Horacio Ramos*
Adiós a Gladys Marín.
Lejos quedó aquella muchacha, rebelde y poco disciplinada, que había llegado a Santiago junto a sus hermanas para estudiar en el Liceo. La misma que, delegada de su curso, ingresó a la Juventud Obrera Católica en medio de las manifestaciones que exigían una rebaja en el pasaje escolar; y fue allí donde su historia tomó el rumbo definitivo, porque en el corazón de las luchas, conoció al “Cojo” Díaz, el primer amigo que le habló de Luis Emilio Recabarren, Aguirre Cerdá y Salvador Allende. De ese modo se incorporó a la “Jota” en 1958, inolvidable refugio de la Juventud Comunista chilena, donde se encontró con Jorge Muñoz, un ingeniero de minas de gustos más refinados que los suyos y que la enamoró para toda la vida: “Me bajó del monte y me hizo poner medias de nylon, a mí que siempre andaba a pierna pelá”, diría Gladys años después. De esa unión nacieron sus dos hijos, con quienes, por la crueldad de la tiranía que la empujó a una rigurosa clandestinidad en el país y fuera de él, sólo pudo contactarlos a través de cartas, durante catorce años. Cruzada por el dolor de la derrota y el asesinato y desaparición de centenares de compañeros, entre ellos su esposo, se convirtió en un testimonio elocuente del combate sin tregua contra Pinochet, en todos los foros internacionales. Cuando en 1990 el dictador fue vencido en las urnas, Gladys volvió a la legalidad y asumió la Secretaria General del Partido Comunista. No obstante su alta función política, esta mujer pequeña pero firme, con su rostro de rasgos duros y verbo encendido, coherente con sus ideas, siguió apareciendo en el centro de las protestas, mojada por los carros hidrantes, detenida por la policía en reiteradas oportunidades e incluso golpeada en múltiples ocasiones.
En 1999 fue candidata a presidenta de la República por el P.C. y, en el 2002, designada titular de su organización partidaria, rol que ejerció hasta que aparecieron los síntomas de su enfermedad.
Esta mujer, de una dignidad a prueba de tormentas, de temperamento recio y temple sin mácula, cuya existencia estuvo signada por el dolor y la constante persecución, pese a lo cual mantuvo una tenaz confianza en el futuro Socialista de su patria, falleció en Santiago en la madrugada del domingo 6 de marzo. Acosada ya por la dolencia que pocos meses después la derribaría, pudo sin embargo enviar un último mensaje a sus compañeros, pleno de esperanza, y cuyas palabras continuarán resonando como si fueran campanadas que sirven para despertar el alma del antiguo Arauco: “El remolino seguirá girando hasta llegar a la ventolera que impulse las cada vez más combativas luchas callejeras del pueblo.”
*Horacio Ramos, periodista, escritor, miembro del Consejo de Redacción de Tesis 11.