El presente argentino y latinoamericano refleja, en términos del filósofo italiano Giorgio Agamben, un conjunto de “Estados de Excepción” que viven y padecen las consecuencias del autoritarismo disimulado en un sistema hipotéticamente institucional y democrático. Con mayor intensidad en la Argentina, la derecha que representa la Alianza Cambiemos ha naturalizado “el mal” expresado en medidas políticas y económicas que dañan a las mayorías y puntualmente al conjunto del pueblo trabajador.
En el marco de un debate filosófico y aun teológico, se puede poner en duda la existencia del “mal” como una entidad con autonomía propia, o ajena a la praxis del sujeto humano. El “mal” en sí, no existe fuera del impulso voluntario del sujeto que lo realiza. El “mal” entonces, se puede definir como la expresión de la voluntad humana llevada a cabo por la opción de una persona, o conjunto de personas que deciden obrar acorde a su extremo egoísmo, perjudicando a un grupo mayoritario de seres de su misma condición. Si además de buscar satisfacer la avaricia y la mezquindad de una minoría, este “mal” se presenta como una “media verdad”, o sea, una “mentira” que provoca dolor pero se disfraza de necesidad con el supuesto objetivo de lograr un bien, se hace visible una constante “violencia simbólica” que tiene por objeto naturalizar el “ejercicio del mal” hacia los semejantes. De allí que este concepto de “violencia” que Pierre Bourdieu explica claramente como el daño que se hace a las personas sin que ellas se den cuenta o tomen conciencia de ello, se utiliza para justificar el acto pleno de la expresión maligna como una medida dolorosa pero con fines que se suponen “beneficiosos”.
El ejercicio de la Administración de los recursos de un Estado llevado a cabo por un gobierno elegido en una democracia representativa, lleva en sí la responsabilidad de hacer todo el bien posible a la mayoría de los habitantes de ese Estado. De proteger y cuidar a los ciudadanos en general, con el deber de cubrir las necesidades básicas de los indigentes en particular. Cuando el Estado es tomado como botín de guerra por un grupo de mafiosos que solo se favorecen a sí mismos en detrimento de los sectores subalternos de la sociedad, y esto a su vez es acompañado por la propaganda de los sectores multimediáticos concentrados que también se benefician de esta política, estamos en presencia de un proceso de “naturalización del mal” que intenta legitimar el “odio de clase” o el “racismo económico”, y que avala la “diferencia” como punto de “normalidad”. Se hace evidente que mediante este proceso se destruye la Democracia y todas las instituciones de cualquier sistema representativo. Análogamente a los primeros tiempos del nazismo, la sociedad es bombardeada por un sutil y sofisticado sistema de control de la información que hace de una cruel y completa mentira, una difusión masiva de lo que para algunos sería la “pos-verdad”, pero que se podría definir como lo hacían los antiguos monjes contemplativos que llamaban “media-verdad” o “mentira del diablo” a la mentira disfrazada de absoluta verdad. Una mentira disimulada en visos de verdad que todos aquellos que puedan ser “colonizados semiológicamente en sus subjetividades” aceptaran creer sin cuestionar cual si fuera el dogma de una nueva fe.
El actual gobierno argentino representado por una alianza de intereses sectoriales y minoritarios se hizo cargo de la administración pública teniendo como fundamento de campaña y argumento de gestión, la mentira descarada y el cinismo. Por otra parte, solo es posible comprender la actitud de cierta parte de la ciudadanía, a través de la influencia que el actual sistema capitalista globalizado ejerce sobre las débiles personalidades mediante las redes de información concentradas en pocos grupos multimediáticos. De esta forma, tanto Argentina como América Latina se vieron asoladas por los procesos ya mencionados de “naturalización del mal”, ya que en muchos países del continente se sostienen medidas económicas esencialmente anti populares con pseudo argumentos de extrema necesidad, fabricando una crisis inexistente con el objeto de culpar a los modelos “populistas”, que al favorecer a los más humildes gastaron en demasía provocando que sea menester “corregir estos errores”. Otra absoluta mentira de quienes pretenden legitimar los argumentos que sostienen que los trabajadores no pueden aspirar a gozar de los beneficios del desarrollo económico porque eso sería “anormal” y generaría un despilfarro de los recursos del Estado. O sea que, en la visión de las clases dominantes del sistema capitalista, “lo normal”, “lo lógico del sistema”, sería que las mayorías siempre trabajen y nunca participen de los esfuerzos que realizan ya que el disfrute correspondería por “naturaleza” a los dueños del capital. A su vez, dentro de esta lógica, el Estado debe favorecer a los ricos en pos de un supuesto crecimiento que, compartiendo los argumentos de Aldo Ferrer, nunca se traduce en Desarrollo Económico sino en prebendas para los poderosos. Como en el antiguo “Régimen Oligárquico” del siglo XIX, con el actual gobierno el Estado puede crecer pero la Nación no desarrollarse. Un Estado que pasa a convertirse en la ayuda que es utilizada por la oligarquía para sus propios negocios particulares, multiplicando exponencialmente su capital en perjuicio de los sectores populares que ven marginada su participación en la misma riqueza que ellos generan.
