Gerardo Codina *
La calle desbordó. Millones salieron a ser parte de la fiesta. Familias, grupos, solos. Vinieron del interior, de los barrios, extranjeros y porteños. Descendientes de aborígenes, de europeos, de africanos. La emoción y la alegría se adueñaron de la Ciudad. Claro , la ocasión ameritaba despliegue. Doscientos no son pocos años y para un país que todavía se está amasando, que todavía se pregunta por su identidad y su destino, resultaba un buen momento para ver lo recorrido y hacer balance.
Pero la multitud que recorrió las instalaciones de la muestra, no se acercó a reflexionar sino a celebrar. A expresar su alegría. A celebrarnos como pueblo en nuestros diferentes rostros. Quizás su mejor expresión fue la misma Cristina bailando al compás de las murgas que festejaban el retorno de la democracia en el desfile de cierre.
Pero la fiesta no fue sin sentido. Hay que anotar que los temas, los géneros, los intérpretes elegidos para animarla y la serie de ceremonias realizadas, propusieron una lectura de nuestra historia en sintonía con las miradas del movimiento popular del que es parte emergente y constituyente este gobierno desde 2003. Esa visión fue refrendada por la multitud que le puso el cuerpo a la celebración y por quienes siguieron sus diversas instancias por televisión, seguramente millones. En la batalla de ideas, el Bicentenario fue ocasión de una amplia victoria popular.
El sábado reflexionaba Rubén Dri que en nuestra historia habían ocurrido tres “puebladas”. Tres movilizaciones masivas de los sectores populares; acciones colectivas que tuvieron la capacidad de incidir de manera decisiva en el curso de los acontecimientos políticos. Enumeraba: 17 de octubre, Cordobazo, 19 y 20 de diciembre. Dos de ellas, decía, tuvieron detrás un proyecto que, de alguna forma, impusieron. La última, señalaba Dri, careció de propuesta. Fue el resultado de la imposibilidad de la sociedad que había engendrado el neoliberalismo.
Se pueden indicar otras convergencias: las dos primeras cronológicamente, fueron ante todo organizadas y sustentadas por las organizaciones sindicales. La última, al contrario, surgió imprevista en su capítulo más urbano y sin participación mensurable del movimiento obrero. Importa recordar ahora ese dato porque este proceso político es hijo del 19 y 20.
La fiesta del Bicentenario no fue una ocasión de lucha ni una protesta. Pero si una enorme movilización popular en memoria de la revolución que originó este país. Un pueblo reconociéndose y celebrándose, haciendo suya una mirada de la historia en la que las dictaduras, las Madres, los chicos de Malvinas, Evita, el Che y Perón son hitos significativos junto al cruce de los Andes, los pueblos originarios, la inmigración o el éxodo jujeño y son significados de un modo singular, alejado de la mirada liberal conservadora.
Es difícil hacer parangones con otras movilizaciones populares. La masividad y el clima de lo vivido el 25 rompieron todas las fronteras. Para el futuro, el recuerdo del bicentenario será esta fiesta popular.
Un pueblo no siempre está disponible para festejos, aunque siempre una parte del pueblo lo esté. Lo sabían los romanos. En esta ocasión, la convocatoria llegó hondo en los sectores populares, que la hicieron suya. Desde temprano, el mismo viernes inaugural, los curiosos recorriendo el paseo, viendo qué había para ver o hacer, haciendo ocio despejado de tensiones, proponían una imagen muy contrastante con la de una sociedad crispada y conflictiva que intentan instalar los grandes cadenas de difusión comunicacional. Ese clima distendido de fiesta popular no fue opacado en estos largos días por ningún hecho violento ni delictivo, pese a los millones de personas involucradas.
La movilización del kirchnerismo no explica el fenómeno. Más allá de que hubo muchos grupos organizados que se expresaron en la calle. Más allá de que la figura de la Presidenta genere simpatías en tantos otros que no participan activamente en la vida política. Sin embargo, quienes se sumaron a las celebraciones estaban avisados de que era una actividad organizada por el Gobierno Nacional y la agradecían. Así, la fiesta se transformó en el hecho más feliz de la gestión de Cristina.
Otra fuerza que se movilizó y habrá que ponderar en sus efectos futuros, es la del orgullo nacional. Orgullo mezclado. Maradona y la selección, la memoria de las epopeyas del pasado, el saberse herederos de gente que tuvo que hacer su destino lejos de su terruño, el talento de los hijos de esta tierra. El nacionalismo siempre tuvo mala prensa en Argentina. Pero no hay pueblo que pueda forjar su destino sin afirmarse en su identidad, sin poner en valor su propia historia, sus capacidades, su dignidad.
Orgullosos de ser argentinos, en el marco de un destino común suramericano, hermanados con nuestros orígenes, la política traspone el umbral de las razones y encarna en el tejido de las emociones. Tejido donde las ideas se hacen valores.
No importa mucho si fue sin propósito deliberado. O resultó de un plan fríamente calculado. La historia nos sucede, a pesar de nosotros mismos. Cuando una multitud hace suya la calle se acaban los planes. Quizás estos hechos vengan a rellenar el sin sentido del 19 y 20, y el kirchnerismo pueda encarnar como el nuevo movimiento histórico que anda madurando en nuestro pueblo.
*Miembro del Consejo Editorial de Tesis11 y del Grupo Tuñon