apele al armamento nuclear, sería una catástrofe de enormes dimensiones para toda la humanidad. Ante todo, porque nadie sabe cuándo habrá de finalizar y qué costos implicaría para los contendientes.
En nuestro propio interés nacional se debe demandar que las partes involucradas negocien los mecanismos de seguridad colectiva en el marco de las instituciones y la legalidad internacional existente. La paz es un imperativo para el desarrollo de los pueblos de todo el mundo. Por lo mismo, la lucha por la paz es una demanda que los pueblos y sus organizaciones sociales, políticas y sindicales deben plantear con mucha fuerza. En la certeza que todas las naciones tienen derecho a su propia seguridad.
El próximo viaje de nuestro presidente Alberto Fernández a Moscú puede ser una buena oportunidad para expresar esta voluntad, común a toda nuestra región, que nada ganaría de ser arrastrada a formar parte de ese siniestro campo de batalla.
Tesis 11.
[1] https://avia-es.com/news/rossiyskaya-podvodnaya-lodka-so-160-yadernymi-boegolovkami-poyavilas-u-poberezhya-ssha