Rubén Dri*
Ambos términos se vinculan en el ejercicio del poder. El autor nos muestra la incidencia que la relación entre ambos tiene en la formación del sujeto de acuerdo a determinado proyecto de poder: quién lo ejerce y quién se le somete.
“Yavé habló a Moisés y a Aarón para decirles: ´Hablen a los hijos de Israel y díganles: Cualquier hombre que padezca un derrame es impuro por este derrame”… “La mujer que padece un derrame, tratándose de su sangre, permanecerá en su impureza por espacio de siete días”. (Levítico)
El ámbito de la educación es necesariamente un espacio de disputa, pues allí se deciden importantes aspectos que tienen que ver con el poder. La educación es un momento fundamental para el ejercicio del poder. Efectivamente, mediante ella se incide directamente en la formación del sujeto y todo proyecto de poder requiere la formación de un determinado sujeto que lo ejerza y otro que se le someta.
Max Weber ha hecho aportes fundamentales sobre el tema. El proyecto capitalista tuvo necesidad de un determinado sujeto capaz de ponerlo en marcha y otro, dispuesto a someterse. Para ello se requería una determinada educación. Fue el calvinismo el encargado de la formación de dicho sujeto. En su educación el control del sexo fue un aspecto fundamental.
Sacerdocio, profetismo, sexo y poder.
La cita que figura en el acápite pertenece al Levítico, el libro que los sacerdotes hebreos escribieron en el siglo VI aC, en el exilio babilónico, en el que establecieron todas las normas que debían tener vigencia en la sociedad. Al volver a la Palestina las pusieron en práctica. Es la sociedad sacerdotal, edificada sobre el valor “pureza” que supone el rechazo absoluto de todo lo “impuro”.
Tres son los centros vitales en los que se ponen en vigencia las normas que deben proteger la pureza de toda posible contaminación con lo impuro, la mesa, la cama y el templo, o sea, la comida, el sexo y el culto. La comida se protege de toda impureza estableciendo con claridad qué alimentos son puros y, en consecuencia, se pueden comer, y cuáles son impuros y por lo tanto se deben evitar.
El sexo es objeto de múltiples normas que establecen a su alrededor una serie de cercos, de tal manera que su fuerza explosiva sea debidamente controlada dentro de los límites de lo puro. Bien y mal, Dios y demonio intercambian continuamente sus roles en la actividad sexual. El momento de la realización del culto debe expresar en toda su intensidad la práctica de la pureza.
Al proyecto sacerdotal, en la historia del pueblo hebreo siempre se opuso el de los grandes profetas, líderes populares que expresaban fundamentalmente a los campesinos, cargados de deudas, expoliados por la monarquía y el sacerdocio. Para los profetas y en especial para Jesús de Nazaret, ni las comidas, ni el sexo ni el culto se encontraban marcados por la necesidad de observar determinadas normas de pureza, porque la sociedad debe edificarse no sobre el valor “pureza”, sino sobre el valor “don” o “solidaridad”.
La Iglesia, el Estado y la escuela frente al sexo.
La Iglesia Católica, que se construyó como una institución de poder sacerdotal, siempre ha pretendido que todo el ámbito de la “moral” le pertenece en exclusividad para lo cual dotó a su máxima autoridad, el Sumo Pontífice Romano, de la “infalibilidad” en la materia. Esta materia, por otra parte, prácticamente se reduce al ámbito de la sexualidad, que se rige por el valor “pureza”.
Mientras Iglesia y Estado durante los siglos medievales conformaron un mismo ámbito en el que confrontaban y negociaban el poder, el sexo fue “protegido” por las severas normas establecidas por la Iglesia, destinadas a salvaguardar la “pureza” en todas las manifestaciones vitales.
Una de las novedades de suma importancia que aportó la modernidad frente al feudalismo es la construcción del “Estado moderno” que, como se sabe y diariamente lo experimentamos, contiene aspectos positivos y negativos. Entre los primeros figura el de la “autonomía” frente a la “Iglesia”, realidad que ésta finalmente reconoció en el Concilio Vaticano II: “La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno”.
Lamentablemente ese reconocimiento rara vez se ha traducido en la práctica. Eso no puede extrañar por cuanto la pérdida del magisterio infalible que debe ser aceptado por toda la sociedad en la materia sexual significaría la pérdida de una cuota muy importante de poder. El Estado moderno no puede ser un Estado confesional. La escuela, en consecuen-cia, no puede ser confesional. Debe liberarse del valor “pureza” y no puede desentenderse del aspecto sexual en la educación.
