El capitalismo y el Estado

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Revista Nº 165

(nacional//política/teoría económica)

Alberto Wiñazky*

Durante la década de los setenta del siglo pasado se afirmó en la Argentina la élite de los grandes grupos monopólicos, impulsando el modo de acumulación de capital del sector más concentrado sobre el conjunto de la sociedad.

El desarrollo del capital monopólico en la Argentina dio por tierra con la legitimidad política del sistema institucional, al imponer el proceso de acumulación de capital en los sectores más concentrados, sobre el conjunto de la sociedad.

Desde la década de los setenta del siglo pasado la élite del poder monopólico se afirmó decisivamente en el centro de la escena política y económica local, opacando los posicionamientos de los gobiernos que fueron ocupando, desde esos momentos, el espacio gubernamental.

Impulsaron a la baja los ingresos de los trabajadores, profundizando la brecha entre ricos y pobres, fracturando la representación social y política y los factores culturales. Dio inicio de esta forma, un período en el que ya no se podían instrumentar medidas transicionales, salvo por pequeñas etapas, que atemperaran las enormes desigualdades existentes entre la clase trabajadora y el capital monopólico.

Así fue como se produjo el dislocamiento económico y político de los grupos nacionalistas-burgueses que se fueron acoplando a los intereses de los sectores dominantes. Fue visible que solamente podían impulsar desde entonces una economía precaria, aplicando algunos paliativos que mejoraron el nivel de vida de los trabajadores.

Los grupos dominantes se fueron extendiendo y constituyendo en ramas productivas que contenían una integración vertical y una diversificación horizontal, redefiniendo el accionar de la industria, del extractivismo agrario y minero, el capital de plataforma, los negocios bancarios y las relaciones culturales. De este modo, ampliaron el control sobre las distintas fases de la producción y distribución de los bienes materiales e inmateriales, acentuando la desigualdad social y el endeudamiento forzado de las familias, llevando la calidad de vida de la clase trabajadora hacia una precariedad creciente.

El accionar del Estado

El Estado forjó su accionar desde el período monopolizador bajo el dominio amplio del capital y tuvo como rol principal amortiguar el conflicto social, tratando de poner límites a la lucha de clases.

El Estado definió a favor de los grupos patronales más importantes las relaciones de producción, el movimiento de las finanzas, el consumo, el ingreso de los trabajadores y la actividad de los sectores productivos, definiendo su accionar de acuerdo a la marcha de la economía global. Reflejó con extraordinaria amplitud el importante acervo político que acumuló la élite del capital, fortaleciendo sus funciones para llegar a constituirse en un aparato hegemónico[1] que profundizó su dominio sobre la sociedad civil.

Con la expansión del capital monopólico, se acentuó el dominio sobre el Estado que pasó a dirigir su dinámica en beneficio del capital internacionalizado, tanto productivo como financiero, haciendo extensiva a toda la sociedad su dominio de clase. Dicho de otro modo, el Estado fue colonizado por las grandes corporaciones nacionales y extranjeras que ampliaron el proceder neoliberal sobre los medios de producción, la distribución, el consumo y sobre las actividades políticas, sociales y culturales. Se cristalizó así el dominio del capital internacional y del capital nacional concentrado, conformando una forma específica de dominación a través de una multiplicidad de mecanismos políticos y económicos.

En la Argentina, se definió de esta manera la inserción en la nueva división internacional neoliberal del trabajo, acelerando el proceso de desindustrialización que adquirió en el país proporciones considerables. Sin embargo, el arbitraje estatal llevado adelante por los sectores concentrados no logró sostener con total autoridad y firmeza los intereses económicos de los grupos más dinámicos del capital, no pudiendo manifestarse como un árbitro incontestable. En efecto, tuvo que coordinar su acción con los fragmentos de las burguesías subalternas, procurando al mismo tiempo controlar las rebeldías de los trabajadores que luchaban para contener la caída de los salarios y los altos niveles de pobreza y marginalidad.

