Claudio Esteban Ponce*
Pensar el presente como contexto de conflicto o de confrontación en el campo cultural y político, nos obliga a reflexionar sobre las propuestas y los objetivos de los sectores en pugna. Este accionar nos puede ayudar a elegir en cuál de los lugares queremos estar. La multisectorial oposición política al actual gobierno se muestra variada y fragmentada, lo que no quita sus intenciones desestabilizadoras y la difusión de un peligroso discurso fundado en una estructura de carácter social autoritaria e intolerante.
Durante el contexto del primer peronismo, el concepto “contrera” refería a todos aquellos que se oponían al modelo justicialista durante la década 1946-1955. El conjunto de personas que reunían las características para ser denominadas de esa forma era de una diversidad importante y la mayoría de ellos carecían de argumentos bien fundados para oponerse al proyecto del entonces presidente Perón. En realidad solo manifestaban sus deseos de diferenciarse de las mayorías. Estos grupos, quizás ingenuamente, contribuyeron con el accionar de las corporaciones tradicionales muy enfrentadas al modelo de inclusión de la clase trabajadora, que frente a la imposibilidad de llegar al gobierno por la vía electoral, optaron por promover el sangriento golpe de Estado que truncó el desarrollo democrático en 1955. El autoritarismo tomó el poder en nombre de la libertad y la oposición política, hipotética defensora de las instituciones, avaló la dictadura instalada con el único objetivo del retorno argentino al modelo agro-exportador. Es decir que aquellos viejos partidos políticos defensores de “valores republicanos” fueron cómplices de la represión contra el movimiento nacional y popular durante los años 1955-1973.
¿A qué refiere el concepto de “oposición política”? ¿Cuál es su función en un gobierno representativo y democrático?
La oposición a un gobierno elegido responde a los intereses del colectivo social minoritario que se expresó en un acto electoral y no reunió las condiciones para ser gobierno. Su tarea remite al debate parlamentario y a mantener una actitud crítica con propuestas alternativas que se presenten como ideas superadoras de la acción de gobierno. Se trata de una actitud de defensa de los fundamentos ideológicos de los partidos de la minoría, de la historia de los mismos, de una coherencia entre el pensamiento y la acción y no de la apología de los intereses miserables de grupos económicos concentrados que aun siendo minoritarios fueron los que más participaron de la riqueza producida en el país.
A partir del 2003, la Argentina inició un camino de transformación paulatina que fue afectando los intereses económicos de las minorías acostumbradas a la acumulación de riquezas con el aval de un Estado asociado. Ya en la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner los grupos opositores a su gestión comenzaron a mostrar un rencor furioso contra la política de distribución del ingreso y el nuevo modelo de inclusión. En este período la palabra “oposición” se fue transformando semiológicamente en bandera desestabilizadora enarbolada por las tradicionales corporaciones enemigas del renacimiento del movimiento popular. En la actual administración, con la continuidad de la presidenta anterior reelecta con el 54 % del electorado, el término “oposición” pareciera ya mencionar a referentes abstractos o a políticos de escasa representatividad que atacan al gobierno con la ayuda de la amplificación mediática denunciando una falta de libertad inexistente y mostrando en sus argumentos una carencia de contenidos que no hacen mella a la gestión de Cristina. Con dirigentes opositores incapaces de lograr una mínima organización y sin poder de convocatoria en la sociedad, los monopolios mediáticos se largaron a promover una protesta ciudadana apelando a la voluntad de los “idiotas útiles” con la “subjetividad colonizada”. De allí nació la movilización del 8 de noviembre de 2012, con relativa adhesión en la ciudad de Buenos Aires y en algunas comunas del interior del país. Intentaron mostrar al mundo que la oposición en Argentina era multitudinaria pero su logro fue fugaz e inconsistente. Analizando las expresiones rabiosas y resentidas de los manifestantes de ese 8 de noviembre se pudo observar a simple vista una clara fragmentación ideológica, una carencia de contenidos argumentativos y un profundo “odio de clase”. A decir verdad y parafraseando a Mao, solo fueron como un “tigre de papel”, la lluvia y el viento bastaron para borrarlos de la escena política.
Sin subestimar la capacidad destructiva de las élites económicas que militan en las corporaciones tradicionales, el actual contexto político no da para conspirar y promover un golpe de Estado. Esto generó desesperados intentos de parte del empresariado mediático para conquistar el campo simbólico, el “sentido común”, por lograr el dominio de la opinión pública. Creyeron haberlo hecho durante la primera presidencia de Cristina Fernández, la reelección del 2011 demostró su fracaso.
