Revista Nº 158 (03/2025)
(teoría económica)
Alberto Wiñazky*
“Desde que en el capitalismo la sociedad se dividió en fracciones enfrentadas por el carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, el Estado fue dominado por los sectores económicamente dominantes. Desde la década de los setenta del siglo pasado, el Estado acentuó su dominio económico y político en beneficio del capital internacionalizado, profundizando su dominio de clase. Así fue como el Estado favoreció el proceso de acumulación de capital oligopólico subordinando su política a la lógica subjetiva del valor, dejando fuera de contenido las posibilidades reformistas que llevaron a la crisis de representación a los partidos políticos tradicionales a nivel global”.
Desde que en el capitalismo la sociedad global se dividió en sectores enfrentados entre sí por el carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, el Estado desarrolló su actividad bajo el dominio absoluto del capital. Desde esos momentos impulsó entre sus objetivos principales, la reproducción de las relaciones de producción y la amortiguación del conflicto social, tratando de poner límites a la lucha de clases.
En los países periféricos, el Estado, después de las luchas por la independencia, definió su posición a favor de las fracciones de clase económicamente dominantes. Desarrolló una nueva forma de hegemonía que Incluyó las relaciones de producción, la distribución del ingreso, el movimiento de las finanzas, la naturaleza del consumo y las conexiones sociales y culturales. Su actuación reflejó con extraordinaria amplitud el acervo político que acumuló desde que comenzó a ejercer su posición dominante, situación que le permitió fortalecer sus funciones llegando a constituirse en un aparato que, si bien emergió desde las bases sociales, se situó por encima de ellas ampliando su dominación sobre el conjunto de la sociedad civil.
Desde la década de los setenta del siglo pasado, el Estado acentuó aún más su dinámica en beneficio del capital internacionalizado, tanto productivo como financiero, haciendo extensiva a toda la sociedad su dominio de clase. Dicho de otro modo, ante la crisis del sistema que dificultó la capacidad de reproducción, el Estado fue cooptado por las grandes corporaciones y las plataformas de servicios comunicacionales, extendiendo los atributos del neoliberalismo, funcionando como un vehículo corporativo que pasó a dominar todos los ámbitos sectoriales. Se cristalizó de este modo el dominio del capital más concentrado, conformando una forma definida de señoreaje que avanzó a través de una multiplicidad de mecanismos políticos y económicos llevando la obtención del excedente a un fenómeno de desposesión. Asimismo, este capital impulsó la inserción económica de la periferia en la nueva división internacional del trabajo neoliberal, acelerando en algunos países el proceso de desindustrialización, que en la Argentina adquirió proporciones considerables.
“Las nuevas políticas de protección social rompen radicalmente con los principios del estado de bienestar de posguerra, ya que apuntan a proteger [solamente] los medios básicos de subsistencia a la vez que fomentan la toma de riesgos individuales.”[1]
De manera que, independientemente de las tensiones o conflictos que se desarrollaron en su interior, los sectores más concentrados fueron abarcando y dominando las formas y los límites de las acciones desarrolladas por el Estado. Su función primordial se dirigió a asegurar el dominio del capital oligopólico, impulsando su propia estrategia y dejando de ser el elemento equilibrador que trataba de resolver los conflictos que surgían entre los diversos intereses en pugna.
Así fue como se alejó de las políticas sobre las que anteriormente mediaba: la producción, la distribución y el consumo, los conflictos económicos, la orientación y el desarrollo de las fuerzas productivas y la inversión en capital humano. Utilizaba en esas circunstancias equipos técnicos y distintos organismos públicos que daban respuestas si bien parciales a la problemática económica y social, procurando contener las contradicciones que se sucedían en el proceso de acumulación de capital. Fue afianzando el marco normativo que pasó a responder a los intereses de las distintas configuraciones del capital concentrado (industriales, financieros y de servicios), que en cada estadio delinearon sus actividades de acuerdo al curso seguido por la política y la economía global.
Esa política no ha llevado a la desaparición o al achicamiento del Estado, sino que ha subordinado su accionar a los objetivos del capital más concentrado, corporativizando la economía y la actividad de la sociedad civil. A pesar de este nuevo borde estratégico, no descontinuó las funciones judiciales y policiales, las relaciones internacionales, el mantenimiento de la higiene urbana, la registración de los contratos privados y el sostenimiento de diversas instituciones culturales. Pero fue dirigiendo su estrategia principal a beneficiar a los sectores más concentrados, disolviendo algunos organismos que al demandar recursos a la economía, reducían su disponibilidad para integrarse al sector privado[2]. De esta forma fue convirtiendo a la sociedad y al Estado actual en una función del sistema internacionalizado del capital.
