Revista Tesis 11 (nº 120)
Claudio Ponce*
El presente político de Latinoamérica se vio afectado por un avance de la derecha conservadora que logró por diversos medios llegar al poder en muchos países del continente, y poner fin a los procesos de democratización popular que allí se desarrollaban. La presencia siempre vigilante de las elites tradicionales y sus aliados históricos para desestabilizar y golpear todo tipo de cambio en favor de las clases populares, estuvo enquistada desde los comienzos de la historia del continente. Las luchas contra estos sectores también fue una constante entre logros y derrotas de una herencia que todavía hoy pesa fuerte en el devenir americano.
La historia de América Latina se puede comprender como el devenir dialéctico de conflictos generados por la expansión de la Economía-Mundo Capitalista desde la conquista europea del siglo XV al presente. El continente americano, región privilegiada y fundamentalmente rica en todo tipo de recursos naturales fue, desde que los europeos supieron de su existencia, un objeto de deseo que pronto se convirtió en territorio dominado. El afán de lucro, la avaricia y el egoísmo de un sistema socioeconómico que nunca pudieron entender los pueblos originarios, cuando asistían como tristes testigos a la “desaparición” de su forma de vida, se hizo realidad a partir del contacto entre Europa y América. El imperialismo español y el portugués hicieron del paraíso americano un infierno de sangre y esclavitud.
Luego de trescientos años de colonización, los primeros gritos de “libertad” iniciaron los procesos independentistas del siglo XIX. La punta de lanza de las propuestas de Belgrano, San Martín o Bolívar fue acompañada por las mayorías mestizas abrumadas por la dominación peninsular. La lucha armada fue el camino elegido como única opción para terminar con la dominación imperial. Negros, mulatos, pardos, sumados a una multiplicidad de etnias que componían los sectores subalternos de la sociedad colonial, se sumaron a los ejércitos libertadores para ganar aquella “libertad” que refería o se direccionaba a la “igualdad”. Si bien en estos procesos también participaron quienes solo concebían a la libertad como “libre comercio”, los que regaron la tierra con su sangre y dieron su vida por una “Patria” que se pensaba como “Pueblo” y no como “territorio”, fueron aquellos que siempre habían sido marginados por el poder europeo en América. A partir de esta lucha, la primera etapa de liberación, la independencia política, se logró en la primera mitad del siglo XIX. Luego de profundas divisiones y luchas internas se formaron los Estados confrontando en cada uno de ellos diversos modelos de país bajo los cuales debían organizarse. En la mayoría de los países recién dibujados en el mapa continental, se establecieron en el poder minorías oligárquicas que se enriquecieron extraordinariamente a partir de nuevas alianzas y acuerdos económicos con las potencias imperialistas de Europa Occidental. Se suponía que habiendo logrado la “autonomía política” se podían establecer vínculos económicos para lograr el “crecimiento” a cualquier costo, siempre y cuando éste beneficie a la “clase dominante” de los Estados recientemente independizados del continente americano. Vale aclarar que, siguiendo al economista Aldo Ferrer, crecimiento no es sinónimo de desarrollo, y que los regímenes oligárquicos no estaban muy interesados en éste último. Los “inventores” de los nuevos Estados en Latinoamérica, aquellos que se habían apropiado indebidamente de la tierra y de los recursos de la región, fueron los que decidieron los modelos políticos y económicos que llevaron a estos países de la emancipación política a una nueva forma de sumisión económica que representó, según expresiones de Eric Hobsbawm, el ejercicio de un imperialismo informal.
La primera etapa del proceso de liberación latinoamericana había sido delimitada a lo político, y habían quedado pendientes e inconclusos la igualdad y la inclusión a partir de la imposición de “democracias restringidas” que solo favorecían a las minorías aliadas al capital extranjero. Pero ya en el siglo XX se desarrollaron movimientos nacionales y populares que desafiaron a estos poderes tradicionales. El “aprismo” en Perú, el “varguismo” en Brasil, el radicalismo y más contundentemente el peronismo en Argentina, fueron las expresiones que según algunos “intelectuales”, dieron origen a fenómenos que surgieron como resultado de las “asimetrías propias de la modernización” en América en contraposición a la modernización europea. En realidad, estos movimientos que irrumpieron en la escena pública reclamando justicia y participación, estos fenómenos sociales y políticos que fueron catalogados como la expresión de una “democracia inorgánica” de los sectores marginales, lograron que los hechos superaran a las interpretaciones haciendo posible que por primera vez exista mayor participación ciudadana, más derechos sociales y una clara democratización del bienestar. Estos movimientos, sin llegar a ser ontológicamente revolucionarios, lograron reformas sociales que fueron suficientes para ganar el odio de las oligarquías, convirtiéndose en el enemigo a destruir por ellas y el imperialismo externo. Así fue como desde los años treinta y durante gran parte del siglo XX, los golpes de Estado cívico-militares se transformaron en la herramienta fundamental de las clases dominantes para frenar toda democratización popular y escarmentar a la clase trabajadora mediante métodos cada vez más violentos.
