Surgidos como movimiento popular el noviembre último y sin líder definido, se mueven por fuera de partidos y sindicatos. Constituyen un emergente de la precarización social entre los franceses.
Los chalecos amarillos son un movimiento popular, nacido en noviembre en las redes sociales para expresar su oposición alza de impuestos a los combustibles. El incremento es parte de la política del gobierno de fomentar el uso de combustibles limpios y financiar la transición energética.
Su nombre alude a las prendas fosforescentes que debe usar todo automovilista francés en caso de incidente en una carretera.
Cobró notoriedad el 17 de noviembre, con el bloqueo de carreteras y autopistas en toda Francia. Tiene arraigo en muchas zonas del interior con deficientes sistemas públicos de comunicación y en los que el uso del automóvil es indispensable. Con sueldos promedios de 1200-1300 euros, llenar cada mes el tanque les insume casi el 60% de sus presupuestos.
Según analistas y académicos, constituyen un indicio del empobrecimiento de amplias franjas de la clase media que afecta también a Francia. Los “chalecos” critican además al presidente Macron y a la elite política y empresarial francesa, a la que se la percibe fría y distante de las necesidades de esos amplios sectores sociales.
El respaldo entre la población es muy alto. Hasta las escenas de violencia del sábado pasado en Paris, el respaldo llegaba al 80%, según los últimos sondeos nacionales disponibles.
Las noticias provenientes de Francia insisten en reducir a las protestas de los “chalecos amarillos” a una insurrección ciudadana producto solo del aumento del precio de los combustibles. El fenómeno parece exceder esta lectura, el aumento del combustible fue sin dudas el detonante, pero no explica el levantamiento.
Al igual que lo variopinto de los grupos inorgánicos que los conforman, las demandas son varias y a veces difusas, como se puede ver en las notas y documentos que sobre el tema viene publicando el portal web The Huffington Post en francés, y cuyos puntos salientes nos muestran una serie de reivindicaciones que van desde: el desarrollo local del interior del país, a la inmigración, la educación, las cargas tributarias, la solución a los sin techo, la seguridad social, la salud pública, la reducción de los privilegios del sistema político, entre otros temas.
El gobierno dijo que suspendería el aumento a partir del 1° de enero si el precio del barril de petróleo se disparaba. Y llamó al diálogo convocando al Palacio del Eliseo a representantes de los partidos políticos tradicionales y a delegados de los “chalecos amarillos”, algunos indicios inquietaron al Gobierno de Macron: como la solidaridad con los manifestantes demostrada por ciertos pelotones de la policía antidisturbios, la creciente postura entre los sindicatos de apoyar al movimiento, la potencial (todavía dormida) solidaridad estudiantil, los fantasmas de Mayo del 68 acechan a la burguesía francesa.