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La salud de la democracia se debilita en Latinoamérica. El Latino Barómetro 2018 muestra cómo, al preguntar por la «satisfacción con la democracia», los insatisfechos pasan de un 51% en 2008 a un 71% en 2018. Un debilitamiento profundo con un lento y sostenido declive de todos indicadores de la democracia.
Marta Lagos, encuestadora y fundadora del Latino Barómetro, ha fijado la imagen del deterioro de manera muy sugerente: habla de diabetes democrática, «una enfermedad invisible en su generación, que, si bien no mata de inmediato, una vez que aparece es extremadamente difícil de erradicar». A la vista están los datos: sólo el 48% en América Latina prefiere la democracia frente a otro sistema. Para el 28% de la región es indiferente el sistema de gobierno y el 15% afirma que un gobierno autoritario puede ser preferible. Las alarmas son sonoras y bien visibles. No podemos mirar para otro lado.
Junto con la insatisfacción democrática, ha crecido también la idea de que se gobierna «para unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio». En todos los países del continente, esta opinión es mayoritaria: 8 de cada 10 latinoamericanos lo creen. Esta caída sistemática de la satisfacción y la confianza en el sistema democrático está altamente relacionada con la percepción de la desigual distribución de la riqueza. En general, desde 2013 decae constantemente la idea de que la distribución de la riqueza sea justa y proporcionada.
Estos datos plantean no pocas preguntas a las dos ofertas políticas de la izquierda que han protagonizado, en parte, el liderazgo político regional. Humberto Beck, profesor del Colegio de México lo precisa así: «El principal reto de la izquierda será reinventarse más allá de los dos modelos predominantes en las últimas décadas: el modelo bolivariano y el modelo socialdemócrata. Por diversos motivos, ambos modelos están agotados y se requiere algo más».
Si nos movemos de Latinoamérica a Europa se revela otro de los síntomas de esta democracia enfermiza: la nostalgia. El informe The Future of the Past, asegura que la mayoría de los europeos podrían clasificarse como nostálgicos. El 67% de los encuestados piensan que el mundo era mejor antes. El perfil mayoritario de estos nostálgicos son hombres, desempleados, con problemas económicos y los que se identifican con la clase trabajadora.
El mismo estudio señala que, en términos de prioridades políticas, la nostalgia coincide con una creciente preocupación por la inmigración y el terrorismo. Sin duda, se puede hacer una pasarela directa con el auge de lo que The Guardian ha llamado «The New Populism». En uno de sus artículos indican que el apoyo en Europa a estos partidos, particularmente los situados en la derecha, se ha más que triplicado en los últimos 20 años.
Un análisis que viene a confirmar lo que anunciaba Zygmunt Bauman en su obra póstuma Retrotopía: Hoy, la búsqueda de la utopía se encuentra en un pasado idealizado. Nos aferramos a la nostalgia por un tiempo ya vivido, que nos llena de certezas y nos aleja de la ansiedad y el temor que genera el futuro (precarización del empleo, cambio climático, el miedo a la multiculturalidad). Bauman asegura que «el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo. Sin embargo, en la práctica de la política de la memoria, futuro y pasado han intercambiado sus respectivas actitudes.»
El binomio desconfianza y nostalgia se retroalimentan. Desconfiar genera incerteza, y esta provoca nostalgia. Y es ahí donde se sienten cómodos los discursos que impactan directamente en lo emocional y en el que «Make America Great Again» de Donald Trump o «En el nombre del pueblo» de Marinne Le Pen son ejemplos claros de oportunismo político. La frustración se huele, el instinto político de algunos está entendiendo —y estimulando— estados de ánimo inflamables. Se trata de la política visceral.
La coyuntura apremia. El Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) han reunido recientemente en Santiago de Chile a más de cuarenta expertos, intelectuales y dirigentes políticos de la región, Estados Unidos y Europa. Daniel Zovatto, director regional para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional, puso el acento en focalizarse en los resultados: «Menos ideologizados, más pragmáticos, menos pacientes y más exigentes, lo que los ciudadanos demandan es que sus gobiernos los escuchen y representen bien, gobiernen con transparencia y den respuesta oportuna y eficaz a sus nuevas expectativas y demandas».
El ciclo perverso de desconfianza crítica que, tras pasar por la exigencia impaciente, acaba en la nostalgia del pasado se alimenta con la frustración: una mayoría de ciudadanos cree que la política democrática es incapaz de resolver problemas de fondo, atrapada por unos mecanismos de intervención obsoletos y marcos de actuación inadecuados. La democracia enferma necesita, rápidamente, una política más orientada a un renovado compromiso con el interés general, la ampliación del espacio y el concepto de lo público, y una mirada estratégica que abrace objetivos como los de la Agenda 2030. Es tiempo de pragmáticos o los salvadores mesiánicos substituirán, lentamente, a las élites políticas que han protagonizado el anterior ciclo político. Cuando la democracia enferma ha dejado de creer en la curación de la política, los curanderos ofrecerán sus soluciones.
Publicado en: Infobae (9.12.2018)