El capital concentrado recibió y continúa recibiendo enormes prebendas por parte del Estado que no se redujo, sino que redireccionó su actividad en beneficio exclusivo de los sectores concentrados, beneficiados con la disminución de los impuestos a los bienes personales, las limitaciones a las retenciones por a las exportaciones y la factibilidad, si bien con limitaciones, para remitir sus ganancias al exterior, recibiendo además importantes subsidios. Estas ventajas se convirtieron en hechos sistemáticos que demostraron el dominio monopólico sobre la economía y la política, al mismo tiempo que se ampliaba el fracaso estructural de la industrialización, profundizando aún más la crisis económica y política en el país.

El proceso de privatizaciones que llevó adelante el menemismo y que hoy intenta en menor medida revalidar Milei, no implicó tampoco un debilitamiento del Estado, si bien significó el desplazamiento de una cantidad importante de trabajadores que perdieron su relación laboral con el Estado. Por el contrario, con esta acción el Estado se liberó de las presiones que desplegaban los trabajadores sobre su presupuesto. Fue así como se fueron disipando definitivamente los principios del Estado de bienestar, vigentes desde la segunda posguerra.

Además, a partir de esta nueva fase, el Estado incitó a los trabajadores marginales y/o desocupados, sin representación sindical, a transformar su anterior conducta social grupal en actitudes individuales en la lucha por su subsistencia. Esas luchas se desenvolvieron en medio de una sociedad degradada y fragmentada que destruyó una parte importante de las históricas experiencias laborales de conjunto, favoreciendo la producción de nuevas formas negativas de subjetividad.

Por su parte, las distintas fracciones de la burguesía no concentrada pretendieron conservar su capital simbólico construido en tiempos pasados. Pero no pudieron revisar los conceptos económicos y políticos que le dieron origen y que hacía largo tiempo que habían dejado de existir. Reflejaron a través de falsos dilemas conceptuales la laxitud ideológica que componía su ropaje, sin poder considerar ningún proyecto alternativo de país al impuesto por el capital concentrado.

Hacia el futuro

La máquina del Estado autoritaria y burocrática, diseñada por la autocracia del capital y subordinada a la estrategia de las corporaciones, debería ser reemplazada por un nuevo Estado bajo la conducción de los trabajadores. Desarrollarían de este modo un Estado diferente, cuyo contenido estaría determinado por el protagonismo de la clase trabajadora en el manejo de la cosa pública. Se podría imponer así, un Estado que se manifestaría en oposición al Estado constituido y dirigido por el capital.

En resumen, el Estado como producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, fue capturado en los últimos años por el capital monopólico que intensificó en la Argentina su dominio sobre la política, la economía, las comunicaciones y la cultura. Se divorció cada vez más del conjunto de la sociedad, acentuando la pobreza y la indigencia de la clase trabajadora no resolviendo la crisis estructural, que arrastró al país a una situación de anomia que ha perdurado desde el golpe de estado de 1976 y que se ha profundizado con los gobiernos siguientes.

Para revertir esta situación, los trabajadores y los demás sectores subalternos deberían continuar la lucha indeclinable y consecuente que tendría como objetivo su dominio sobre la economía y  la política. De este modo, se terminaría con los enfrentamientos de clase, alcanzando las reivindicaciones políticas económicas y sociales que el sistema capitalista no puede implementar. Al mismo tiempo, podrían subvertir el concepto neoliberal de negociación poli clasista que ha surgido periódicamente en la sociedad local y que ha demostrado su ineficacia política. Se afirmaría de este modo, una acción independiente de los trabajadores, encaminada hacia el socialismo y hacia la supresión del Estado capitalista y su reemplazo por un nuevo Estado, con los trabajadores organizados como clase dominante, para reemplazar una sociedad en la que han entrado en crisis definitiva las soluciones provisorias impuestas en el período del auge neoliberal.

*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.


[1] Hegemonía según Gramsci es igual a dirección, más dominio, fuerza y consenso.

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