Revista Tesis 11 (nº 121)
(política nacional)
Alberto Wiñazky*
La jornada del paro general llamado por la CGT el seis de abril pasado, tuvo un carácter contundente, reflejando el gran malestar que existe en la población trabajadora ante las políticas reaccionarias del gobierno macrista. Además la acción de los militantes y trabajadores de izquierda evitó que el paro se convierta en una huelga dominguera sin ningún tipo de movilización.
Finalmente el hecho ocurrió. Tras largos meses de conciliábulos y amagues, el triunvirato que dirige la CGT (todos integrantes de la tan renombrada burocracia sindical) llamaron a un paro general para el seis de abril, acuciados por la presión popular. La huelga general fue contundente. Tuvo un acatamiento masivo, sin ingresar en un conteo que puede variar significativamente por zonas, provincias y ramas de actividad, pero que en modo alguno puede invalidar su totalidad y acatamiento.
Se pueden señalar como antecedentes a esta formidable jornada de lucha, las enormes movilizaciones, las mayores que se tenga memoria en tan breve lapso, convocadas por diversas organizaciones de trabajadores durante el mes de marzo. El paro general fue efectivamente llamado por la CGT y las dos CTA, pero se enriqueció con el protagonismo de los trabajadores y militantes de izquierda a través de los piquetes y cortes de ruta. Tuvieron un duro enfrentamiento con los antiguos “cosacos del régimen”, hoy convertidos en “fuerzas de seguridad”. El enfrentamiento fue sostenido por el accionar de los militantes y trabajadores de los partidos de izquierda y diversos sectores de la izquierda independiente. Estos pusieron el pecho ante el ataque de los esbirros del régimen, evitando con su accionar que el paro se convierta en un día de descanso dominguero. Las consecuencias de la represión con gases, camiones hidrantes y bastones dejaron un saldo entre los manifestantes: cuatro heridos y seis detenidos.
Con posterioridad y al finalizar el día del paro, los burócratas de la CGT hicieron su aparición en algunos programas de televisión, destacando la amplitud del paro. Trataron de diferenciarse de la acción de los trabajadores en las calles y en las rutas, e insinuaron que continuarán intentando que el gobierno neoliberal cambie alguna de sus prácticas políticas. Es indudable que Macri no tiene previsto ningún cambio ni en la economía ni en la política, como se pudo comprobar con su frase más contundente: “no tenemos un plan B”. También es importante observar el hecho que en el país burgués, ningún representante de los partidos burgueses salió públicamente ese día a manifestar su postura ante el paro y la movilización.
Se trata indudablemente de un momento complejo, donde las clases y las fracciones de clase se van posicionando con más claridad, pero no en términos electorales sino en una clara demostración política y de fuerza, tanto por parte de la burguesía neo liberal, como por parte de la clase trabajadora. La represión posterior a las maestras y maestros en la Plaza de los Dos Congresos, demostró hacia donde se dirige la política del neoliberalismo macrista, que en principio solo puede sostenerse con la dura represión hacia los trabajadores.
En este sentido es importante agregar que la Argentina atraviesa un período de opacidad donde un gobierno reaccionario y pro imperialista integrado por los CEOs de las empresas más concentradas, intenta por todos los medios a su alcance imponer políticas de derecha, en abierta oposición a los intereses de la clase trabajadora. Cuenta no solamente con los representantes de la alta burguesía, sino también con amplios sectores pequeños burgueses “liberales”, de adhesiones políticas tradicionalmente fluctuantes. Estos sectores le temen más a la rebelión de los trabajadores que a la derecha encaramada en el poder. Es que la movilidad social ascendente, se ha convertido en un hecho extremadamente difícil para las históricas ambiciones de la pequeña burguesía, ya que las promesas de enriquecimiento y avance social se ven reemplazadas, en la práctica, por el fantasma de la proletarización.
Es necesario reiterar qué papel está jugando la dirección de la CGT. La gran mayoría de los sindicatos, en manos de la vieja burocracia justicialista, se han convertido históricamente en máquinas reaccionarias que no han respondido y no responden a los intereses de los trabajadores. Es que el sindicato, tan necesario para la lucha reivindicativa, es un producto del orden capitalista y encarna la instauración de un organismo que el Estado capitalista termina reconociendo e integrando a su dominación y cuya misión fundamental es discutir las condiciones de venta de la fuerza de trabajo. De forma tal que la orientación general de esta conducción sindical, no se encuentra de modo alguno centrada en la construcción de autonomía para las organizaciones sindicales, inhibiendo por esto su capacidad de oponerse al orden capitalista de un modo radical.
A esta situación hay que sumarle el hecho que los trabajadores soportan la influencia de la escuela, de la prensa y de las tradiciones burguesas. También se encuentran presentes, en este enfrentamiento clasista, sectores intelectuales enrolados en el “posibilismo”, cada vez menos identificados con el marxismo y con cualquier salida anticapitalista. Han revalorizado la democracia parlamentaria como la forma política más apta para promover reformas en sentido “progresista”, que son vistas como el único modo viable de conseguir alguna transformación social en un sentido positivo. Estos actores expresan con cierta “ingenuidad”, posturas que sostienen que el establecimiento de reglas de juego “democráticas”, podrían contrarrestar el poder del capital, no solamente en términos económicos sino también políticos y culturales.
De manera que luego que la última dictadura eliminó a gran parte de la dirigencia de las clases subalternas por el asesinato, el exilio o la deserción, este proceso se completó, en “condiciones democráticas” con el “transformismo”. Llevó a muchos intelectuales y dirigentes obreros al abandono de los objetivos políticos de izquierda. Hubo en consecuencia una pérdida intelectual y política en las clases subalternas que retrocedieron a las posiciones que ya habían logrado durante los años sesenta y setenta.
Es muy probable que las iniciativas populares que en buena medida se están manifestando en las bases, permitan una revitalización de la acción política “desde abajo”, para ir conformando nuevas situaciones tanto políticas como sociales que dejen atrás cierta resignación producida por la inevitabilidad de la adaptación al orden existente, donde la visión del mundo de las clases dominantes continúa predominando ampliamente. En estas circunstancias se abre la posibilidad, para los trabajadores, de asimilar al conjunto de los otros grupos sociales subalternos por la supresión de la división de clases, que permitan convertir al proletariado en la “clase universal”.
Se trata, como se dijo al principio, de un momento complejo, que Gramsci lo denominó como “crisis de autoridad”. Es la situación en que una clase ve debilitarse los elementos sobre los cuales asienta su lugar de dirección en la sociedad, sin que haya un sector que le dispute eficazmente ese lugar, generando una situación de indefinición. Al mismo tiempo sostuvo Gramsci que “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”. Pero también señaló, que siempre existen alternativas ideológicas y políticas que permiten transformaciones “desde abajo” en la medida que se desarrollen fuerzas activas y organizadas que puedan ser portadoras de esos cambios.
*Alberto Wiñazky, economista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11