El sentido de establecer el 8 de marzo en el calendario es el de “obligar” a nombrar las luchas y padecimientos de las mujeres.
Por Graciela Morgade / Doctora en Educación. Decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA
Como Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo ya forma parte del patrimonio de los feminismos y de las efemérides escolares. El sentido de establecer este día fijo en el calendario es, de alguna manera, el de “obligar” a las instituciones a nombrar y visibilizar las luchas y los padecimientos de las mujeres.
Desde 2017, los feminismos han acordado, también a nivel internacional, llevar todavía más allá esa tensión política, recurriendo al paro, una de las herramientas históricas de la clase trabajadora. Las consignas que direccionan esta medida de fuerza en 2018 han sido debatidas en largas y participativas asambleas de organizaciones de mujeres que, en las diferentes regiones y ciudades de nuestro país trabajan en la elaboración de documentos de síntesis. Los reclamos centrales son la despenalización del aborto, la erradicación de la violencia machista y por la ampliación de las ofertas de las instituciones de cuidado, la denuncia del efecto económico de los tarifazos en las mujeres y la inequidad en la participación en el mercado laboral.
No voy a hacer en esta columna una argumentación de por qué considero absolutamente pertinentes esas consignas para el paro, ya que circula una abundante cantidad de materiales que presentan el diagnóstico en toda su crudeza. El reclamo por el “aborto legal, seguro y gratuito” en el país se basa en los 450 mil abortos clandestinos por año, sin condiciones de seguridad y con un costo de que ronda los 10.000 (diez mil) pesos, mientras que el 80% de las mujeres gana menos de 10.400 (diez mil cuatrocientos) pesos por mes y las más pobres no llegan a 1.600 (mil seiscientos) pesos. La violencia machista persiste hasta el punto en que no hay un día del año sin una mujer muerta por su condición de mujer o sujeto feminizado. La falta de instituciones de cuidado para la primera infancia sobrecarga principalmente a las mujeres, que son la enorme mayoría de las encargadas de la crianza y sostén infantiles, invisibles en el mercado. Las mujeres como grupo, a niveles equivalentes de formación, ganan un 25% menos que los varones en el sector privado, mientras que el desempleo y el ajuste estructural de los últimos dos años tienden a afectarlas con mayor virulencia, de manera directa o indirectamente al empeorar sus condiciones materiales de vida por el aumento de tareas reproductivas cuando hay recortes en derechos sociales y carencia de servicios públicos, mayor cantidad de personas a cargo económicamente en un contexto de aumento de los despidos, el recorte de la asignación universal por hijx y el impacto de la reforma previsional ya que suelen ser las mujeres quienes se encargan de lxs adultxs mayorxs. Es más, el 8 de marzo es, estrictamente, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora pero en cierto sentido es una redundancia; la militancia feminista contribuyó a visibilizar al trabajo reproductivo como central en el producto bruto de las naciones y, por lo tanto, habilita a pensar que, ya desde muy pequeñas, todas las mujeres son trabajadoras.
Si los feminismos vienen persiguiendo el proyecto político de hacer oír las voces de las mujeres, creo que el paro representa un grito. Un grito colectivo que, por la fuerza de la simultaneidad, no puede no ser percibido. Tal vez encuentre escuchas sensibles, pero también habrá escuchas críticas, distorsiones o burlas. Nunca indiferencia.
Antes que profundizar en los motivos, me gustaría reflexionar acerca del significado pedagógico del paro, en particular en las escuelas y las universidades. Y convocar a las docentes de todos los niveles a hacer este paro.
¿Por qué sumarnos como docentes al paro? Porque el sistema educativo se edificó y se apoyó, durante décadas, sobre la condición femenina de las maestras. Décadas en que las docentes, y sobre todo las maestras de inicial y de primaria, vienen ejerciendo un “trabajo femenino”. Y no solamente por el imaginario, ya tantas veces aludido, de la maestra como “segunda mamá”, sino y sobre todo, porque la docencia, como el trabajo doméstico femenino, tiene horas invisibles que el salario no remunera, condiciones materiales y socioambientales complejas y con frecuencia hostiles y extenuantes, sumadas a las presiones burocráticas y a las modas pedagógicas. Muchos de estos rasgos se reiteran en el nivel secundario y, con otras características, también en la universidad donde las mujeres son alrededor del 50% en el sector docente, pero minoría en el cargo de “Titular” (38,8%) y un escalafón que se feminiza a medida que se “baja” de categoría, de manera casi perfecta. Y la situación vinculada con los cargos de autoridad en el sistema universitario ya tiene rasgos de severa exclusión: las mujeres son solamente el 10% en los cargos de rector.
Costó mucho, y todavía diría que cuesta, que la docencia se visibilice en su condición de mujeres desde la perspectiva de género, es decir, sometiendo a la crítica histórica y cultural todos los mandatos que son presentados como “naturales”. Y el paro de mujeres es una buena oportunidad para revisar, entre todas, estas dimensiones de nuestro trabajo.
Un primer sentido pedagógico del paro se da entonces “entre nosotras”.
Sin embargo, creo que la potencia del 8M también tiene otro. Hacer el paro y reunirnos en un grito tiene ecos en las familias y tiene ecos entre lxs niñxs. El lema “Maestrx luchando también está enseñando”, propio de la militancia gremial, se cualifica de otro modo. Si cada docente que lucha por la paritaria nacional y por su salario está defendiendo, al mismo tiempo, a la educación pública y al derecho a la educación de todo el pueblo, la mujer docente que grita un “basta” al patriarcado capitalista está dejando otra huella en lxs otrxs: la desigualdad, la violencia y la injusticia están encarnadas, y hay cuerpos concretos, femeninos o feminizados, que las padecen de manera sistemática. Esta enseñanza no transitará, como es habitual, solamente por la verbalización o la racionalización propias de la escuela moderna, sino, y sobre todo, abriendo la ventana para que otros saberes y otras formas de construcción de esos saberes, también penetren, o salgan, de las aulas. Entrarán entonces los principios de la Educación Sexual Integral pero, sobre todo, las mamás, las abuelas, las tías, las hermanas y las cuñadas, las amigas y las comadres de la escuela, todas, a enseñar y a aprender desde la condición de ser mujeres. Los varones acompañarán como puedan. Y la compleja comunidad educativa estará unida, con un mismo grito, por un proyecto pedagógico de justicia. Para todos.
Tomado del diario La Capital de Rosario
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