Juan Chaneton*
“… Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó
en Francia las circunstancias
y las
condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar
el papel de héroe”
Karl Marx
El 18 brumario de Luis Bonaparte
Que el pueblo argentino haya optado por Mauricio Macri para que se haga cargo de los asuntos grandes y graves de este país que se mueve y palpita en un contexto global de características no menos graves y complejas parecería ser, en principio, una forma del síndrome de Estocolmo que, como se sabe, es la patología psíquica que pulsiona a la identificación de quien la padece con el capanga que lo castiga.
Caeríamos, sin embargo, en el error, si adhiriéramos a semejante diagnóstico, pues, en rigor, se trata no de un diagnóstico sino de una percepción que carece de profundidad analítica, que se halla inducida por la emoción más que por la razón y, lo que es peor, toma partido, implícitamente, por la existencia de las culpas colectivas, las que, por definición, deben cargarse a la cuenta del pueblo, es decir, de unos individuos atomizados y desorganizados cuyo ser social disgregado y amorfo no es imputable más que a los dirigentes con que, hasta ahora, ha podido contar.
Y no es banal lo que ha ocurrido. Las cifras son generosas con el Frente para la Victoria (perdió por poco), pero concluyentes: Scioli llegó a placé por 2,8 puntos, pero esto es el punto final provisional para el proceso histórico abierto en la Argentina en 2003. Y Córdoba, “la docta”, hizo la diferencia. Un escandaloso 71 a 28 como porcentaje final, sumado ello a guarismos ajustadísimos en la provincia de Buenos Aires explican el triunfo de Macri. Pero son esos mismos datos los que disparan una primera aproximación a las mutaciones que, al parecer, se abren paso en la conciencia del pueblo argentino.
Scioli ganó entre los pobres del norte (con excepción del Jujuy de Gerardo Morales) y en la Patagonia. Perdió en los aglomerados industriales de Riberas del Paraná y Córdoba y sacó una luz en la Provincia, lo que habilita a suponer que buena parte del Conurbano obrero, popular y ancestralmente peronista tampoco lo votó. Decimos “buena parte” porque no fue el todo: permaneció fiel al peronismo (a Scioli) el Conurbano sur en sus segundo y tercer cordones. Así, si bien en Quilmes y en Lanús la diferencia en su favor fue exigua (3 puntos), se estiró a niveles históricos en La Matanza (30 puntos), en Almirante Brown (20 puntos) y en Florencio Varela (30 puntos).
Scioli es peronista, a lo que parece. Macri, claramente, no lo es y, además, vino aliado a los radicales. Los peronistas, entonces, no han votado peronismo o, para ser más precisos, no en medida suficiente como para que la provincia de Buenos Aires haya sido, sin atenuantes y como en épocas pretéritas, bastión inaccesible a las aspiraciones opositoras. Si las cosas son así, esto ocurre por alguna razón. ¿Será porque esos obreros ganan entre 20 y 30 mil por mes y ya ven a un Macri con otros ojos? ¿Será porque dejaron de ser peronistas? Si esto último, ¿dejaron por un rato o por más tiempo? O tal vez nada sea así, sino, pura y simplemente, que también esos votantes querían “un cambio”, con lo cual aquí no ha ganado la democracia, ha ganado Magnetto.
Lo cierto es que el pueblo se ha expresado y, aparentemente, ha clausurado una esperanza. Pero los pueblos nunca clausuran más que la esperanza de los obnubilados que, en su momento, confundieron gordura con hinchazón o no se dieron cuenta de que estaban abonando por el pito más de lo que el pito valía.
Lo peor de todo aquello que ha pasado no es que un tipo de gestión en el Estado burgués nacional será sustituido por otro tipo de gestión de los asuntos de ese mismo Estado y de la sociedad civil. Por otra parte, resulta simplista imaginar que hemos dado un salto desde el modelo inclusivo al de la exclusión. No será fácil excluir a nadie de los derechos ya adquiridos, aunque ese sea un propósito no inmediato pero sí escondido, cual cuchillo bajo el poncho, en la lógica de una concepción ideológica que irrumpe, ahora, como “gobernanza”, en la persona de ese Luis Bonaparte de cabotaje llamado Mauricio Macri.
Lo peor, entonces, no es aquello sino esto: hemos dilapidado doce años que se han desvanecido en el aire con la fugacidad del instante, pues si es cierto aquello de que todo lo sólido se desvanece en el aire, mucho más estarán expuestas a esos accidentes unas construcciones que no se destacaron, precisamente, por la firmeza de sus cimientos y cuyo abrupto final nos encuentra tan huérfanos de orgánica como cuando empezamos.
Lo que hemos perdido
Y empezamos bien, por cierto. Abundaríamos vanamente si desarrolláramos aquí lo que ya ha sido dicho y escrito desde 2011 por lo menos. Una síntesis prieta de nuestra visión de las cosas políticas y sociales que comenzaron en el 2003 destacaría que, durante los cuatro años de la presidencia Kirchner, se repuso a la clase obrera y a los trabajadores en general como protagonistas activos del contencioso político y social argentino, lugar del que habían sido expulsados por las políticas aperturistas y privatizadoras del menemismo noventista y de su patética continuidad aliancista. Hemos desarrollado ya en otros espacios y bajo diversas formas, lo esencial del concepto que antecede. Cito uno de esos lugares: un comentario crítico y fraternal a la “Carta 14” del colectivo kirchnerista denominado Carta Abierta, comentario que vio la luz allá por octubre de 2013 en las redes sociales y que fue recogido luego en un compilado (v., de mi autoría, “Adagio para cuerdas”; subt. Barbarismos y arcaísmos sobre política, literatura y sociedad; Ed. Nueva Librería, Bs. As., 2015, págs. 193-207, capítulo titulado «Les proponemos un sueño»; A propósito de la “carta abierta” N° 14).
