Gerardo Codina*
Las últimas elecciones, además de significar la renovación parcial de los cuerpos legislativos nacionales y locales, importaban por su capacidad para prefigurar el escenario político nacional de 2015. No significaron un cambio decisivo respecto de lo dominante en los últimos diez años. Las apuestas opositoras al desflecamiento del poder presidencial se mostraron anticipadas. También las expectativas de que la salud la dejase fuera de juego.
El kirchnerismo puso en marcha un proceso de profundos cambios políticos, sociales, económicos y culturales que nadie considera agotado, ni aún entre sus detractores. Esa dinámica lo interpela respecto de su propio futuro. En 2015 no está en juego una alternancia procedimental, entre fuerzas intercambiables de un tipo de juego político en el que los partidos están limitados a administrar lo existente. Esa democracia formal, que alguna vez se postuló como el máximo ideal realizable, culminó en una zona liberada para el juego concentrador de las grandes corporaciones y en la marginación de gruesos contingentes de argentinos.
El 2001 significó un nunca más para esa versión de la política democrática. Empezó el tiempo en el que la sociedad reclamaba una transformación, profunda aunque pacífica. El kirchnerismo interpretó mejor que nadie esa línea de fuerza determinante de la nueva etapa y la plasmó en su “revolución desde arriba”, como la definió certeramente el recordado Julio Godio.
El sendero elegido –avanzar paulatinamente en la resolución de los graves conflictos que todavía aquejan a nuestro país, forjando nuevos niveles de justicia social, en el contexto de un crecimiento lo más acelerado que fuera posible, basado simultáneamente en el desarrollo de la demanda interna y en la mayor inserción en los mercados globales–, posibilitó recorrer diez años decisivos para recuperar la posibilidad del desarrollo autónomo. Una garantía del rumbo adoptado fue la alternancia de dos cuadros excepcionales, que supieron reconstruir un liderazgo popular en la principal corriente política argentina.
Muerto Néstor Kirchner esa alternancia ya no es posible. Así las cosas, no es un dato menor quién sucederá a Cristina. Esa definición agita las aguas del Frente para la Victoria, del Partido Justicialista –su principal componente— y de las fuerzas de oposición.
Los sectores más dinámicos que maduraron políticamente en el seno del mismo kirchnerismo, temen que no se pueda proseguir el proceso de profundización del cambio iniciado en 2003. Los más tradicionales del peronismo perciben pragmáticamente que son los gobernadores de su sector quienes acumulan mayores chances de continuar la tarea de gobernar. Los nombres y los hombres no son indiferentes en ningún caso, pero nadie debe olvidar que el kirchnerismo interpeló una demanda preexistente en la sociedad y que se ha sostenido como principal fuerza política nacional toda vez que permaneció fiel a esa expectativa renovada de transformaciones. Eso no cambiará en el 2015. Es un dato que deberá considerar cualquiera que se ponga la banda presidencial. Del mismo modo que las fuerzas políticas que puso en marcha el kirchnerismo no desaparecerán, ni el liderazgo de Cristina será un recuerdo condenado al olvido.
El reparto electoral.
Los resultados del 27 de octubre convalidaron previsiblemente los resultados provisorios de las primarias, amplificando algunos de sus aspectos. Ganador en la mitad de los distritos, el kirchenrismo superó el 33 % de los votos nacionales, amplió su representación en la Cámara de Diputados y conservó los números en el Senado. Cristina Fernández de Kirchner tendrá asegurado el acompañamiento parlamentario en los dos años que le restan de mandato.
La segunda fuerza nacional, contando como tal la probable coalición radical-socialista, sumó algo más del 21 por ciento de los votos y se impuso en seis provincias (Santa Fe, Mendoza, Jujuy, Catamarca, Corrientes y Santa Cruz). En al menos dos de ellas, hizo posible ese resultado la partición del partido de gobierno local.