Las resistencias y luchas populares desde la década del cincuenta en adelante, incluyendo el exitoso movimiento revolucionario cubano, dieron cuenta de un segundo gran intento de liberación latinoamericana. Las pugnas contra los despotismos dictatoriales, contra la intervención extranjera en general y el imperialismo estadounidense en particular, parecían diseñar un horizonte emancipador donde la utopía hacía pensar en la posible construcción del socialismo. Los cambios culturales en el mundo occidental, y en América Latina en particular, promovieron la fusión entre los estudiantes y los obreros, sumándose a estos actores una intensa radicalización de los sectores medios de la sociedad que demostraban avalar la metodología de la lucha armada. Durante los años sesenta y setenta se intentaron acciones para una segunda fase independentista, aunque la misma quedó trunca por la salvaje y sangrienta respuesta del poder económico concentrado. Salvo la experiencia cubana y el “triunfo” de la revolución sandinista, que tampoco sobrevivió mucho tiempo, toda otra acción revolucionaria y popular fue derrotada por golpes cívicos-militares apoyados por EEUU para imponer en forma definitiva la “Doctrina de la Seguridad Nacional” y la defensa de los intereses minoritarios en toda la realidad continental.
La resistencia a la cultura neoliberal y a sus consecuencias económicas y sociales, dio a luz una nueva primavera de los pueblos en los primeros años del siglo XXI. Luego de profundas crisis en la mayoría de los países de toda América desde el Río Grande hacia el sur, una nueva serie de movimientos populares intentó un cambio de época. Actores políticos como Hugo Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el kirchnerismo en Argentina representado por Néstor y Cristina, promovieron una nueva forma de hacer política, revitalizando mayores derechos sociales y mejorando la distribución del ingreso, con el objetivo de lograr una sociedad más justa e igualitaria. Se abría para América Latina una vía hacia un concreto desarrollo económico con inclusión de los sectores subalternos de la sociedad. Mejoramientos puntuales en la salud, educación y en el acceso al consumo, fueron reflotando a los más sumergidos por la explotación capitalista. Nuevamente, y sin llegar a ser bruscos procesos revolucionarios, estas experiencias políticas recomenzaron un camino hacia transformaciones culturales necesarias que generaban una tendencia teleológica hacia los valores del socialismo. Ahora bien, la derecha tradicional de América Latina y su viejo aliado en América del Norte, no podía permitir semejante afrenta a su poder y volvieron nuevamente, como en el pasado reciente, con métodos más sofisticados pero no menos violentos, a destruir de todas las maneras posibles a las democracias populares nacidas en el comienzo del siglo XXI.
Luego de más de una década ganada para los sectores populares, el presente latinoamericano fue otra vez asaltado por las derechas tradicionales y conservadoras. A través de apoyos externos, junto a medios de comunicación concentrados, estos actores destituyeron gobiernos, falsificaron y crearon causas judiciales contra dirigentes populares, destruyeron las políticas económicas soberanas y de inclusión, arruinaron las posibilidades de desarrollo popular, e impusieron el viejo modelo neoliberal conservador. Frente a las actitudes reaccionarias de la derecha, los ataques a los gobiernos populares y la derrota de la clase trabajadora, hoy el desafío es la resistencia activa y la preparación para la recuperación del poder. La Historia se compone de avances y retrocesos, de allí que las izquierdas nacionales de Latinoamérica deben asumir estas derrotas como temporales y como una experiencia enriquecedora para generar una clara conciencia ideológica que sustente un nuevo proceso de liberación en el Tercer Mundo Americano. La recuperación de los espacios de decisión política se presenta como el objetivo táctico; la transformación social, política y cultural formarán las expectativas de logros de los objetivos estratégicos. La liberación del “peso de la herencia colonial” debe ser una tarea simultánea entre el universo individual y colectivo. En términos de Pierre Bourdieu, la tarea de no caer esclavos de lo que este autor denominó “la colonización semiológica”, llevada a la práctica en personas que mediante una “persuasión clandestina” terminan aceptando la “violencia simbólica” que los convierte en seres dominados, es una asignatura pendiente. De todos modos, el futuro de América Latina siempre es mejorable, aun a pesar de Donald Trump.
*Claudio Esteban Ponce, licenciado en Historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11
Siempre resulta claro el análisis desde una perspectiva histórica, colabora al entendimiento y a lo no desesperación. Muy buena nota.