¿A qué le temen los grupos reaccionarios? ¿Qué ideas y acciones del modelo kirchnerista provocaron el odio y la intolerancia en los sectores conservadores de la “vieja Argentina”?
Evidentemente, la ampliación de derechos ciudadanos y los cambios que se dieron a partir de la puesta en debate de temas nunca tratados con anterioridad, alertó a la rancia derecha local. Estos sectores, formados en la vieja “estructura de carácter autoritario” que legitimaba el poder de “pocos sobre muchos”, vivieron como un escandaloso desafío las reformas del gobierno. Se molestaron mucho con la revisión de los hechos del Terrorismo de Estado, con la política de Derechos Humanos, con la reforma educativa, la ley de medios, el derecho a la identidad de género, el matrimonio igualitario, las nacionalizaciones de las AFJP y de YPF, y con todo intento de cambio que apuntara a mejorar la calidad de vida de las mayorías. Ni que hablar con la discusión sobre la despenalización del consumo de algunas drogas o el debate sobre el aborto no punible, estas cuestiones sobrepasaron la capacidad de asombro de las obturadas mentes que siempre consideraron al “orden social” análogamente a “la paz de los cementerios”. Con estos cambios el kirchnerismo provocó el escozor de los viejos sectores dominantes, pero si a esta coyuntura le agregamos que los intereses económicos de estos grupos se vieron afectados por las políticas del Estado kirchnerista, es obvio que la “plutocracia local” vomite odio y sangre por la herida.
En este país, la derecha conservadora y tradicional se supo y se sintió siempre opositora a cualquier forma de profundización democrática. Odió las expresiones populares y no avaló nunca las propuestas de inclusión, pero hoy día no representa la única manifestación contraria al gobierno kirchnerista. Es menester señalar además que durante estos diez años hubo diversas maneras de actuar como oposición al modelo. Si recordamos el rol del clero católico durante esta etapa nos encontraremos por ejemplo, con el apoyo de este actor a los grandes productores agropecuarios durante el conflicto con los terratenientes, o ejerciendo presión para que no se traten leyes reñidas con su visión de la moralidad. El cardenal Bergoglio jugó políticamente para la oposición, incluso negociando con partidos cuyas propuestas contradecían esencialmente la doctrina cristiana. Por otra parte, existe una oposición solapada que diciendo pertenecer al movimiento nacional y popular “se saca fotos, almuerza o acuerda” con los predicadores del neoliberalismo. También hay quienes, aun perteneciendo al Frente para la Victoria y ocupando espacios de gestión se expresan con un discurso ambiguo respecto de profundizar el modelo, intentando mostrarse como alternativas presidenciables más moderadas y más a gusto de la clase dominante.
En el caso de estas últimas variantes opositoras, no refieren a expresiones radicalizadas que canalizan su resentimiento de clase o su odio contra lo popular, las mismas son más pragmáticas y pueden variar su postura acorde a la coyuntura. El clero católico por ejemplo, si bien no aceptaría nunca algunas leyes que contradicen sus postulados, podría ceder en lo que respecta a los objetivos estratégicos del kirchnerismo. De hecho, con la novedad del antes “opositor” Bergoglio devenido en el Papa Francisco, es plausible este tipo de acuerdo. Por otra parte los actos electorales siempre fueron útiles para distinguir a los “peronistas disfrazados” que muestran su desmedida ambición contradiciendo los principios que dicen defender. Bueno saber de “Judas antes de la entrega”. En fin, el espectro opositor es amplio y variado, va de la derecha más extrema reivindicatoria de la dictadura hasta le “izquierda de salón” que predica la “revolución” y se sienta con los opresores. Frente a este contexto tan particular queda el “ir por más siempre”, quizás paulatinamente, pero siempre.
El proyecto kirchnerista tomó vuelo propio. Néstor y Cristina revitalizaron al peronismo como movimiento nacional y popular sin sectarismos ni exclusiones, invitaron a la transformación y persuadieron a las masas que otra Argentina era posible y el pueblo los acompañó. El “vamos por más siempre” que reflejó el impulso de la utopía kirchnerista se tradujo en el viejo dicho de “…mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar…” El futuro está en el propio movimiento popular, si se profundiza la unidad, solidaridad y organización podrá crecer, si se quiebra o defecciona “el oscuro pasado podría repetirse como tragedia”.
*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia.