Manuela Expósito*
Una violenta multitud, simpatizante del presidente Donald Trump, irrumpió en el recinto legislativo mientras los representantes se encontraban certificando la victoria de Joe Biden.
La toma del Capitolio dejó de ser ya parte del argumento de una película más de ciencia ficción apocalíptica, para volverse una situación tan real como grave. Según lo dicta el protocolo, el 06 de enero los legisladores debían reunirse para certificar la victoria de Joe Biden a la presidencia. Lo que jamás nadie esperó es que una turba -embanderada con el slogan de campaña del republicano Donald Trump- lograra forzar la entrada al Capitolio, para interrumpir la sesión, y terminara incluso invadiendo los despachos de algunos reconocidos protagonistas de la política doméstica, como la jefa del bloque demócrata Nancy Pelosi. Estos amantes de la libertad a portar y usar armas lograron lo que únicamente el ejército británico había hecho en 1814: poner en riesgo a los representantes del pueblo, y vulnerar la institucionalidad democrática de su propio país, una que ha sido sindicada como modelo de república por numerosos teóricos.
La revuelta comenzó pasadas las 14, horario local, mientras en el Senado se debatía la intencionalidad de un grupo de republicanos de anular los resultados de las elecciones. De inmediato, miembros de la seguridad del edificio evacuaron al vice-presidente Mike Pence, al igual que al resto de los presentes, en el preciso momento en que los manifestantes pro-Trump comenzaban a atravesar las vallas y abrirse camino al interior del recinto. Pero en realidad, las aguas habían comenzado a agitarse antes, cuando las malas noticias para los republicanos llegaban desde Georgia. En el que alguna vez fuera un fuerte bastión colorado, tres demócratas le aseguraban el Senado a la recientemente electa formula Biden-Harris. Jon Ossof fue confirmado en su banca, como senador del estado, poco después de que fuera designado también el Reverendo Raphael Warnock –el primer senador de origen afroamericano en llegar a la Cámara Alta- tras derrotar al republicano Kelly Loeffler. Trump no sólo no logró vencer a sus contendientes y recuperar al electorado georgiano, sino que incluso quedó expuesto al filtrarse una conversación que tuvo con el gobernador, a quien le reclamaba “encontrar 11.780 votos”.
Esta sumatoria de acontecimientos fue demasiado para un movimiento de extrema derecha, el cual ha encontrado un referente para la Casa Blanca en 2016 que cuadra perfecto en sus demandas, y a su vez afirma que su líder tiene razón al momento de denunciar la existencia de fraude. Y todo estalló. Mientras las cámaras de televisión seguían la intensidad creciente de los acontecimientos, quien es señalado como el instigador de todo el estallido intentaba desactivar la bomba vía Twitter. Trump llamaba a los manifestantes a regresar a sus casas, mientras por el otro lado seguía insistiendo en que le habían robado las elecciones. Una paradoja evidente, que también podría ser leída como un modo de desentenderse rápidamente de una realidad que se salió de control, y concluyó con cuatro muertos una vez dispersada la multitud por las fuerzas policiales. Entre los presentes, los fotógrafos captaron varios rostros conocidos: uno de ellos era el de Jake Angeli, integrante de QAnon, una agrupación cultora de teorías conspirativas que ve en Trump una suerte de caballero hidalgo dispuesto a luchar en contra del progresismo y el liberalismo demócratas, con el objetivo de mantener los privilegios de los ciudadanos caucásicos. El propio Agneli, que reapareció esta vez con la cara pintada con los colores patrios y un curioso gorro hecho con colas de zorro –una suerte de cruza extraña entre William Wallace y David Crockett-, ya había protagonizado actos de violencia fuera de la Oficina de Elecciones en Phoenix días atrás. QAnon cuenta incluso con una de sus miembros electa: se trata de Marjorie Taylor Greene, una empresaria también oriunda de Georgia.
En estos momentos, algunos abogados que asesoran al Partido Demócrata, se encuentran planteando la posibilidad de invocar la Vigésimo Quinta Enmienda de la Constitución, que versa sobre el mecanismo de ocupación de la presidencia si la misma quedara vacante. El equipo legal partidario insiste en que es posible declarar a Donald Trump como incapacitado para ejercer el cargo, a tan sólo trece días de la asunción de Joe Biden, lo cual dejaría a Mike Pence a cargo de la transición. El próximo primer mandatario poco ha dicho al respecto, más allá de condenar abiertamente los actos de violencia sucedidos. Mientras esta situación se resuelve en los próximos días, importante será para quienes miramos el panorama desde lejos, avisorar algo de lo que le deparará a los demócratas los siguientes cuatro años en el poder. Impresiona la capacidad que la derecha ha tenido para organizarse por fuera del clásico bipartidismo norteamericano, y concluir formando bandas armadas que ya ni siquiera tienen reparo en irrumpir violentamente en las instituciones. Esto es también producto de una descomposición cada vez más evidente del modo de hacer política en el marco del capitalismo neoliberal. La democracia estadounidense se ha mostrado incapaz de dar cuenta de las demandas más elementales de la población, tal como quedó al descubierto en el contexto de la pandemia que le arrebató la vida a más de 21 millones de estadounidenses, o al desoír los reclamos de la comunidad afro-descendiente organizada en el movimiento Black Lives Matter.
Si entendemos que las ideas fuerza que impulsan estas organizaciones –el racismo, la xenofobia, y coyunturalmente la oposición a las medidas sanitarias- son en realidad una continuidad histórica del modo de pensar de una buena porción de la ciudadanía, es fácil pronosticarle a Biden algunos choques o conflictos una vez erigido presidente. Ayer, Trump llamó a los miembros de QAnon “patriotas”, asumiendo la misma actitud que en el debate presidencial, cuando instigó a otro grupo armado de ideología similar, los Proud Boys, a “resistir”. Posiblemente, mañana encuentre nuevos sectores de la población anti-sistema a los cuales también convencer de que el regreso a la Casa Blanca es posible; por ende, la labor demócrata debe centrarse en combatir flagelos como la desocupación, la marginalidad, la discriminación ético-racial, para que estos grupos de la nueva derecha no sigan sumando más adeptos entre los sectores excluidos por un sistema que continúa mostrando sus fallas y limitaciones.
*Manuela Expósito – Lic. Ciencia Política (U.B.A.)