Rusia entró en la trampa urdida por el bloque anglosajón que conduce la OTAN. Ucrania era solamente un señuelo dispuesto para su sacrificio sangriento. El objetivo primordial de los estrategas anglosajones era quebrar una posible coalición fáctica ruso-europea y secundariamente, comprometer a Rusia en un esfuerzo que dañe sus posibilidades de desarrollo futuro. El intento de ocupación militar de toda Ucrania en el que se ha empeñado Rusia actualmente, peligrosamente sirve a ambos objetivos, aunque la dirigencia rusa crea que no le quedaba otra alternativa.
Estados Unidos y el Reino Unido, su más estrecho aliado, han logrado que por las sanciones impuestas se reduzca el comercio ruso europeo y que Europa continental deba afrontar un mayor costo de su abastecimiento energético, reduciendo su competitividad global. Así los norteamericanos consolidan su predominio sobre Europa y la cancelan como un otro polo global de poder posible, con autonomía para articular con China y Rusia.
El general victorioso, enseñaba SunTzu, elige las batallas que libra. Y solo se compromete en los conflictos que puede ganar. Rusia en apariencia no tuvo opción y por eso, haberla forzado a dar esta batalla es un triunfo anglosajón, aunque en lo inmediato las armas rusas predominen. Cuanto más rápido sea el desenlace, menores serán los costos también para Rusia. Y, por lo mismo, la apuesta “occidental” es a la prolongación del conflicto, no a la búsqueda de la paz.
La ruptura entre dos pueblos hermanados por su historia, sólo habrá de acentuarse con la guerra y su prolongación, mientras que las posibilidades inmediatas de asociación productiva eficaz entre la Unión Europea y Rusia, quedaron clausuradas por mucho tiempo, aunque no se haya cortado el suministro de gas que pasa por Ucrania y Polonia. Por ambas razones Rusia ya pierde, aunque gane frente a las fuerzas ucranianas.
Hasta el aliado objetivo de Rusia debe tomar distancia de este conflicto, porque no puede convalidar las tesis rusas que se valen de los supuestos deseos de los pueblos para intervenir a su antojo. Aunque reconozca la legitimidad de la preocupación rusa por su seguridad, China no podría suscribirlas sin abrir la puerta a la autodeterminación taiwanesa, de la comunidad de Hong Kong o de la minoría turco musulmana uigur, que habita el Sinkiang en el oeste chino.
Tampoco nuestro país puede adherirse a la lógica rusa de forma irreflexiva. La autodeterminación de la población británica implantada en Malvinas es un argumento inglés para justificar la continuidad de su ocupación colonial, la que nos priva de gran parte de nuestro mar y de un acceso pleno a la Antártida. Además de tenernos amenazados con una fuerza aeronaval a 400 kilómetros de nuestras costas, mientras nos impone el desarme.
Entre tanto, la propaganda atlantista encontró un enemigo visible para los pueblos del mundo, el régimen autoritario de Putin, que justifica la continuidad de la existencia de su alianza militar ofensiva. Aunque esa alianza no se atreva a confrontar directamente con Rusia y usa a los ucranianos como carne de cañón. Eso sí, bien provistos de armamentos que sirven para desangrar a Rusia y mantener activo el poderoso complejo militar industrial que se beneficia con estas muertes.
La contracara de esta apariencia, para quienes sepan leer bajo las aguas, es que el compromiso de la OTAN con la defensa de los países integrantes de su periferia es algo dudoso cuando el adversario con el que se deba confrontar tiene capacidades de hacer un verdadero daño a los que se le crucen en el camino.
La situación creada es además extremadamente peligrosa porque nadie conoce cuál habrá de ser la forma en la que finalice. No lejos de allí, se mantiene vivo desde los años 30 del siglo pasado el conflicto árabe israelí, que le ha servido al poder anglosajón como pretexto para continuas intervenciones en la zona, la última de las cuales fue el combate contra Isis o Daesh, el terrorismo islámico extremista creado por ellos mismos y que en el camino casi produce el colapso de Siria y el de Irak.
¿Había una solución no militar al conflicto en el este ucraniano? Quizás no. Rusia apostó por largos ocho años a ello sin resultados a la vista, salvo una persistente y creciente ofensiva en su contra de los batallones fascistas ucranianos. Pero en tal caso la alternativa podría haber sido un accionar limitado a asegurar la defensa de las llamadas “repúblicas populares” de Donestk y Lugansky a la liquidación de las fuerzas fascistas del Batallón Azov y similares. En Kazajistán las fuerzas rusas que intervinieron a pedido del gobierno kazajo actuaron quirúrgicamente para desbaratar a los grupos subversivos que promovían el golpe de estado. Y pudieron hacerlo en pocos días y con un despliegue restringido de fuerzas. No es lo que sucede ahora en Ucrania.
En tiempos en los que la humanidad no pudo converger en un accionar unificado para abatir la mayor pandemia de nuestra historia y que el sistema de instituciones internacionales demuestra su incapacidad para encauzar los conflictos de forma pacífica, la guerra en Ucrania es una severa advertencia de los riesgos globales que impone la disputa por la hegemonía internacional y los intentos del bloque anglosajón por impedir la emergencia de un orden internacional multipolar, cuestión central en la sobredeterminación del conflicto ruso-ucraniano.
La globalización, como se pretendía hasta 2008, está herida de muerte y el riesgo de un mundo fracturado en bloques férreamente confrontados parece muy próximo. La amenaza de una escalada militar es muy fuerte y merece un enérgico accionar en favor de la paz de todos los pueblos del mundo, que siempre serán las víctimas inmediatas de cualquier guerra. Además, un conflicto armado también es una catástrofe ambiental, de mayor magnitud cuanto más extendido sea. El cuidado de la casa común implica la protección de todas las vidas y la detención inmediata de toda destrucción. Sólo resguardados por la paz, podremos los humanos preservarnos en el planeta que nos vio nacer y desarrollarnos.
TESIS 11