El liderazgo del Frente de Todos alumbró en pocas jornadas una serie de acciones destinadas a recuperar la iniciativa frente a la oposición destituyente, luego de que se conocieran los duros números de la inflación en marzo.
Reabrir las paritarias, otorgar un bono a jubilados y monotributistas, iniciar la construcción del gasoducto Néstor Kirchner, impulsar la imposición de las rentas extraordinarias generadas por la pandemia y la guerra en algunos sectores de la economía, buscar captar parte de los recursos fugados al exterior para pagar la deuda externa, asegurarse de que el Consejo de la Magistratura no se convierta en un coto de caza cerrado para la oposición y promover la ampliación de la Corte Suprema para neutralizar la mayoría filo macrista que detenta circunstancialmente el poder en ella, fueron otras tantas decisiones en esa dirección.
De variado calibre, diferentes tiempos de concepción y distintos gestores, apuntan en lo central a resolver los problemas de la economía argentina, mientras se atienden las necesidades más urgentes de las mayorías y se desbaratan los golpes palaciegos que intentan los poderosos mediante sus operadores en el aparato del estado.
No menguará la presión de la oposición por estas acciones. Todo lo contrario. Aupadas en los monopolios de la comunicación y en la avaricia remarcadora de los que controlan las provisiones básicas de la población, seguirán sembrando descontento, fogoneando desencantos y diseminando pesimismo.
Desbaratar algunas de esas oposiciones reclama hundir el cuchillo hasta el hueso. No se puede esperar que la mejora paulatina de la economía cierre las heridas abiertas. La fortísima monopolización de la economía argentina, en gran medida, además, en manos extranjeras, transforma toda mejora en una ganancia de algunos pocos. En términos de liberalismo económico, la enfermedad local es la ausencia de competencia que resulta de la enorme concentración de la economía y el poder en un pequeñísimo vértice de la sociedad. Así sucede con los medios de comunicación, la producción de leche fresca, azúcar o aluminio, por citar apenas unos ejemplos.
La capacidad de ese poderoso polo de poder oligárquico es tal que ha capturado en gran medida al estado y es capaz de sustraer su sustancia a la democracia. Si no se le pone límites terminan avasallando al poder político surgido de las urnas. La negociación con esos factores de poder se muestra infructuosa. La voluntad de las mayorías logra pocas veces y con grandes esfuerzos poner a su servicio las políticas públicas. Por lo mismo, no pueden subordinarse los cambios necesarios al eventual acuerdo que presten los que se benefician de la situación actual.
La movilización popular puede desequilibrar la escena a favor del pueblo. No se trata de esperar convocatorias “desde arriba”, sino de promover la iniciativa de las organizaciones sociales, sindicales y políticas en cada lugar. Sumadas pueden ser un poderoso revulsivo de la escena política nacional. Para lograrlo, necesitan dotarse de un centro coordinador que no puede ser otro que el mismo frente de gobierno. Pero para ello debe institucionalizarse, de abajo a arriba, y servir de potenciador de las iniciativas que surjan desde la misma base.
La unidad es condición de posibilidad del triunfo, pero tiene que estar llena de contenido para que tenga sentido. El principal responsable de dotarla de sentido es el mismo gobierno, que debe alentar la participación popular organizada impulsando iniciativas que reviertan el empobrecimiento de las mayorías, amplíen las posibilidades de integración del mercado laboral y aseguren la efectivización de los derechos de todos los sectores vulnerados y despojados por la crisis. La militancia popular y el mismo pueblo habrán de acompañar el proceso de transformación social que anhelan y que no puede esperar la promesa de un derrame futuro o a que se pague una deuda odiosa, que sólo sirvió para enriquecer a unos pocos.
Ordenar las cuentas, contener la pandemia, renegociar la deuda, construir una política exterior autónoma, proteger el aparato productivo y relanzar la industria nacional, diversificar la producción exportable, entre otras grandes acciones, son pasos en la dirección correcta. Pero además hay que reparar la enorme deuda social que padecemos, como empezó a hacerse antes de la pandemia con la tarjeta Alimentar, aunque es apenas un paliativo. Allí están los millones que votaron al Frente de Todos, esperanzados por un cambio de rumbo que les permita recuperar el pan diario y la alegría de poder construir un futuro mejor para sus hijos, sabiendo que los esfuerzos que se realizan tienen sentido y resultan productivos. Son los que están todavía esperando que llegue su hora. Retomar la iniciativa con profundidad es ponerlos en el centro de nuestra agenda de gobierno.
Tesis 11.