CARLOS MENDOZA*
La intervención del Estado en la actual crisis sistemica del capitalismo.
La masiva intervención del Estado en todo el mundo, consecuencia de la gran crisis actual del capitalismo,
tiene carácter de clase y puede o bien provocar soluciones más favorables para los sectores populares o, en su contrario, reforzar las taras del sistema y crear las bases de una crisis sistémica ulterior aun más elevada.
La actual crisis capitalista mundial y sistémica, hace ver, quizás como nunca, la intrínseca necesidad de la intervención del Estado para salvar el funcionamiento del sistema, en esta etapa monopolista, globalizada, de producción transnacionalizada y de hegemonía del capital financiero sobre el productivo.
El capitalismo viene constituyéndose desde hace décadas, básicamente como un conjunto de monopolios privados, cada vez más globalizados, y de la intervención en la economía de los estados nacionales y multinacionales, donde el rol del Estado está cada vez más condicionado por la necesidad de que el conjunto funcione, esencialmente, en favor del interés monopolista privado, sin lo cual no se podría sostener la rentabilidad del mismo. Esta fase de la etapa monopolista del capitalismo ha sido denominada por teóricos marxistas como «Capitalismo Monopolista de Estado».
Pero, en la actual crisis, resulta más evidente que nunca la enorme transferencia de recursos públicos en favor del capital monopolista y muy particularmente el financiero. Cifras siderales que suman millones de millones de dólares. Y se ve claramente el carácter de clase burgués de los gobiernos de los países capitalistas desarrollados, particularmente en EE.UU., donde se usan esas enormes sumas públicas, para «fondear» a los bancos y empresas financieras, comprándoles los denominados «activos tóxicos» (créditos incobrables, o «basura») para tratar de que sigan funcionando sobre bases privadas, cuando lo
racional sería, con parte de ese dinero, comprar las acciones de los bancos, actualmente profundamente
devaluadas, estatizándolos de esta manera. El resto de ese dinero se podría usar para impulsar el consumo consumo popular y financiar a las empresas de la producción de bienes y servicios no financieros, para relanzar así el círculo virtuoso consumo/producción.
Al retirarse los bancos y empresas financieras de la cotización de sus acciones en bolsa y al subir las cotizaciones de las empresas vinculadas a la producción de bienes y servicios no financieros, dejarían de caer
las bolsas, se estabilizarían y crecerían. Esta sería una vía más lógica de emplear los recursos públicos y la
emisión de dinero y de bonos de los Estados. Pero los gobiernos son extremadamente reticentes a seguir el camino señalado, porque saben que la propiedad Estatal, aun en condiciones de un funcionamiento global capitalista monopolista y estatal en favor del monopolio privado, no deja de ser contradictoria con la propiedad privada, base del sistema. Años de neoliberalismo, han marcado profundamente las conciencias de los políticos de los partidos principales de los países centrales del sistema, lo cual se evidencia particularmente cuando se trata nada menos que de la posibilidad de estatizar al sector financiero, supuestamente palanca del funcionamiento económico del capitalismo.
La vía de fondear a los bancos y empresas financieras, en lugar de estatizarlos, le costará mucho más caro a la ciudadanía mundial, que paga la socialización de las enormes pérdidas del sistema monopolista financiero privado, no sólo mediante recursos impositivos dedicados a tales fines, sino fundamentalmente a través de la inflación internacional que exporta EE.UU. al emitir dólares y bonos del Estado sin contravalor real, que circulan como moneda mundial, para apagar el incendio y salvar el sistema capitalista monopolista.
Precisamente, la enorme emisión de dólares y títulos de la Reserva Federal de EE.UU, sin contravalor real, desde la segunda guerra mundial, que en buena medida se acumula en los bancos centrales de todo el mundo, particularmente en países como China, Japón, India y otros, constituye la madre de las burbujas, que en caso de estallar amenaza con generar una crisis que dejaría chicas todas las burbujas financieras que estallaron hasta aquí.
Ahora bien, el Estado tiene un doble carácter, porque por un lado interviene en la economía, es decir en la estructura básica de la sociedad pero, al mismo tiempo, es un elemento de la superestructura política de la sociedad, donde la ciudadanía tiene posibilidades de influír, a través de la acción política. Es a ésto que le escapan los políticos burgueses de los países centrales cuando tratan, por ejemplo, de evitar la estatización de los bancos y empresas financieras.
Eso se ve incluso en la administración Obama, a pesar de que está aplicando una política mucho más favorable al interés popular que la archireaccionaria política de la era Bush. En efecto, los sectores populares, empezando por el vasto sector asalariado, tienen la posibilidad de luchar por la democratización de la gestión económica, cuando queda en manos del Estado, mediante su movilización y participación en la acción política y social, para darle a la intervención del Estado un más elevado carácter social, favorable al interés popular, mediante una democratización de la gestión económica para la aplicación de criterios de
gestión de eficiencia social, en lugar de la sola rentabilidad financiera de los monopolios privados. El desarrollo
consecuente de este proceso crearía bases objetivas para una sociedad de carácter social cualitativamente más elevado que la actual.
