Publicado el 19 abril, 2013 por Juan Carlos Monedero *
Usted, amable lector y lectora, tiene, seguro, una opinión construida sobre las elecciones venezolanas. Incluso cuando quiere ser amable con los procesos de América Latina, se le hace cuesta arriba asumir el resultado electoral que da ganador a Nicolás Maduro. El 100% de los medios escritos, las radios, las televisiones han sembrado en toda la gente de bien, cuando menos, dudas. Ni una voz disidente. Tertulianos, columnistas, blogeros, presentadores de televisión y hasta el Gran Wyoming tienen claro el veredicto: el chavismo es culpable.
Este viernes, el diario ABC, en su edición de Andalucía, dispara contra el gobierno del PSOE y de Izquierda Unida con un titular en portada: “La Junta alimentará a escolares con un plan copiado de Venezuela”. El diario ABC, en esta ocasión desde Madrid, cuelga en su página web un artículo de su corresponsal en Caracas, Ludmila Vinogradoff. Una foto acompaña la crónica: la policía de Caracas apaleando y arrastrando a una mujer, casi desnuda y desesperada. ¿Quién honesto no puede solidarizarse con la víctima? Desde Miami, Walter Oppenheimer, el más influyente periodista del establishment, escribe en El nuevo Herald un artículo (el último hasta la fecha sobre su bestia negra preferida, Venezuela) para cerrar cualquier duda. Lo titula, para que no quede género de dudas en la gente honrada: “Las preguntas que Maduro no contesta”. Ahí nos instruye con contundencia, y entre otras preguntas similares, interroga: “¿por qué no acepta el recuento de votos pedido por su rival, tal como había prometido hacerlo en su discurso de victoria de la noche de las elecciones? (…) Por qué el CNE organizó una ceremonia relámpago de proclamación para instalar a Maduro en la presidencia el lunes, el día después de las elecciones, en vez de esperar varios días como estaba originalmente planeado? (…) Si el proceso electoral fue justo, ¿por qué Maduro no permitió que los observadores internacionales electorales de la Unión Europea y de la OEA no pudieran monitorear el proceso electoral, incluyendo el acceso igualitario al tiempo televisivo? (…) ¿Por qué Maduro sólo autorizó a “acompañantes” electorales de organizaciones amigas, que llegaron poco antes de la votación? (…) Los documentos de Capriles de más de 3,200 casos de violaciones electorales en el día de la votación —incluyendo fotos de gente hablándole al oído a los votantes mientras estos emitían su voto— son fraguados, ¿por qué el gobierno no aceptó al menos una investigación de estos casos por observadores internacionales aceptados por ambas partes?”.
Para cerrar esta ópera bufa, el candidato Capriles comparece en rueda de prensa pública (donde no se permite el acceso a ningún medio público venezolano y tampoco a TeleSur. Repito: donde no se admite a ningún medio público venezolano, tampoco a TeleSur, y no se admiten preguntas sino de medios amigos), y presenta su cuaderno de quejas. Una vez más, grita con convencimiento: ¡Queremos que se recuenten los votos! ¿Qué persona honrada, comprometida con la democracia, no escucharía esta reclamación?
El diario ABC quitó unas horas después, tras armarse un zafarrancho en las redes, la foto que acompañaba la crónica de su corresponsal Vinogradoff (por cierto, Ludmila Vinogradoff fue corresponsal del diario El país en Venezuela durante el golpe de 2002. Fue despedida por brindar información falsa y por tomar partido por los golpistas manipulando a los lectores españoles. Hoy está apadrinada por el Director de Opinión del ABC, de infausto apellido Maura). La razón por la que la terrible foto de la policía chavista golpeando a una mujer indefensa fue retirada es porque la foto era de Egipto. Un pequeño detalle.
En la edición andaluza de ABC el diario amenaza con la que le va a caer a los vecinos del sur: “el gobierno de José Antonio Griñán y, particularmente, su socio, Izquierda Unida, ha pasado en pocas semanas de proclamar su admiración hacia el legado social de Hugo Chávez a importar algunas de las medidas más populistas del difunto comandante”, “Otra medida populista”, “copia a Chávez un plan”, (el gobierno pone en marcha una medida). “emulando las ‘casas de alimentación’ bolivarianas. La medida en concreto es terrible: que todos los niños de Andalucía hagan al menos tres comidas al día (desayuno, almuerzo y merienda) debido a que “seis de cada cien niños de la comunidad están en situación de pobreza extrema”. Que los niños coman tres veces al día. Maldito Chávez que contamina nuestra democracia. Si la medida, como quiere IU, se extiende a ancianos y jubilados ¿adónde vamos a parar?
Durante la IV República (el tiempo que va de 1959 a 1999, regido por la Constitución de 1961), se dio un turnismo en Venezuela que recuerda mucho al que protagonizaron liberales y conservadores, Sagasta, Cánovas y compañía, en el XIX español. La propia ciencia política venezolana ha incorporado conceptos del decir popular que tienen que ver con esas artimañas que vulneraban el resultado popular y siempre -siempre- daban la victoria al partido pactado entre las dos grandes formaciones políticas -la socialdemócrata Acción Democrática y la democristiana COPEI-. “Acta mata voto”, donde las actas manuales finales, controladas por los grandes partidos, invalidaba cualquier contabilidad de los votos, la “operación morrocoy” -tortuga-, que consistía en frenar o invalidar la votación, colocándose militantes de los principales partidos los primeros para votar en aquellas mesas donde siempre ganaba la izquierda, o impidiendo el acceso a las urnas a los sectores populares.
