Roberto Follari*
Asistimos a una inédita ofensiva de un sector decisivo del Frente de Todos en contra del gobierno nacional, especialmente del ministro de Economía y del presidente. Se hace en nombre de las necesidades de los más pobres, y de la fidelidad a una ideología crítica e intransigente con el poder concentrado. Pero al margen de sus intenciones y justificación, ello opera como una roca demoledora en contra de las posibilidades electorales para el año 2023, así como sobre la unidad del campo popular (no sólo del FdT como entidad electoral sino del bloque popular, al posibilitarse una escisión entre el peronismo más tradicional y el más radicalizado).
No ayuda la idea de que “en toda coalición hay diferencias”, y menos aún el dicho según el cual “los peronistas nos estamos reproduciendo”. Rara vez se ha visto en algún sitio –no sólo ya en la Argentina- tamaño enfrentamiento interno pronunciado y prolongado dado a cielo abierto, sin atenuantes y ante la opinión pública. Esta beligerancia es inusitada, de proporciones monumentales, y hace un espectáculo que luce lamentable para la población no partidaria –que echará la culpa a las supuestas maldades de la política-, y para la propia militancia, que no está dividida de la misma manera, y que espera a que se ordenen de una vez los planetas entre el FdT y el gobierno nacional.
Los que hacen la crítica frontal al presidente y el ministro Guzmán han planteado que simplemente plantean una diferencia, y que no se los escucha. Pero es notorio que esto es más que “una diferencia”, y que el conflicto no fue desatado desde el ala gubernativa sino cuando este sector –el más identificado ideológicamente con las reivindicaciones populares- entendió que no debía votar el nuevo acuerdo con el FMI (acuerdo que impidió el default y la disparada cambiaria que se venían si Argentina dejaba en vigencia el convenio de Macri).
La pelea pública es absolutamente desusada, y quienes la sostienen parecen creer que echando toda la responsabilidad de la derrota electoral de 2021 (y de la posible en 2023) a Alberto Fernández, podrán liberarse de toda carga al respecto. Pero si el FdT perdió el año pasado, perdimos todos. Y es una ilusión que se crea que la mayoría de la población, que poco entiende de política, va a diferenciar quirúrgicamente las posiciones del gobierno de las del ala radicalizada del Frente: el hundimiento es del conjunto, y por supuesto toda la población recuerda que la elección de Alberto como candidato fue hecha por Cristina.
Otra idea, singularmente extraña, circula: aquella según la cual “volveremos en 2027”, pues ya 2023 se perdió. Con actuales muy buenos índices macroeconómicos, nada está dicho definitivamente para 2023. Pero, además: ¿habrá país viable todavía en 2027, si la derecha toma el gobierno en 2023? Al ver todo este conflicto, desde la derecha se restregan las manos, se sonríen con satisfacción, y planifican las reformas brutales de la economía que el macrismo no logró hacer. Lo han dicho mil veces: harán todo más rápido y más drástico. Y además: aún si se perdiera el gobierno en 2023. ¿Da lo mismo perderlo por poco, o por muchos votos? Porque en el segundo caso, el bloque antipopular podría alcanzar mayoría parlamentaria propia, y someter el país a una condición semidictatorial obtenida por vía electoral. Una cosa es tener buena presencia del bloque popular en el Congreso, otra ir a una derrota abultada que les facilitaría todo a los depredadores.
En todo caso, se suele afirmar que el sector disconforme con el gobierno es mayoritario en la coalición, y que eso lo legitima. Es cierto: pero esa fuerza político/electoral no alcanza. Se buscó a otros sectores porque solos, los más radicalizados no ganamos. La unidad con los otros sectores no es casual ni momentánea, es necesaria a la constitución de un bloque social mayoritario: sin ellos perdemos, y perdemos por amplio margen. Al menos, es lo que se puede esperar en el corto y mediano plazo que resulta calculable.