El punto es que había que contar con una clara conciencia de lo que se estaba haciendo, y si el espíritu de época hablaba por su intelectuales -como suele suceder-el caso es que, en sus reiterados pronunciamientos, estos pensadores no parecían comprender ni lo que estaba en juego, ni la necesidad de buscar mecanismos y recursos de irreversibilidad del proceso abierto en 2003. Nótese que no es una crítica dictada por la oportunidad ni confeccionada con el diario del lunes en la mano. Antes bien, desde 2005 venimos diciendo lo mismo en el contexto de un rescate franco y abierto del período históricamente progresivo que encarnó el kirchnerismo.
Por eso no decimos nada distinto ahora si decimos que el kirchnerismo deberá superar una falta congénita, que es una falencia óntica al tiempo que una expresión de su identidad de clase: es ectoplasma fantasmático en el seno del movimiento obrero, es decir, no existe allí más que como ausencia y oquedad, y no ha podido ni se ha propuesto, seriamente, moldear, en ese proletariado industrial que está llamado a librar las próximas batallas, una orgánica con potencial de crecimiento y aptitud para disputar poder. Esto es un déficit superable, pero sólo a condición de que se tenga conciencia de la falta y aspiración de construir un poder que exceda la institucionalidad demoliberal.
No parece ser el caso. En la oportunidad ya citada, el contenido de la referida Carta 14 nos sugirió la siguiente reflexión: “De nada sirven una gestualidad amistosa y una verba formalmente convocante a los que «no piensan como nosotros» si no se comprende y se acepta que la vida es cambio y movimiento perpetuo, y que en política argentina esto significa que el modelo inaugurado en 2003 deberá -para no perecer- profundizarse hasta el límite de negarse a sí mismo como modelo, deviniendo otra cosa completamente distinta a aquella que le dio origen”.
Y agregábamos enseguida: “… ni el kirchnerismo ni la derecha que lo combate seguirán siendo una sola y misma cosa. La necesidad histórica los obligará a caer sobre sus rostros y a mutar sus esencias…”. Pues bien, la derecha comprendió de qué se trataba y se mimetizó lo suficiente: es la primera vez que accede al gobierno (y cuando la derecha está en el gobierno, poder y gobierno son uno) por vía distinta al golpe de Estado. El kirchnerismo, en cambio, permaneció enamorado de sí mismo y sucumbió víctima de sus propias insuficiencias, respecto de las cuales siempre intentamos arrimar, con veraz humildad y respeto, lo que nos parecían propuestas de conatos de superación.
No comprendieron lo que se les advirtió: “El «kirchnerismo en el poder» es una estructura sintáctica huérfana de realismo. No están en el poder ahora, pues si lo estuvieran no barruntarían que una recidiva neoliberal es probable. Tampoco las patronales rurales, los medios hegemónicos, el Poder Judicial y el capital financiero extranjero tendrían a maltraer al gobierno si el kirchnerismo estuviera realmente «en el poder». No es seguro que ganen en 2015, salvo que lleven a Taiana al tope (que es peronista en el conurbano y educado y culto para el medio pelo urbano de Capital e Interior). Con lo cual, si no ganan, al menos harían un buen papel como para estar «en el poder», por lo menos simbólicamente, luego de 2015” (op. cit).
Todo esto fue planteado a los compañeros de Carta Abierta en octubre de 2013, es decir, hace más de dos años.
Sólo se trata de volver
Pero no sólo -ni principalmente- era Carta Abierta. También el núcleo duro del kirchnerismo (La Cámpora) escribía sus páginas de épica de sobremesa, con errores de cálculo y ejercitando una abnegación de fin de semana por la tarde, todo ello adosado, naturalmente, a virtudes políticas fuertes y duras, como forjadas en la polis griega, y entre las cuales la primera era, sin duda, que ellos constituían el núcleo sólido de apoyo y defensa de Cristina desde el comienzo pero, sobre todo, en los momentos en que este apoyo era imprescindible para la buena marcha del proyecto nacional y popular.
En todo esto hay un agravante adicional. Hace dos años calculábamos que, aun perdiendo las elecciones, la base nacional y popular progresista tenía posibilidades de permanecer, aunque extramuros del gobierno, en el seno de la sociedad, desempeñándose allí como un actor políticamente decisivo y con tendencia a la recomposición y en posesión de un poder de resiliencia que le permitiera reagrupar fuerzas para volver en 2019. Hoy, en cambio, con la derrota electoral de Scioli -que es la derrota de Cristina- y con el contexto regional en retroceso, ya todo indica que nuevos caminos deberán ser explorados por la clase obrera y el pueblo argentino para estar a la altura de la conflictiva que se avecina, aquí y en nuestro continente, y reverdecer las epopeyas que los pueblos supieron protagonizar en el pasado. Esto es novedad y sorpresa sólo para los que no tienen claras las tendencias globales de la política y/o para los que devinieron peronistas tardíos luego de clavar las guampas en el barro de sus propios desatinos y de perder, por eso, la confianza para pensar por sí mismos prosternándose –sin asomo de fraterna disidencia- ante el seguidismo acrítico que exhibían algunos reputados columnistas de aquí y del exterior circunvecino.
Pero aun cuando no haya demasiado lugar para la sorpresa, barruntamos que entre los “jóvenes turcos” del kirchnerismo no se advierten luto ni risas por la “muerte” de Scioli. Más bien indiferencia. Si así fuera, otro error, amigos. No porque los valores de Scioli y las expectativas sobre un eventual gobierno suyo hayan debido ser muchas, sino porque tal indiferencia sólo es atribuible a una probable apuesta riesgosa: volver, otra vez y los mismos, en el 2019 de la mano de Cristina, ello a favor de un gobierno Macri que descargaría sobre los argentinos los horrores del neoliberalismo. Y la verdad es que -como decía Frondizi- ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Veamos.
Esa pretendida recidiva estaría avalada por números: de los 259 diputados, 85 son de Cambiemos pero 98 del Frente para la Victoria y, de éstos, 30 del camporismo puro y duro. A su vez, en el Senado (72 miembros) el quórum propio se alcanza con 37 bancas y el FpV consiguió 40. Cambiemos y aliados cuenta con 16. Todo esto, sumado a las plantas permanentes en el organigrama de gestión estatal y un eventual control de la calle constituirá, a lo que parece, el activo fijo con que contará el kirchnerismo de cara al futuro.
El objetivo final determina las herramientas y los métodos. Y métodos y herramientas como los antedichos sólo pueden estar presagiando que los combatientes consideran que han perdido una batalla pero no la guerra y que se aprestan a volver pero, eso sí, para hacer lo mismo que hicieron hasta hoy; y más de lo mismo es el camino seguro para el fracaso o para la tragedia, así nos parece.
Causas endógenas y exógenas
Queremos decir que no es Scioli la causa de la derrota; o que no lo es de modo determinante y principal. El retroceso de este tipo de procesos es continental y ello se debe a que la cuadratura del círculo aún no se ha descubierto. Pues no otra cosa que un contrasentido lógico es la pretensión de avanzar hacia metas no capitalistas en el marco de sistemas institucionales cuya funcionalidad es, precisamente, evitar la emergencia de lo antisistémico, esto es, de lo único que permitiría alimentar la esperanza: embriones de organización popular que se muevan por fuera y a contrapelo de la dinámica que la institucionalidad constitucional burguesa le imprime a la sociedad.
A similares problemas se enfrentan hoy los procesos soberanistas de América Latina. No está nada claro cómo van a hacer para seguir avanzando en el camino de la autonomía nacional y en la conquista del poder político para la clase obrera y el pueblo el MAS boliviano y Alianza País de Ecuador. En tanto la revolución bolivariana deberá someterse (¡otra vez!) al riesgo de que la derecha le birle en las parlamentarias de diciembre lo que el pueblo obtuvo en las calles con la movilización, la organización y la lucha y al precio de sus muertos.
Dilucidar si lo que perjudicó a Scioli fue la “lejanía” de Cristina o su cercanía pasará a ser, ahora, punto de reflexión para el análisis de los que miran cerca. Cristina, en realidad, estuvo lejos durante toda la campaña o, por lo menos, todo lo lejos que pudo. Mucha lejanía hubiera perjudicado a Scioli y mucha cercanía también. El huero epítome de esta vana discusión podría ser la actitud de campaña de la juventud kirchnerista pura y dura: La Cámpora no fue a los actos de cierre de Scioli en primera vuelta. Esto, dentro del kirchnerismo, fue mal visto y bien visto según quien mirara. La derecha, obvio, dijo que se trataba del síntoma evidente de una interna salvaje dentro del gobierno. Lo de “salvaje” -esto también es obvio aunque sólo para el ojo u oído avisados y no para el ciudadano común- era parte de una operación. Y operaciones contra el gobierno hubo, en particular desde 2007, demasiadas. Pues si La Cámpora hubiese ido al acto los titulares del día siguiente habrían tenido más rollo para demonizar a Scioli, por supuesto. Esto se llama palos porque bogas, y palos porque no bogas…
En puridad de verdad, este fenómeno de los desplazamientos de Cristina respecto del cuadrante Scioli no habría existido si la Presidenta hubiese contado con otro candidato. Y aquí está uno de los puntos. El ungido en un ayer ya remoto fue Boudou, debidamente triturado cual zapallito en la licuadora por una operación mediática que se mantuvo en el tiempo, impiadosa y vil, tanto como fue necesario para abortar lo que los grupos mediáticos creían ya abortado con la muerte de Néstor Kirchner: la continuidad indefinida del “modelo”. Y la derecha consiguió que el candidato fuera otro. Consiguió que fuera Scioli. Y consiguió que perdiera. Y ya hasta la “corrupción” ha dejado de preocuparle centralmente.
Era un candidato apoyado por Cristina y esa percepción general incidió no poco en el resultado del ballotage. Cristina goza de un favor general relativo en el juicio valorativo de la sociedad argentina y esto es lo mismo que decir que la batalla mediática la ganaron “ellos”. Pues en la percepción de esa parte de la sociedad que no quiere a Cristina, Cristina es lo que los medios dicen que es.
Los que hacen de las encuestas su negocio distinguen entre imagen positiva y medida en que esa imagen positiva se transubstancia en votos. Y dicen que Cristina termina su mandato con una razonablemente alta imagen positiva pero que eso no significa que voten al candidato ungido por su dedo.
En suma: todo bien con Cristina, ha sido mejor que otros que la precedieron… pero el soberano quiso un “cambio”. Ese cambio que quiere el soberano es, con toda nitidez, una idea que “está en la gente” pero no es una idea “de la gente”, para decirlo en términos inventados por el politólogo italiano Giovanni Sartori. Y que las ideas estén y no sean no puede deberse más que a la maceración compulsiva, constante, persistente y, en última instancia inmoral y antidemocrática, que operan los medios de prensa sobre las cabezas regias de cada una de esas unidades atómicas que llamamos “individuo” y que yuxtapuestos uno al lado del otro pero sin tocarse y sin dirigirse la palabra, se denominan “pueblo”. Claro que no todo se agota allí. También hay que computar los errores, las limitaciones ideológicas y las debilidades inherentes a una corriente política que abreva en un peronismo en proceso de acelerada transformación y de creciente desconcierto. Volveremos sobre este punto.
El Papa es argentino, pero…
Macri, pese a las evidencias de la corrupción ya inveterada de su administración porteña, fue blindado y protegidos sus chanchullos y delitos de toda mirada inquisidora, tarea ésta que corrió a cargo de los grupos Clarín, La Nación y repetidoras del interior con rebote asegurado en las agencias y medios de prensa escritos y orales del exterior.
