La crisis social estadounidense y el “fenómeno” Trump en su justo lugar

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(internacional/EE.UU.)

Fernando García Bielsa** 

La elección de Donald Trump en EEUU representa contradictoriamente una tendencia a la continuación de la política imperial norteamericana por otros caminos, de una parte y la búsqueda de rentabilizar los capitales monopólicos en las condiciones de la actual crisis capitalista mundial, por otra parte.  Cuando el mundo parecía haber sucumbido frente al dominio unipolar norteamericano, después de la caída del Muro de Berlin, aparece China como superpotencia concurrente, que junto a Rusia en Europa Oriental se presentan como desafíos a nivel mundial, que los grupos financieros hegemónicos norteamericanos deben confrontar. (Nota: Copete realizado por Ignacio Paz*)


El presidente estadounidense Donald Trump es justamente blanco universal de críticas y rechazo. Todo lo que se pueda decir del personaje como ente repugnante, extravagante y reaccionario es poco. Sus groserías, exabruptos verbales y buena parte de las políticas que propugna o ejecuta justifican ese rechazo y, ciertamente desprestigian a la presidencia de ese país. Pero sus twits y payasadas no deben impedirnos ver algo más allá.

Una parte de las políticas del actual gobierno en realidad no son nuevas. Son las típicas políticas imperialistas y que fueron antes impulsadas y aplicadas por los presidentes y gobiernos que le antecedieron, tanto republicanos como demócratas y que se enmarcan en la desvergonzada pero enraizada pretensión de que son una nación predestinada por la providencia, excepcional en el mundo, con lo que se escudan para salvaguardar indefendibles injusticias domésticas o guerras criminales. Se hace evidente que la esencia del “excepcionalismo” estadounidense es la pretensión de que pueden hacer lo que quieren en el mundo debido a que lo estarían haciendo por ‘buenas razones’.

Así la decisión primaria de trasladar a Jerusalén su embajada en Israel no es del actual gobierno: fue un acuerdo por mayoría abrumadora en el Congreso en 1995, acogido por todos los presidentes, aunque postergada su ejecución por cada uno de ellos. Ahora bien aunque la decisión sigue siendo geopolíticamente riesgosa, complace en un aspecto clave a la influyente base evangélica republicana del presidente.

El muro en la frontera con México tampoco es algo nuevo; cogió impulso en aquella década con Bill Clinton, construido por tramos de cientos de kilómetros como parte de la llamada Operación Guardián (Gatekeeper) y actualmente cubre unos dos tercios de la frontera. Aparte que con este proyecto Trump también complace a gran parte de sus adherentes resentidos y xenofóbicos, seguramente generará un muy jugoso negocio, sobre todo para algunos grandes capitales que lo apoyan.

La política antiinmigrantes es de larga data y es un tema manipulado de manera oportunista por la mayoría de los políticos yanquis. Ante los anuncios, exabruptos y declaraciones racistas del Presidente, Obama y los demócratas han pretendido mostrarse como defensores de los inmigrantes, cuando durante esa y otras administraciones millones fueron deportados, se hacían redadas y la frontera fue fuertemente militarizada.

Fracturas sociales como importante pivote del triunfo electoral

Aparte de la impronta que le añade Trump, su propia elección y parte de la exacerbación de las políticas del imperio norteño, son un reflejo del declinar o pérdida de la hegemonía de antaño. Accidentes al margen y entre muchos otros factores, su elección fue posible debido al casi universal rechazo popular a las élites de Washington y de Wall Street, a las notables fracturas sociales en el país, bajo el impacto acumulativo de la globalización y el neoliberalismo, la ‘sobre expansión imperial’, los excesivos gastos militares y el desmesurado crecimiento de la especulación y las inversiones no productivas, bajo los imperativos del mercado. De ahí se deriva una sostenida disminución del ritmo de aumento de la productividad en muchos sectores de la industria, aumento de empleos parciales y mal pagados, el deterioro del status de la clase trabajadora y de regiones enteras que se sienten abandonadas y han visto reducir sus condiciones de vida sin que aprecien que el gobierno o el Congreso se preocupe por ellos.

Y ahí aparece un hábil demagogo, un empresario exitoso y sin antecedentes en la política, pero en definitiva un hombre del sistema, que con ayuda de algunos grandes magnates conservadores y de muy extendidas redes de agrupaciones de derecha en todo el país y, ciertamente en las zonas rurales, logró desplegar una eficaz campaña y capacidad para manipular los resentimientos y temores de millones.

Esa base de apoyo (junto a intereses millonarios en sectores como los bienes raíces, de la construcción, de la explotación minera, y otros) está en las profundidades del país, en estados rurales, sectores empobrecidos hartos de los políticos y de la élite del país, quienes se sienten víctimas de la globalización, del abandono gubernamental y que son empujados a buscar chivos expiatorios por sus problemas y reducción de sus niveles de vida y que sienten como que su mundo se viene abajo. Un ambiente propicio para cierto tipo de populismo nacionalista sigue siendo una de las más poderosas fuerzas en la política del país.

