1940-2015
Los que mueren por la vida,
no pueden llamarse muertos.
Alí Primera
“Suburbio: Eduardo Galeano, uruguayo-uruguayo, ¿qué añora más del Montevideo que dejó? ¿El café en “Marcha”, los mates en Carrasco, el Frente Amplio, Peñarol versus Nacional, su hermosa gente, o todo eso y mucho más?
Galeano: Añoro la esperanza, que antes nos reunía en las calles y nos daba ánimo para seguir cuando llegaba la noche. Añoro los fueguitos. Ha de ser por eso que escribo siempre sobre las brasas que arden bajo las ceniza.”.
A mediados de febrero de 1976, en la modesta oficina de la revista “Crisis”, este cronista le realizó una extensa entrevista a Eduardo Galeano para nuestra “Suburbio” (Nº 11- págs. 5 a 7) y cuyo fragmento final encabeza esta nota. En esos días, el verano incendiaba el aire de un Buenos Aires que, se presentía, ya se hallaba en el umbral de la tragedia más horrenda de toda la crónica vital de la Argentina. Un par de años antes, el entrañable escritor había escapado de las manos homicidas de la dictadura uruguaya que emponzoñaba el paisaje del hermoso país de Artigas, y había encontrado refugio en estas hermanas tierras del Plata. Posteriormente, avanzado el ’76, sabiendo que integraba una de las “listas negras” que vaticinaban un destino cruel para quienes figuraran en ellas, decidió, una vez más, partir hacia el exilio; en este caso, la vieja Europa lo aguardaba, más específicamente, en Barcelona.
Así, mientras enchufaba mi grabador de cinta “Geloso”, Galeano embalaba en cajas libros y cuadernos que habrían de componer, seguramente, gran parte de un equipaje futuro. Mientras esto ocurría, me preocupaba en semblantear a ese notable ser humano, pero sin darme cuenta, todavía, que era testigo de una de esas insólitas zancadillas con que la historia se obstina, frecuentemente, en lacerar los sueños de los hombres. Porque estos protagonistas de su tiempo como Galeano, sólo han nacido para iluminar la existencia de su prójimo, para que a través de su obra contribuyan, sin pausa, a transformar la realidad que nos circunda. Es decir, para que nos ayuden a crear un mundo lúcido y transparente, exento de tutores.
El lunes 13 de abril ha partido Eduardo Galeano. Quienes tuvimos la suerte de conocerlo en momentos en que oscuros nubarrones iban cubriendo el cielo de nuestra Patria, supimos de su entereza frente a las acechanzas de la opresión, de su amor por los desheredados de este mundo, de su íntimo convencimiento en el porvenir de los pueblos de la Patria Grande. Nos quedan, además, sus libros incomparables: “La canción de Nosotros”, “Memorias del fuego”, “Días y noches de amor y de guerra”, “El libro de los abrazos”, y tantas otras páginas inolvidables. Pero, sobre todo, “Las venas abiertas de América Latina”, su título más popular y uno de los textos más leídos en todo el continente. Allí pudo revelarnos, con precisión de orfebre, el carácter de este territorio salpicado de esperanzas, eternamente desangrado de su riqueza por las oligarquías y los monopolios sostenidos por las grandes potencias del planeta. No en vano, Osvaldo Bayer la calificó “la Biblia Latinoamericana”.
De ahora en adelante, como lo fue hasta este aciago abril que tanto nos duele, Eduardo Galeano permanecerá latiendo junto a los corazones de quienes, contra viento y marea, intentamos construir una sociedad en la que la Igualdad sea mucho más que una palabra.
De ese modo, podremos hacer honor a su legado inclaudicable, al persistir en la búsqueda tenaz de la Utopía. Para que ella nos sirva de acicate, como él nos enseñara, y así impedir que nunca dejemos de caminar. Por supuesto, con la mirada puesta en la Victoria.
Horacio Ramos
Director del portal Nuevos Aires y miembro del Consejo Editorial de Tesis11
Gracias senior Ramos
gracias por este articulo a la memoria de un autor irremplazable de la historia de América del Sur
Evelyne