El presal y la reconquista de Brasil

Compartir:

(américa latina/brasil)

Karen Méndez y Lorena Freitez*

“Hace 13 años, algunos pensaron que Brasil había sido bendecido con el petróleo del presal. Hoy, pareciera que ese descubrimiento, que desembocó en toda esta trama de espionaje, escándalos de corrupción, judicialización de la política y saqueo del país, no se trató de una nueva independencia para Brasil, como entusiastamente lo pronosticó Lula, sino en motivo para su reconquista.”

Mientras Jair Bolsonaro entretuvo a la opinión pública durante todo 2018 y 2019 con sus escandalosas declaraciones contra afrodescendientes, indígenas, gays, mujeres, y con sus propuestas de rearmar a la población para que tomara la justicia por sus manos, estaba en marcha un plan del que pocos hablaron: la venta-remate de Brasil, el gigante latinoamericano.

Para entender esta historia que llevó a un personaje como Bolsonaro a la Presidencia hay que retroceder hasta 2006, cuando el gobierno del Presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, descubrió los primeros y más grandes yacimientos de petróleo bajo el mar, el conocido petróleo del presal.

En su momento, Lula da Silva, calificó el descubrimiento del presal como la “segunda independencia” de esa nación, una riqueza, que según sus palabras, les permitiría dialogar de igual a igual con las naciones más importantes del mundo y convertirse en un polo petroquímico muy grande. “No queremos exportar petróleo crudo, sino exportar derivados (…) por eso necesitamos construir más infraestructura, plataformas, sondas, tener más astilleros, construir plataformas”, dijo Lula en su momento.

De estas declaraciones tomó nota el gobierno estadounidense y lo primero que hizo fue reactivar su Cuarta Flota en las aguas de Suramérica, una flota que es parte del Comando Sur y que había estado desactivada desde 1950.

Ante este movimiento, Lula también empezó a tomar decisiones: activó un plan de defensa integral de los yacimientos del presal y firmó con Francia un acuerdo militar para la construcción de un submarino nuclear, cuyo objetivo principal sería custodiar estas suculentas reservas. A su vez, propuso al Congreso aprobar un nuevo Marco Regulatorio del Presal para que el estado controlara la adjudicación de proyectos exploratorios y de extracción, y se creara un fondo social para que los dividendos de esa riqueza se invirtieran prioritariamente en la educación y la lucha contra la pobreza.

EEUU inició en ese momento un cabildeo entre los congresistas y senadores brasileños para que no se aprobara el nuevo Marco Regulatorio del Presal. El argumento era que Lula quería controlar los recursos petroleros con fines políticos y lograr que el Partido de los Trabajadores ganara las elecciones presidenciales de 2010.

Pese a toda la presión y la campaña en contra, el PT logró que el Congreso aprobara el nuevo Marco Regulatorio del Presal y que Dilma Rousseff ganara las elecciones presidenciales el 31 de octubre de 2010, conquista que permitió que por primera vez en la historia de Brasil una mujer ocupara este cargo.

La visita

Las cosas empezaron a cambiar drásticamente desde finales de mayo de 2013 tras la visita del entonces vicepresidente Joe Biden, quien llegó a Brasil para hablar, principalmente, sobre el interés de su país en los inmensos yacimientos del presal.

Apenas dos semanas después de la visita de Biden, que curiosamente terminó con una reunión privada con el entonces vicepresidente Michel Temer, se desatan unas protestas masivas a lo largo y ancho del país.

Las protestas eran convocadas por la organización Passe Livre, que se autodefinía como un movimiento sin liderazgo político y que se organizaba por redes sociales. Comenzaron protestando contra los altos precios del transporte público, pero con el transcurrir de los días se colaban otro tipo de reclamos como exigir que se penalizara el aborto y se redujera la edad de la judicialización para así poder encarcelar a jóvenes menores de edad.

A los de Passe Livre le siguieron grupos radicales como los “black bloc” que justificaban la destrucción del patrimonio público como forma de protesta y luego denunciaban la represión policial.

Paralelo a las protestas, Edward Snowden, ex agente de inteligencia estadounidense, y el periodista Glen Greenland, revelan que desde 2011 la agencia de inteligencia de EEUU, la NSA, espiaba a la Presidenta Dilma, a Petrobras y a otras grandes empresas brasileñas. Estas revelaciones de espionaje provocaron un terremoto en las relaciones entre Brasil y EEUU.

La Presidenta Dilma dijo en su momento: “la verdad es que EEUU no soporta el hecho de que Brasil se haya convertido en un actor global. En el fondo, lo máximo que ellos aceptan es que Brasilia sea un subalterno, como ya lo fue”.

