VALTER POMAR*
La línea del Ecuador
A partir de las diferencias surgidas entre el gobierno de Ecuador y el de Brasil por el préstamo otorgado por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, para un emprendimiento en Ecuador, el Secretario de Relaciones Internacionales del PT Valter Pomar analiza la correlación de fuerzas existentes en Brasil y las complicaciones que surgen en la construcción de la unidad latinoamericana, como también los probables caminos para resolverlas.
La polémica entre la Odebrecht, los préstamos hechos por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), la actitud del gobierno ecuatoriano y la respuesta del gobierno brasileño, permite diferentes formas de interpretación.
Por ejemplo: ¿cual debe ser la actitud del Estado ante las empresas privadas que prestan servicios al poder público? ¿Como tratar préstamos públicos internacionales, vinculados a emprendimientos privados?
¿Cual la actitud ante la necesidad de auditar el endeudamiento interno y externo ocurrido en los países de la región? ¿Que tipo de relaciones debe prevalecer entre los gobiernos progresistas y de izquierda existentes en América del Sur?
La derecha brasileña y sus medios de comunicación participan de la polémica con el objetivo de debilitar las relaciones entre los gobiernos de Lula y Rafael Correa. Sectores de la izquierda y de la ultra izquierda, por su vez, declaran apoyo total al Ecuador, criticando la supuesta postura «subimperialista» del gobierno brasileño y su «sumisión» a los intereses de una empresa. De la derecha, nada se espera. Del otro margen del río, se espera solidaridad en la lucha contra una empresa y contra el endeudamiento externo.
Pero se espera, también, una mirada un poco más larga, que busque tratar y superar los inevitables conflictos que existen y van continuar existiendo, entre los movimientos, partidos y gobiernos progresistas
y de izquierda, en los marcos de un plan estratégico que impida el fortalecimiento de nuestros enemigos.
A lo largo del siglo XX, la izquierda latinoamericana y caribeña enfrentó dos grandes obstáculos: la fuerza de los adversarios en el plan nacional y la ingerencia externa. Esta siempre estuvo presente, especialmente
en aquellos momentos en que la izquierda llegaba al gobierno o al poder. Cuando las clases dominantes
locales no eran capaces de contener la izquierda, recurrían a los marines.
La novedad de los últimos diez años (1998-2008) es la constitución de una correlación de fuerzas, en América Latina, que permite limitar la ingerencia externa.
El ambiente progresista y de izquierda colaboró en las elecciones y reelecciones, ayudó a evitar golpes (contra Chávez y Evo Morales, por ejemplo), siendo además fundamental en la condenación de la
invasión del Ecuador por tropas de Colombia. Además de minimizar o tornar inviables políticas de bloqueo
económico, que tuvieron un importante papel en la estrategia de la derecha contra el gobierno Allende y continúan afectando Cuba.
En otras palabras: la existencia de una correlación de fuerzas favorable en la región, crea condiciones mejores para que cada proceso nacional siga su propio curso. Un símbolo de esta nueva correlación de fuerzas es la realización, en diciembre de 2008, de la cúpula latinoamericana y caribeña. Ni pan, ni ibero.
Ocurre que, cuando fuerzas de izquierda y progresistas consiguen llegar al gobierno nacional, lo hacen con un programa basado, de alguna forma, en la tríada igualdad social, democratización política y soberanía nacional. Y la defensa de la soberanía nacional no se hace apenas contra las «metrópolis imperialistas»,
envuelve también administrar los conflictos entre países de la región.
Estos conflictos no fueron «inventados» por los actuales gobiernos, siendo en general herencia de períodos anteriores, inclusive del desarrollo dependiente y desigual ocurrido en la región. En la mayoría de los casos, no podrán ser superados en el corto plazo: por tener causas estructurales, solo podrán tener solución en el largo plazo, en los marcos de un adecuado proceso de integración regional.
La exacerbación de estos conflictos regionales tendría como subproducto disimular las contradicciones (mucho más relevantes) con las metrópolis imperialistas.
Por tanto, del punto de vista estratégico, debemos impedir que estos conflictos se conviertan en contradicción principal. Pues, si esto ocurrir, la correlación de fuerzas latinoamericana se alterará en favor
de la ingerencia externa. Es sabido que los gobiernos progresistas y de izquierda de la región siguen el camino del desarrollo y de la integración, adoptando diferentes estrategias y con diferentes velocidades.