En el resto de los territorios ganaron fuerzas provinciales de variado cuño, algunas con resultados muy destacados como el bonaerense Frente Renovador. Esos fueron los hechos principales.
La lógica que determina el voto en las elecciones parlamentarias de medio término es diferente de la que prima a la hora de definir quién se hará cargo de gobernar el país o una provincia. Lo que está en juego es la promoción del debate democrático entre diferentes vertientes del pensamiento político, no la toma diaria de decisiones que afectan la vida cotidiana de millones.
Con treinta años de ejercicio ininterrumpido de democracia por primera vez en nuestra historia nacional, se acentúa la pluralidad de voces. Nunca la suma de votos de la primera y segunda fuerza fue tan baja como ahora. Siempre bordeó el 80 por ciento de los electores y ahora sólo alcanzó el 54%. Se sumaron terceras fuerzas a la estructura fuertemente bipartidista que tenía Argentina en el siglo pasado.
Un ejemplo paradigmático son los partidos que ganaron en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires. Ni peronistas ni radicales plenos, con un poco de ambos y mucho de tradiciones liberales y de derecha conservadora, Macri y Massa compiten por el mismo espacio y con el mismo formato de “nueva” política, desideologizada, marketinera y empresarial.
Ambos expresan la emergencia de sectores medios urbanos y rurales que entienden su éxito social como resultado de acciones individuales. No es ocioso que tengan en el centro de sus agendas la cuestión de la inseguridad frente al delito y que piensen que se resuelve con mayor represión. Son la plataforma útil para que los núcleos de la resistencia activa al proceso de cambios abierto en el 2003 se expresen y procuren alcanzar la densidad suficiente como para hacerlo abortar.
Como muestra, el sojero De Angeli, referente del levantamiento patronal contra la política kirchnerista de redistribución de ingresos, se anotó una banca de senador por la provincia de Entre Ríos, con los colores del PRO.
Esto no explica todo, en particular en la provincia de Buenos Aires, donde mucho voto popular expresó su descontento con la situación imperante. No hay que olvidar que lo que más influye a la hora de votar es el contexto económico inmediato. Es inevitable que en momentos de mejora económica el voto favorable al gobierno aumente y que, al contrario, se reduzca en momentos complicados. En la cuenta hay que anotar el recrudecimiento de la puja distributiva, que se expresa tanto en la corrida persistente contra el dólar, procurando una maxidevaluación, como en la carestía de la vida que achica el impacto de los aumentos salariales.
Tanto una como otra son acciones de los que detentan los resortes centrales del poder económico y lo ejercen diariamente, votando por un país distinto del que elige la mayoría. Lo realizado hasta aquí por el proyecto nacional, alcanza para generar un soporte muy elevado tras diez años de ejercicio gubernamental. Pero hacia delante, lo que cuenta es la capacidad de resolver los nuevos problemas que se plantean. Ese mensaje dejó la elección del 27 de octubre. Y la presidenta lo escuchó.
Las elecciones de Cristina.
Cuando noviembre transitaba su último tercio, rápidamente Cristina recuperó el centro de la escena. Obligada por razones de salud, había tenido que resignar el intenso protagonismo que caracterizó siempre las acciones presidenciales del kirchnerismo. Fue en un momento especial de la política democrática, en plena campaña electoral.
La ausencia resultó extraña para propios y ajenos. Tanto, que algunos se animaron a especular con un declive definitivo de sus capacidades para conducir los destinos de la Nación. Pero sólo fueron meras expresiones de deseos. Cristina volvió y con apenas dos pasos, retomó su centralidad dentro del dispositivo político del oficialismo y del país.
No fueron pasos cualesquiera, por cierto. Un video de pretensiones familiares para agradecer el afecto de su gente y mostrar su recuperación, fue el primero. Muy lejos de la imagen autoritaria y crispada con que la quiso identificar la vulgata de los medios hegemónicos, una Cristina jovial, cálida y repuesta de sus afecciones, avisó que estaba de vuelta. Pocas horas después, un escueto informe de su vocero de prensa anunciaba el primer cambio de ministros.
