Revista Tesis 11 (nº 115)
(Internacional/Europa)
Juan Chaneton*
La crisis griega y la explosión de las migraciones masivas puestas en contexto global. Una integración europea exitosa ha devenido imposible y ello se debe a que ese continente ha quedado atrapado en las consecuencias de políticas que no controla y es actor de reparto de decisiones que se toman en otro lado. Estados Unidos, Rusia y China como actores centrales en las relaciones de poder mundial.
El señor George F. Kennan pasa por haber sido uno de los brillantes geoestrategas con que contaron los EE.UU. a lo largo de su ya dilatada historia de actor principal en los asuntos globales. Mr. Kennan supo escribir, alguna vez, lo que sigue: “…el solo hecho de que se tenga un enemigo y se le reconozca como tal, no implica necesariamente que se esté obligado a destruirlo o que uno pueda permitirse el lujo de hacer tentativas de destruirlo a toda costa”.
Cerebro anglosajón de la guerra fría, Kennan consideraba que era la historia misma de las relaciones internacionales la que proveía esta lección; y agregaba: “…algo que nunca he podido comprender del todo es que (esa lección) la recuerde tan mal tanta gente tres décadas y media después” (George F. Kennan: “Rusia y Occidente bajo Lenín y Stalin”; Editorial de Ediciones Selectas, Bs. As., 1962, p. 165).
Nadie para mientes en esas enseñanzas de la historia tampoco hoy, es decir, casi un siglo después.
La Unión Europea es una función de un conflicto más de fondo y de mayor espesor: el que enfrenta a Estados Unidos, por separado, con Rusia y con China. Y nada de lo que ocurre en Europa (salvo lo imprevisto) tiene entidad propia en tanto tal, esto es, en tanto asunto puramente europeo. Y esto se debe a que Europa se halla, hace ya demasiado tiempo, presa de la viscosa telaraña en que la envuelven las relaciones de poder que se despliegan en el contexto global. Y en el contexto global, las relaciones de poder que, en última instancia, cuentan, son las que vinculan entre sí a los actores que disponen de poder, vale decir, a las ya mencionadas potencias anglosajona, eslava y asiática.
A éstas no las desvela Europa. Para estas potencias, el “issue” es otro y aparece siempre enmarcado en lo que, en forma deliberadamente sibilina, ha definido Kissinger hace poco: “El núcleo del debate es habitualmente presentado como si hubiera, por una parte, un grupo que cree que el poder es lo determinante de la política internacional; enfrentado a otro grupo, el de los idealistas, que entienden que lo decisivo son los valores de la sociedad… El punto de vista realista consiste en que, en un análisis de la política exterior, usted tiene que comenzar con una evaluación de los elementos que son relevantes en la situación. Y, obviamente, los valores se hallan incluidos como un elemento importante. El debate real es sobre las prioridades y el balance relativos” (Henry Kissinger: entrevista de Jacob Heilbrunn, editor jefe de The National Interest, Nueva York, 11/9/2015. Los destacados en cursiva son del autor de esta nota).
El rol de Alemania
La Unión Europea ya no es especialmente un proyecto anglosajón sino, sin más, uno puramente estadounidense. Lo es porque el “realismo” kissingeriano se impone por sobre la sensata sentencia de Kennan: tener un enemigo no debería implicar, siempre y en todos los casos, la voluntad de destruirlo. La voluntad de las administraciones estadounidenses ha sido, hasta hoy, la de aislar a Rusia para operar allí el “cambio de régimen”, lo cual es lo mismo que destruir a Putin y al sistema político y social actual de Rusia. En esa labor Europa es clave a condición de que juegue la partida en los términos a que la empujan los Estados Unidos.
Y Alemania es el punto. Porque Alemania, país con una insensata vocación por la singularidad y la autosuficiencia, hoy es concebible sin Europa pero ésta no es concebible sin Alemania. Y el interés nacional de Alemania no es la destrucción de Rusia sino, más bien, la colaboración con ella. Ello es así por muchas razones enraizadas, algunas, en la genealogía de las relaciones entre ambas unidades político-culturales. Su cooperación ha dado frutos, mientras que el enfrentamiento sólo deparó tragedias.