Y ya fue dicho que la posibilidad mayor o menor de éxito, en ámbito nacional, está vinculada a la existencia de una correlación latinoamericana favorable a las posiciones de izquierda y progresistas.
Entonces, nuestro «imbroglio» estratégico puede ser así resumido: como compatibilizar las diferentes
estrategias nacionales, con la construcción de una estrategia continental común (que preserve la unidad con diversidad). O, más precisamente, como manejar los conflictos entre los países de la región.
Debido a su tamaño, fuerza económica, pasado histórico y largas fronteras, el Brasil es parte efectiva o potencial en muchos conflictos regionales.
Sectores de la derecha brasileña desean que el Brasil se comporte, en estos conflictos, al igual que Estados
Unidos. En otros países, partes de la derecha quieren ver al Brasil ocupando, en el imaginario de la gente, el lugar que actualmente es de Estados Unidos.
La verdad es que Brasil tiene el «physique du rôle» adecuado para cumplir papeles distintos y opuestos.
Por un lado, a lo largo de los últimos años nuestro país se convirtió en plataforma de operación de grandes empresas, que se benefician de los mercados, de la mano de obra y de las riquezas naturales de los países vecinos.
Y, a lo largo de nuestra historia, por diversas veces el gobierno brasileño fue abogado de los intereses metropolitanos y de la integración subordinada.
Por otro lado, el Brasil tiene condiciones de ser una de las locomotivas de otro tipo de desarrollo e integración regional, contra las directrices impulsadas históricamente por Estados Unidos. Desde 2003,
con mayor o menor éxito, con mayores o menores contradicciones, esta es «la línea de Brasil».
Algunos episodios, el más reciente envolviendo la Odebrecht, demuestran que sectores de la izquierda
latinoamericana no están de acuerdo con esta línea o, por lo menos, consideran que el gobierno brasileño no está siendo coherente en su aplicación.
Evidente que dificultades, incoherencias y contradicciones existen. Seria insensato negarlas, además
que el Brasil no se resume al Estado brasileño, el Estado no se resume al gobierno actual, el gobierno
actual no se resume a la izquierda, y la izquierda también comete errores.
Pero, lo que se cuestiona no son apenas estas dificultades, incoherencias, contradicciones y errores.
Seguro que existen, como también pesan el estilo personal de los gobernantes e implicaciones coyunturales.
Sobre esto todo, entretanto, trasparece una divergencia acerca de la línea seguida por el gobierno brasileño.
En rigor, a parte de la izquierda latinoamericana le gustaría que el gobierno Lula adoptara el espíritu del Alba (Alternativa Bolivariana).
¿Podemos y debemos debatir (en términos de sustentación interna, naturaleza de los acuerdos firmados,
materialización efectiva, efectos en los países receptores) lo que hace el gobierno de Venezuela, pero es imposible no reconocer que su actitud es extremamente meritoria.
¿Pero será que el gobierno brasileño puede y debe adoptar este camino?
Podemos y debemos hacer aún más de lo que hacemos, inclusive establecer parámetros y controles sobre la actuación internacional de las empresas privadas «brasileñas» (la cratera en el Metro de São Paulo no permite dudas sobre que una empresa es capaz de hacer).
Pero, sin embargo de nuestras acciones, no existe correlación de fuerzas, mecanismos institucionales y situación económica que nos permitan operar de manera semejante al gobierno venezolano.
La alternativa realmente disponible para el gobierno brasileño envuelve solidaridad; pero su dimensión principal es la de los acuerdos comerciales, económicos e institucionales (por ejemplo, la UNASUR), envolviendo gobiernos, empresas públicas y/o privadas.
Este camino contiene diversos riesgos. De salida, iniciativas como la UNASUR suponen compartir la mesa con adversarios políticos e ideológicos, que siguen gobernando importantes países de la región.
En segundo lugar, la dinámica de la integración incluye momentos de mayor protagonismo político de los presidentes, alternado con períodos de predominio del espíritu de las respectivas cancillerías.
En tercero lugar, los acuerdos económico-comerciales siempre benefician, en mayor o menor escala, los intereses del Capital, por lo menos mientras este modo de producción sea hegemónico en los países en cuestión.