Parte de ello es la promesa de hacer de nuevo a los Estados Unidos grande y exitoso, de hacer regresar los puestos de trabajo y los capitales que se han fugado al exterior, y su capacidad de redirigir contra chivos expiatorios y a su favor las angustias de muchos. Al mismo tiempo, desde su base, muchos elementos racistas y ultranacionalistas se han sentido empoderados y reverdecen su activismo.

Se dice justamente que Trump no es el cambio sino fruto de esos cambios y esas contradicciones; un síntoma de la crisis. Como acabamos de indicar, el desespero y disgusto de millones tiene raíces sociales profundas – y demográficas, regionales, políticas – de modo que sin Trump o después de él, el fenómeno persistirá. Los Estados Unidos es aun el país más poderoso, pero los cambios geopolíticos, el impacto acumulativo de una excesiva sobre expansión imperial le están pasando la cuenta.

Además, internamente, se venía produciendo un creciente activismo y exacerbación de tendencias conservadoras en el país. Con las fuerzas que acompañan al actual mandatario, ha cuajado también un añejo proceso de empoderamiento de sectores de la llamada nueva derecha entre los republicanos, que tiene como contraparte un similar proceso de derechización entre los demócratas.

La pérdida de sensibilidad de los partidos del sistema, de los hacedores de política en Washington y de los que detentan el poder real se pusieron de manifiesto en las elecciones de 2016 y es parte importante de lo que explica por qué Trump se impuso sorpresivamente tanto en la nominación republicana como en las elecciones de noviembre, cuando claramente no era el favorito del establishment.

Ocurrido eso, algunas mentes lúcidas previeron o apuntaron la hipótesis que con Donald Trump asistiríamos –durante un tiempo- a un cierto margen de autonomía de un Ejecutivo arisco en el férreo marco de unos lineamientos de política interior y exterior cuya continuidad estaría, en lo esencial, garantizada por aquellos actores centrales que configuran el “poder real”.

Ahora bien, el magnate no actúa sólo, ni al servicio de una minúscula elite. Representa a grandes capitalistas norteamericanos. Es importante notar que muy poderosos intereses agrícolas y de agro negocios han estado históricamente alineados con los republicanos. La salida del acuerdo climático juega con la fuerte determinación e intereses de desarrollar la producción de hulla, petróleo, gasoductos, etc., todos contaminantes… Muchas corporaciones se beneficiarán con los masivos fondos y subsidios que se destinarían a la modernización de las infraestructuras del país.

El Presidente en su laberinto

Por muy lógico que sea el rechazo que genera, casi que se ha establecido una visión estereotipada acerca del actual presidente norteamericano, que no ayuda a un análisis serio. En estas líneas queremos ubicar el fenómeno Trump en el contexto que le ha dado origen y en hipótesis acerca del complejo marco en que se desempeña.

Este reaccionario personaje debe ser repudiado en sí y como cabeza del imperio, pero sin perder de vista la cualidad también maligna de muchos de sus adversarios políticos, que incluyen republicanos, demócratas y otros que desde hace algún tiempo han asumido el rol de “partido de la guerra”; la gran prensa manipuladora; las agencias de seguridad; recordar que el procurador que lo investiga no es figura inocente sino un ex jefe del FBI, etc. No se debe descartar sin embargo que si el Presidente se viera arrinconado pudiera llegar a ser un factor verdaderamente peligroso.

De entrada descarto la tesis de un personaje mentalmente desequilibrado. Aunque por momentos pareciera que actúa por impulsos, hay que considerar el marco en que se mueve, las presiones que enfrenta, en medio de muy poderosos y bien asentados centros de poder y poderes en la sombra, y sin que cuente siquiera con el respaldo de una parte de su propio partido. Como resultado se estaría dando una mezcla de políticas reaccionarias e impresentables que son de su cosecha, con otras que ha debido asumir en medio de tales presiones cruzadas.

No me caben dudas que llegó a la nominación republicana y al triunfo electoral sin el consenso, como ha sido habitual, de la oligarquía del país, sobre todo de sus segmentos financiero y transnacional. Aun desde antes de ganar la presidencia ha enfrentado una brutal campaña como no se ha visto antes con un presidente en etapa tan temprana.

Aunque ha sido atacado por una inmensa pluralidad de asuntos y conjeturas, parto de la convicción que el tema de las supuestas conexiones con Rusia, que ha sido central y permanente en la campaña (acompañada de los entes que lo investigan y amenazan procesarlo), ha sido esencialmente montado aprovechando que el espectro del “vienen los rusos” está grabado profundamente desde el pasado siglo en la psiquis de muchos estadounidenses y que ahora lo retoman para impedir el acercamiento con Moscú, poner a Trump a la defensiva y obligarlo a atemperarse a las políticas básicas del interés de la élite.