Pero la cooperación con Rusia debería imponerse, también, por motivos de puro sentido común económico. Alemania y, con mayor razón aún, toda la Eurozona (el resto de la UE cuenta poco) están operando por cuenta ajena y esto ocurre desde hace ya demasiado tiempo. Una concepción “gaullista” de la soberanía nacional brilla por su ausencia en Alemania y es claro que ello sería letal para los intereses globales de los EE.UU. y de su brazo armado, la OTAN, pero es claro también que sería altamente beneficioso para una burguesía industrial alemana que carece de algo de lo que Rusia tiene, en particular, de los recursos energéticos imprescindibles para que esa Alemania siga siendo, a través de la competitividad de su industria, la “locomotora de Europa”. Los 1800 Km que separan a Berlín de Moscú no constituyen ningún obstáculo serio para una empresa como Gazprom, que extiende ductos por todo el orbe a despecho de lejanías inconcebibles y de geografías accidentadas.
Tal realismo geopolítico conduciría, seguramente, en el largo plazo, a la neutralidad de Europa y a un orden global multipolar, escenario definitivamente letal para las aspiraciones hegemónicas del capital financiero en todo el mundo. Pero no les irá mejor con la conducción de una Frau Merkel que se empeña en gerenciar localmente a una Europa devenida sucursal del neoliberalismo anglosajón. La Unión Cristiano Demócrata (UCD, derecha política dominante en el Reichstag) incurre, así, vía Merkel, en una visión más ideológica que realista de los foreign affairs, es decir, de los asuntos de política exterior.
Grecia, de rodillas
Grecia es otro capítulo de la novela que lleva por título “Europa, estado fallido”. Aunque, como veremos, aun sin Grecia resulta quimérica la consolidación de la integración europea.
Al momento de escribirse estas líneas (21/9/15) se conocen los resultados de las elecciones que se precipitaron en el país heleno como consecuencia de la maniobra urdida por Alexis Tsipras para capear el temporal que causó aquel “fraude patriótico” a la griega con que enfrentó en el tablero a unos buitres llamados Juncker, Merkel y Schauble, la famosa “troika”. No todo recule es siempre traición, claro está, pero lo cierto es que el “oxi” (no) a los acreedores se impuso en el referéndum del 5 de julio pasado y ocho días después Tsipras cedía a todas sus exigencias. Contra las cuerdas, apeló entonces a un recurso no por manido menos eficaz: renunció el 20 de agosto y se convocó a nuevas elecciones para el 20 de septiembre. En otros términos: a punto de perder, cantó “falta envido” y ganó. Igual que en el truco, ese juego tan argentino como el fraude patriótico.
Poco más del 35 % de los votos para Syriza y poco más del 28 para la Nueva Democracia de Vanguelis Meimarakis dejan abierto un escenario incierto donde lo único tangible es la desmoralización de un pueblo cansado e ideológicamente desarmado que comienza a creer que no hay alternativas a la realidad: más del 40 % de abstención así lo sugieren.
¿Qué dirá Henry Kissinger, que vive en Nueva York? Seguramente, que Tsipras comenzó a transitar el doloroso pero benéfico camino de la conversión al realismo. Pero la duda acerca de lo que pueda pensar Kissinger la sustituimos por la certeza de lo que dijo François Hollande ni bien se enteró, en Tanger, Marruecos, del resultado electoral griego: se trata -según el presidente francés- de “…un mensaje importante para la izquierda europea. Grecia conocerá ahora un período de estabilidad con una mayoría sólida” (Alain Salles, desde Atenas, Le Monde on line, 21/9/15).
Que Jean-Luc Mélenchon, en Francia, y Pablo Iglesias, en España, tomen nota: la realpolitik se las puede contra cualquier improcedente ideologización. Y la realpolitik, en Grecia, ya había empezado a cobrar vida en las medidas que el propio Tsipras tomó luego de su desafortunada reunión con los gerentes de Europa: como fruto del “rescate” acordado, Grecia pagó a Alemania 110 mil millones de euros y, seguidamente, Tsipras convalidó una medida tomada por su antecesor, Antoni Samarás, ratificando un tratado militar con Israel, nada menos. Los que se oponen a esto, en Grecia, escindidos de Syriza, (Yannis Varoufakis, Zoe Konstantopoulou, Manolis Glézos y Panayotis Lafazanis) sacaron menos del 3 % de los votos y no les alcanza para entrar al Parlamento. En Grecia no hay lugar para rebeldes y sólo florece el desencanto. Si fracasa Syriza, ¿será el turno de Amanecer Dorado? La desilusión prohíja el nazismo. No sería la primera vez, si así ocurriera.
