Revista Nº 147 (12/2021) dedicada a América Latina
(internacional/eeuu/ecología)
Manuela Expósito*
GOP-26 y el gran desafío por “descarbonizar” al mundo: ¿alcanza únicamente con el compromiso entre Estados Unidos y las grandes potencias?
El avance de la contaminación global, que se detuvo brevemente durante la parálisis económica de la pandemia, vuelve a ser el centro del debate en la Conferencia sobre el Cambio Climático. Las promesas de los líderes mundiales, y la respuesta de la industria.
El modelo de actividad económica basado en el uso de combustibles fósiles está mostrando sus graves limitaciones. Pero no sólo porque lo dicen las organizaciones de defensa del medioambiente: en estos últimos años, han sido varios los líderes mundiales que han adoptado un discurso en favor de la reconversión de la industria, el consumo más eficiente de la energía, y la exploración de alternativas más amigables con nuestro entorno. Con Estados Unidos a la cabeza, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (la GOP-26) logró por primera vez la emisión de un documento en el que participan otros doscientos países, en Glasgow, la ciudad que fue testigo el nacimiento de la Primera Revolución Industrial tras el desarrollo de la máquina a vapor, que cambió para siempre el modo en que comenzó a pensarse el esquema productivo dentro de los márgenes del capitalismo. Este nuevo compromiso establece una reducción de la emisión de los gases que generan el efecto invernadero, principalmente el metano y el carbono, en un 30% teniendo como meta el año 2030.
Si bien estas preocupaciones fueron las que motivaron la firma del Acuerdo de Kyoto en 1997, que estableció normas con las que a la postre ninguna nación cumplió, el antecedente más cercano con el que deberíamos emparentar este nuevo esfuerzo de las Naciones Unidas por lograr un acuerdo que no quede en el terreno de las buenas intenciones es el Acuerdo Climático de Paris, de 2015. Su principal impulsor, el ex presidente norteamericano Barack Obama, no podía entonces estar ausente de esta nueva reunión con distintas personalidades el ámbito político internacional, incluso llegando a opacar un tanto al actual primer mandatario Joe Biden. Tras la decisión de Donald Trump de abandonar esta instancia supranacional durante su presidencia, los demócratas han dado un firme paso en el sentido opuesto, volviendo a destacar la problemática medioambiental como un tema imprescindible para la agenda global.
Dardos envenenados a China y Rusia: la disputa sigue siendo geopolítica
La reaparición de Obama, al parecer, tenía una doble intencionalidad: por un lado, poner orden en las filas del propio Partido Demócrata –que no está completamente convencido de que haya que impulsar un paquete económico destinado a paliar las consecuencias del cambio climático, puertas de la nación hacia adentro-, pero por el otro también marcar una clara delimitación entre una nación cuya hegemonía viene siendo amenazada desde Oriente y sus contrincantes en el escenario global. El ex presidente cargó tintas en su discurso contra Rusia y China, a quienes fustigó por no tomar medidas con la suficiente urgencia para reorientar sus modelos industriales y así evitar la crisis climática. Ni Xi Jinping, ni su homólogo ruso Vladimir Putin, asistieron a la conferencia, ni siquiera de manera virtual. “Me sentí particularmente desmotivado al ver que los líderes de las emisiones más grandes del mundo, China y Rusia, se negaron incluso a asistir”, afirmó Obama.
La propia China fue una de las naciones que impulsó fuertemente el Acuerdo de París, en una época en que las relaciones bilaterales con Estados Unidos tenían otro cariz. De hecho, el gigante asiático se había comprometido a disminuir las emisiones de dióxido de carbono liberadas a la atmósfera antes del 2030, y de no generar la apertura de nuevas industrias basadas en el consumo de combustibles fósiles, pero la pandemia hizo que las prioridades pasaran a ser otras. De hecho, recientemente tuvieron que cerrarse autopistas y algunos espacios públicos debido a que una nube de contaminación afectó las ciudades del norte: en Beijing, se llegó a medir 220 microgramos de partículas contaminantes en el aire, cuando el límite sugerido por la Organización Mundial de la Salud es de 15 microgramos. El impacto que fundamentalmente esto tiene en la salud de los habitantes es lo que más preocupa.