A Aníbal Fernández (jefe de gabinete de Cristina y candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires) se lo operó de un modo que evoca al que sufrió AmadoBoudou, el vicepresidente; y Aníbal encarnó la madre de todas las catástrofes: el peronismo perdió la provincia de Buenos Aires. Y, para que todo tuviera, incluso, una pizca de humillación, lo hizo a manos de una candidata que tiene dudas a la hora de saber si la capital de ese distrito es La Plata o Mar del Plata. Las secuelas de una interna ruin entre los derrotados y triunfadores de las PASO dentro del propio kirchnerismo (Julián Domínguez-Fernando Espinosa con el apoyo de la iglesia católica versus Aníbal candidato de Cristina) se prolongaron más allá hasta llegar a la primera vuelta. Aníbal, que ganó las PASO, perdió luego porque lo operaron vinculándolo al narcotráfico, pero Clarín no hubiera podido hacer esto sin la materia prima que les proporcionó Scioli. En efecto, se llega hasta la celda del delincuente Lanatta para que este blasfeme contra el jefe de gabinete de Cristina sólo si Ricardo Casal, el ministro de Seguridad provincial, lo permite. El jefe de Casal se llama Scioli.
Y llegamos, entonces, así, al colmo del quid pro quo: la militancia camporista y demás progresía kirchneriana terminó sin más opción que ungir como propio candidato a Presidente al hombre que les había hecho la zancadilla infame de matarles por anticipado al candidato a gobernador de Buenos Aires que sí era el que aquéllos querían. Lo retorcido y lo perverso empezaron a evocar a Shakespeare y a las tragedias del teatro isabelino en los asuntos políticos de este país.
Pero sólo con el sciolismo bonaerense operando en contra de Aníbal tal vez no hubiera bastado. La red territorial de la iglesia católica en la provincia de Buenos Aires “reforzó” la operación y jugó para Vidal. No sólo la frustración de las PASO (en las que curas de parroquias en diócesis clave apoyaron a Domínguez) disparó el fuerte compromiso político de los religiosos teledirigidos por Bergoglio. Incidió, tanto en las primarias como en la elección general de la provincia, lo ideológico y lo político: Aníbal Fernández, para la iglesia, es sinónimo de aborto, de juegos y loterías y de despenalización de las drogas. La política de la iglesia es abominar públicamente de todo eso, más allá de lo que haga en la realidad, esa misma iglesia, con el aborto, con las drogas, con la pedofilia o con la timba.
Y aquí continúan los malentendidos rayanos en el absurdo y en clave de rabelesiana desmesura. El milagro es del orden de lo sobrenatural y el Papa fue siempre vox dei entre los humanos, lo cual le estaría confiriendo una especie de naturaleza cuasi divina al vicario de Cristo. Tal vez por eso en el seno del kirchnerismo se confundió la realidad política con una operación teológica. La percepción fue que Bergoglio se rendía ante la maravillosa cintura política de Cristina y comprendía que la caridad cristiana y la virtud evangélica se expresaban, en la Argentina, a través del kirchnerismo gobernante. Y se persistió en esa alucinación al punto de no advertir nada relevante en el hecho de que alguien que ayer había sido el “jefe de la oposición” y conspicuo integrante del “círculo rojo”, ahora, por la gracia de Dios o de alguien que no es de este mundo, pasaba a ser el amigo sincero que nos da la mano franca y que cultiva una rosa blanca para Cristina y sus jóvenes maravillosos.
La verdad es que en ese brusco giro de Bergoglio y de Cristina (pues ambos jugaron a ser otro distinto al que en realidad eran) había abundante materia para la sospecha. A Maquiavelo no se le hubiera pasado por alto. Nadie, en estos juegos, cambia el puñal por la rosa sólo por pura nobleza de corazón. Pero, claro, era difícil adivinar por dónde saltaría la liebre y lucía atractivo y balsámico deponer enconos y hacer como que nada de lo que había pasado había pasado en realidad, y que la devoción de la iglesia por los pobres es lo mismo que la decisión de erradicar la pobreza de los procesos soberanistas de América Latina. Así, entonces, estaban echadas las bases para que el error resurgiera, más adelante, pero ya sorprendiéndonos y sin capacidad de respuesta. Fue lo que ocurrió.
Esto es así, porque Bergoglio nunca jugó a favor de Cristina. No sólo eso. Siempre jugó en contra y nunca dejó de hacerlo. Y tan en contra jugó, que tuvo que echar mano al expediente de recibirla muchas veces en el Vaticano y en cuanto lugar del mundo recorriera, como recurso para disimular que, en realidad y por atrás, estaba jugando en contra y a favor de Domínguez primero y de Vidal después, que es como jugar a favor del establishment del poder real de la Argentina, cosa que siempre hizo la iglesia católica, eso sí, a través de intermediarios, laicos o de sotana. Dentro del gobierno y afines, sólo el periodista del matutino Página 12 y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky, desconfió un poco, aunque su olfato lo llevaba más bien hacia el pasado inexplicable de Bergoglio en los años del terrorismo de Estado; o, por lo menos, eso era lo que enfatizaba recurrentemente.
El caso es que a la militancia K dejó de interesarle lo que hizo Bergoglio en el pasado. De igual modo, al pueblo que se pronunció el domingo, por alguna razón, no le importa lo que hizo Macri en el pasado. Ni Yorio ni Jaliks son importantes. Tampoco Niembro, ni Amadeo, ni hallarse procesado por espiar a los deudos de la AMIA. Realpolitik, que le dicen. Real inmoralidad de una clase dirigente que, a veces, no hay que olvidarlo, se parece a sus votantes.
Una derecha tonta, que no advirtió la complejidad de lo que ocurría, se enojaba con Bergoglio porque Cristina entraba y salía del Vaticano y Santa Marta como Juana por su casa. Y un progresismo tonto que prefería optar por una insólita alegría, guardaba su cabeza en el agujero del avestruz y cantaba loas al buen Francisco. Un equivocado director de escena había atribuido mal los roles: los enojados deberían haber sido estos últimos y aquella derecha, si más lúcida, habríase regodeado en la plenitud de su satisfacción. Por un momento, nada fue drama y todo se pareció un poco a las alegres comadres de Windsor, aquella enredada comedia de William Shakespeare.
Y para los que dudan, a esos sólo les cabe la espera. En los próximos cuatro años se toparán con más de una evidencia de cuál es el partido que juega Bergoglio, lúcido y valiente como pocos, hay que decirlo, pues un periplo por África, por estos días, no es, precisamente, un viaje de placer.
