La cuestión del estado

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Revista Tesis 11 (05/2020)

Edición especial de la Comisión de Economía

Alberto, Wiñazky*

El Estado capitalista está constituido por un conjunto particular de estructuras objetivas que funcionan de acuerdo con las contradicciones propias de una formación social dada, y siempre a partir de un modo de producción históricamente determinado. 

El Estado desempeña un papel explícito en el funcionamiento del modo de producción capitalista, concentrando en su estructura las diversas formas de poder al intervenir en las esferas de la economía, en el proceso de la lucha de clases y en las relaciones de dominación y explotación de los trabajadores.

Estos rasgos han caracterizado siempre al Estado burgués, pero desde el fin del capitalismo competitivo y los comienzos del capitalismo monopolista se han convertido, de manera desigual, en las formas predominantes de su funcionamiento. De este modo la actuación del Estado adquirió una intensidad creciente frente a los desequilibrios y desajustes del sistema, asegurando la acumulación de capital, mediante políticas fiscales y de coyuntura que han ido reemplazando diversas funciones del “mercado”. Por otra parte, resulta indudable que la “…imagen de un Estado liberal, simple Estado gendarme o vigilante nocturno de un capitalismo en el que la economía marcha sola ha sido siempre un mito”[1], ya que el Estado ha cumplido en todas las épocas “…funciones económicas importantes, en grados ciertamente desiguales según las diversas formaciones capitalistas”[2]. El Estado interviene entonces activamente en el proceso económico global, acentuando a su vez el ascendente ideológico sobre sus propios aparatos e instituciones. Procura superar las barreras que se oponen a la expansión de la reproducción ampliada del capital, controlando la producción y la distribución de la plusvalía e interviniendo ante cada fase descendente del ciclo, con una complicada gama de instrumentos anticíclicos para tratar de disminuir sus efectos y tratar de apresurar la recuperación. Este papel protagónico del Estado, regulando las funciones de producción y al mismo tiempo distribuyendo las cuotas del excedente social, permite la valorización del capital, la realización de la plusvalía y la reproducción de las relaciones de producción capitalistas, consolidando a las fracciones económicamente dominantes y asegurando al capital monopolista un nivel suficiente  de acumulación.

En todos los casos, el Estado se encuentra interviniendo en la economía ya sea directa o indirectamente, en un accionar siempre contradictorio, encaminado a la constitución y preservación de las relaciones mercantiles capitalistas. De manera que lo que se encuentra en juego en cada momento histórico, tiene que ver con el resultado de la lucha de clases, que es lo que en definitiva determina la capacidad de intervención del Estado en el proceso de producción y reproducción social. Dicho de otro modo, el Estado es partícipe en las relaciones de intercambio, y más allá de sostener la relación de producción capitalista, actúa para tratar de superar, en los momentos de crisis sistémicas, su déficit de legitimidad mercantil y también su déficit de racionalidad. De cualquier forma, el accionar del Estado resulta diferente en los países desarrollados que en los países periféricos. En el centro el Estado es el garante de las relaciones de producción y esta garantía puede pasar por una intervención importante en lo económico, como puede pasar por una retracción en el accionar del Estado, según las necesidades concretas de los distintos períodos. En la periferia, si bien por la mundialización no se concibe una ausencia en la actividad del Estado, dado que el mundo está constituido por Estados-naciones que no se sitúan en el mismo nivel de desarrollo y en los cuales los ciudadanos no poseen los mismos derechos, estas sociedades están muy lejos de ser inclusivas y los códigos sociales imperante no son los mismos. Por lo cual el Estado deviene poroso, no cubre la totalidad de sus funciones, es más ineficiente y pierde el control de una parte importante de la sociedad y la formación social se complejiza. A su vez, luego del agotamiento progresivo del modelo de crecimiento basado en la sustitución de importaciones, ciclo cerrado definitivamente en la década de los setenta, y la insuficiente competitividad  de las industrias nacionales por su bajo nivel de inversión y la permanente fuga de capitales en sus diversas formas, surge la incapacidad de los gobiernos de la periferia para impedir el ascenso de las ideologías neoliberales, con una retirada masiva del Estado en lo económico, en lo cultural y en lo social, donde se pulveriza, al mismo tiempo, la participación de las empresas públicas.

Esta crisis del Estado en la periferia, amplifica también la crisis de la democracia representativa clásica, ya fuertemente golpeada por la autonomización de los aparatos ejecutivos. Siguiendo a Engels en El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, donde indica que dado que la sociedad se encuentra “… en una irremediable contradicción y está dividida por antagonismos irreconciliables”, hace falta un poder que no consuma al conjunto de la sociedad en una lucha estéril y ese poder es el Estado. Pero ese Estado no podrá surgir ni mantenerse con un alto grado de eficiencia bajo gobiernos que proclamen la conciliación de clases, ya que según Marx el Estado es un órgano de dominación de clase, que legaliza y afianza esa opresión amortiguando los enfrentamientos entre las clases. Por su parte Lenín en El Estado y la Revolución sostiene que “…el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase y que el poder estatal ha sido creado por la clase dominante”. También sostiene que “…la república democrática es la mejor forma del Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino del pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática” (Pág. 23). Más adelante completa su idea al manifestar que “la sociedad capitalista considerada en sus condiciones de desarrollo más favorables, nos ofrece una democracia más o menos completa en la república democrática. Pero esta democracia se halla siempre comprimida dentro del estrecho marco de la explotación capitalista y es siempre, en esencia, por esta razón, una democracia para la minoría , solo para las clases poseedoras, solo para los ricos” (Pág. 94).[3]

