JOEL KOVEL* TRADUCIDO DEL INGLÉS POR CARLOS MENDOZA**
El fenómeno Obama
Un lúcido y pormenorizado análisis de las posibilidades y limitaciones que tiene Obama de concretar la enorme esperanza generada en vastos sectores por su triunfo.
La Victoria del 4 de Noviembre del 2008 de Barack Obama desencadenó la más entusiasta celebración
en EE.UU. desde el fin de la segunda guerra mundial. La gente bailaba en las calles y se abrazaban entre desconocidos. En Nueva York la gente subía y bajaba de los autos de policía, mientras los policías aplaudían.
Agréguese la aún más destacable efusión en innumerables rincones del mundo, y resulta que quizás se ha asistido a la más grande celebración de la historia mundial.
Dos sísmicas corrientes confluyeron para condicionar este evento: El fin de la larga noche que significó el gobierno Bush y la ascensión de un negro al poder en una sociedad excepcionalmente racista, que resulta ser la superpotencia global. Como se hunde en patética irrelevancia, resulta difícil recordar el miedo y la aversión durante el reino de Geroge W. Bush. Esto se extendió hasta la misma víspera de la elección, ya que el pánico se adueñó de quienes recordaban el robo de las elecciones del 2000 y del 2004 por los republicanos
y caían en un verdadero delirio cuando pensaban que John McCain y su espeluznante candidata a Vice Presidenta, Sarah Palin, podían robar también esta elección.
Las personas se miraban unas a otras, pensando cuan próximos estuvieron de irse del país durante los
interminables últimos ocho años, de guerras agresivas, desenfrenada criminalidad y deslizamiento hacia el fascismo. Otro robo electoral, como se rumoreaba cada día, y el daño podría haber sido irreversible.
Analogías con la degeneración de Roma, de la República al Imperio, eran lugar común. El miedo no era
completamente irracional: El gangsterismo de la administración Bush no fue un accidente, sino el fruto de una larga y profunda corrupción en lo que una vez había sido una democracia que funcionaba razonablemente
bien.
Agréguese a esto el trauma de lo que se está convirtiendo en la más grave crisis del capital global en 80 años, más aún provocada por la temeraria desregulación y delirio especulativo de un estilo de neoliberalismo que McCain amenazó con continuar, y la ansiedad se vuelve perfectamente comprensible.
Todo eso se esfumó a las 11 de la noche del 4 de Noviembre. Pero la ola de alivio fue aún más alimentada
por un profundo, poderoso y alguna vez virtualmente inimaginable tsunami: Que podía haber un presidente negro en la Casa Blanca, edificio construido con mano de obra esclava de África! EE.UU. no es un país muy viejo, pero es lo suficientemente viejo y saturado de racismo como para que la gente lo tenga en su mente, como la proverbial pesadilla de la que habló Marx, como reminiscencia heredada de las generaciones
pasadas.
Inclusive en la mente de aquéllos que no están concientes del legado del Holocausto Africano, que ha extendido su vasta sombra sobre toda la historia de los EE.UU.
El racismo en los EE.UU. existe en dos niveles. Uno se expresa como un conjunto de reglas jurídicas e institucionales y se despliega en varias jerarquías, definidas como muletillas tales como el color de la piel. El otro, más profundo e insondable, una condensación de la totalidad de nuestra historia, es sólo capaz de ser asido por formas como la música de la diáspora negra, o a través de escritores tan variados como James Baldwin o Malcom X, ó, desde el lado blanco de la divisoria, Herman Melville o William Faulkner.
Para un negro, devenir presidente supone una trasgresión de todas esas reglas. A pesar de que Obama, como persona, tiene un estilo calmo y moderado, como político su ascenso fue como un rugiente torbellino que barrió nubes blancas y negras. Es necesario enfatizar que esto no fue el logro de un solo hombre. Obama se paró sobre los hombros de multitudes que han luchado por libertad y justicia por generaciones, frecuentemente bajo horribles condiciones, cuyas historias se unen a la suya.