Algunos “errores” nuestros
A su turno, el activismo kirchnerista instaló, como si fuera nuevo, un debate viejo en la sociedad argentina y latinoamericana: periodismo militante o periodismo independiente. Absortos en la contemplación de una sedicente originalidad que exornaría su espíritu, renuentes al esfuerzo que implica el estudio, y esclavos de un pragmatismo anclado en una ciberholgazanería de época, nunca husmearon en los meandros del pasado, ni hurgaron en la entretela de las viejas patriadas populares, ni desbrozaron los pespuntes bordados en memorias aún presentes, ni se concibieron como hijos de un pasado en transición hacia el futuro. En este sentido, jamás fueron más allá del 17 de octubre o la vuelta de Obligado, ni miraron por delante nada distinto a su autorreferencial pintura del presente.
Si las cosas hubieran sido de otro modo, aquel kirchnerismo habría observado que ese periodismo militante, cuya paternidad reclamaron con aplomo de heredero único y forzoso, no sólo era ya invención de épicas pretéritas jugadas al filo de la vida y de la muerte en el Chile de El Siglo y El Mercurio, en la Nicaragua de La Prensa y Barricada, en la Guatemala de Arbenz o en la prerrevolucionaria isla de Cuba, sino que también habrían advertido que aquellos periodistas militantes nunca fueron militantes de la pauta, de la publicidad o la prebenda. No es un tema menor ni un problema moral, es un asunto netamente político, y de los que tienen consecuencias electorales.
Sobre este punto, hay que precisar que lo que en este país se jugaba a cara o ceca era el resultado de una elección y que en esa elección los detalles y las mentiras -a veces más que lo trascendente y la verdad- son determinantes para el resultado. Y, en la percepción popular, entonces, es muy legítimo que TN vuelva ricos a Leuco, Lanata o Majul para que jueguen la partida a favor de la derecha, pero es un delito repudiable entregar millonaria pauta publicitaria a periodistas adictos al gobierno para que hagan lo mismo que aquéllos pero en sentido contrario. Es que lo que estaba ocurriendo era que se tropezaba con uno de los teoremas insolubles de la política burguesa: sólo se participa si se cuenta con dinero; la política no es para los pobres; y, por ende, la financiación de tan noble actividad sólo es posible por izquierda. La corrupción, también en este punto, es inherente al sistema institucional. Y así las cosas, sólo Magnetto y De Narváez pueden hacer política.
Todo esto -y también y en lugar cimero, la “militancia” enclavada en la burocracia del Estado- fue jugado en la campaña electoral y todo esto aportó su cuotaparte como causa eficiente de una derrota grave para los pueblos y anunciada como peligro, a voz en cuello, por los que miraban desde abajo o desde afuera pero, en todo caso, sin soberbia ni anteojeras.
Si seguimos con la mira puesta en la inmediatez de las causas de la derrota electoral del domingo 22, estaremos persistiendo en enfocar sólo una parte del asunto y no, por cierto, la más importante. Pero todo análisis debe agotar integralmente su tema. Para abordar lo importante (lo estratégico para una clase obrera industrial con aliados potenciales que le permitirán construir sus herramientas a futuro) hay tiempo todavía. De modo que echaremos un vistazo de postfacio a los detalles.
En los días últimos, esos en que la derrota se olía en el aire, se pudo escuchar que tal o cual periodista, o tal o cual denunciador crónico, o tal o cual político tenían la culpa del sinsabor de una campaña sufrida como pocas. Pero eso era como decir que el enemigo tenía la culpa. Ese exabrupto emocional y, por ende, vacío de razón, no reparaba en que del enemigo no es esperable que actúe como amigo. Por el contrario, si el enemigo actúa como tal y le hace perder una elección a su enemigo ello se debe a que hizo bien su trabajo. Y cuando el enemigo hace bien su trabajo hay que preguntarse cuáles fueron los errores propios que le permitieron hacer bien su trabajo. De este modo, no han sido ni Carrió, ni Lanata, ni Randazzo las causas razonables del colapso. Éstas habrán de hallarse, a buen seguro, en otro lado.
Muchas y muy variadas serían las razones coyunturales que explican las razones de la derrota del domingo. Se suman, estas razones, a las propias y graves oquedades ideológicas de la versión progresista del peronismo que ahora deja, ya de una vez y tal vez para siempre, esa ilusión de poder que alguna vez dio contenido a sus ensoñaciones.
Pero estas últimas, las limitaciones estructurales del peronismo, explican mejor lo sustancial del fenómeno que tales o cuales medidas de gobierno o de campaña tomadas, en la oportunidad adecuada o fuera de ella, por el funcionario o militante de turno.
La módica batalla cultural librada por el gobierno en el marco de la ley de comunicación audiovisual con la AFSCA como autoridad de aplicación ha dejado un saldo negativo. El kirchnerismo ha sido asociado a la corrupción, al clientelismo y al autoritarismo que hizo abominar de las “cadenas nacionales” hasta a los beneficiados con las “políticas de inclusión social” y contra esos vicios votó el mismo pueblo que ayer le concedió a Cristina aquel mítico 54 %. Con C5N y Canal 23 de este lado no se ha hecho, todavía, ninguna revolución comunicacional.