Europa, actor de reparto
En 2005 se adoptó la constitución europea mediante un mecanismo plebiscitario replicado en los países miembros. Los pueblos holandés y francés votaron No. No prosperó la negativa y por mayoría la constitución fue aprobada y allí nació la moneda común. Desde entonces, Europa cuenta con una política monetaria, pero carece de una política económica y fiscal comunes. Para contar con ellas se requiere que el norte opulento (Alemania, Benelux, Dinamarca) miren hacia el sur pobre con solidaridad y confianza. Pero esto es una utopía pues la caridad cristiana no juega ningún papel en los asuntos globales. Y no porque la caridad cristiana no sirva, a veces, para aliviar dolores, restañar heridas o contener ansiedades, sino porque una macroeconomía común a toda Europa implica la premisa de que esa Europa sea un actor soberano y autónomo en los asuntos mundiales. Y, por el contrario, lo hemos visto ya, Europa es una función de los intereses geoestratégicos del capital financiero mundial en busca de la destrucción de todo embrión de multipolaridad para afianzar su hegemonía desafiada por Rusia y China.
Esta propuesta de contar con una política económica y fiscal común fue entrevista ya, en el pasado, por estadistas como Romano Prodi, italiano, democristiano, ex presidente de la Comisión Europea. Según su relato, Jacques Chirac, de Francia, y Gerard Schröder, de Alemania, se opusieron (Crisis griega: “Hemos evitado lo peor, pero hemos causado un daño”; reportaje de Phillippe Ridet, corresponsal en Roma, Le Monde, 20/7/15).
Una vez más, se enfrentaban, allí, ideología y estrategia, valores versus realismo. En suma, alemanes y franceses veían y ven todavía, los asuntos globales bajo la lente de las relaciones de poder y se someten a ellas, aun cuando esta actitud lleve a sus países a jugar un rol secundario y subordinado en el gran enfrentamiento de fondo que tiene lugar en el tablero mundial.
Digamos desde ahora que Europa no es posible porque la dinámica de la integración y el conjunto de presupuestos sobre los que ésta se basa son antagónicamente contradictorios con la lógica del lucro, de la ganancia y de la explotación de mano de obra asalariada y con la especulación financiera como modo de balancear hacia arriba la tendencia hacia abajo de la ganancia capitalista. El derecho de la integración proclama unas metas y un programa para alcanzarlas pero las necesidades del capital destruyen todo objetivo y todo camino transitable únicamente con los valores de la colaboración, la equidad y la igualdad entre los Estados.
Pero hemos dicho más arriba que aun sin Grecia, la integración europea se verá confrontada a obstáculos insuperables. Y allí, entonces, el espectro, la imprevisible epifanía, el ectoplasma inesperado, la sorpresa hecha estupor en esos muertos allá lejos cuyo espíritu irrumpe, de improviso, en los cuerpos de estos vivientes increíbles que surgen del océano o a través de las fronteras sin que nadie los invoque y bajo la forma de la bomba migratoria, las nuevas amenazas, la profecía autocumplida.
Es el precio que se paga cuando la élite ha consentido que su Europa, ese viejo campo de batalla, haya devenido, ahora, atolón de Mururoa donde el imperio experimenta sus nuevas armas y escudriña, como en un patético banco de pruebas, las consecuencias de sus actos perpetrados más allá de las fronteras que separan a las estirpes indoeuropeas, de otras tierras, es decir, del África, del Asia y del Oriente próximo, del Oriente de las mil y una guerras.
