Ante otro 24 de marzo, aparece nuevamente una situación compleja en los vínculos de las situaciones familiares. Por un lado las familias diezmadas por el recuerdo del genocidio vivido. O sea la falta de padres, madres, hijos, nietos desaparecidos. Toda esta trama familiar queda en un lugar del universo, aún sin respuesta. Aparece como envuelta en la memoria, en esa lucha permanente del reclamo por la verdad y la justicia, sumidos en el pedido permanente de “Aparición con vida”. Con la lucha popular acompañando a los organismos de DDHH, se pudo construir una conciencia colectiva modificando en el plano ideológico hechos significativos a nivel mundial. Es así que el NUNCA MÁS quedó instalado en un lugar primordial y actualmente es un valor importante.
Hoy surge, la situación de los hijos de los genocidas. Dónde se ubican en esta sociedad y en esta cultura. En este reclamo por la verdad y la justicia. Dónde se identifican con sus progenitores, cómo reaccionan ante el conocimiento del horror producido por los padres hacia otras personas como ellos, que aman, que también sienten como humanos, que tienen familia, padres, madres, hijos, nietos, abuelos…
Se puede reflexionar sobre la cuestión social de la violencia saliendo al cruce del individualismo. Este supone subestimar poniendo el acento en la malignidad del otro y tratando de naturalizar el derecho a matar, discriminar, violentar al diferente que no coincide con los valores puestos por el capitalismo. Es así que vemos las acciones contra las mujeres, la naturalización de la violencia que se ha instalado en parte de la sociedad, sobre todo en Chile; y cómo en Bolivia se quiere hacer aparecer un gobierno democrático que a base de mentiras respecto al fraude electoral, se instala como un gobierno de facto. También Macri, manifiesta muy tranquilo, que el populismo es peor que el coronavirus. Todo eso ayuda que parte de la sociedad no pueda pensar los hechos reales como son, sino que sus ideas terminen siendo tergiversados por una comunicación dirigida en ese sentido.
Hace poco menos de un año surgió un joven hijo de un médico militar hablando y reconociendo la magnitud de la siniestrud de su padre. Habló de la participación que le cupo a su padre en los llamados “vuelos de la muerte”. Situación francamente horrorosa e inhumana por donde se lo busque o se lo piense.
Este hecho cabe a la reflexión profunda. Este joven sale al cruce de la naturalización de la violencia. Qué ocurre en este hijo cuando reconoce que una persona es capaz de generar semejantes actos inhumanos y precisamente ese personaje es a su vez el padre.
Me remite inmediatamente a Freud. Qué ocurre con el amor y con el odio dirigido hacia un mismo ser. Se puede detectar el hecho aberrante y rechazar totalmente una posibilidad de sentimiento amoroso. Pero a su vez se trata de quien le dio su vida, gestándolo, y en algún punto deseándolo para constituirse en ser humano. Cómo se hace para convivir con estos dos afectos simultáneamente y hacia la misma persona.
Esta conjunción de sentimientos nos remite a la convivencia de los instintos de vida y de muerte que tan bien describió Freud, “conviviendo en un conflicto de ambivalencia , de la eterna lucha entre el Eros y el instinto de destrucción o de muerte. Este conflicto se exacerba en cuanto al hombre se le impone la tarea de vivir en comunidad; mientras esta comunidad sólo adopte la forma de familia, aquél se manifestará en el complejo de Edipo, instituyendo la conciencia y engendrando el primer sentimiento de culpabilidad”. (Freud, el Malestar en la Cultura, Obras Completas).
Algo de esto descripto por Freud, aparece en las manifestaciones de este joven al mencionar ante el Tribunal, los hechos de su progenitor, conocidos por él y cómo esta situación repercutió en él, como un hecho “duro, pero muy gratificante el recibimiento y el acompañamiento de la gente. …el hecho de que seamos padre-hijo no es algo puramente biológico, hay otras cuestiones más profundas como el vínculo. Me gustaría haber tenido otro padre pero no fue así… “
Cuando hace pública esta posición, es pararse enfrente y no naturalizar la violencia de tal magnitud que propone su padre, como en tantas oportunidades ocurrió con Macri, al naturalizar que el ser humano tenga actitudes de violencia hacia otros (Causa Chocobar). Esta posición del joven nos habla de un gran valor social y político.
Es importante desentrañar esta situación que se le plantea a este hijo, imbuido en el sentimiento de amor, porque es su padre, y de rechazo por las acciones ejercidas por este padre hacia la sociedad. Este padre se ampara en la provocación del capitalismo influyendo con una conducta individual a una gran parte de la sociedad, al naturalizar la violencia.
Me remite a algo que hemos escuchado del ex presidente Macri cuando habló de su padre, a diez días de su fallecimiento, mencionándolo como una persona delictiva por los hechos realizados en su trayectoria de vida y que le permitieron abultar su patrimonio. En esa oportunidad, mencioné en otro artículo, que Macri, habló de su padre, pero identificado con él, lo mencionó como delincuente para exculparse de su propia actitud delictiva ejercida también en el transcurso de su propia historia. No se manifestó contrario al modo de encarar su modo delicuencial de vida. Macri queda identificado y como tal procede de igual manera que su progenitor. Esa situación es absolutamente contraria a la manifestada por este joven al que me referí anteriormente.
Este hijo, expresa el malestar que le provoca el haber reconocido en su padre una persona con acciones aberrantes para su dignidad humana. Y como tal, es que decide dar testimonio a pesar de que aún existe una Ley en el Código Penal art 178 y 242, que restringe la posibilidad de hijos, hermanos y padres para declarar en contra de un familiar.
Este hijo de genocida, decide pararse enfrente de su padre. Y manifiesta la necesidad a todos los familiares de genocidas para que rompan la barrera de silencio a nivel social y a nivel judicial, instando a los familiares a romper ese mandato de silencio y no seguir escondiendo el horror.
Queda ratificado con este accionar, algo que ratifica nuevamente Freud, al mencionar que “el proceso que comenzó en relación con el padre concluye en relación con la masa. Si la cultura es la vía ineludible que lleva de la familia a la humanidad entonces, a consecuencia del innato conflicto de ambivalencia, a causa de la eterna querella entre la tendencia de amor y la de muerte, la cultura está ligada indisolublemente con una exaltación del sentimiento de culpabilidad, que quizá llegue a alcanzar un grado difícilmente soportable para el individuo”.
Creo que parte de este sentimiento de culpabilidad que se genera en este joven al confirmar sus sospechas respecto a su padre, son las que lo impulsan decididamente a tener que manifestar abierta y claramente el lugar opuesto al de su padre. Se le hace imprescindible preservar su identidad en la cultura y en la sociedad, más allá del vínculo paterno y pararse en la vereda de enfrente. Esta actitud habla de cómo él se instala en el lugar digno de su propia persona, para ser reconocido como tal y no como hijo de este padre genocida.
Lic. MONTSERRAT OLIVERA
24 de Marzo de 2020