Los procesos de transformación no son plácidos. Cambiar las cosas a favor de las mayorías, aunque se haga con guante de seda, implica modificar posiciones de fuerza y afectar intereses. Los privilegiados, se sabe, no festejan cuando les toca pagar las cuentas. La existencia de mecanismos democráticos para la toma de decisiones no inhibe el florecimiento de enojos, la agitación de los afectados ni la exposición del repudio.
Esto ocurre aun cuando, como en nuestro país, se elija el camino de ir equilibrando las cargas paulatinamente y en el contexto de un intenso proceso de crecimiento, es decir de mejoras en los ingresos para todos. Nadie quiere resignar ni un poco de su porción de torta.
Ya se vio en el 2008. La rebelión de los empresarios ruralistas contra el alza de la tasa de retención a las exportaciones agropecuarias, pese a concretarse en un momento de precios fuertes para su producción en el mercado mundial, puso en evidencia un extendido descontento con la gestión del gobierno nacional. No querían socializar parte de sus ganancias. Esas son sólo suyas. Si fueran pérdidas, sería otro cantar.
Volvieron a mostrar la hilacha hace poco en la provincia cuando se decidió un revalúo de las propiedades rurales, para acercarla algo a los valores de transacción inmobiliaria. Pretendieron asaltar la legislatura bonaerense para frenar la votación.
No les importa que el país demande mayor justicia social para que sea viable la vida democrática. No les interesa que nuestra sociedad apenas se esté curando de las severas heridas que dejaron más de treinta años de neoliberalismo antinacional, achicando industrias, empobreciendo multitudes, despojando de trabajo, vivienda y educación al grueso del pueblo. Sólo importan ellos y su bolsillo.
Por estos meses, faltos de discurso político alternativo, recurren al expediente sencillo del insulto y la agresión. Encontraron un emblema obeso en un ex periodista adicto a la notoriedad a cualquier precio, incluido el sacrificio de la verdad, la mesura y la racionalidad. El hombre hace un monólogo ante público adicto, que le festeja su retahíla de improperios contra funcionarios y dirigentes del oficialismo. El comentario de las noticias de la actualidad es una excusa para demonizar al que gobierno, sin presentar alternativa ni argumentos.
El estilo hace escuela. Otro cómico puesto a político, aprovecha una platea veraniega para denigrar a todas las mujeres, incluso a la Presidenta. No es la primera vez. Ya un revista importante, de las que chusmean en los ambientes políticos nacionales, había publicado una grotesca caricatura de Cristina Fernández.
Las palabras naturalizan el gesto violento. Pero del dicho al hecho hay un trecho corto, en estos casos. Se lo pudo comprobar en la movilización de la variopinta coalición de opositores convocada el pasado 8 de noviembre. Los golpes se los comieron periodistas de medios oficiales, como si ellos fuesen el Gobierno o expresión de una fuerza política.
Hace poco recibió la embestida Axel Kicillof, viajando como uno más en el ferry desde Colonia de regreso a Buenos Aires. Por lo visto, la intolerancia de la derecha agrega condimentos racistas, prejuicios ideológicos y llana cobardía.
Para no quedar con tantas vergüenzas al desnudo, enseguida los voceros de la reacción disculpan los gestos airados en el supuesto espíritu “confrontativo” del oficialismo. Equiparan opiniones políticas de un cantante con los insultos recibidos por la Presidenta. El escrache al viceministro de Economía, con la supuesta negativa de servirle café a Nelson Castro. Con idéntica desfachatez, Astiz se permite poner en duda la honra de sus jueces.
La impotencia política que padecen, frente a un proceso de cambios que no pueden detener ni hacer retroceder, es lo que los pone violentos. Niegan sus actos y sus dichos. Tiran la piedra y esconden la mano. Pero no se trata sólo de la confesión de su inhabilidad. También indican hasta dónde están dispuestos. De nuevo como en el 2008, con los cortes de rutas impuestos por pura prepotencia de fuerza, se tientan por momentos con un golpe de mano que les devuelva el poder perdido. No hay que minimizarlos. Asegurar el rumbo no es para distraídos.
Lic. Gerardo Codina
Miembro del Consejo Editorial de Tesis 11