Tampoco su triunfo significa que ahora EE.UU. sea una sociedad post-racista. Testigo de esto está el
ominoso crecimiento de crímenes de odio desde que fue electo, o el renacimiento de grupos que proclaman
la supremacía blanca, como el Klu Klux Klan.
Pero su victoria es sobre todo definitivamente un nuevo día y su sol iluminó brillantemente el 5 de Noviembre
del 2008. Estaremos asimilando los efectos de esto por generaciones.
La espléndida autobiografía de Obama, «Dreams from my Father», es una continua meditación sobre raza en Norteamérica, según entró en su vida, inflexionada por múltiples aspectos de diferenciación, incluído el de estar fuera de la corriente principal de la vida de los Afro-Norteamericanos, en tanto hijo de un padre de Kenia en lugar de uno con el linaje de la esclavitud.
Esto, conjuntamente con vivir varios años en Indonesia, luego del segundo matrimonio de su madre, une a Obama directamente con el Sur, aún cuando la ausencia de su padre introdujo aún otra capa de distanciamiento.
El hombre que emerge de esa matriz está construído con varias capas diferentes, resulta enigmático y desafía las categorizaciones. ¿Es Obama el primer Negro Presidente o el primer Presidente que
resulta ser negro? ¿Es Obama un intelectual orgánico, en el sentido Gramsciano? y, en tal caso, ¿de qué
clase de lealtad deriva su identidad? En cualquier caso, es el primer presidente con una inteligencia realmente sofisticada de que se tenga memoria, capaz, por ejemplo, de dictar con maestría un curso sobre
Legislación Constitucional en la Universidad de Chicago.
Pero tiene también más auténticas raíces populares que cualquier Presidente reciente, en tanto hombre que proviene de un origen relativamente humilde y que retornó a ese origen, dedicando varios años de su vida a trabajar como organizador comunitario en el sur de Chicago, tiempo durante el cual adquirió las habilidades organizativas que le han sido tan útiles.
La vida para Obama parece ser u perpetuo proyecto de auto superación. En lo más caliente de la campaña hizo el informal comentario de que él no era un muy buen candidato, pero que estaba trabajando para ser mejor, y esto en el medio de la más intachable carrera a la presidencia de la que se tenga memoria.
La extrema autodisciplina y autoexigencia, se correlaciona con una férrea ambición, pero también con un grado de rectitud como yo no he visto nunca en un político. La completa máquina republicana de atacar trabajó a destajo buscando manchar Obama, sin conseguir nada, más allá de trivialidades o la ilusión de colgarle algo malo. Considerando a Obama como un todo, la enigmática, encantadora, indefinible melancólica cualidad, la introspección, la calma e imperturbabilidad, la constancia en el estudio, la exquisita habilidad oratoria, la honestidad…hay sólo una personalidad comparable en la historia Norteamericana que viene a la mente: Abraham Lincoln, a quien Obama públicamente idolatra y dice tratar de emular.
Uno dice ésto con total prudencia. Después de todo Lincoln tenía todos esos rasgos en la antesala de su presidencia, en 1860. Pero nadie habría llamado grande a Lincoln en ese entonces. El devino grande mediante una profunda lucha, en el curso de una crisis que, desde un punto de vista puramente político,
empequeñece cualquier cosa en la historia de los EE.UU. Similarmente, Obama ha alcanzado una sorprendente
victoria, pero que haga algo realmente grande con ella, depende de las luchas a venir.
Por el momento él es puro potencial, nada más. Significativamente sin embargo, aunque la crisis que enfrenta Obama puede ser menos agonizante que la disolución de la Unión, en el fondo es mayor. Realmente
la mayor de toda nuestra historia. Obama tiene que vérselas no sólo con una crisis de acumulación,
conjuntamente con dos guerras obscenas, sino que tiene que hacer eso en el contexto de un amenazante
colapso ecológico global, con una muy estrecha ventana para su solución, antes de que acontezcan
irreversibles cambios que puedan muy bien condenar la civilización y la misma especie humana.
¿Quién puede saber si él podrá solucionar esos problemas?
Tal vez sea suficiente tener un presidente a propósito de quien al menos se pueda formular esa pregunta.
