(política nacional)
Claudio Esteban Ponce*
El proceso político y económico iniciado en 2015 en Argentina comenzó con el slogan del “cambio”. En realidad, detrás de los festejos, globitos y marionetas que bailaban al ritmo del verdadero poder concentrado, la intención de esos grupos dominantes era borrar del imaginario colectivo nacional todo lo que pudiera referir a la historia política y las acciones colectivas en el devenir del pueblo argentino. ¿Por qué el gobierno de Macri dejó de festejar las fechas patrias? ¿Cuál fue el objeto de no reivindicar las acciones de nuestros “Padres Fundadores”? ¿Qué objetivo escondió la despolitización de los hechos recordados en las fiestas nacionales? ¿Por qué hacer desaparecer de nuestro papel moneda los rostros de quienes fueron los artífices de la lucha antiimperialista del siglo XIX haciendo posible la independencia en América Latina? Estas políticas que vienen aconteciendo imperceptiblemente en la vida cotidiana de los argentinos, y que en términos de Pierre Bourdieu, atentaron con un grado inusitado de “violencia simbólica” contra la identidad nacional y el imaginario popular, son las que nos muestran los objetivos de un poder concentrado cuya meta es la subordinación de la Argentina.
El gobierno de Mauricio Macri, fruto de una alianza de los sectores de la derecha argentina, asumió en diciembre de 2015 no solo con el objeto de implementar un plan económico para una nación periférica dependiente de los países centrales, sino con la intención de convertir la vida democrática de los argentinos en una cultura con primacía de lo individual por sobre lo colectivo. Más allá de una política económica, el neoliberalismo encierra una concepción cultural que caracterizó siempre al capitalismo imperialista, una idea que continuamente intentó legitimar y naturalizar la relación dominador-dominado. Así lo demostró la historia de la conquista de América, así lo expuso el “darwinismo social” que justificó los imperialismos occidentales de los siglos XIX y XX, y así lo enseña el contexto actual.
El triunfo electoral de la derecha argentina, logrado por una compleja multicausalidad que no dejó de lado una cuota de fortuna, llevó por primera vez a los sectores tradicionales de la oligarquía a gestionar un gobierno por vía de la institucionalidad. Esta fatalidad, cuya responsabilidad le atañe al 51% de la población, dio origen a un proceso de destrucción cultural y política que solo puede ser entendido como una continuidad tardía del Terrorismo de Estado. Más allá del carácter canallesco y avaro de los funcionarios de la gestión cambiemos, este grupo de “niños bien” tomó la responsabilidad de los cargos estatales como si éstos fueran un “botín de guerra” para favorecer sus intereses particulares. Ahora bien, si se observa un poco más allá de lo que se muestra como gestos de odio a la clase trabajadora e incapacidad política, detrás de los botarates que hipotéticamente conducen, siempre estuvo el verdadero poder económico trasnacional. Esta minoría de extranjeros y vernáculos que, al igual que muchos intelectuales de izquierda estudiaron a Gramsci, también intentó construir hegemonía para diseñar una sociedad que le permita por “derecho natural”, el control absoluto de los colectivos sociales y la “colonización de las subjetividades” para naturalizar el arrebato y la apropiación indebida del capital.