Menester es tener en cuenta que el control del sexo es un aspecto fundamental del control del poder. Quien controla la práctica sexual, controla el poder. El Gran Hermano de 1984, la novela de George Orwell lo tenía claro, pues el Partido “trataba de matar el instinto sexual o, si no podía suprimirlo del todo, por lo menos deformarlo y mancharlo”. Controlar el sexo es controlar el deseo. Aniquilar el sexo es aniquilar el deseo, la fuente del poder, por lo cual Winston, el héroe de la novela citada pensaba que “el acto sexual bien realizado era una rebeldía. El deseo era crimental –crimen mental-”. Finalmente, O´Brien, el educador de Winston, mientras lo tortura para transformarlo en objeto, le dice: “el instinto sexual será arrancado donde persista”. Para que no queden dudas, continúa: “suprimiremos el orgasmo”.
La educación, el sujeto, el sexo y la escuela.
La educación es un momento esencial en la construcción del sujeto que es al mismo tiempo construcción de poder, pues ser sujeto significa ponerse como tal, tomar decisiones, actuar por voluntad propia. Implica, por lo tanto y de manera esencial, el aspecto sexual.
Si la educación se interpreta de manera unilateral como la acción del educador que forma a los sujetos denominados “educandos”, de hecho, lo que hace es transformar a sujetos potenciales en objetos actuales, es decir, en lugar de ayudar a los sujetos potenciales a realizarse plenamente como sujetos, los objetualiza. Es la “educación bancaria” como la ha analizado Paulo Freyre.
Ya Marx había advertido que la concepción según la cual el sujeto es producto de la educación olvida que también el educador debe ser educado. La educación es, en realidad, la relación intersubjetiva mediante la cual educador y educando cambian continuamente sus roles. Ambos se van educando, aportando cada uno lo suyo en la mutua construcción subjetual. Ahora bien, el sujeto o los sujetos que mutuamente se construyen son esencialmente sexuados. El sujeto se construye como hombre o mujer, en una construcción que es auto-construcción, lo que significa que implica una elección.
La sexualidad acompaña al ser humano desde la salida del vientre materno hasta su muerte. Su construcción como sujeto implica necesariamente la construcción de su sexualidad. Después de Freud pensar en una infancia asexuada es pura ignorancia, o prejuicio proveniente de una educación que por motivos religiosos o simplemente culturales aprendidos lo sostiene. Pero aquí es importante la distinción entre sexo y sexualidad. Todo ser humano está dotado de sexo. Eso no se puede elegir, viene con uno.
Pero diferente es la sexualidad. Ésta sí se elige, se forma, se construye a una con la construcción del sujeto. Hablamos de una elección, pero naturalmente se trata de una elección condicionada por múltiples factores. Decía Marx que tanto las circunstancias cambian al hombre, como éste a aquéllas. Las circunstancias son las relaciones familiares, sociales, el medio ambiente, religioso, ateo, etc.
El sujeto desde el Jardín de Infantes va construyendo su subjetualidad y, por ende, su sexualidad. La educación debe ser el proceso de acompañamiento. Contiene aspectos teóricos y prácticos. El sujeto tiene necesidad de determinados conocimientos exigidos por su práctica. Las caricias, la masturbación, la menstruación, la polución tienen su momento. El sujeto educando debe poseer los conocimientos necesarios en el momento justo.
El sexo es la fuente de la vida y del placer más intenso de que puede gozar el ser humano. La construcción de la sexualidad es al mismo tiempo una educación al placer. Ni demonización ni endiosamiento del placer, sino ubicación del mismo como momento importante, esencial en la construcción del sujeto. Como, por otra parte, el sujeto es dialéctico, la dialéctica atraviesa a la sexualidad de parte a parte. Ello debe ser tenido muy en cuenta en la educación, de manera que el educando vaya aprendiendo cómo las prácticas sexuales son ambivalentes, poseen determinados riesgos sobre los cuales es necesario precaverse.
Buenos Aires, 4 de febrero de 2006
*Rubén Dri, Licenciado en Teología. Integró el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo. Escritor. Titular de Filosofía y de Sociología en la UBA y Consultor de la Cátedra Che Guevara en la UBA.