Los conflictos estadounidenses se libraron, en el pasado, en teatros ajenos. Ha sido Europa, uno de ellos. Pero cuando el teatro es Irak o Siria, las consecuencias también las paga Europa. En ese punto estamos. Europa ha comenzado a morir y su infección supura, inicialmente, por el “espacio Schengen”. Para que los “otros” entren a casa hay que abrir puertas, no levantar muros y urdir enjambres de púas. No hay libre circulación posible dentro de ese espacio en el marco de la actual situación. Por eso muere Schengen.
China, un problema cultural
Plantar violencia siempre genera efectos, buscados a veces y otras impensados. Las primaverales guerras libradas con el beneplácito de los EE.UU. y a través de interpósitos espantajos disparan el miedo colectivo de las poblaciones civiles y el ansia de escapar de la muerte. Pero a los seres humanos no sólo las guerras los acosan. También el hambre. Y la opulencia atrae a su contrario, que son la inopia y la carencia. Han robado y esquilmado por siglos a esas regiones y ahora siembran allí el horror.
Se trata de la “reconfiguración” del mapa de Medio Oriente proclamada por los estrategas con sede en Washington. La puntada inicial la dio Bush padre quien, aconsejado por los neoconservadores inspirados en Leo Strauss, destruyó a Irak en busca de armas nucleares que nunca aparecieron. Y, tal como Leo Strauss extraía enseñanzas de sus lecturas de Platón, “la justicia es lo que conviene al más fuerte”. Y lo justo y lo injusto, así, es lo que el poder dice que es justo o injusto. Al poder estadounidense nunca nadie le exigió pagar ninguna factura por el hecho de haber destruido un país pretextando una mentira. No son los valores, entonces, lo que determina las conductas de los actores. Son las relaciones de poder, Kissinger dixit.
Sin moral, Europa exhibe ahora sólo su rostro capitalista, hecho de cálculos y medidas, de sumas y restas y de evaluación de materiales conveniencias y de negocios más o menos rentables. Se cuotifican los cuerpos y una taxonomía obscena agrupa, aquí y allá, a las mujeres y a los hombres, a los que pueden trabajar y a los que no pueden hacerlo, a los niños y a los viejos, a los refugiados “de guerra” y a los “económicos”, es decir, a los que buscan trabajo que no encuentran en el país que les destruyeron los que ahora los examinan. Están discutiendo, a estas horas, acerca de a cuántos y a quiénes recibir. Es la repartija de refugiados a la que se halla abocada la Europa de Frau Merkel y de Monsieur Hollande. Los socios tontos de esta sociedad de tahúres no quieren pagar la cuenta debido a que ellos, en su momento, fueron invitados al banquete de la “eurozona”. Y los invitados, que se sepa, no pagan. Ya verán que sí. Se los hará saber, en estos días, el presidente pro tempore de la UE, Jean Asselborn, del Gran Ducado de Luxemburgo, nada menos. Estos parientes pobres de la Europa “libre” que serán puestos en vereda muy pronto se llaman República Checa, Letonia, Eslovaquia, Polonia, Hungría y Rumania.
Pero el problema final, para Washington, no es Europa en la medida en que ésta parece haber perdido la fe en sus propias fuerzas, la voluntad de hacer lo que antes supo hacer a trancas y barrancas y, en fin, la inclinación hacia actitudes honorables. No habrá más Europa que ésta porque lo que hay es una Rusia con resiliencia que asombra y una China diferente e inescrutable. A la pregunta del periodista acerca de si Beijing es “chinocéntrico” o asimilable a un orden “westphaliano”, Kissinger es, tal vez a su pesar, demasiado sugerente: “Ese es el desafío. Esa es la cuestión abierta. Es tarea nuestra. No nos sentimos cómodos porque no entendemos ni su historia ni su cultura. Yo creo que su pensamiento básico es chinocéntrico. Y eso produce consecuencias de impacto global. Por eso, el desafío de China es más sutil que el problema que planteaba la Unión Soviética. El problema soviético era enteramente estratégico. Éste, en cambio, es un asunto cultural: ¿Pueden dos civilizaciones que, al menos hasta hoy, no piensan lo mismo, ir hacia una fórmula de coexistencia que produzca orden mundial? (The National Interest, reportaje citado).
* Juan Chaneton, periodista, abogado, colaborador de Tesis 11