En un año de gestión de la “Alianza Cambiemos” en la Argentina, representada por el presidente Mauricio Macri y una serie de mediocres personalidades carentes de moralidad, conocimiento político o capacidad para favorecer al prójimo, se produjo un “retroceso” en el desarrollo humano solo comparable a los tiempos de las peores crisis económicas de nuestra historia reciente. De hecho, fue necesario fabricar esa crisis para naturalizar las medidas que resultaron en el mal cotidiano. ¿Es posible que los sectores medios y bajos elijan para presidir los destinos del Estado a quienes siempre fueron sus explotadores? ¿Por qué las mayorías se dejaron engañar por falsas promesas de los ricos? ¿Tiene esto relación con un tradicional carácter social autoritario instalado en Argentina y América Latina que tiende a justificar el poder de pocos fundado en la carencia de muchos? ¿Existe en nuestras sociedades esa “estructura de carácter” que hace posible una “relación simbiótica sado-masoquista” para que luego de una “primavera democrática” volvamos a elegir el sufrimiento?
En Argentina va llegando la hora de reflexionar seriamente sobre nuestras “responsabilidades sociales y políticas”. La toma de conciencia nos debe conducir a una “praxis liberadora” que haga posible un desarrollo humano sustentable fundado en el “reconocimiento del otro” como semejante, y en la premisa de que “lo colectivo merece la primacía sobre lo individual”. Conciencia y conocimiento que sepa discernir sobre el mal que ejerce una minoría sobre la mayoría, traducido en medidas políticas y económicas que dañan a la clase trabajadora promoviendo una marginalidad que concluye en la muerte, provocada por la indigencia o por la represión directa del Estado.
La Argentina del macrismo debe liberarse de la “Cotidianidad del mal”. El pueblo debe salir de la esclavitud mental y física para entender que los derechos sociales y una mejor calidad de vida son para todos. La culpabilidad y responsabilidad respecto de las injusticias que suceden en la actualidad, tales como el encarcelamiento de Milagros Sala, la represión de cualquier acto de protesta, los miles de despidos y la retracción de la economía generando millones de nuevos pobres, no solo radican en aquellos que ejercen el “mal cotidiano” sino también en las instituciones que pecan de omisión al no denunciar ni defender a los más débiles. Sindicatos, Iglesias, Periodismo e Instituciones Educativas que no sirven a la justicia sino que ocultan los hechos con un pasatismo cómplice que deja actuar a los explotadores.
En Argentina y en América Latina el grito de liberación sigue siempre presente. Ahora depende de la conciencia y la responsabilidad ciudadana poner freno al ejercicio de la maldad cotidiana.
Claudio Esteban Ponce.
Licenciado en Historia.
Me parece un excelente artículo que describe tal cual la realidad que nos toca vivir. Hoy sufrimos esa maldad cotidiana ejercida desde el Estado, porque quienes detentan el poder político son los mismos nombres y apellidos que históricamente conformaron y siguen conformando los pequeños grupos del Poder Económico en la Agentina. La oligarquía vendepatria, siempre dueños de la Argentina, y los nuevos ricos que ampliaron su base monetaria siempre a costa del Estado. Son los mismos que se irritaron y defenestraron las políticas sociales, económicas y culturales de los gobiernos populistas precedentes que intentaron reducir la desigualdad. Los egoístas que convencieron (con maldad y mentiras) a la parte de la población que necesitaban para adueñarse de todo y de todos a través de los votos y así poder gobernar para sí, de manera legitima. Así y todo, mas allá de esta triste cotidianeidad, siempre nos queda la fe, y las pruebas de la historia, de que tarde o temprano la conciencia ciudadana se activará en defensa propia y cambiará el rumbo a su favor. Ojalá.