El pulseo con el establishment permanece irresuelto y se supone que sólo con las elecciones de medio término las aguas cogerían su nivel en un sentido o en el otro. Aunque el presidente ha debido congeniar con algunos de esos intereses, no caben dudas de sus habilidades ante el cerco mediático y judicial, y no ha dejado de defenderse como gato boca arriba o, incluso, de tomar con frecuencia la ofensiva.

Por el momento el gobierno se ha beneficiado con una momentánea pero marcada recuperación económica, aunque existen opiniones divididas sobre la consistencia de la misma. Algunos autores estiman que el repunte sólo encubre la explosividad financiera subyacente.

Aunque el grueso de los círculos financieros y de Wall Street apostaban por Hillary Clinton, con el cursar de los meses de la presidencia de Trump muchos cambiaron de opinión y apoyan las políticas de este que les han permitido obtener desregulaciones financieras de su preferencia, reducciones de impuestos que deseaban  y otros estímulos.
Asimismo, todo parece indicar que Trump sigue apelando y cuenta con considerable apoyo de muchos de los que le dieron el voto en la pasada elección. Mediante una descarnada confrontación con la gran prensa que lo ataca, pretende mantener la fidelidad de sus bases de la “América Profunda”. Debe tomarse nota de que un 40% -o incluso un 30%- del respaldo que registran algunas encuestas sería equivalente a los que por él votaron en noviembre de 2016. Fue una elección donde, como es habitual, votó un 50% y algo más de los electores, con lo cual basta aproximadamente (y así le bastó a casi todos sus predecesores) un 27% del electorado para ser electo presidente.

Se maniobra para corregir el rumbo

Al nivel de algunos círculos influyentes ha devenido sentido común la noción de que las políticas en curso, sobre todo la proyección imperial para mantener a toda costa la pretensión de conservar la primacía a nivel planetario ha estado minando al país y contribuyendo a su declinación. Asumen la conveniencia de fortalecer al imperio a través de una estrategia que contemple “mayor desarrollo interno y menos desastres externos”. En ello también pesan visiones divergentes sobre la globalización y sus efectos. Parece abrirse una etapa de reordenamiento de fuerzas con perspectivas todavía inciertas, en la medida que esta estrategia se despliega en sus inicios sin un amplio consenso.

Según no pocos analistas, Trump y los círculos que lo apoyan representarían una opción distinta para “salvar el sistema”, pero muy compleja en el marco de los poderosísimos intereses creados en torno a la economía de guerra, los más que pujantes círculos financieros y las transnacionales en el marco de la globalización, y otros.

De mucho peso deben ser sus respaldos cuando, por ejemplo, al asumir el cargo, el presidente dio marcha atrás al Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TTP), pieza central de Obama en su política de reafirmación del poder económico y militar en la región del Pacífico, cambiando con ello parte de las reglas de juego global de las que han sido máximos beneficiarios desde la década del ’70 hasta la actualidad. Ello se conjuga con sus pasos para desentenderse de las obligaciones multilaterales, tener las manos libres y gestionar los acuerdos comerciales en un marco bilateral donde el peso específico y las presiones de EE.UU. se impongan.

En lo que aquí analizo coincido y podría citar a muy respetados analistas, como es el caso de Michael Klare, experto en estos asuntos y habitual crítico del Presidente, quien afirma y da este título a un reciente artículo: “Es un error asumir que Trump no tiene una estrategia de política exterior” coherente. Y agrega que “sus discursos de campaña electoral y sus acciones desde la presidencia, incluyendo su reciente aparición con Putin en Helsinki, reflejan su adherencia a un concepto estratégico medular: la urgencia de establecer un orden mundial tripolar”.

**Fernando García Bielsa. Escrito para “Rebelión”

Nota: Agregamos a continuación algunos datos sobre la economía de EE.UU. en la “era Trump”, extraídos de un artículo de Jorge Eduardo Navarrete en el portal “La Jornada”:

El auge de Trump

Datos:

El PBI norteamericano crecerá este 2018 para descender en 2019. La oficina no partidaria CBO (Oficina del Presupuesto del Congreso) pronosticó que el PBI crecerá 3,1% este año, superando el 2,2% de 2017, debido a la reducción de impuestos, el aumento de los gastos gubernamentales y de las inversiones privadas.

La reducción de impuestos hizo que el consumo aumentara, junto a un incremento en las exportaciones de soja.

Todo esto hizo crecer la economía un 4,1% en el período anual hasta el 2º. Trimestre 2018.  El incremento del Producto de Abril-Junio fue el más alto en aproximadamente cuatro años.

No obstante se estima una reducción de la tasa de crecimiento para 2019 (2,4%) dada la reducción prevista en gastos estatales e inversión privada.

La guerra comercial con China, la negociación de tarifas con la Unión Europea, Canadá y México ensombrecen el panorama económico, pese a que la CBO estima que sus consecuencias no serán importantes.

Se estima que entre 2023 y 2028 la economía crecerá a un ritmo del 1,7% por año.

Fuente: http://www.jornada.com.mx/2018/08/09/opinion/018a1pol

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