Revista Tesis 11 (nº 121)
(internacional/EE.UU.)
Joel Kovel*
Traducido del inglés por Carlos Mendoza**
“…un doble golpe de escena sentó las bases para el surgimiento de Trump: En primer lugar, la feroz y duradera crisis de acumulación que comenzó a mediados de los años setenta y que está en pleno curso, emergiendo de la economía el régimen del neoliberalismo en el cual el capital busca la super-explotación del trabajo. En segundo lugar, detrás, a través y alrededor de esto, está la mayor, duradera y creciente crisis ecológica, dando testimonio de la ruina de la naturaleza causada por el capital.”
La primavera ha llegado finalmente a la ciudad de Nueva York, donde yo vivo, los pájaros y las flores abundan, los niños se persiguen chillando de alegría en los patios de recreo, y los equipos locales de béisbol, los Mets y los Yankees, están trabajando duro jugando el Pasatiempo Nacional.
Es real, y también es surrealista en extremo, porque un bizarro universo paralelo se refugia en los hábitos tranquilizadores de la vida cotidiana, dentro de esta democracia llamada “avanzada”. Mientras Donald Trump se acerca al 100º día de la 45ª Presidencia de los Estados Unidos, Amazon.com ha anunciado un marcado aumento en las ventas de la novela de Sinclair Lewis de 1935 It Can Happen Here, basada en la carrera de Huey Long, un político demagógico del Estado de Luisiana, cuyo protagonista explotó los disturbios de la Gran Depresión para construir una dictadura fascista al estilo Mussolini. El populismo derechista manifiesto de Trump se combina con otras tendencias recientes para dar lugar a la idea de que quizás tal monstruo está siendo engendrado aquí también.
Abundan los signos siniestros. Durante varios años el nivel de discordia y parálisis en los Estados Unidos ha alcanzado niveles sin parangón desde la Guerra Civil, con frecuentes amenazas de paralizar gobiernos por el derechista Partido Republicano, por lo general sobre asuntos presupuestarios u obstaculizando el derecho al aborto u otros derechos de las mujeres. La agitación llegó a su apogeo después de la muerte del reaccionario magistrado de la Corte Suprema Antonin Scalia en febrero de 2016, tras lo cual la facción republicana mayoritaria en el Senado de Estados Unidos se negó a aceptar, ni siquiera para evaluación, al candidato moderadamente liberal presentado por el presidente Obama, dejando así manca a la Corte Suprema.
Contrariamente al mito, no ha habido una edad dorada, o siquiera calma, en la historia de los Estados Unidos. La hiel que desborda en el presente debe ser vista, más bien, como la expresión actual de las contradicciones históricas más profundas. En la actual patología del Primer Mundo y de la ahora senil democracia capitalista aparecen los siglos de crímenes de genocidio con los pueblos indígenas y la esclavitud de los africanos importados por la fuerza. Eso está en el entramado de la construcción de nuestra nación, instalando venganza y persecución en la historia norteamericana(1). Esto ha llevado a un legado que ha impedido desde cualquier continuidad de gobiernos laboristas hasta cualquier rebelión de la clase trabajadora. Mientras tanto, ese legado ha construido la industria de producción de conciencia más importante del mundo, para mistificar y estimular, produciendo amnesia por los crímenes de la historia.
Dentro de este contexto, un doble golpe de escena sentó las bases para el surgimiento de Trump: En primer lugar, la feroz y duradera crisis de acumulación que comenzó a mediados de los años setenta y que está en pleno curso, emergiendo de la economía el régimen del neoliberalismo en el cual el capital busca la super-explotación del trabajo. En segundo lugar, detrás, a través y alrededor de esto, está la mayor, duradera y creciente crisis ecológica, dando testimonio de la ruina de la naturaleza causada por el capital. La gente tiende a considerar esto como una cuestión del “ambiente”. Pero es en realidad algo central a nuestra existencia histórica; Y el fracaso de todas las entidades políticas o económicas establecidas para enfrentarse a ella arroja una profunda sombra sobre la crisis, explotada por Trump.
