El marcado alejamiento que puso el actual gobierno entre la elite conductora de la presente gestión y los sectores populares, respecto de los festejos referidos a los doscientos años de la declaración de la independencia política, se observan como una muestra más de las ocultas intenciones de destructividad de la identidad nacional. El retorno a la solemnidad de los actos protocolares, la no invitación a presidentes de gestiones anteriores, los discursos vacíos de ideologías que apuntan a la despolitización, como así también la única invitación a un rey emérito que representa al imperialismo del cual nos liberamos, tiene por objeto internalizar en la sociedad la “banalidad” del sentido de soberanía. Se pretende propagar la idea que la “independencia” de hoy solo refiere a lo pragmático, solo tiene que ver con la “libertad de mercado”, eso que solo hace “independientes” a los que se apropian del capital y tienen el “poder” de someter a las mayorías acorde a las ideas positivistas del siglo XIX. La “fiesta” no es para todos, eso tiene que ver con “ideas populistas” que hipotéticamente nos “alejan del mundo”. Los festejos deben ser de aquellos que se consideran como los “únicos capacitados para gobernar”, ya que sería un error dejar los destinos del Estado en manos de la “chusma” que solo nació para trabajar y obedecer.
Ahora bien, la “fiesta de pocos”, en un “gobierno de pocos”, (oligarquía), no es más que el festejo del retorno a la “dependencia”. Por lo que se observa en este 9 de julio de 2016, se pretende persuadir que el diálogo solo tiene que ver con la “obediencia”, y que la “paz social” solo refiere al silencio de la necrópolis. El conjunto de celebraciones de la fiesta patria organizada por los funcionarios de “Cambiemos”, enmarcados en el “orden y la seguridad” de sus propuestas políticas, arrojan una sombra siniestra sobre el “sentido de pertenencia de las mayorías”. La “patria nos es el otro”, no es el prójimo, no es el pueblo, la “patria” de la “oligarquía gobernante” describe al bien material, es el “capital”, y éste no tiene bandera, ni religión, ni ideología. La “independencia” de esta clase política y económica, es por fin independizarse de la responsabilidad respecto de la democracia, de los derechos y de la libertad de las mayorías populares.
La tristeza, como un sesgo característico de las medidas tomadas por la administración macrista, intenta doblegar las voluntades de todos aquellos que abrigaron una esperanza de libertad en los últimos doce años. Pareciera ser que, como en otros tiempos, los poderosos se adueñaron de lo que “creen que les corresponde”. En realidad, este contexto solo se presenta como un retroceso más de los cursos de la Historia. A pesar de la angustia, a pesar de los lúmpenes y los traidores, las masas populares deben guardar “Esperanza”. La lucha sigue y continúa dándose en el “campo simbólico”, los ricos “creen poder” persuadir que el lugar de los “sectores subalternos de la sociedad” es el del “orden y la obediencia”. La resistencia a este improperio está en la “ruptura de esa deferencia”, en la organización y en el desarrollo de conciencia política para la transgresión.
En la lucha por una independencia que se construye en forma permanente, se debe combatir primero contra la “colonización semiológica” que a través de un continua “violencia simbólica”, ejercida por los multimedios al servicio del poder concentrado, bombardea todas las mentes posibles con una impunidad letal, intentando legitimar que el dominio de pocos corresponde a un “orden natural”.
La tristeza y la angustia de este bicentenario debe convertirse en Esperanza. Como fue expresado en el artículo precedente, la independencia y la libertad siguen a la espera que las clases populares perpetúen su construcción, muy a pesar que el egoísmo y la avaricia desmedida de “los Macri”, “los Magnettos” y los Bonadíos”, sigan conspirando contra los derechos inalienables de los pueblos.
Claudio Esteban Ponce