La definición del Jefe de Gabinete tiene varias aristas a considerar. Por un lado, se trata de un hombre con su propio volumen político, que recibió el encargo de ser la cara visible del gobierno. Cristina seguirá trazando las grandes líneas de su administración, pero se resguarda ahora de la excesiva exposición a la que se obligó luego de la muerte de Néstor Kirchner.
Además, Capitanich expresa un sector del peronismo que hará valer su significación en el diseño del futuro político del país. Un recordatorio para los distraídos de que la mayoría de las provincias es gobernada por dirigentes del PJ. Asimismo es un mensaje para los que se anotaron ya en la carrera presidencial: con ellos enfrente hay pocas chances. Se impone siempre una negociación que contemple los intereses del interior.
Kicillof implica otro giro. No es el primer ministro de economía con perfil propio en el período iniciado en 2003. Pero a diferencia de todos, es un hombre que creció políticamente en esta década, dentro del kirchnerismo, ganando su espacio con una nutrida producción original heterodoxa.
Al redefinir el equipo de gestión económica, Cristina mostró que registra cuáles son los problemas que enfrenta el país en lo inmediato y a futuro. Muchos de ellos, todavía herencia de treinta años largos de neoliberalismo, que mancaron la estructura productiva del país y achicaron duramente sus márgenes de autonomía. Pero otros, son evidencias de los logros alcanzados en esta década ganada por el crecimiento acelerado de la economía. Por caso, el sostenido incremento de la demanda energética.
El anuncio del principio de acuerdo con Repsol, gracias a la intervención de la petrolera estatal mexicana Pemex, puso de relieve que nada se había detenido durante la forzada ausencia de los primeros planos a la que se tuvo que ceñir Cristina. No sólo eso. También mostró un registro de la compleja trama de vínculos internacionales, en la que no sólo operan los estados y en la que se pueden gestar asociaciones que favorecen el logro de los objetivos nacionales.
Fue también el caso de la empresa asimismo mexicana pero privada Fintech, hasta aquí inversionista minoritario de Cablevisión y ahora principal propietario de Telecom en Argentina, que intervino empujando al multimedios vernáculo para que se aparte del camino de la confrontación y se avenga a cumplimentar la ley, cuya constitucionalidad validó la Corte Suprema por mayorías inesperadas dos días después de las elecciones.
Todo un dato para los que se apresuran a hacer lecturas lineales y sencillas de los enmarañados procesos por los que atraviesa una sociedad en mutación. Sociedad en la que juegan muchos actores, cada uno en procura de sus propios objetivos, aunque resulten oscuros y dañen al resto.
Detrás de la escena de las policías provinciales sublevadas y de los saqueos alentados por los grupos criminales que conviven con ellas, por caso, se pueden rastrear los núcleos fascistas que todavía resisten la política democrática después de 30 años de ejercicio ininterrumpido. También, que el narcotráfico ha impreso su propia huella de vida por fuera de las reglas y promesa de dinero fácil en sectores que se marginan del debate político y procuran condicionarlo, ejerciendo el terror para controlar parcelas de territorio urbano.
Una sociedad de consumo que excluye regularmente a muchos, crea las condiciones de posibilidad para que esas lógicas del atajo fácil a la satisfacción inmediata puedan desplegarse. Es otra razón para demandar más estado, equilibrando las posibilidades y sancionando las tramas de complicidades corruptas que articulan los poderes políticos locales, la justicia injusta y la policía que no ve, no sabe y no oye nada, que no sea de su propia conveniencia.
En este punto también, las elecciones de Cristina señalan su decisión de no retroceder ante las dificultades y de afirmar el complejo proceso de avanzar hacia una sociedad mas justa para todos.
*Gerardo Codina, psicólogo, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11