Por consiguiente, el Estado favoreció la acumulación del capital oligopólico, subordinando su política a la lógica subjetiva del valor, dejando fuera de contenido al reformismo gradualista. Estos capitales concentrados lograron afirmar también uno de sus objetivos primordiales: la evasión de una parte importante de las cargas impositivas. Para lograrlo, derivaron la administración de las funciones empresariales hacia los países que exigían menores tributos, o fijaron sus domicilios contractuales en los paraísos fiscales.
El Estado en la Argentina
A pesar de la ofensiva del capital concentrado, el arbitraje estatal en la Argentina no logró manifestarse desde la oligopolización de la economía como un árbitro incontestable. En cambio, en períodos anteriores a la década de los setenta del siglo pasado, había podido mostrarse como una expresión del pluralismo político y social, si bien representando siempre los intereses del capital.
Un ejemplo de esta situación se produjo cuando las distintas voces del empresariado demostraron su oposición hacia la aplicación de una medida que trató de morigerar en agosto de 2023 la caída de los salarios, por la devaluación impuesta por el FMI. El gobierno otorgó un pequeño aumento a los trabajadores registrados y a las jubilados. Diversas organizaciones económicas y políticas como la UIA, la Cámara de Comercio, la Cámara de la Construcción y la CAME, más algunos gobernadores e intendentes, sostuvieron enfáticamente que el Estado debía contener sus gastos oponiéndose a esta medida. Boicotearon enfáticamente esa mínima asistencia social, acordada para paliar la pobreza por la que atravesaban los trabajadores registrados y los jubilados. Es decir, que le recordaron al Estado cuál era su margen de actuación y hacía que sectores debía dirigir sus iniciativas y beneficios.
No obstante, la redirección de la actividad del Estado no ha sido igual en otros países en los que se observaron algunas diferencias en su formulación, sin que estas diferencias adquirieran en ningún momento un carácter favorable a los intereses de los trabajadores. El caso más ilustrativo fue el de Brasil. Después de las experiencias de Temer y Bolsonaro, que apuntaron a una liberalización de la economía mediante un proceso privatista y de apertura, los partidarios de Bolsonaro ante el triunfo electoral de Lula da Silva, intentaron el 8 de enero del 2023 ocupar las sedes de los tres poderes del Estado, demostrando la fuerza callejera del bolsonarismo.
La posibilidad de implementar esas amenazas, se vio limitada por la resistencia de distintos sectores de la burguesía brasileña que desaprobaron esos hechos y lograron que el Estado enjuiciara a los responsables. Estos grupos patronales se vieron favorecidos posteriormente bajo el gobierno de Lula, al recibir créditos subsidiados por 271 mil millones de reales en aportes no reembolsables y por 21 mil millones en inversiones en capital de la misma moneda. Como contraparte, Lula autorizó un recorte presupuestario de USD 4.073 millones en los gastos del presupuesto federal de 2025 para cumplir con el marco fiscal, situación que afectará negativamente al conjunto de las políticas sociales.
En resumen, el Estado fue capturado en la Argentina por los sectores económicos más poderosos y concentrados que lograron cristalizar su función hegemónica. Simultáneamente reflejó el agotamiento de un modelo de acumulación instalado con posterioridad a la crisis de 1930.
Estos sectores concentrados Intensificaron su poder sobre el aparato estatal para convertir a los organismos políticos de gobierno en un vacío conceptual regido, según el curso contradictorio de las relaciones sociales capitalistas. Esta crisis del Estado capitalista condujo también a la ampliación de la crisis de representación. Los partidos tradicionales demostraron una pobreza de contenido teórico-práctico que se reflejó en su desmoronamiento, acentuando la escasa capacidad de representación y mediación que ejercían sobre el conjunto de la sociedad.
Los patrones neodesarrollistas locales que fueron predominantes durante más de medio siglo veinte, tampoco habían podido resolver la histórica deficiencia estructural de la industrialización sustitutiva. Enrolados en su corto placismo, en la falta de un sistema de financiación local, en la brecha tecnológica creciente y en la progresiva oligopolización de la economía, arrastraron al conjunto de la sociedad hacia una crisis que ha perdurado y se ha profundizado con distinta intensidad, durante los últimos cuarenta años.
El Estado continuó actuando de este modo con diversas características contradictorias, encaminado al mantenimiento de las relaciones mercantiles capitalistas. Expresó la dialéctica entre unidad y enfrentamiento, que han caracterizado históricamente las relaciones económicas y sociales en el capitalismo. En consecuencia, ante la situación actual del modelo y por la profundidad y complejidad de sus efectos, el capital oligopólico no ha procurado la desaparición del Estado, sino que ha impulsado su subordinación a los intereses del capital más concentrado situación que por otro lado, parece estar anunciando la crisis final del neodesarrollismo.
*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
[1] Lazzarato Maurizio – El Capital Odia a Todo el Mundo, Pág. 30
[2] Estos principios llamados crowding out, integran una concepción teórica de la economía ortodoxa.