“Sabes, hermano, lo triste que estoy
Se me ha hecho vuelo de trinos
Y sangre la voz
Se me ha hecho pedazos
Mi sueño mejor
Se ha muerto mi niño, mi niño, mi niño
Mi niño, hermano (…)”[1]
“Era en Abril,” que habían pasado unos pocos días del 24 de Marzo, y recordábamos, una vez más, esa larga y siniestra noche. Por segunda pandemia consecutiva, seguimos impedidos de salir a la calle, a sumarnos a esa marea humana de gritos y abrazos que año tras año sella las calles argentinas con las huellas del homenaje y el grito unánime de condena eterna a los responsables. Con esa necesidad colectiva, aunque también corporal de siempre estar pisando las calles nuevamente. Fandermole[2] nos dice que era en Abril, y que “ha muerto mi niño”. Alguna vez se me hizo esa sensación terrible de que la dictadura hirió de muerte a la Patria, que siempre es la infancia, que incluso fue parte de mi niñez.
Estamos en Abril, hace solo un rato hacíamos memoria del genocidio que perpetraron civiles y militares, con el visto bueno de parte de la sociedad y el terror amasando nuestra subjetividad. Estamos en Abril, este mes en el que confluyen tres genocidios que enlutaron el siglo XX. En los primeros días recordamos la masacre de la minoría Tutsi en Ruanda, con casi un millón de asesinadxs en 1994. El 19 de Abril se conmemora el aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia, allí por 1943, aquella gesta heroica de quienes resistieron al nazismo desde los sótanos y en absoluta vulnerabilidad, sabiéndose derrotados, encendieron la mecha de dignidad defendiendo humanidad frente a los verdugos de la historia. Ese gueto que nos recuerda la valentía de Mordecjai Anielewicz y los que se animaron, pero también es preciso recordar a quienes resistieron de otras maneras, como pudieron, sin quedarnos únicamente con relatos heroicos. Y recordar siempre la figura insoslayable y legado de la pedagogía emanacipatoria universal, del gran Janusz Korczak[3], (linkear sobre nombre de Korczak) Maestro de la humanidad, que en ese contexto de clausura y opresión cuidaba y enseñaba libertad a cientos de pibxs huerfanxs, con quienes camino hacia la muerte de Treblinka, hablándoles de la vida. El 24 de Abril homenajeamos al pueblo armenio, porque en las primeras décadas del siglo XX el imperio turco asesinaba a un millón de personas de su comunidad.
La planificación sistemática del exterminio fue un rasgo común a cada uno de los genocidios, y las milicias argentinas que usurparon el gobierno fueron cuidadosos discípulos de quienes decapitaron parte de Armenia y al pueblo judío y otras minorías en Europa. Hay quienes se tranquilizan al imaginar que eran monstruos los portadores de la decisión de secuestrar, torturar o matar, cuando lo que debemos comprender es que se trató y siguen siendo hombres comunes, incluso “buenos vecinos”, de los que conservan modales y hasta afecto para los propios. Cuando se impone en la sociedad la creencia de una alteridad deficiente, inferior e incluso contagiosa que no es más que una amenaza en potencia que debe ser eliminada, allí se abroquelan estos hombres, claro que amantes de la muerte, y de la depredación de aquello que atine a poner en duda su poder.
Han matado una parte de la Patria, de la identidad familiar, de los modos de ser y estar, y queda punzante el dolor permanente. Pero tenemos la posibilidad de continuar el legado de humanidad, con quienes han sobrevivido, con los que estuvieron allí paralizados por el miedo disciplinante, y con quienes nacieron después y tenemos la responsabilidad de contarles. Cuando estuve en el ministerio de educación recuerdo algo que solía decir en cada ocasión uno de los mejores ministros de educación que nos dio esta última democracia post dictadura: lxs docentes tenemos la responsabilidad de recordar aquello que la sociedad tiende a olvidar. Entonces el desafío al que refería el profesor Alberto Sileoni no era otro que hacer y practicar una pedagogía del pasado reciente que no sea de memoria, como cuando se retiene un número, o los nombres de algunos ríos y alguna capital para repetir sin pensar. Que hacer memoria no sea “de memoria” sino con la memoria, que es con lxs otrxs, tratando de recordar el horror para comprender a fondo la deshumanidad. Para que nuestras sociedades nunca más desciendan al subsuelo de la vida y el horror no encuentre lugar.
Este reto supone animarse también a desarmar relatos únicos que suelen monopolizar algunos modos de educar en la memoria, implica hacerle lugar a las preguntas incómodas, también a las contradicciones del sentir cuando se conjugan con el pensar. Y especialmente ser muy respetuosos con la irrupción de lo inesperado, que está emparentado con aquello que sostenía W. Benjamín[4] cuando nos advertía sobre una cita secreta entre generaciones. Que no es otra cosa que estar disponible como adultxs, estar dispuestxs a bienvenir sin plantear tantas condiciones de antemano y a poner límites que no clausuren sino que abran senderos para mezclar y dar de vuelta, con la certeza que ellxs harán del mundo algo mucho mejor que lo nosotrxs intentamos.
Es hora de estar muy atentxs, porque el negacionismo anda suelto, sin correa y encuentra complicidades, en quienes desprecian la vida y bolsonarizan las sociedades. Minimizan los genocidios y con el argumento de la precisión de las cantidades ocultan y justifican algunas barbaridades. Esquivos a hablar de dictadura sin decirlo instalan la hipótesis mentirosa de una guerra y los bandos, omitiendo la lesa humanidad de los crímenes que no prescriben y fueron instrumentados desde el Estado.
El cine es una oportunidad pedagógica para hacer recorrer las diversas geografías de la memoria reciente, innumerables producciones documentales o de ficción nos permiten viajar en el tiempo y debatir, para comprender mejor de dónde venimos y estar mejor preparados para decidir hacia dónde vamos.
Les propongo una película, y muy en sintonía con lo que venimos conversando. Se llama “Mandarinas” (linkear artículo sobre título de la peli) y me conmovió profundamente. Una historia simple como profunda en medio de una guerra (desintegración de la URRSS) en la que alguien se anima a ir a contramano del prejuicio y el odio, e incluso une aquello que parece injuntable, haciendo el amor con la humanidad.
*Gabriel Brener, El autor es Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). Profesor de Enseñanza Primaria (Normal Nº 4). Profesor en distintas universidades (UBA, UNaHur) y en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González (ISPJVG). Trabaja en asesoría y formación de docentes y equipos directivos. Fue subsecretario de Educación del Ministerio de Educación de la Nación (2013-2015). Hace casi dos décadas trabaja en torno al diseño, docencia y tutoría en entornos virtuales en la formación de nivel superior y de postgrado
Link de artículo sobre peli: https://www.alainet.org/es/articulo/211613
Link sobre Janusz Korczak, Pedagogo de la humanidad en https://www.alainet.org/es/articulo/173573
[1] Era en Abril, de Jorge Fandermole
[2] Era en Abril en https://www.youtube.com/watch?v=iMUK-3-W5AQ
[3] Sobre Janusz Korczak http://virtual.beth.org.ar/pluginfile.php/10946/mod_resource/content/2/Aprender%20entre%20generaciones.%20El%20legado%20de%20Janusz%20Korczak.pdf
[4] “(…) Y lo mismo ocurre con la representación de pasado, del cual hace la historia asunto suyo. El pasado lleva consigo un índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico”
W .Benjamin Tesis de filosofía de la historia. (1940)