En cuarto lugar, las empresas involucradas generalmente colocan en primer lugar su lucro inmediato y en segundo lugar el sentido estratégico de la operación, o sea, el desarrollo y la integración.
El punto fuerte de la actual posición brasileña es la insistencia en la construcción de una institucionalidad regional sólida, cuya expresión más auspiciosa hoy es la UNASUR (ahí comprendidos el Banco del Sur, el Consejo de Defensa etc.).
El punto frágil es la ausencia de control sobre el comportamiento de las empresas que actúan en el exterior.
Con las empresas públicas, como se vio en Bolivia, el gobierno brasileño tiene medios para hacer prevalecer los intereses estratégicos del país. Con las empresas privadas, se hace necesario desenvolver mecanismos que garanticen lo mismo, inclusive dentro de Brasil. Pues, como sabemos, empresas que reciben préstamos del BNDES apostaron contra el Real; y bancos que reciben estímulos del gobierno niegan crédito barato.
Con todos sus riesgos, lo que resumimos en los párrafos anteriores parece haber sido el camino adoptado por el gobierno brasileño y no está en el horizonte de corto plazo cualquier modificación.
Esto acontecería en dos circunstancias: si la derecha recuperar el gobierno, en 2010; o si el proceso social en el país se radicalizar, alterando significativamente la correlación de fuerzas.
Podemos discutir, discordar y hasta mismo condenar la «línea de Brasil». Debemos, seguramente, exigir mayor agilidad y mayor dedicación en la implementación de esta línea, especialmente en la coyuntura abierta con la crisis internacional. Pero se hace necesario comprender su naturaleza, sus límites, y las consecuencias generadas, por un posible no-pagamiento de préstamo concedido por el BNDES, sobre nuestras posibilidades de cooperar económicamente con otros países de la región, inclusive el Ecuador.
De la misma manera como nosotros debemos comprender, por ejemplo, que el gobierno ecuatoriano siga conviviendo con la dolarización de su economía. Gravísimo atentado a la soberanía nacional, que persistirá mientras no se crea una correlación de fuerzas interna y externa que permita su superación.
Resta tratar de una cuestión fundamental. Argumentamos que el gobierno brasileño, por lo menos ahora, no puede adoptar una política diversa de la actual. La pregunta es: ¿debemos trabajar por la adopción de otra política?
La respuesta es: si y no. Si, en el sentido de que debemos construir las condiciones internas para tener una política externa más radical. No, en el sentido de que consideramos imposible revocar, por decreto y voluntad, las relaciones de mercado entre los países de nuestro continente.
Seguramente, la solución de los conflictos regionales supone una reducción de la desigualdad, no apenas dentro de cada país, sino también entre las economías de nuestro subcontinente.
La institucionalidad de la integración, tanto multilateral cuanto las relaciones bilaterales, tiene que estar sintonizada con este propósito.
La reducción de la desigualdad en cada país supone enfrentar la «herencia maldita» y realizar reformas
sociales profundas. Pero esto no es suficiente para eliminar las disparidades existentes entre las economías, objetivo que exige combinar, en el largo plazo, medidas de solidaridad, intercambio directo y también medidas de mercado.
Por más que Brasil consiga osar en su política externa, no tenemos como «exportar» apenas la «parte buena» de las condiciones materiales necesarias para la superación de las desigualdades existentes, tanto internamente en cada país, cuanto entre los países de la región. Por tanto, el apoyo de Brasil a los países de la región incluirá, en buen grado, fuerte dosis de «exportación del capitalismo», con sus «mazelas» incluídos.
El fundamento del debate sobre la «línea de Brasil» es la aceptación o no de esta limitación, que en nuestra opinión existiría mismo que el gobierno brasileño fuera mucho más radical.
Por fin: todo apoyo a la auditoría de la deuda externa de Ecuador. Pero es preciso diferenciar los tipos de deuda y los acreedores. Todo apoyo al gobierno del Ecuador contra una empresa que construyó una obra con inmensos problemas. Pero es preciso proceder de manera a punir la empresa, no el BNDES.
Y todo apoyo al diálogo entre los gobiernos de izquierda y progresistas, para que ninguna de las partes sea sorprendida por medidas unilaterales divulgadas por la prensa. De hecho, la necesidad de diálogo y aviso previo es la única «línea» que no puede ser desacatada.
* Secretario de relaciones internacionales del PT