"IBARRA, CHABAN, LA TIENEN QUE PAGAR…"

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EDGARDO ROZYCKI *

Los sucesos que tuvieron su origen en el 19-20 de diciembre de 2001 pusieron en evidencia que la única manera de cambiar algo es participando. Pero esta gesta popular espontánea también nos demostró que para afianzar los cambios es necesario organizar la participación.


Desde una mirada cargada de sentido por la tragedia sucedida, es innegable la justicia de la consigna levantada tanto por los familiares de las víctimas de Cromañón como por las organizaciones de la izquierda radicalizada: todos ellos, en un principio, quisieron incluir a Kirchner entre los principales responsables de la muerte de los pibes.
Si imagináramos un escenario con escasas probabilidades de concreción, tendríamos a Chabán condenado a 25 años de prisión, a Ibarra enjuiciado políticamente –fuera del gobierno, con sus bienes embargados y con una sentencia de prisión en suspenso–, y a Kirchner desprestigiado porque, en el país que él gobierna, suceden hechos de esta naturaleza.
Todo arreglado, pero el país está igual: es el mismo.

Por tanto, la consigna podría ser caracterizada como superficial, parcial, intencionada políticamente, corta de imaginación, entre otras calificaciones, pero lo más triste es que es esencialmente  gatopardista.
Persistirían los policías corruptos, los bomberos corruptos, los inspectores corruptos –protegidos por funcionarios corruptos– y los sindicalistas corruptos; y del mismo modo persistirían los empresarios corruptos que alimentan toda esta cadena.
Y esto sin detenernos a pensar en otras realidades, como el lamentable estado de las ambulancias, que no cuentan con instrumental básico entre su escasísimo equipamiento y sin personal idóneo para enfrentar un plan de catástrofes, entre otros posibles acontecimientos. Toda esta problemática atravesada por el viejo fantasma de un presupuesto insuficiente, que golpea siempre más fuerte a las áreas de salud y de educación ( ¿no es cierto, Bulldog?).
Lo más engañoso y lo más paralizante de esta realidad es poner la culpa afuera y considerarse resarcido con el castigo a los “culpables”.
Cuando mis hijos eran chicos, e incluso cuando fueron adolescentes, me ocupé de saber a  qué escuela o colegio iban, quiénes eran sus maestros, quiénes sus amigos; supervisaba sus actividades –cuidando al mismo tiempo de que no se sintieran vigilados–; los prevenía cuando iban a la cancha a ver fútbol; intentaba que se mantuvieran lo más alejados posible del cigarri-llo y del alcohol; charlaba con ellos de los peligros de la droga y, entre muchas otras cosas, repartía forros por todos los cajones de la casa.
Pero lo cierto es que nunca me ocupé de investigar a qué lugares iban a bailar, ni a qué espectáculos concurrían. Tampoco hice nada por las salidas a esos absurdos horarios de madrugada que los dejaban fuera de las actividades familiares domingueras y, para finalizar, tampoco actué en contra de la organización policial-fascista de los patovicas y el abuso de su comprobada violencia.
¿Algún padre lo habrá hecho? Quizá hay algún caso aislado. No sé de alguna organización de padres que participe en el control de toda esta parafernalia. ¡Ojalá la hubiera!
¿No sabemos?

¿No sabemos que con unos mangos se solucionan: un cruce de semáforo en rojo, un exceso de velocidad, el uso de gomas lisas, la carencia de luces reglamentarias, la falta de carné de conductor, el motor fundido que envenena el aire que respiramos?
¿No sabemos que de la misma manera se solucionan: un matafuego vencido, una carga y descarga fuera de hora, un empleado en negro?
¿Y qué hay acerca del no uso del  cinturón de seguridad y el no uso del casco de los motociclistas?
¿Qué pasa con respecto a la falta del sector de “no fumadores” en algunas confiterías y restoranes?
¿No sabemos que los quioscos que venden drogas están “protegidos”? (Lamentablemente, Axel Blumberg lo supo.) ¿Y que siguen vendiendo alcohol a los menores?
¿Y que persisten la prostitución  y el juego clandestino?
¿No sabemos todo eso? ¿Y qué hacemos?
 ¡Nos rasgamos las vestiduras cuando alguna de estas situaciones explota, y buscamos culpables!
Sin embargo, no debemos olvidar que hay algo que todos los argentinos tenemos, independientemente de nuestra situación económica: un espejo.
¿Qué tal si nos miramos?

La casi desaparición del Estado en la vida ciudadana y el aumento exponencial de la corrupción en la década infamenemista nos han dejado más desamparados que antes.
¿Qué hicimos…

…cuando Grosso, como intendente de Buenos Aires, instalaba la corrupción más escandalosa de la historia de nuestra ciudad, apoyado por los delincuentes bipartidistas?
…cuando pulverizaron al Estado, al que ahora le reclamamos la presencia que, por supuesto, le corresponde?
¿Nos oponíamos… o los votábamos?
Algo cambió.

Los sucesos que tuvieron su origen en el 19-20 de diciembre de 2001 pusieron en evidencia que la única manera de cambiar algo es participando. Pero esta gesta popular espontánea también nos demostró que para afianzar los cambios es necesario organizar la participación.
¿Por qué no pensamos en una comisión metropolitana, que podría estar dividida en zonas, con participación de los jóvenes y adolescentes, de los padres, de docentes universitarios (médicos, psicólogos, sociólogos, entre otros profesionales)? Si su creación fuera posible, sus integrantes –ante el anuncio de un acto masivo– podrían tener acceso al local, a sus dueños o a sus administradores. Y, por supuesto, también a la comisaría, a la seccional de bomberos de la zona, a los inspectores encargados de la supervisión del local y al funcionario de gobierno que debe ejercer los controles necesarios para que todo funcione aceitadamente.
Creo que los chicos sobrevivientes de Cromañón, junto con sus padres y los padres y familiares de las víctimas, son las personas más adecuadas para impulsar esta organización.
Se lo merecen los chicos, que necesitan seguridad para divertirse, y se lo merece la memoria de los muertos en el boliche.
Y nos lo merecemos nosotros: los que creemos que otro país es posible y trabajamos para lograrlo.

*Edgardo Rozycki, médico, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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