La llegada al gobierno de la administración macrista comenzó por destruir todo lo que refería a derechos democráticos, bienestar y calidad de vida. En la estructura de pensamiento neoliberal, un trabajador no puede tener los derechos de un oligarca, un trabajador debe asumir su condición de cautivo. De esta forma, con la llegada del macrismo empezó la campaña para lograr la naturalización de todas las medidas económicas que perjudicaron a la mayoría de los argentinos, pretendiendo persuadir a las personas que en el gobierno anterior habían vivido un sueño imposible y era hora de despertar a la realidad. A partir de allí, “los gestores” de la cultura neoliberal que arribaron con el macrismo, proyectaron la difusión de la “pérdida del sentido”, o sea, el despojo de toda posible identidad colectiva y nacional. El gobierno Pro, imagen de la peor derecha reaccionaria de la Argentina, se mostró como un instrumento útil a los intereses de los aliados al imperialismo internacional del dinero. El intento permanente de la despolitización de la Historia, la promoción de la meritocracia inculcando la falacia que pregona al individuo como el único artífice de su destino, la “desaparición” de las personalidades históricas del papel moneda, y el descabellado pedido de disculpas al rey de España por la independencia, no fue otro accionar más que la expresión simbólica de la cultura neoliberal en un país neo-colonizado. El objetivo fue siempre claro y evidente, vaciar de contenido político toda acción de nuestros predecesores y fortalecer la creencia en el egoísmo acatando los dogmas del “dios mercado”. Por esta razón, el concepto “la patria es el otro”, o sea, el semejante que se expresa en una comunidad-pueblo, es el discurso “populista” que más detesta el neoliberalismo por ser el peor sacrilegio para el fundamento ideológico capitalista.
La batalla se libra en inferioridad de condiciones para las mayorías populares. El poder mediático capitalista tiene la capacidad de motorizar las peores pulsiones del egoísmo humano pero no lo puede todo, la voluntad de los hombres puede contradecir hasta los propios instintos, por ende, aun así se puede luchar. El porvenir se presenta complejo, de hecho, no fue casualidad el ajuste del presupuesto orientado a la educación, tampoco obedece a un criterio arbitrario el recorte a las universidades y a los programas de investigación, sino que todo esto formó parte de una planificación previa. Los despidos en el INTI y el SENASA, la cancelación de Atucha III con la consabida reducción a la Comisión Nacional de Energía Atómica, a lo que ahora se le suma la desactivación del INVAP, todo forma parte del mismo proyecto. Desde el cierre del programa conectar-igualdad para las escuelas primarias y secundarias, hasta la decisión de no invertir más en la investigación científica de alta tecnología, el modelo a seguir por el gobierno macrista demostró la intención política de profundizar la dependencia y hacer de la Argentina aquel viejo país productor del sector primario del siglo XIX, o sea, un país dominado.
La historia nos ha enseñado que las revoluciones y las grandes transformaciones siempre estuvieron fundadas en claras convicciones ideológicas. El contexto actual demanda la concientización social y política predicando por todos los medios posibles para correr el velo de la mentira y fortalecer la resistencia. El compromiso de los sectores populares y de la dirigencia política opositora a este gobierno debe orientarse a la presentación de un proyecto alternativo al modelo neoliberal. Un proyecto con claros fundamentos ideológicos que defina una metodología para la cuestión táctica y aclare los objetivos políticos estratégicos de liberación nacional. Si existe 2019 como algunos pregonan, el modelo alternativo deberá proponer una cultura socializante que permita un desarrollo integral del pueblo argentino.
*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11
Eliminación de los monumentos de Néstor Kirchner, el Centro Cultural Kirchner convertido en CCK, los cambios de billetes con nuestros próceres, la destrucción del Ministerio de Trabajo y Salud creados en el Peronismo, el de Ciencia y Tecnología y el de Cultura, creados por Cristina Fernández, entre cosas más, nos muestran la realidad que evidencia la destrucción en el campo simbólico. Intenten lo que intenten no podrán borrar la memoria emotiva ni dominar los corazones. Supimos vivir mejor y tenemos convicciones. No van a poder con nosotros.
Excelente análisis del accionar de los “niños bien”, que nos están haciendo retroceder hasta el colonialismo.
Cada parrafo merecería un comentario particular. Sólo mencionaré que “La patria es el otro”, frase que esgrimo con mucha frecuencia, sintetiza lo que debería ser la espada que blandieramos todos los que queremos volver al modelo nacional y popular. Sobre todo porque, como muy bien expresa el autor de la nota, es “el peor sacrilegio para el fundamento ideológico capitalista”.