El talento evidente de Obama, combinado con la corriente de exaltación por el golpe al racismo, le ha garantizado al 44º Presidente una libre cabalgata para el comienzo de su mandato. Es necesario reconocer,
sin embargo, que ésto es mayormente una expresión de deseos. Las muchas cosas buenas acerca de Obama no lo hacen ni omnímodo ni infalible, ni garantizan tampoco no sucumbir tanto a las racionalizaciones como a las ilusiones que generará el Partido Demócrata, con sus ramificaciones profundamente extendidas en el aparato capitalista.
Y hay legítimas bases para dudar si ha elegido el mejor camino, dada la inquietante evidencia provista por quienes se ha rodeado. No, no habrá en los años de Obama un neoliberalismo al estilo Bush, y brindo dos veces por eso. Pero lo que él ha puesto en movimiento hasta ahora se parece lo suficiente a un neoliberalismo estilo Clinton, con una política exterior que podría ser de «realismo imperialista».
Sin embargo, las ansias apologéticas se nutren del propio Obama, cuando asegura que el gran «Cambio»
que ha prometido vendrá de él mismo y se difundirá a través de sus principales colaboradores; algunos inclusive dicen que esto es otra canalización del espíritu de Lincoln, a quién se le otorga haber puesto a
sus rivales en su gabinete, donde podía controlarlos y sutilmente manipularlos. Pero esto pasa por alto
que el gabinete Lincoln fue un cuerpo compacto, que podía ser tratado como un grupo, y que el gobierno
Lincoln, en su conjunto, fue una tenue réplica de la poderosa burocracia Federal sobre la cual Obama
debe presidir o, para ser más preciso, sobre la cual su equipo de gobierno debe presidir.
En cuanto a eso, no hay manera concebible de que Obama pueda impedir que Hillary Clinton, o Robert Gates, o el General Jim Jones, etc., etc., instalen un equipo de colaboradores que refleje sus propios intereses, que necesitan no ser y en muchos casos no son, los que Obama ha prometido.
La fidelidad de Hillary Clinton a la Guerra de Irak, o sus severos puntos de vista respecto de Irán,
conjuntamente con los de Gates, que fue largo tiempo un apparatchik Republicano, son muy bien conocidos.
Pero hay otros inquietantes signos, haciendo una distinción más fina, respecto de algunos otros colaboradores de alto nivel, a saber: ! El Asesor de Seguridad Nacional, Jones, cuando fue Comandante Supremo de la NATO, era conocido por su excepcional disposición a promover incursiones en áreas donde estuviera en juego el control de recursos, especialmente petróleo y asoductos. Como civil, Jones es un alto miembro del complejo militar-industrial, distinguido por trabajar en la Cámara de Comercio de EE.UU. para promover todo tipo de esquemas para la inexorable producción de hidrocarburos y energía nuclear, en contraste con el fuerte apoyo que Obama a manifestado en favor de energías alternativas.
! Susan Rice, nueva embajadora ante Naciones Unidas, es una probada virtuosa en el arte de las
«intervenciones humanitarias», una forma de agresión que nos ahorró G. W. Bush. Desde su posición en la Brookings Institution, Rice, que fue Asistente para Africa del Secretario de Estado en el segundo período Clinton, censuró a Bush por no haber sido suficientemente duro con el «genocidio» en Darfur, concluyendo: «Finalmente, los EE.UU. deberían empezar urgentemente la preparación de planes militares
para la contingencia de que ningún otro país actúe para detener la matanza en Darfur.
La actual Administración ha trabajado duro para detener el largo conflicto civil en Sudán, pero ese esfuerzo habrá sido desperdiciado si permitimos que el gobierno de Sudán continúe cometiendo crímenes contra la humanidad.
» (Washington Post, 30 de Mayo del 2004). De alguna manera, la noción de que allí hay un genocidio nunca termina bien: Algunas voces prudentes han concluído que la situación en Darfur is altamente compleja, y más provocada por cambios climáticos que por otra cosa(1). Pero el modelo de intervenciones humanitarias, en el cual los liberales pueden encontrar cobertura para futuras agresiones (así como los neoconservadores hicieron con el modelo de «construir democracias») merece ser cuidadosamente vigilado durante el gobierno de Obama.