La Constitución bolivariana de 1999 estable la exigencia del derecho “a la justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna”, así como el derecho al “voto libre”. La ley electoral desarrolló posteriormente el voto automatizado, donde cada elector, tras identificarse electrónicamente -para evitar duplicaciones en el voto o el voto de personas fallecidas, una constante en la IV República- y después de elegir a su candidato en un ordenador, obtiene una papeleta donde aparece impreso el voto elegido. Una vez verificado que el voto elegido coincide con el de la papeleta, el propio elector deposita esa papeleta en una urna. El ordenador manda al Consejo Nacional Electoral el voto de manera electrónica. Y por ley, el 54% de las urnas se audita, comprobándose que coinciden las papeletas en la urna con lo que ha mandado el ordenador. El 100% de los resultados auditados ha sido correcto. El 100% de la observación electoral internacional (donde había incluso diputados del PP) estableció que las elecciones habían sido limpias y transparentes. Sin embargo, la oposición y sus periodistas insiste en el “conteo manual”, un sistema abandonado precisamente para evitar el fraude que era una constante en los gobiernos anteriores. Oppenheimer calla antes estos hechos.
Capriles no quiso aceptar el resultado. Acostumbrado a revolcones de 11 puntos para arriba, el 1’8%, 273.000 votos, le parecieron pocos y decidió desconocer el resultado. Por ese porcentaje y menos ganó Bush a Gore, Kennedy a Nixón, Aznar a González, Calderón a López Obrador o Caldera a Barrios. Pero la derecha parece tener derecho a decidir cuál es el porcentaje que aceptan. Además, con trampa añadida. La denuncia de Capriles tuvo lugar exclusivamente en los medios de comunicación. Tres días incendiando la calle pero solamente a través de los medios y sin presentar la denuncia correspondiente en los organismos judiciales o electorales correspondientes. ¿Cómo iban a actuar los jueces o el CNE si no existía denuncia formal? Pero Capriles no la presentaba porque lo que le interesaba era que la calle ardiera.
Capriles, en rueda de prensa, dice que hay más de 3000 irregularidades. Escoge las que cree más evidentes. Una es su estrella. La del municipio Cuica. Dice en la televisión que tiene las pruebas -y Oppenheimer las airea-: como consta en acta -y la muestra a las cámaras-, han votado 712 electores, pero sólo hay inscritos 530. Conclusión: ha habido fraude. “Y así en 3200 casos” dice Capriles. Pero, una vez más, miente. Ha mostrado solamente la Mesa 2 de Cuica, donde, efectivamente, hay 533 electores. Falta la Mesa 1, donde hay registrados otros 533. En total, 1066 electores potenciales y 712 que ejercieron el voto. Mentiroso. Ese es el gran fraude aireado por Capriles y por el que mandó a pelear en la calle la noche del 14 de abril. Resultado: 8 chavistas muertos. Pero Oppenheimer sigue callado. Por fortuna, en Venezuela se siguieron los plazos y Maduro asumió, frenando la intentona golpista.
En esa vorágine, el diario opositor Nuevo País (en contra del gobierno, como el 90% de los medios en Venezuela) saca en portada una foto de cuerpos de seguridad quemando material electoral. Los votantes de la oposición se soliviantan. Un pequeño detalle: la foto era de 2010 y el material que se estaba quemando correspondía a elecciones anteriores (¿o es que en España se guarda el material electoral de elecciones pasadas?). Capriles y sus seguidores hicieron creer a los suyos -y, de paso, a los lectores occidentales- que el Gobierno de Maduro estaba quemando material electoral con intenciones fraudulentas. ¿Seguimos?
Fue presentar la petición de auditoría y en menos de 24 horas el CNE accedió a la petición. No a un simple conteo manual, que podía dar lugar a manipulaciones y a la deslegitimación del CNE buscada por la oposición. La aceptación de Maduro de contar los votos significaba precisamente eso: auditar el 100% de las mesas con el mecanismo recogido en la ley electoral y en un sistema que, al decir del Centro Carter, es “el más fiable del mundo”. Y Venezuela no es una colonia donde tenga que haber “observadores”. ¿Los tiene EEUU pese al fraude que hizo Bush en Florida? ¿Los tenemos en España? ¿Dónde está escrito que en Venezuela tenga que haber otra cosa que acompañantes? El resultado final es evidente y, como han demostrado algunas grabaciones, la oposición sabía desde un principio que había perdido. Sólo quería ganar tiempo y hacer ruido.
La irresponsabilidad de Capriles, azuzada por otros miembros de la Mesa de la Unidad – compuesta por 27 partidos que van de un nominal marxismo a la extrema derecha, unidos tan solo por su voluntad de sacar del poder al chavismo y colocarse ellos-, se zanjó con nueve muertos, sedes del PSUV quemadas, Centros de Diagnóstico Integral devastados, militantes golpeados, familiares de miembros del Consejo Nacional Electoral amenazados de muerte y zarandeados. Todos los medios de comunicación que han alimentado estos hechos, están detrás de estos muertos. Sin embargo, a todos nos han construido un veredicto claro sobre las elecciones presidenciales en Venezuela.
A usted, amable lector, le corresponde responder a una pregunta: ¿hasta cuándo va a tolerar que los medios de comunicación sigan mintiéndole? Mientras tanto, la democracia española, nacida de la Inmaculada Transición, goza de una calidad inigualable.
No tengo dudas de que ganó Maduro pero la derecha sembró dudas a traves de los medios.