Si el Partido Demócrata hubiese sido fiel a su papel histórico de oposición a la opresión de las clases inferiores y la destrucción de la naturaleza, no habría coludido en la destrucción causada por el neoliberalismo. En cambio, hemos visto una traición inmensa y ruinosa por parte del partido que nos dio el New Deal y estaba preparado para salir adelante después de la Gran Guerra, hasta que tropezó con la represión anticomunista y con la oportunidad de unirse a la batiente marcha de los Estados Unidos hacia el imperio. Tomó un tiempo, pero los Clinton, Bill y Hillary, pusieron los toques finales de esto hacia el final del siglo XX. Ahora tiene sólo unos cuantos prometedores novatos y el digno, pero insuficiente, Bernie Sanders, a quien la manipulación del Partido Demócrata le negó la candidatura que ganó, dejando el campo abierto para la desastrosa campaña de Hillary Clinton.
Sólo Sanders entre los políticos activos se atrevió a desafiar la monstruosa “financialización” desencadenada por el neoliberalismo ante el persistente estancamiento de la economía. El aspecto más maligno de esto ha sido el crecimiento increíble y cada vez más acelerado de la brecha entre ricos y pobres, hasta el punto en que los seis hombres más ricos del planeta Tierra (todos residentes en los Estados Unidos) ahora tienen o controlan tanta riqueza como la mitad “inferior” de la población mundial, es decir, cerca de cuatro mil millones de personas. Esta clamorosa culpa de nuestra así llamada civilización y de los “occidentales” valores humanos que la animan se ha convertido en el actual status quo: un régimen que se traduce en un grado de desolación sin precedentes en nuestra historia para las masas empobrecidas.
Donald Trump, una figura tan extraña y sin valor como no se ha visto en la historia de Estados Unidos, aprovechó el momento. Habló con las empobrecidas clases trabajadoras blancas, especialmente en los principales estados industriales de la Florida y del Medio Oeste, y se mostró como un Übermensch, incluso un Dios, diciendo: “Solo yo puedo salvarte” (y “hacer a norteamérica grande nuevamente”) cuando aceptó el nombramiento para Presidente.
Trump ganó llegando a los trabajadores blancos desolados y a las clases medias de estas regiones, con promesas grandiosas evocadoras del fascismo. Una poderosa corriente de Supremacía Blanca se expresó principalmente a través de ataques racistas contra los inmigrantes latinoamericanos, así como por islamofobia, que en gran parte, aunque no enteramente, reemplazó al antisemitismo.
Trump se comprometió a que la superioridad militar estadounidense, ya indescriptiblemente mayor que la de cualquier otro país de la historia, se restablezca y que nunca más nos volverían a echar de ningún lugar; Volverían los buenos empleos; Once millones de extranjeros serían expulsados del país; Un muro de 2000 millas protegería a los estadounidenses contra los inmigrantes ilegales mexicanos; La supuesta farsa de Obama de sistema de protección de la salud sería borrada de los libros y sustituida por un nuevo milagroso sistema; Las minas de carbón se reabrirían y se restaurarían los empleos mineros; El llamado cambio climático sería sólo un engaño chino:. . . Así pasó, incesantemente, al terreno de la ilusión.
Trump perdió en el voto popular por un amplio margen de 3 millones de votos con Hillary Clinton, pero tuvo éxito sin embargo debido a su posibilidad de ganar en el colegio electoral. El sector victorioso se dividió entre dos grupos de estados: los tradicionales bastiones republicanos del Sur profundo y el llano; y también, decisivamente, en seis estados industriales del Medio Oeste que a menudo habían sido ganados por los demócratas: Pensilvania, Ohio, Indiana, Michigan, Wisconsin y Minnesota, además de Florida. Fue allí donde la desesperación producida por el neoliberalismo fue muy despiadada y donde un gran número de personas de la clase obrera blanca se enfrentó no sólo a la infelicidad, sino a severos deterioros en la salud, con aumentos de las tasas de suicidios y disminución de la esperanza de vida, todo agravado por la adicción, no tanto a las antiguas drogas (como la eroína, etc.) como a los analgésicos de prescripción médica como oxycontin e hydrocodone (junto con el alcohol) dispensados por esa cloaca del capitalismo de EE.UU., el pro-ganancias sistema denominado de “salud”. Todo esto fue desgraciadamente minimizado por Hillary Clinton, que parecía sentir que se le debía la presidencia, e insensiblemente usó -ambiguamente pero con un costo devastador- la palabra “deplorables” para describir a las miserables masas blancas.