Pocos meses después de estas palabras y del escándalo de espionaje, se hace pública la “Operación Lava Jato”, una investigación que desveló una red de corrupción que tocaba a poderosas empresas, como Petrobras y Odebrecht, y a políticos de todas las tendencias.

“Lava Jato” fue una investigación que comenzó en Brasil en 2014 y luego se extendió por 12 países de América Latina. Fue supuestamente descubierta por una pequeña policía federal de Brasil y dirigida por el Departamento de Justicia de Estados Unidos. Curioso que este país dirigiera una investigación de esa magnitud por el hecho de que grandes empresas brasileñas como Petrobras y Odebrecht financiaran a políticos de Brasil y de distintos países de la región, cuando en su país es totalmente legal y permitido que empresas financien a candidatos de su conveniencia.

Lo cierto, es que el escándalo de Lava Jato permitió dos cuestiones claves en Brasil:

1. Desprestigiar a las dos principales empresas, como Odebrecht y Petrobras. Odebrecht, que tenía a su cargo la construcción de los submarinos que custodiarían los yacimientos del presal, y Petrobras, que sería la principal beneficiaria por la explotación de este petróleo bajo el mar.

2. Criminalizar al Partido de los Trabajadores para justificar ante la opinión pública la destitución de la Presidenta Dilma y el encarcelamiento del ex Presidente, Luiz Inácio Lula da Silva.

Una vez destituida Dilma, herido el PT y fuertemente golpeadas las dos principales industrias del país, como lo eran Odebrecht y Petrobras, el entonces vicepresidente Michel Temer, quien públicamente se jactó de ser un gran amigo y aliado de EEUU, fue nombrado Presidente de la República por 61 senadores que votaron a su favor.

Uno de los primeros pasos de Temer fue echar por tierra el Marco Regulatorio del Presal y abrir las puertas para que el cártel de las transnacionales petroleras se hiciera con el control del petróleo brasileño, especialmente de los yacimientos del presal.

Además, llevó adelante un radical proceso de desinversión de Petrobras que justificó la venta de muchos de sus activos. Y es que tras el escándalo de Lava Jato, tanto Petrobras como Odebrecht quedaron prácticamente en la ruina. El valor de Petrobras bajó un 50%, paralizó numerosos contratos y despidió unos 10 mil trabajadores. Por su parte, Odebrecht, que vio seriamente afectada sus finanzas, tuvo que pagar una multa de 93 millones de dólares a EEUU para acabar con esta trama, tal como lo determinó un magistrado de Nueva York.

Por si faltaba algo más para terminar de quebrar a Brasil, en 2017 aparece un nuevo escándalo: “Carne débil”, una nueva operación policial que supuestamente descubre que las mayores empresas de la industria cárnica vendían productos descompuestos poniéndoles fechas adulteradas de vencimiento gracias a la complicidad de inspectores públicos.

Este nuevo escándalo provocó que EEUU y la mayor parte de los países de Europa y Asia suspendieran la compra de productos cárnicos brasileños.

Con los tres pilares de la economía brasileña dinamitados (petróleo, construcción y la exportación de carnes), con una población movilizada a punta de emociones viscerales y con Lula, el principal contrincante, en prisión se dio paso a unas elecciones donde resultó electo el polémico Jair Bolsonaro.

Apenas asumió la presidencia, Bolsonaro tomó dos decisiones claves:

1. Nombró como Ministro de Justicia a Sergio Moro, el juez federal del sur de Brasil formado en EEUU, que encarceló a Lula sin presentar ninguna prueba que lo incrimine. Diversos analistas han denunciado que el encarcelamiento de Lula se realizó para garantizar la victoria de Bolsonaro y evitar que una voz contraria entorpeciera los planes de dominación de Estados Unidos.

2. Radicalizó la ola privatizadora. Tan solo en los 6 primeros meses de gestión de Bolsonaro se vendió a EEUU la empresa Embraer (el tercer mayor fabricante de aviones), se remataron refinerías de Petrobras en distintas partes del mundo, se vendieron estaciones de servicio, campos petroleros y gasíferos, el mayor sistema de gasoducto, puertos, aeropuertos y autopistas, además de dar luz verde a grandes madereros y mineros para que explotaran la Amazonía, hoy señalados como responsables por el inmenso incendio que ha destrozado este patrimonio natural de la humanidad.

Hace 13 años, algunos pensaron que Brasil había sido bendecido con el petróleo del presal. Hoy, pareciera que ese descubrimiento, que desembocó en toda esta trama de espionaje, escándalos de corrupción, judicialización de la política y saqueo del país, no se trató de una nueva independencia para Brasil, como entusiastamente lo pronosticó Lula, sino en motivo para su reconquista.

*Lorena Freitez es psicóloga social venezolana y Karen Méndez, periodista venezolana.

Fuente: Rebelión y NODAL

Deja una respuesta