Y ya que hemos entrado en el tema de la comunicación de las voces propias y ajenas, salgamos de él señalando uno de los capítulos patéticos que tuvo la saga de la derrota del modelo nacional y popular. En realidad, cuando se aceptó el “debate” entre candidatos y se concibió a ese mamarracho farsesco como un hito más en el proceso de maduración y consolidación de la democracia, ya se había perdido la partida. Sólo desde una derrota ya inconscientemente aceptada es posible prestarse a un formato y a unas reglas y a una “moderación” del simulacro diseñados para beneficio exclusivo del candidato del Pro y sus ya módicos radicales. Es Estados Unidos la cuna del original. Nosotros remedamos una copia insultante para la inteligencia de los argentinos. No es de extrañar. El Centro de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), que organizó la comedia, es hermano sietemesino del “Grupo Sophia” del millonario Rodríguez Larreta, recientemente ungido Jefe de Gobierno de la Ciudad. Y a ambas “oenegés” las financia la National Endowment for Democracy, esperpento desestabilizador de gobiernos populares de América Latina fundado en los años ochenta por Ronald Reagan, conocido filántropo. A su vez, el “moderador” Marcelo Bonelli, contumaz calumniador del gobierno iniciado en 2003 y reungido en 2007, no necesita presentación. Se movió, el hombre a sueldo del Grupo Clarín, en el marco de un “compromiso” entre caballeros: poco tiempo para hablar, de modo que las propuestas cedieran su lugar a los eslóganes vacíos, todo bien a la medida de la cabeza del candidato de “Cambiemos de gobierno pero no de sistema”. Las dos propuestas de Macri: guerra a Venezuela y romper el memorándum con Irán. Venezuela e Irán es el libreto de la embajada estadounidense para el “capítulo argentino” de la política exterior imperial. Así fueron las cosas.
Vayamos por todo, pero en serio…
El caso es que en un marco global postrado ante el terror que golpea sin piedad y en cualquier parte y con un sistema financiero que hace ya tiempo que ha optado por resolver la crisis del sistema global interviniendo de tal modo que el único fruto de esa intervención es la recesión en escala ampliada, la destrucción de las economías productivas y la vocación liberticida y desestabilizadora de las democracias, no podemos sino ver al mundo como un mundo en caos. Y de este caos supo preservar el kirchnersimo a la Argentina durante los últimos doce años. Pero para consolidar lo hecho había que seguir avanzando y seguir avanzando no está en la naturaleza de las cosas. El peronismo aspira, siempre, a eternizar el Estado repartidor y las políticas bienestaristas, creyéndolas inmunes a los embates de la historia. Y los resultados están a la vista.
En 2013 le decíamos a Carta Abierta: “No se avanza por donde se debe porque no está en el adn del kircherismo avanzar hacia ciertas metas. Y eso es lo mismo que decir que no se avanza por defecto de deseo. Y no hay deseo no sólo porque las medias tintas devienen sello identitario desde el fondo inmemorial del atavismo peronista sino porque además, y ahora en pedestre registro coyuntural, se concibe la militancia como prebenda y no como servicio. Se ha difuminado la voluntad de sacrificio; y decimos que el sacrificio está lejos de ser un obligado imperativo kantiano que nos debería, per se, hacer virtuosos, pero ese sacrificio sí es la cruda realidad que imponen la vida y la política si lo que se está haciendo es política en serio para transformar la realidad capitalista del país y del mundo en una hermosa construcción plural que, a la vez que nos contenga, nos impulse hacia delante aunque en nuestro derredor muchos pierdan la cabeza y nos colmen de reproches…” (op. cit., p. 197). Evocábamos a Rudyard Kipling, el poeta del imperio inglés, para decir lo que sabíamos: que la militancia es dura, casi siempre rutinaria y gris, y que sus momentos de alegría hay que forjarlos con voluntad y carácter, tan lejos todo ello de la algodonosa y muelle holganza en los lugares tranquilos que supimos conseguir.
Consecuentemente con ello, intentábamos explicarle a los compañeros de Carta Abierta en qué hueco del terreno se habían torcido el pie. Ellos nos alertaron siempre acerca del peligro que para todos significaba un enemigo difuso que “va por la reconquista de sus privilegios y por la plena posesión del poder de decisión” (carta abierta N° 14). También agregaban que “los verdaderos diseñadores de las estrategias destituyentes es el poder económico-mediático que va en busca de la restauración conservadora”. Y todo eso era cierto ayer y lo es hoy. Pero lo que necesitábamos saber era otra cosa, y lo es ahora mucho más después de haberle entregado el país a Macri. Lo que necesitamos saber es si el kirchnerismo se halla dispuesto a la construcción frentista, si la entiende como necesaria, si la busca y la desea y, si así fuera, si la concibe en igualdad de condiciones con otros invitados y con qué herramientas piensa enfrentar a los enemigos de la soberanía nacional y el socialismo en la Argentina. Porque esta Argentina será socialista o neoliberal, pero lo que ya nunca podrá ser es territorio apto para la recidiva de proyectos bienestaristas ya sancionados por el anacronismo y la derrota histórica. O inventamos otra cosa o el futuro será, por muchos años, de la derecha. La derecha, en este país y en el mundo, no ha perdido ni la capacidad de daño ni la voluntad de combatir por sus intereses.
República -es bueno recordarlo ahora- no es lo mismo que democracia. República es un señuelo multicolor para cumplir la función para la que fue diseñado: legitimar la dominación de un sector de la sociedad sobre las mayorías de esa misma sociedad, denominando al poder político dividido en tres “sistema de frenos y contrapesos”. La república está para impedir la democratización de la sociedad o para algo parecido, cual es la obliteración, a todo trance, de la voluntad popular cuando esa voluntad viene con un potencial disolvente considerable. República es “poder judicial independiente”, abstracción inconcebible que funciona, en realidad, como metáfora elegante de la dominación de clase. Y la república (y su epifenómeno, la “alternancia”) acaba de asestar otro golpe descomunal a los intereses populares, pues es eso lo que pasó el 22 de noviembre.
No le estamos recriminando al kirchnerismo que no haya convocado a una asamblea constituyente para declarar el socialismo. Sólo le estamos diciendo que, dentro del peronismo, ya ha hecho todo lo que podía hacer; y que para dar curso al programa pendiente hay que mirar fuera e integrarse a la nueva construcción como un actor más. Y ahí sí deberemos ser democráticos, plurales y tolerantes y todo lo que se quiera. Es la metodología a que apelan los pueblos para elevarse al cielo azul de sus epopeyas.