En el plano internacional se puede ver una expresión indirecta de la lucha de intereses entre los monopolios y los sectores populares y del país imperialista dominante, EE.UU., con otros Estados, cuando China, Brasil y otros países, reclaman una modificación de los organismos financieros interestatales internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, para que su moneda internacional virtual de cuenta, los Derechos Especiales de Giro, sustituyan gradualmente al dólar como moneda mundial, lo que tal vez impediría la mencionada explosión de la burbuja creada por la emisión sin contravalor real de dólares y títulos norteamericanos nominados en dólares.
Obviamente EE.UU. se opone a esto, pues se quedaría sin la máquina de fabricar dinero mundial sin contravalor, que le ha permitido financiar sus impresionantes déficits fiscal y comercial durante décadas,
estafando al mundo. Esta es una gigantesca contradicción, en el plano internacional, para el sistema del Capitalismo Monopolista de Estado de los países capitalistas centrales, muy particularmente para los EE.UU. Otra contradicción para el interés monopólico, particularmente el financiero, en el plano internacional, es la fuerte tendencia actual al multilateralismo en las relaciones internacionales, con decadencia del unilateralismo de EE.UU., lo cual se expresa en la creciente influencia económica, política y diplomática
de China, país que se reclama socialista y la gradual consolidación de bloques regionales interestatales, como la Unión Europea, y otros de países emergentes, como el Unasur en América Latina y otros.
También con la actual presión de estos países y bloques para democratizar los organismos internacionales de
crédito, como FMI, Banco Mundial y otros y establecer regulaciones mucho más rígidas para el capital financiero. Las resoluciones de la última reunión del G20, admitiendo que la crisis se produjo por falta de
regulación del sistema financiero, decidiendo inyectar una multimillonaria suma de dinero para préstamos
y garantías de prestamos para alentar las exportaciones, el consumo y la producción, anunciando la
intención de democratizar los organismos internacionales de crédito y otras medidas contrarias al fenecido «Consenso de Washington», están indicando las nuevas tendencias al multilateralismo y, consecuentemente, a un tipo de intervención del estado un poco más favorable a la producción y el consumo.Todo esto también aumenta las chances objetivas de los sectores populares de incidir superestructuralmente en estos procesos, respecto de la muy restringida posibilidad que tenían en la larga larganépoca del hegemonismo y unilateralismo norteamericano.
La profunda contradicción entre el carácter social del estado con la creciente necesidad de que intervenga en la economía en beneficio de la rentabilidad del capital privado monopolista, ha tenido varias vueltas de tuerca, en particular desde el fin de la segunda guerra mundial. La intervención del Estado creció a lo largo de las tres décadas de alto desarrollo económico mundial desde 1945, pero la utilización del Estado en favor de los monopolios generó tendencia al déficit fiscal, a la corrupción y al burocratismo en el Estado y con ello problemas como la inflación y trabas en el funcionamiento económico global.
La reacción de los monopolios ante ésto, fue la presión ejercida, sobre todo desde el denominado «Consenso de Washington» de 1989, para privatizar en favor de los monopolios las empresas del Estado más rentables, desregular el movimiento de los capitales, particularmente los financieros, flexibilizar las leyes laborales y otras medidas, que si bien aumentaron la tasa de ganancia de los monopolios, generaron las bases de la nueva gran crisis que estamos sufriendo ahora.
Importantes teóricos marxistas han caracterizado al Capitalismo Monopolista de Estado como la última fase posible del sistema capitalista, por pensar que después de este sistema, donde la condición para la rentabilidad del sector monopolista privado globalizado, es que el conjunto monopolios-Estado funcione esencialmente en beneficio del sector monopolista privado, no es posible concebir otra fase capitalista cualitativamente distinta. Con ésto nunca han querido decir que el desarrollo de las contradicciones del Capitalismo Monopolista de Estado llevará espontáneamente a la superación del capitalismo, ya que para ello se requiere de la intervención política conciente y organizada de los sectores populares, que son los que tendrían interés objetivo en la superación del sistema. La gravedad y profundidad de la actual crisis, crea sin embargo condiciones objetivas para un desarrollo de la conciencia de los sectores populares y con ello para el desarrollo de su participación en el plano socio-político, para impulsar un tipo cualitativamente distinto de intervención del Estado en la economía, en beneficio de los sectores populares, cada vez más mayoritarios.
* Ingeniero, especializado en temas de economía política, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11