Norberto Galasso*
Según el historiador y ensayista, para muchos argentinos la revisión de nuestra historia se ha convertido en una necesidad. Aquí, en sintonía con ese sentir colectivo, el autor nos propone su mirada crítica sobre el relato dominante de los sucesos de Mayo de 1810.
Este nuevo aniversario del 25 de mayo, encuentra a una gran parte de la sociedad argentina sumergida en inquietud ideológicas muy particulares. Sucesivas frustraciones condujeron al 19 y 20 de diciembre del 2001 y allí se inició un proceso que todavía se está desarrollando, es decir, una búsqueda nacida de la sensación de que haber sido víctimas de un gran engaño y que concluir con él permitirá caminar hacia una sociedad mejor. Revisar la historia argentina se ha convertido, para muchos argentinos, en una necesidad, como si intuyeran que ese replanteo iluminará no solamente el pasado, sino también el futuro, marcando rumbos.
Puede ser conveniente entonces reflexionar sobre aquel 25 de mayo que nos enseñaron inocentemente nuestras maestras, repitiendo las enseñanzas de Mitre, Grosso, Levene, Astolfi, Ibáñez y tantos otros difundidores de una fábula que provoca el desinterés de los esudiantes Todo habría tenido origen, según esta versión, en la reunión del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 donde “respetables y honorables vecinos propietarios ” habrían decidido promover la independencia, para poder vincular el país al mercado mundial a través del comercio libre. Estas ideas de libertad provendrían de la difusión ideológica realizada por los soldados ingleses que quedaron prisioneros en la ciudad después de frustradas las invasiones y compartían tertulias con las ‘mejores familias’ (en las mansiones de Mariquita Sánchez, Melchora Sarratea o Madame Riglos). Ellos insuflaron ideas de libertad en los nativos y así nació la Representación de los Hacendados, redactado por un abogado de empresarios ingleses, iniciándose un movimiento que tuvo por principales protectores a Lord Strangford, cónsul inglés en Río de Janeiro y al primer ministro George Canning, quien reconoció nuestra independencia en 1825. Nos alejamos entonces de la negativa y reaccionaria influencia de la cultura española y al vincularnos a los anglosajones, nos fuimos convirtiendo en “civilizados”, a pesar de que algunos caudillos bárbaros del interior se opusieron a este “progreso”. Con Rivadavia y Mitre logró sin embargo, asentarse una clase dominante que pudo traer ferrocarriles, bancos, empresas frigoríficas y de seguros, así como también inmigrantes para colocar a la Argentina en el camino del mundo moderno. Pero, esos éxitos tan promisorios, sin embargo se vieron empañados por la persistente acción del pueblo argentino, en especial sus sectores más “oscuramente pigmentados” quienes generaron, una y otra vez, caudillos nacionales que precipitaron al país en la decadencia con medidas que perturbaron el libre funcionamiento de la economía, como, por ejemplo, la nacionalización del Banco Central, el comercio exterior y los ferrocarriles. De este modo, nos habríamos alejado de aquel glorioso 25 de mayo y aún estaríamos pagando las culpas de tales desastres: hemos llegado a tal punto que ya se nos puede comparar con cualquier país de la América morena, díscolo y atrasado, envidioso del progreso norteamericano y ajeno al progreso tecnológico de la humanidad.
Como se comprende, toda esto constituye una fábula enorme, sin ningún sustento científico serio. Y eso es lo que parece estamos empezando comprender.
Lo cierto es que aquel mayo fue otra cosa, distinta de la que nos contaron. Por eso quizá sea oportuno reflexionar sobre las falsedades con que la clase dominante engañó al resto de la sociedad, para hacerla servir sus intereses, es decir, para legitimar con un pasado reaccionario y liberal en el peor sentido del término, las políticas reaccionarias y liberal- conservadores que aplicó luego para defender sus privilegios. Esa oligarquía mitrista, que se consolidó después de Pavón, impuso sus ideas, como lo hace cualquier clase social triunfante. Basta recordar aquello de Carlos Marx: “Las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante”. Ella tiene el poder económico, periodístico, cultural, etc. y hasta el ocio necesario para escribir fábulas que instila en las cabezas de sus compatriotas, especialmente en los sectores medios más ligados al aparato cultural oficial.
La historia falsificada se convierte así en poderosa arma de la política (como también la enseñanza de la economía liberal, el mito “civilización y barbare”, etc.). Por eso, es necesario quebrarla y restablecer la verdad del paso, como condición para construir el porvenir.