En la periferia “próspera” desde el desarrollo de la industrialización sustitutiva de importaciones, surgió el crecimiento de una burguesía ligada al mercado interno, que una vez consolidada, originó al mismo tiempo una crisis de hegemonía y la imposibilidad histórica de lograr aunar una “voluntad nacional” representando los intereses de “la totalidad de la sociedad”, haciendo que la crisis se convierta en insuperable dentro de los estrechos marcos del capitalismo dependiente y atrasado de América Latina. El carácter dependiente de las estructuras económico-políticas de estos países, hace que el Estado resulte el nexo entre la dominación externa y las intermitentes crisis internas. De esta forma, las causas que originan las crisis en estos países, desaparecen como objetivo principal en la actividad correctiva y reguladora del Estado y el objetivo pasa a ser únicamente la estabilización económica y un duradero y débil orden político. 

El ocaso de las oligarquías tradicionales como detentadoras absolutas del poder en América Latina, se produce como consecuencia del derrumbe del mercado mundial en 1929/30, pero el desarrollo “hacia adentro” que comienza después de la Gran Depresión, no significa en modo alguno, una ruptura con la dependencia. Continua acentuada por la necesidad de proveer a la industria de los insumos necesarios para su funcionamiento, sin una rearticulación bajo diferentes condiciones de acumulación. El paulatino surgir de las burguesías industrialistas, compartiendo el poder con las oligarquías exportadoras, no permitió la constitución de una dirección hegemónica de la sociedad, de forma tal que pudiese subordinar tanto los intereses de los sectores tradicionales como asimismo los intereses populares. Esta falta de hegemonía se produce porque, a diferencia de la oligarquía tradicional, que cuenta con bases propias de acumulación, es decir donde el control del sistema productivo es nacional, la burguesía industrial carece de la autonomía necesaria para independizarse. De manera que se produce un fenómeno circular: la burguesía industrial es incapaz de obtener la autonomía necesaria para producir la “liberación” por su dependencia de los centros de poder, y a su vez esa dependencia recrea permanentemente su falta de autonomía. Esta ausencia de legitimación del Estado burgués lleva en reiteradas oportunidades a la condición autoritaria del Estado y finalmente a la coacción física, en el intento por superar esa falta de consenso. Es que la burguesía industrialista en los países atrasados, no constituye una clase hegemónica en sí misma, estando formada por capitales cuyo desarrollo desigual hace que compitan entre sí por lograr la hegemonía dentro del bloque de poder. De esta forma la exacerbación de las luchas por la hegemonía en los países dependientes, devienen en un proceso conflictivo permanente ya que bajo el orden oligárquico anterior, el Estado aparentaba representar “el interés general”. En las actuales circunstancias la crisis sistémica del capitalismo es muy anterior a la aparición de la pandemia. Pero es indudable que se acentuó exponencialmente por este hecho y sus consecuencias a futuro serán muy importantes, ya que en muchos aspectos se asemeja a la Gran Depresión de 1929. Por lo tanto la crítica a la pobreza, a la miseria y a la desesperanza de los sectores populares, debe ser una crítica a la forma capitalista de reproducción social.

La idea de la posible salvación del capitalismo de su propia dinámica autodestructiva, por medio de reformas institucionales, es de imposible implementación dado el avanzado nivel de descomposición del sistema. Sería el Estado el que a través de sus mecanismos de regulación, debería obligar al capital a garantizar el bien común. Pero el Estado no es un ente independiente, ni posee sus propias bases éticas, intelectuales ni económicas que le permita constituirse en un Estado virtuoso que privilegie los intereses del conjunto de la sociedad. El Estado capitalista ha tenido siempre el objetivo de garantizar la acumulación de capital y las relaciones capitalistas de explotación.

En cuanto a las fuerzas en pugna son siempre las mismas: el capital y el trabajo. Seguirá siendo así mientras subsista el sistema capitalista. Las posibilidades de lograr un cierto equilibrio en las sociedades capitalistas, por la misma razón sostenida anteriormente, es de imposible implementación, y no pareciera que haya posibilidades de recomponer un estado de bienestar, ni que existan grandes rebotes de la economía general que beneficien a los sectores subalternos.

*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro de la Comisión de Economía y del Consejo Editorial de Tesis 11


[1] La expresión “veiller de nuit” pertenece a F. Lasalle, socialista dogmático del Siglo XIX y era utilizada como lo contrario de Estado intervencionista.

[2] Nicos Poulantzas. Las Clases Sociales en el Capitalismo Actual – Siglo XXI Editores, España 1977 – Pág. 92

[3] El Estado y la Revolución – Ediciones en Lenguas Extranjeras – Moscú – 1956

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