60° Aniversario del fin de la II Guerra Mundial.
Cuando el 2 de febrero de 1943 el arrogante mariscal alemán Von Paulus resignó sus banderas y estandartes al verse derrotado moral y militarmente, en la dura batalla de Stalingrado, la II Guerra Mundial dio un viraje definitivo. Desde ese momento, los delirios milenarios de III Reich comenzaron su cuenta regresiva, los que posteriormente finalizaran con el suicidio de Adolfo Hitler en las ruinas de la cancillería de Berlín. Días después, en la noche del 8 al 9 de mayo de 1945, los representantes del Alto Mando nazi firmaron el acta de la rendición incondicional; por su parte, todos los pueblos del mundo, celebraron esa fecha como el “Día de la Victoria”. Más de sesenta millones de muertos, soldados y civiles, había costado la siniestra aventura diseñada por el complejo militar-industrial de la Alemania de mediados del siglo XX.
Con la caída del nazismo, sucumbió un régimen que había establecido la tortura y el asesinato colectivo como “sistema”; asimismo, los campos de concentración, simbolizados en esa verdadera fábrica de la muerte que fue Auschwitz, constituyen una amarga y terrible herencia del horror, el que arrancó de la vida a más de seis millones de seres humanos. Nos queda como advertencia, claramente, que el fascismo no es parte del pasado y asoma, con el rostro fundamentalista del Imperio, toda vez que sus intereses le exigen actuar con la prepotencia y la crueldad que laten en lo hondo de su entraña. Irak es un ejemplo que abruma el corazón y rompe los ojos.
*Horacio Ramos, periodista, escritor, miembro del Consejo de Redacción de Tesis 11.