Revista Tesis 11 (nº 118)
Dossier: situación en Francia (3 de 3)
Miguel Urbano*
Traducido del francés por Carlos Mendoza**
Reflexiones del autor sobre la lucha popular que se desarrolla actualmente en Francia, contra el proyecto de ley de flexibilización laboral y demás medidas neoliberales, encarnada en las huelgas sindicales y en el movimiento “Les Nuits de Bout” y su potencial repercusión en toda Europa.
“Todo lo que sucede en Francia puede tener implicaciones fundamentales para Europa.”
“Debemos discutir cómo anclar el descontento, lo que supone una expresión política que va más allá de la defensa de esas luchas y reivindicaciones, construyendo un bloque social que articule una nueva visión de la sociedad.”
Varoufakis declaró recientemente que Francia era el único país de Europa en el que las reformas neoliberales no habían sido impuestas. Debemos profundizar esto en varias direcciones. Por una parte, es cierto que la acción de resistencia de los trabajadores ha sido mucho más eficaz en Francia que en otros países europeos. El primer ataque importante se produce en 1995, provocando huelgas gigantescas en el sector público, contra la reforma de la seguridad social impulsada por el político de derecha Alain Juppé. En el medio de esas huelgas se recordará al sociólogo Pierre Bourdieu que había asumido el papel de Jean-Paul Sartre, el intelectual comprometido con la causa de los trabajadores, pero también que esta fue la primera (con la huelga general española del 88) donde se obtuvo una victoria que, aunque no haya podido invertir el giro neoliberal que Thatcher había impuesto cuando derrotó a los mineros británicos en 1984, abrió sin embargo el campo de reflexión sobre otras alternativas. El movimiento anti-globalización que surgió unos años después, debe mucho a las huelgas de 1995 y también ha sido el punto de partida para el rechazo a la Constitución Europea diez años más tarde. La lucha contra el neoliberalismo no ha permanecido acuartelada en el plano sindical, sino que también tuvo lugar en el plano político. Esta victoria representó una verdadera paradoja: fue la izquierda quién la organizó con cientos de comités unitarios, pero fue incapaz de traducirla en un movimiento organizado con una perspectiva política; el descontento frente a la Europa de las élites ha acabado por ser rentabilizado por un movimiento dirigido por el Frente Nacional (NT: el frente de extrema derecha).
Sin embargo, este legado, que siguió trabajando la resistencia como en 2010, no ha sido capaz de derribar la hegemonía neoliberal que, como lo explicaron Laval y Dardot, no son simplemente un conjunto de leyes reglamentarias, sino también una dinámica sistémica y biopolítica que se ha impuesto como una matriz de relaciones sociales. La exclusión sistemática y estructural de millones de negros o árabes de la sociedad “oficial” es una consecuencia directa de esto y aunque un sector de la clase trabajadora cualificada y bien organizada ha sido capaz de mantener sus condiciones de vida (principalmente en el sector público, que en Francia ocupa grandes sectores de la economía que en otros países están privatizados), el neoliberalismo ha avanzado en el mercado y en la sociedad civil, destruyendo los refugios que la clase los trabajadores había construido para protegerse del capital. Dos consecuencias pueden ilustrar el contraste entre la resistencia explosiva de la sociedad francesa y el avance subyacente del modelo neoliberal. Por un lado, el hecho de que sea la CGT, un sindicato radicalizado, quién encarne la huelga y que su líder personifique la principal oposición a Hollande. Un sindicalista llamado Philippe Martínez, que parece sacado de una película de Robert Guédiguian. Pero, al mismo tiempo, el sindicato CGT es muy débil: pasó de tres millones de miembros a poco más de 600.000. Por otro lado, el que ha capitalizado el descontento por la desindustrialización y la destrucción de las comunidades de vida, que marcaron la experiencia colectiva de millones de trabajadores, fue el Frente Nacional. Un Frente Nacional, que aunque tiene alguna base laboral, reclama línea dura contra las huelgas, lo que demuestra su carácter reaccionario, pero también los límites de una izquierda política que ha perdido su conexión con la clase obrera. Aunque no existe una relación unívoca y mono-causal entre “situación de clase” e “ideología”, el caso francés muestra que las cuestiones planteadas por las relaciones de clase son esenciales para canalizar el descontento en un sentido o en otro.