Y el objetivo final que deberá emerger contra el fondo misceláneo y polícromo de un horizonte no capitalista, determina las estrategias, los modos y los lugares de construcción. Habrá que ganar la calle pero no de cualquier modo y a tontas y a locas. Ninguna construcción superestructural y alegremente heterogénea, al modo de las que fatigan hoy el circuito político argentino, constituye herramienta apta más que para sentar a unos cuantos cultores del testimonio en tal o cual poltrona de las varias que ofrece el sistema institucional burgués. Lo que espera, al final de ese camino, no es el poder -ni siquiera el gobierno-, sino la jubilación de privilegio, cuya abolición, dicho sea de paso, sanearía definitivamente el sistema previsional argentino y –curiosamente- nunca es punto programático de ningún candidato.
Se dirá que Macri ganó porque el pueblo ya estaba cansado de kirchnerismo y que lo estaba porque la razón alienada es un subproducto necesario de la dictadura mediática. Acto seguido, se podrá agregar que ello ocurrió porque se perdió la batalla comunicacional. Pero lo que no se dirá es que ello -aun cuando sea cierto— no importa nada a la hora de hurgar en las causas de una derrota que excede lo electoral y que exorbita los límites nacionales para extender sus consecuencias a todo el continente. Ya lo hemos dicho en otra parte: “Hoy asistimos a una suerte de equilibrio inestable del campo de fuerzas en toda la región. Con la salvedad de que ese equilibrio inestable es un equilibrio que involucra intereses estratégicos. Esto es lo mismo que decir que lo que está en juego en Sudamérica y el Caribe es la configuración del poder político en la región para las próximas décadas” (Tesis11, lunes 15/9/2014; https://www.tesis11.org.ar/page/2/?s=juan+chaneton).
Acabamos de perder una batalla esencial para Argentina y para América Latina y el poder político en la región se reconfigurará en clave de avance neoliberal. Argentina mueve el amperímetro en el continente porque su estatura estratégica así lo determina. Entonces, y una vez más, deberemos sacar lecciones de la derrota. El “populismo” puede, en un contexto social determinado y dentro de una etapa histórica, jugar un papel progresivo. Pero ni ello ni los ridículos intentos de conferirle estatus académico a esa palabreja, pueden hacernos perder de vista que el populismo será siempre, en esencia, la forma política de la caridad religiosa, malgrado los que han estado, hasta hoy, mirando otra película. Se puede ganar una elección con promesas y programas populistas pero lo que no se puede, sin romper con aquél, es profundizar los cambios sociales hasta hacerlos irreversibles.
Agregábamos en nota para esta publicación digital, hace poco más de un año, “Nuestra región enfrenta, en su trashumar histórico y de cara al futuro, un desafío para cuya acertada resolución se requiere la unidad de los pueblos detrás de un programa político y la voluntad y disposición a vencer a los enemigos de estos procesos soberanistas, lo cual es impensable si no se contemplan construcciones político-institucionales alternativas a las clásicas del demoliberalismo burgués (dest. ntro.).
“De lo contrario, nos veremos obligados, cada cierto tiempo, a atravesar las horcas caudinas de unas elecciones en las cuales se pone en juego todo, es decir, se pone en juego aquello que no es susceptible de ser puesto en juego” (Tesis11, nota y fecha citadas https://www.tesis11.org.ar/page/2/?s=juan+chaneton).
Es claro que nada de esto era evitable. Se trata de limitaciones que exhiben las propias formaciones sociales latinoamericanas y no sólo la argentina. Pero el aislamiento, la autorreferencialidad y el sectarismo de los actores políticos sí son evitables. Ganar el gobierno y, con él, apropiarse de una parte del poder del Estado constituye lo fenoménico del avance obrero y popular latinoamericano de las últimas décadas. Es el modo de exhibirse que ha encontrado el “ser social” de los procesos de liberación social y nacional en esta parte del mundo. Pero nada suplanta a la movilización, a la organización y a la generación de opciones propias desde abajo en nuestras sociedades. Entre Estado popular y sociedad civil debería existir una constante relación de ida y vuelta que retroalimente a ambos términos de la ecuación. Esa será la búsqueda del futuro, porque es más fácil entrever y delinear borrosamente un deseo que concretarlo en la práctica.
Colofón
Cerramos doce años de historia política argentina para constatar algo más. El kirchnerismo ni por asomo encarnó la continuación de los ideales y de la práctica de la generación del ’70 que es lo que pretendieron algunos a los que el chico Reggiardo (hijo de desaparecidos y nieto recuperado) tuvo que salir a desmentir, dejando de lado, aquí, otros elementos que rodearon a aquel entredicho. Pero los primeros que tendrían que estar de acuerdo con esa afirmación son los propios kirchneristas porque lo dicho no va en desmedro de nadie. Simplemente, aquella fue una época y ésta es otra. Camila Vallejos no es la continuación de la Unidad Popular, pero en ella todos ciframos una porción de esperanza.
Pero, eso sí, podrían, tal vez, parecerse un poco más, de aquí en adelante, a aquellos militantes ad honórem. Y eso lo lograrían si actuaran, para beneficio de todos y de aquí en más y en la medida de sus posibilidades ideológicas, como lo hicieron Mariano Pujadas y el Indio Bonet, en la antesala de su entrega final, en aquel agosto de 1972, en el lejano sur, en medio del frío y de un viento parecido a aquel que le impide plegar sus alas abiertas al Angelus Novus, inmortal pintura de Klee resignificada en la mirada de Walter Benjamin. En ese punto del devenir de nuestra historia -que ya no morirá- aquellos militantes calibraron la dimensión del enemigo y supieron que la única manera de combatirlo era con la unidad de marxistas y peronistas en la lucha por una sociedad socialista.