! Eric Holder, designado Procurador General, ha sido ampliamente elogiado, excepto por su extraño
comportamiento de ayudar al notorio estafador y taimado Marc Rich (NT: comerciante acusado de fraudulentas actividades internacionales) a conseguir el perdón presidencial al final del mandato de Clinton. Pero un incidente más significativo fue recientemente revelado por Mario Murillo, erudito en relaciones Norteamericano-Colombianas, quién documenta que Holder, luego de su paso por el Departamento de Justicia durante Clinton, se transformó en abogado corporativo, representando a la empresa Chiquita Banana, donde parece haber jugado un rol en orientar fondos a los paramilitares colombianos en 2004, lo cual facilitó el asesinato de 173 militantes trabajadores empleados de Chiquita Banana.
Todo esto toca todo el rol de Obama en América Latina. Los latinos votaron por Obama en proporción de 2 a 1 sobre McCain. El continente enteron na personalidad comparable celebró su victoria conjuntamente con el resto del mundo, y continúa esperando una nueva relación con EE.UU. Obama prometió eso en un discurso en
Florida, en Mayo último, que fue notable por sus detalles y también por sus referencias a Franklin Roosevelt.
Paralelamente con la usual ampulosa retórica atacando la falta de democracia burguesa en Cuba y la «amenazante» demagogia de Chávez, el candidato Obama notablemente invocó las 4 famosas
libertades de Roossevelt «4 Freedoms»: libertad de práctica política y religiosa y liberación respecto de las necesidades elementales y del miedo, estas últimas apareciendo muy pocas veces en la retórica de los políticos de EE.UU. 1
Considerando las mencionadas novedades sobre Holder, está garantizado un considerable escepticismo respecto de la afirmación de Obama de que aunque apoya al gobierno de Colombia en su Guerra contra las FARC, apoya firmemente el derecho de los trabajadores colombianos a organizarse libremente.
Pero el peso total del discurso fue más allá de la retórica. En efecto, hubo muy amplias referencias a los niños de las favelas en Rio de Janeiro y de las calles de Puerto Príncipe, muy amplias invocaciones a superar la criminal desigualdad, con mención a duros hechos sobre la pobreza e iniciativas para superarla, muy amplias referencias a principios globales como impulsar el desarrollo en el Sur, o que América Latina no puede seguir siendo tratada como un «socio menor».
Finalmente, no es cuestión, interpretando a Obama, de desmenuzarlo, como a las entrañas de un roedor de laboratorio. Debe ser tomado por la remarcable figura que es, que se movió lo mejor que se podía en estos tiempos de profunda crisis. El Capital puede ser una bestia herida, pero está severamente herida, y depende de la izquierda revivir y ser capaz de mover al Estado fuera del neoliberalismo. La victoria de Obama requirió de una movilización popular a escala masiva en EE.UU. y ha inspirado una movilización similar en otros lados. Todo eso es aun potencial para desafiarnos a nosotros y ayudarlo a el a encontrar su camino.
*Joel Kovel: Académico norteamericano, militante verde, escritor, ha publicado los libros «Capitalism, Nature, Socialism», The Enemy of Nature (traducido y editado en español por Teisis 11 con el título «El enemigo de la naturaleza») y Overcoming Zionism.
** Carlos Mendoza: Ingeniero, especializado en temas de economía política, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
Nota
1 Vease Edward S. Herman y David Peterson en «Principles of the Imperial New Word Order», Electric Politics, Mayo del 2005. El asunto Darfur, se puede agregar, ha sido manipulado por el lobby israelí (en parte porque implica a árabes oprimiendo a negros y en parte porque está diseñado como para hacer aparecer benevolente a Israel); mientras que la Brookings Institution (NT: importante institución norteamericana, sin fines de lucro, de investigaciones socio-políticas) ha caído también bajo el control del lobby israelí, gracias a su Saban Center (NT: sección de la Brookings Institution que se ocupa de las relaciones de EE.UU. con el Medio Oriente), como parece que ha sucedido también con Barack Obama, aunque este nos es un asunto para ser tratado aquí.