Por lo tanto, debemos clarificar lo que leemos acerca de lo que está sucediendo en Francia. Es sorprendente cómo la izquierda y la derecha están de acuerdo en analizar lo que está sucediendo en este país, acusándolo de “conservadurismo”. La Derecha y el liberalismo social encarnado por Manuel Valls insisten en etiquetar al movimiento de resistencia como “opuesto al cambio”, como un movimiento nostálgico contrario a la necesaria modernización de la sociedad francesa que, por supuesto, impondrá flexibilización laboral y destruirá los logros históricos del 68 francés. Así, la idea de progreso toma la forma de un ajuste de cuentas con la historia, luego de los trabajos de Furet; se trata de recuperar la historia de Francia por las élites. Valls y Macron aparecen en esta historia repugnante como contra-cultura yuppies tratando de destruir esta empresa supuestamente reaccionaria, y llena de privilegios, que sería el mundo del trabajo. La crisis de la socialdemocracia toma una forma particularmente perversa en Francia con un Partido Socialista dividido entre los que son conscientes de que estas medidas los apartan de su base social y aquellos que, como el primer ministro, están convencidos de que su misión histórica es destruir los restos del Estado de Bienestar. Además, las declaraciones del Secretario General del Partido Comunista de Francia, Pierre Laurent, que interpela a la juventud de las Noches de pie, diciéndoles: “Los invito a unirse al Partido Comunista”, revelan la misma incomprensión conservadora incapaz de leer las luchas como un momento de apertura a algo nuevo.
Sin embargo, podemos intentar otra lectura, y ver lo que sucede en Francia como un “salto” en ese hilo subversivo que atraviesa la historia de Francia. Un salto de posibilidades a explorar. En primer lugar, porque pone de relieve, a diferencia de las teorías fetichistas que hemos escuchado en los últimos años, el hecho de que la clase obrera organizada conserva cierto poder estratégico capaz de paralizar el país, atacando la cadena de creación de valor en el transporte y la energía. La huelga no es sólo una cuestión sectorial, sino que cuestiona quien gobierna el país: los que generan riqueza con su trabajo o los que viven del trabajo de los otros. No es un problema menor poner de relieve las diferentes herramientas y formas de lucha que responden a diferentes realidades materiales y relaciones de fuerza: combinación de técnicas y medios (huelgas, manifestaciones, asambleas en plazas) que expresan no sólo las necesidades sino también los poderes que se manifiestan. Además, se ha demostrado que es posible la irrupción en paralelo en dos áreas diferentes, pero con intereses comunes, como el de la precariedad producto del empobrecimiento de la clase media que se expresa en el movimiento Noches de Pie y sectores de la clase obrera tradicional; aunque también hay que destacar la falta de conexión con los suburbios llenos de jóvenes de origen árabe o africano. Este malestar se expresa en forma de lucha activa, de experiencia real, y es un paso necesario en la aparición de un sustrato social que pueda impedir que el Frente Nacional sea la única oposición al establishment.
Todo lo que sucede en Francia puede tener implicaciones fundamentales para Europa. Por supuesto que no pretendo dar lecciones a los compañeros franceses, pero me gustaría concluir con una reflexión que tiene cierta validez universal y que creo es una lección de la experiencia en otros países. Debemos discutir cómo anclar el descontento, lo que supone una expresión política que va más allá de la defensa de esas luchas y reivindicaciones, construyendo un bloque social que articule una nueva visión de la sociedad. La izquierda francesa, lamentablemente fragmentada y cerrada en sí misma, se enfrenta a una oportunidad histórica para tomar el rol central que Marx le atribuía. Para ello, como ya hemos visto en otros países, construir un bloque social y simultáneamente ser capaz de dotarse de un instrumento político-electoral que aparecería como nuevo, participativo y abierto, es esencial. ¿Por qué no hacerlo en el calor de la lucha? ¿Por qué no discutir en paralelo cómo ganar esta huelga, cómo estabilizar las estructuras transformándolas en espacios de organización, de modo que toda esta tremenda energía sea la base de una herramienta para desafiar el poder? Por supuesto, lo necesitamos. Debemos avanzar en Francia para hacer avanzar el resto de Europa. La mejor tradición internacionalista siempre ha sido consciente de que lo que ocurre en un país tiene un impacto en todo el mundo. Para cambiar las cosas, necesitamos tener amigos en otros países. Por lo tanto, generar vínculos con Francia y las luchas de los trabajadores nos lleva a la solidaridad más activa, que significa el hecho de que no sólo nos necesitan, sino que nosotros también los necesitamos. .
*Miguel Urbano: Portugués. Periodista, escritor, político.
**Carlos Mendoza, ingeniero, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis11
Fuente: Faire Vivre le PCF