Revista Nº 152 (11/2022)
(cultura/cine)
Valentín Golzman*
“Por primera vez en la historia mundial los responsables de un golpe de Estado y sus crímenes atroces, inconcebibles, fueron juzgados y condenados en su país, por un tribunal civil, con sus propias leyes”[1].
Representación de un acontecimiento
En nuestros días, y en forma creciente, las imágenes, junto al sonido, el movimiento y los diálogos que -tanto en el cine ficcional como en el documental, en las series y la televisión- las acompañan, acercan a las personas a los hechos del pasado. En muchos casos, las representaciones audiovisuales de los hechos son la única o principal vía por medio de la cual accedemos al conocimiento histórico.
Es conocido que la obra de arte se completa con la mirada participativa del espectador. En el caso de Argentina: 1985, ese concepto tuvo mayor alcance: quienes la ven se apropian de la película, la hacen parte de sí, al punto de no solo identificarse con lo que están viendo, sino interactuar activamente con lo que ocurre, riendo, llorando, aplaudiendo, ante las escenas, junto con otros espectadores. Claro que, en otros momentos, el público se vio absorto y conmocionado: hondos instantes de quietud y silencio acompañaron el horror que emergía de los testimonios.
Desde el punto de vista cinematográfico, Argentina: 1985 es un excelente drama judicial en el que la trama ficcional representa aspectos de la vida real. Pese a que el juicio a las Juntas Militares constituye el eje y organiza el desarrollo de la trama, no es ese el título que le asignó Santiago Mitre, su director. Ha sido una decisión afortunada, pues el film representa mucho más que el juicio: escenifica el clima de época, la larga sombra de los militares acechando, los temores, dudas, y angustias no solo del fiscal Julio Strassera, sino los de toda una sociedad sobre la que aún perduraban los ecos de la dictadura. La película tiene la potencia de volver palpables hechos, sentimientos, derroteros afectivos y corporiza -por medio de sus imágenes, de la banda sonora, y de su montaje- el manto siniestro tejido por el horror que durante largos siete años cubrió a la sociedad argentina.
Al retratar el proceso judicial seguido a las Juntas Militares, el director elige hacerlo poniendo en escena una selección de testimonios que relatan y enumeran hechos aberrantes. El espanto que surge de lo que los testigos declaran forma parte de una realidad histórica que gracias a la sensibilidad fílmica con que está construido, conduce al espectador a concientizar hechos no siempre conocidos, especialmente por aquellas generaciones que nacieron en años posteriores a 1985. Además, al ser presentado en festivales, como el de San Sebastián, el film ha impactado también en un público ajeno a la realidad de los hechos.
Junto al impacto emocional que produce el film, impresiona la respuesta popular que acompaña su paso por los cines: en las puertas de cada espacio de proyección se observan largas colas integradas por personas de distintas edades que aguardan para ver el film. Y luego el “boca en boca” y el “quiero verla de nuevo”.
Otro de los aciertos de esta excelente película es que ubica a los personajes centrales en su ámbito familiar, con lo que los humaniza y los acerca afectivamente al espectador; efecto similar cumplen los toques homeopáticos de humor que descomprimen y fracturan el clima de solemnidad que conlleva la temática abordada.
Algunas de las numerosas críticas, todas favorables, que recibió la película, se desvirtúan cuando tienden a descalificarla centrándose en “lo que le falta”: señalan que debería haber dado más volumen al rol de Alfonsín, o destacado la acción de la CONADEP y de las Madres de Plaza de Mayo; siguen varios etcéteras. Es decir, exigen que esta hubiera sido otra película en lugar de la que estuvieron viendo. Considero que esa actitud deja de lado la esencia del mensaje fílmico y revela como mínimo una miopía frente a un hecho de alto contenido político que opera sobre buena parte del conjunto de la población y por encima de cualquier “grieta”. Por otro lado, a esas críticas les “faltaría” señalar que el golpe de estado de 1976 tuvo carácter cívico-militar-eclesiástico y mencionar que hubo centros de detención y tortura en las fábricas de Ford, Mercedes Benz y Ledesma.
Argentina: 1985 opera como un recordatorio de que los crímenes de lesa humanidad pueden no quedar impunes. Apunta a difundir entre las generaciones jóvenes nacidas después del juicio que la justicia es posible. Llama a generar la certeza de que lo siniestro no siempre queda sin respuesta.
*Valentin Golzman, economista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
[1] Gamerro, Carlos, Comentario sobre el film Argentina:1985, Clarín espectáculos, 21/X/ 2022.
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