Muchos paralelos con el fascismo se pueden extraer de la candidatura de Trump y los primeros días en el cargo. Esto no es una sorpresa si se considera que el fascismo representa una respuesta a la crisis severa del estado capitalista, que intenta superar a través de medios autoritarios, racistas y atávicos. Sin embargo, aunque las tendencias neofascistas están definitivamente en juego, entre ellas algunas ominosamente del Tercer Reich, hay amplias razones para llegar a la conclusión de que el síndrome no está en el aire.
La razón principal es Trump mismo. Francamente, el hombre simplemente no tiene lo que se necesita para ser un dictador fascista: ni la inteligencia, ni el enfoque concentrado, ni la capacidad de planificación a largo plazo. Nuestro Presidente es más bien un bufón: un hombre perezoso y autoindulgente, de una ignorancia asombrosa del mundo o de cómo manejar un país, excepto como una continuación del gobierno de sus casinos de juego, resorts de golf o empresas de bienes raíces . Por encima de todo, exige atención a sí mismo y rechaza, evita o niega cualquier crítica. Trump no alcanza a compararse con la capacidad intelectual, por ejemplo, de un Mussolini, que en comparación aparece como un César o Napoleón. Lo que sea que Trump tenga como ingenio o capacidad de atraer gente, es contrarrestado por el rasgo mental predominante del hombre: la absoluta incapacidad de decir la verdad o adherirse de manera consistente a cualquier línea de razonamiento excepto para la autopromoción o el enriquecimiento. Es una de esas personas de quienes cada palabra que pasa por su boca tiene que ser considerada con sospecha.
En resumen, alguien absolutamente incapaz de dirigir un Estado-nación, y mucho menos uno tan inmenso o complejo como los Estados Unidos. Donald Trump no es, en el fondo, más que un estafador, un decadente espécimen, que ya muestra la pobreza de pensamiento que nos enseñaron durante el aprendizaje de psiquiatría para reconocer los signos de una demencia incipiente.
Otro factor radica en la construcción radicalmente diferente de la sociedad capitalista actual: la extensión de la industria de construcción de conciencia, antes mencionada, a los medios de comunicación. Aquí Trump muestra una pasión por ver televisión idiota y complacerse en twittear sin fin, todo lo que lo hace aún más ridículo. De hecho, el New York Times, el “periódico record”, se ha aprovechado de esto para publicar un artículo en el que se compila cómo los comics televisivos nocturnos, una nueva industria en crecimiento, se están burlando del 45º Presidente. Es como el mismo Trump a menudo lo pone al final de sus tweets: SAD!
Sin embargo, un peligro enorme se cierne de la presidencia de Trump: la manipulación, por el control de los republicanos, de las tres ramas de gobierno desde que Neil Goresuch fue designado a la corte suprema. El Poder Judicial es el último bastión oficial contra la derechista toma de posesión de la debilitada maquinaria del gobierno. Basado en la corriente interminable de dinero oligárquico del capitalismo tardío, desafortunadamente es demasiado fácil imaginar un estado de manipulación adicional de tortuosas votaciones de leyes que asegurarían una administración efectivamente permanente de la derecha-en suma, la caída final y real de la democracia. Dada la crisis ecológica y las incesantes guerras, incluida una posible guerra nuclear, todo esto podría convertirse en una final “Solución Final” de la humanidad en este planeta.
Hay que añadir sin embargo, que la asunción de Trump también llevó a 5 millones de manifestantes a las calles, principalmente motivados por la insurgencia feminista, y junto con ella, un tremendo y creciente oleaje en todo el mundo contra los males de este régimen satánico. Aquí, en verdad, el futuro está en juego y ha sido puesto en manos de fuerzas potencialmente revolucionarias. Vivimos, realmente, en tiempos interesantes.
(1) Ver mi obra Red Hunting in the Promised Land (NY Basic Books, 1994).
*Joel Kovel, académico norteamericano, político, militante ecologista, escritor; ha publicado los libros «Capitalism, Nature, Socialism», The Enemy of Nature (traducido y editado en español por Tesis 11 con el título «El enemigo de la naturaleza ») y Overcoming Zionism.
**Carlos Mendoza, ingeniero, especializado en temas políticos y económicos, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.