Esta aceleración de la contaminación está en cierta medida ligada a la necesidad de China de incrementar su producción, por el cierre durante un largo período el año pasado en pleno auge de la pandemia, pero también porque la nación se encuentra atravesando una crisis energética que la ha llevado a volver a recurrir fuertemente a la quema de carbón: esto podría explicar el porqué de la ausencia del primer mandatario chino, a quien la situación económica en su país ha llevado a poner los objetivos climáticos en un segundo lugar. Un fenómeno similar ha ocurrido también en otros de los países centrales, que poco a poco han visto como los niveles de emisión de gases que generan el efecto invernadero han vuelto a ser similares a los de hace dos años, tras del descenso durante los momentos de cuarentena. Mientras China representa el 24% de la emisión de gases, Estados Unidos le sigue con un 11%, India con más del 6%, y Rusia con el 4%: todas ellas economías desarrolladas en el plano de un capitalismo competitivo, en el que el adelanto industrial y tecnológico es el que en definitiva va reordenando el mapa geopolítico y las relaciones de poder en el plano internacional. China es la gran fábrica del mundo, porque las empresas occidentales la eligieron como tal: es muy fácil deslindar responsabilidades ahora en pos de un “discurso verde” cuando económicamente es funcional al gran capital la relocalización de los procesos de producción en el lejano Oriente. Por tal motivo es que el actual presidente estadounidense, una vez de regreso a sus tierras, afirmó que “las líneas de comunicación siguen abiertas” con Jinping, ya que la cuestión ecológica no es lo único que está en juego: sobre la mesa, está abierta la discusión sobre el futuro de la siempre disputada Taiwan, la militarización en los mares chinos y la ciberseguridad.
La cuarta revolución Industrial:el auto eléctrico, el futuro del trabajo y la versión “eco-friendly” del capitalismo
Volviendo al comienzo de este artículo, quizás no sea caprichosa la elección de Glasgow como el lugar donde la GOP-26: el mismo lugar que vio nacer a la revolución industrial -que tanto material le ha dado a la producción filosófica y política en los siglos subsiguientes, sobre el devenir del movimiento obrero y los cambios en el mundo del trabajo-, hoy es centro del nuevo desafío que se le plantea tanto al ámbito privado como al público. ¿Cómo conciliar el desarrollo con el cuidado medioambiental? ¿Cómo sustituir las fuentes de energía no renovables por otras opciones? ¿Cómo abordar la creciente necesidad de incluir la tecnificación en los procesos de fabricación, sin generar mayor exclusión social y marginalidad? Y finalmente, ¿cómo paliar el analfabetismo tecnológico en los países periféricos, en un momento en que los avances requieren una constante actualización en los conocimientos? El desenvolvimiento de la revolución industrial en sus distintas etapas, desde sus albores hasta el desarrollo de la cadena de montaje, y de allí a la incorporación de la informática, se presenta como algo casi inevitable.
El proyecto del auto eléctrico es uno de los hitos de esta Cuarta Revolución Industrial, que tiene un pie en la automatización de los procesos, y otro en la coordinación tecnológica de la información, la recolección de datos, y su digitalización. Y Estados Unidos, Europa y China vuelven a estar a la vanguardia en este aspecto también, a través de sus respectivas automotrices –Ford, General Motors, Volvo, Mercedes Benz, Jaguar, BYD- que presentaron un documento en la GOP-26 comprometiéndose a trabajar para que de cara al 2040, todos los autos y SUV fabricados sean cero-emisiones. El único problema es que al ser estás propuestas no-vinculantes, hay una cierta posibilidad de que queden solo en el terreno de las buenas intenciones, sin plasmarse en políticas públicas efectivas a nivel nacional, que realmente encuentren sustitutos viables para el consumo de carbón y otros combustibles fósiles, como el petróleo.
¿Y el impacto que estos cambios pueden tener en el mundo del trabajo? Esa es una discusión aparte, que viene instalándose desde la implementación del toyotismo como modelo imperante en el sector industrial en los noventa. El reemplazo, cada vez más creciente, de la mano de obra humana por maquinaria, incluso para tareas de ensamblaje en electrónica que ya se viene viendo incluso en China, y la necesidad de una capacitación cada vez mayor en informática, nos lleva a formularnos la pregunta de qué sucederá en aquellos países con grandes sectores de la población marginados. Habrá destrucción de puestos de trabajo en las industrias involucradas directamente con estos profundos cambios, mientras que en otras en que los salarios sean lo suficientemente bajos, le convendrá al capital seguir sin una tecnificación que implique una inversión injustificada. El auto eléctrico también forma parte de esta discusión: frente a las diez mil piezas móviles con las que se fabrica actualmente un auto de combustión interna, el eléctrico solo requiere de mil quinientas. Y eso lleva a que menos obreros estén involucrados en su terminación. ¿Cómo logrará esta nueva fase del capitalismo reabsorber esa fuerza de trabajo “excedente”? ¿Podrá esta búsqueda de un mundo con un ambiente más saludable ser conciliada con la necesidad de la población de poder disfrutar de un estilo de vida digno?
*Manuela Expósito, Licenciada en Ciencia Política (UBA) e integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11.