El otro supuesto presente es cierta conciencia ideológica de que “somos los buenos” en este conflicto: somos los luchadores, los críticos, los intransigentes, etc. Eso puede ser cierto, pero no garantiza por sí mismo que siempre se tenga razón. Porque en nombre de esa identidad es que existe una nostalgia del tiempo kirchnerista que hace suponer que con sólo decidirse a repartir entre los de abajo, la situación económica se resolvería.
Se olvida que la inflación en el año 2014 estuvo casi en el 50%, y que la deuda que se tomó en 2015 fue muy importante. Por cierto, era tiempo de gasto social y de redistribución: pero está claro que la redistribución no elimina la inflación, y que el gasto social no puede estirarse sin un aumento de recursos estatales que no se obtiene sólo con pedir que “paguen los que la fugaron” (cuestión en que estamos todos de acuerdo, pero que no se obtiene fácilmente, ni en corto plazo).
No hemos escuchado una sola idea de cómo reducir la inflación por parte de quienes critican al gobierno. Por el contrario, su insistencia en la redistribución parece ignorar problemas como la restricción de dólares, que incluso pone límites al crecimiento de la producción.
Es decir: se suele comparar a este gobierno con los de Cristina, los de tiempos anteriores a Macri. Y si bien es evidente que el hoy presidente no tiene la audacia de la ex presidenta para decisiones estratégicas, han cambiado demasiadas cosas. No es época de expansión planetaria del capital, ahora es todo lo contrario. Hubo una monumental pandemia, que obligó a fuerte emisión y paralizó la producción. Están las restricciones que impuso el FMI a Macri, y que con nuevo acuerdo o sin él, quedaron como sombra permanente sobre la economía nacional. Y está la guerra en Ucrania, con sus consecuencias de desorden y de inflación a escala mundial.
Es una situación mucho más desfavorable: no bastan la buena decisión y orientación, para instalar un gobierno como el del año 2011. Y además, en lo político, hay ahora una derecha organizada que ganó elecciones, lo que no existía entonces. El bloque antipopular aprendió: incluso está ahora la derecha mal llamada “libertaria”, más radicalizada que la anterior: entonces no había ninguna de las dos. Agreguemos el “lawfare” promovido desde Washington como respuesta mediático/judicial a los gobiernos surgidos en la década de los 90, y advertiremos que es imposible el sueño de repetir “los años dorados”. No hay voluntad política ni programa ideológico que pudieran restaurar las condiciones de hace quince años atrás.
Ojalá dejemos de mirarnos con desconfianza en el Frente de Todos. Algunos se escandalizan (otros fingen hacerlo) porque el ministro de Economía se reunió con empresarios en Bariloche: los mismos días Cristina se reunía nada menos que con la jefa del comando Sur de las FF.AA. de los Estados Unidos, y esto parece lo más normal. Obvio que todos sabemos de las indisputables convicciones y trayectoria de Cristina, y entendemos que habrá alguna estrategia detrás de esa decisión: pero no queramos saber del ruido si esto lo hubiera hecho alguna alta figura del gobierno nacional.
Este nivel de fricción política agrega un poderoso factor adicional para la posible derrota electoral, la cual sería desastrosa. Y como hemos intentado demostrar, cambiar ministro de economía difícilmente pudiera modificar fuertemente la situación. Por más declaraciones que se haga, para la mayoría de la población el fracaso de este gobierno es el del Frente de Todos en su conjunto: ojalá estemos a tiempo para comprenderlo.-
*Roberto Follari, escritor, doctor en psicología, director de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Univ. Nacional de Cuyo.
De acuerdo en general. Y al leer pensaba cuáles serán las disputas de fondo?
Entiendo que ninguna de las disputas posibles califica para poner en riesgo las próximas elecciones ni la gobernabilidad actual… porque populares no estamos.
Hoy percibo que la mayor popularidad está del lado de la derecha liberal…al menos en mi contexto.
Totalmente de acuerdo.
No hay objetivo político superior al de ganarle a la derecha en 2023