***
Aquí hubo tres políticos de fuste que jugaron la partida: Cristina, Magnetto y Bergoglio. El resto no está ni para el banco de suplentes. Y el futuro de Cristina se ha tornado más incierto. Si bien se mira, también estamos frente a un nuevo tropiezo histórico del peronismo. Este movimiento ha gobernado ya en todas sus versiones ideológicas. Y nos dejó, a los argentinos, en manos de la “libertadora” en 1955; a las puertas del infierno, en 1976; y hoy nos obsequia a Macri como culminación de la épica progresista. Si ello tendrá consecuencias y de qué tipo, es demasiado pronto para saberlo. No obstante, la presidenta saliente zafa por un campo. Queda a salvo su quid divínum y ojalá que también su futuro. De nada valdría aquí un personalísimo ¡Gracias, Cristina! dictado sólo por la emoción y hasta por la obligación moral de quienes la vieron debatirse, casi sola, frente a los enemigos históricos del pueblo argentino e, incluso, arrostrando a los gerentes políticos del poder financiero y militar mundial. Pero que vaya, de todos modos, el agradecimiento por la primavera que ahora ya se ha ido y por el sol que doró las espigas de los campos, las flores del jardín y el barro de los pobres, de nosotros. Es la licencia que se toma quien escribe por su cuenta y riesgo. Se ha perdido, pero todo lo que Macri representa se halla en baja en el mundo y ellos están jugando allí al todo o nada propio de esas causas perdidas que la historia ya vomita.
Y ya basta. Hoy es el término. La noche lateral de la derrota ha dejado de acecharnos y ya nos envuelve en su nocturna túnica de seda. Pero, por favor, no llamen ya nunca más a nadie a hacerse kirchnerista (“incorporarse al proyecto”, decían). Séanlo ustedes en el marco más amplio, más eficaz y más trascendente del Frente por la Soberanía Nacional y el Socialismo. Como decía Néstor: les proponemos un sueño.
* Juan Chaneton, periodista, abogado, colaborador de Tesis 11
Coincido parcialmente con el análisis, pero discrepo en considerar al PJ como un espacio político homogeneo. Hay un sector importante que se mantuvo en el FPV y fue fiel al gobierno iniciado en el 2003, otro que se fue con Massa, otro que se quedó el FPV pero tal vez no jugó a favor en algunos sectores del conurbano bonaerense y están además los peronismos de centro derecha delasotista y de los Rodriguez Saa.
Hay que evitar dos peligros que acechan al campo popular y progresista: Estigmatizar al PJ desde la izquierda no peronista y estigmatizar al kirchnerismo y la izquierda integrada en el FPV desde sectores de la derecha del PJ que dicen querer volver al “auténtico peronismo de Perón”.
Peronistas progresistas, la izquierda y el centro izquierda deben seguir confluyendo en ese amplio movimiento plural progresista iniciado en el 2003, que le dió su apoyo y sostén a los gobiernos kirchneristas. Esta es la verdadera posibilidad de eguir construyendo un vasto Movimiento Sociopolítico con posibilidades de jugar en la relación de fuerzas luchando en la resistencia al nuevo gobierno de derecha y bregar por el retorno al gobierno nacional para una profundización de las políticas iniciadas desde el 2003.
Un cordial saludo al autor.
Carlos Mendoza
Apreciado compañero:
Gracias por el comentario. Me parece que lo esencial de la nota que tan sufridamente has condescendido a leer, se agota en tres puntos:
1) La derrota que hemos sufrido el domingo 22/11 es de las así llamadas estratégicas, esto es, de aquellas que tienen consecuencias a largo plazo en el balance de poder entre los actores. El campo popular se debilita frente a la recomposición neoliberal.
2) Esa derrota se produce en un contexto regional de dificultades, retrocesos, y/o estancamiento de los procesos soberanistas en el continente.
3) La profundización de los cambios sociales tenderá a ser cada vez más dificultosa en el marco de los modelos institucionales demoliberales por lo cual es imprescindible distinguir: una cosa es construcción gradual de poder alternativo y otra generalización de ciudadanía para el consumo.
Podemos y debemos agregar una cuarta definición de contenido respecto de la nota en cuestión: nada de lo que ha ocurrido en la Argentina en los últimos años, incluso la derrota electoral reciente, ha clausurado nada ni tiene carácter irreversible. Aquí, la actividad política unitaria, frentista, soberanista y antisistémica goza de buena salud y sigue adelante.
Al día siguiente de enviar a Tesis 11 la nota que nos ocupa, llegaron a nuestro conocimiento trabajos, en una línea de pensamiento similar, de Federico Larsen (v. Nodal, 24/11/2015) y de Boaventura de Souza Santos (v. La Jornada, México, Lunes 23/11/2015).
Por ello, si tu “coincido parcialmente” se refiere a lo anterior, no estamos solos y son varios los cros. que nos acompañan.
Respecto de una sedicente confusión que nos estaría aquejando, con la ingrata consecuencia de hacernos concebir al peronismo como un actor homogéneo, monocolor y sin matices, decimos que nos parece muy evidente nuestra visión de las cosas en el sentido de promover una colusión frentista con el kirchnerismo (que también está surcado por diferencias y contradicciones internas) como uno de los actores de alto espesor y envergadura al interior de esa construcción deseable. Y sabemos que no todo es kirchnerismo dentro del peronismo. Y tampoco todo es derecha.
A nadie cabe excluir a priori, salvo a la derecha peronista históricamente antiobrera y antipopular que jugó ese rol antes, durante y después de 1976. Del peronismo estamos hablando.
En cuanto al massismo, al delasotismo y al saaísmo, me parece que se trata de corrientes más evanescentes, proteicas y con propensión a difuminar sus perfiles. Se diría que estamos, en los tres casos, frente a meras reluctancias coyunturales cuya base social popular se acomodará sola y -en el futuro y si trabajamos bien- al margen de sus dirigencias derechistas, más cercanas, estas últimas, a Macri que a nosotros, los que perdimos el domingo.
Otro punto es que no se entiende bien por qué sería un “peligro” que, desde el peronismo de derecha, se “estigmatice” al kirchnerismo y a “la izquierda integrada en el FpV”.
Si fuera un peligro habría que evitarlo; pero la derecha peronista siempre dijo eso del ala progresista del movimiento y ahora no está innovando, ni lo hará en el futuro. No nos está dado evitarlo. No es un peligro, es un destino.
Te reitero (ahora en primera persona) mi agradecimiento por haberte tomado el trabajo de abrir este conato de saludable debate.
Abrazo fraterno.