Podemos decir, en síntesis, que la revolución de Mayo consistió en el desplazamiento del virrey por una Junta Popular, es decir, el desplazamiento de un representante de la monarquía-que se suponía por derecho divino- por los representantes del pueblo, constituidos en Junta. En este sentido, el hecho político se coloca en la línea de la Revolución Francesa y procede a través de Juntas, como la revolución democrática iniciada en España el 2 de mayo de 1808. La concurrencia al Cabildo fue popular porque muchos “respetables propietarios” no asistieron (descomedidamente alejados por piquetes en las esquinas del Cabildo) y porque Agustín Donado, un obrero gráfico de la imprenta de los Niños Expósitos, imprimió tarjetas truchas para facilitar el ingreso de quienes , según el Virrey, “no eran nadie” y además, repetían “especies subversivas”, es decir, los revolucionarios. El programa no fue la Representación de los Hacendados ni el comercio libre, que fue otorgado por el virrey en 1809, sino el Plan de Operaciones de Moreno que sostenía la necesidad de expropiaciones y convertir al Estado en un eje de industrias para tener fábricas estatales de fusiles y pólvora, proyecto originalísimo que significaba que el Estado pasaba a ocupar el lugar de la burguesía nacional ausente. Además, planteaba perseguir a todos los reaccionarios- fue desterrado el godo Beláustegui, así como un antepasado de Federico Pinedo, entre otros ricachones- y ampliar la revolución hacia el Alto Perú y paraguay, provocando asimismo la revolución en Banca Oriental con ayuda de Artigas. No llovía el 25 y las capas que usaban los”chisperos” de la revolución no tenía el propósito de cubrirse del agua sino de ocultar trabucos y cuchillos con los cuales amenazaron a los cabildantes el 25 al mediodía, hasta imponerles la Junta Popular.
¿Quiénes son estos hombres “díscolos”? El cartero French, el empleado del estado Beruti, un desocupado Mariano de Horma, un agitador que fue luego artiguista, Cardozo, otro, que después trabajó para San Martín, en Mza, Dupuy, un revolucionario a ultranza, borrado de todos los libros de historia, que se llamaba Pancho Planes y que fue el único que en el cabildo abierto del 22 de mayo exigió no sólo la renuncia sino el ajusticiamiento del virrey por la represión que aplicó a los revolucionarios de La Paz de 1809. Son estos hombres quienes se vinculan a Moreno, y es Moreno junto con Castelli y Belgrano quienes integran el trío clave de la revolución. Belgrano, que decía que los países no deben exportar materia prima, sino elaborarla y luego recién exportar para beneficio de sus pueblos. Moreno, que señalaba que “la fortuna agigantada en pocas manos no favorece a los países, pues resulta como agua estancada que se pudre” y que en cambio, si corriese e inundase a todos los sectores de la sociedad, estos serían felices. Castelli, que reivindicaba al indio en el Alto Perú.
Hoy ya muchos historiadores han llegado a la conclusión de que es falsa también la llamada máscara de Fernando, con la cual Mitre intenta justificar que la Junta jurase el día 26 por Fernando VII. Se trataría de una farsa a la cual habrían recurrido los revolucionarios –que “odiaban a España” y querían ser independientes, para vincularse a los ingleses a través del comercio libre, según su versión- pero ahora resulta que todos los movimientos revolucionarios hispanoamericanos entre 1809 y 1811, juraron por Fernando VII, al igual que las Juntas españolas. No hubo tal máscara, ni tal propósito independentista inicial. Alberdi lo había definido claramente: “La revolución de Mayo es un detalle de la revolución hispanoamericana, esta, a su vez, es un detalle de la Revolución española de 1808 y ésta, lo es de la revolución francesa del 89”. Esto explica que estuviesen en la Junta, tanto Matheu como Larrea que eran españoles y que Alvarez Jonte , también español, integrase el Segundo Triunvirato, como asimismo que French y Beruti repartiesen, en los días de mayo, estampitas con la efigie del rey cautivo, o también que el compositor de la música del himno fuese catalán. El odio a España y el cariño a los ingleses lo inventa Mitre para mostrar un Mayo probritánico que legitima su política de concesiones ferroviarias y dependencia respecto al Imperio, instrumentada a partir de 1862. (La revolución de Mayo se hace independentista recién entre 1813 y 1814 al fracasar la revolución española, predominando nuevamente el absolutismo en la península lo cual obliga a la separación)
Con la interpretación mitrista, el continuador de Mayo es Rivadavia: creador de la deuda externa, inversiones inglesas, libreimportación, Bancos dominados por los ingleses, intento de entregar el mineral del Famatina, etc. Scalabrini Ortiz denunció esta falsedad y sostuvo que había dos rutas de mayo: la de Moreno, americanista, popular y revolucionaria y la de Rivadavia, probritánica, elitista, reaccionaria. Pero, al igual que Alberdi, Scalabrini Ortiz también fue silenciado, de manera que la vieja fábula ha perdurado, al igual que los retratos de los colegios y las figuritas de las revistas escolares donde el revolucionario Moreno aparece junto al contrarrevolucionario Rivadavia, donde el hispanoamericano San Martín aparece junto a Mitre, expresión de la burguesía comercial porteña aliada a los ingleses.
Pero ahora que los argentinos repiensan sus problemas, agudizan el espíritu crítico con respecto a todo lo que informan los medios de comunicación, la escuela y los intelectuales, ahora que buscan una identidad nacional latinoamericana, los viejos mitos se caen. Al calor de una América Latina tumultuosa que camina hacia su liberación y reunificación, estamos asistiendo ya al recupero de nuestra verdadera historia. Así, avanzamos ya en la comprensión de que ella no es producto ni de las grandes personalidades, ni de las minorías reaccionarias sometidas al capital extranjero, sino que constituye una larga y heroica lucha de un pueblo, traicionado muchas veces, que ya no acepta conciliaciones ni padrinos y que se dispone a dar la marcha decisiva hacia una sociedad autónoma e igualitaria, donde pueda florecer el Hombre Nuevo que postulaba el Che.
*Norberto Galasso, historiador y ensayista.