Se aproxima el septuagésimo aniversario (1/10) de la fundación de la República Popular China. Aniversario que festejará el pueblo chino hoy encumbrado a potencia mundial. Lejos de reclamar venganza por un pasado de hambre, humillación y pobreza, de sangrientas guerras, de invasores e imposiciones coloniales, China difunde hoy, a través de su máximo representante un mensaje de elevada altura moral: la denominada “Comunidad de destino compartido para la Humanidad”.
Mencionada por primera vez en 2011 en un documento de la Oficina de Información del Consejo de Estado, la idea aparece como superación de la “peligrosa mentalidad de guerra fría y caliente y todos las vías desgastadas que han conducido repetidamente a la humanidad a la confrontación y la guerra.”
Ya en ese Libro blanco sobre Desarrollo Pacífico de China se menciona la alternativa de encontrar “nuevas perspectivas desde el ángulo de la comunidad de destino común, compartiendo avances y aflicciones, buscando una cooperación mutuamente beneficiosa, explorando nuevas formas de mejorar los intercambios y el aprendizaje mutuo entre las diferentes civilizaciones, determinando nuevas dimensiones de los intereses y valores comunes de la humanidad y buscando nuevas formas de hacer frente a los múltiples desafíos mediante la cooperación entre los países y lograr un desarrollo inclusivo.”
El concepto fue hecho público en el informe del Secretario General Hu Jintao al XVIII Congreso del Partido Comunista de China en Noviembre de 2012. En su discurso el saliente presidente chino llamó a construir un “mundo armonioso de paz perdurable y prosperidad común“.
En ese mismo congreso tomó el relevo Xi Jinping, quien a partir de entonces colocó la idea de un destino compartido de la humanidad en el centro de la política exterior de su país, promoviendo la idea en múltiples foros y visitas.
El mensaje encontró asiento en Naciones Unidas por primera vez en 2017, en una resolución de la 55 Comisión para el Desarrollo social y fue adoptada posteriormente en resoluciones del Consejo de Seguridad, del Consejo de Derechos Humanos y del Primer Comité para el Desarme y la Seguridad Internacional de la 72a Asamblea General.
La concepción fue elevada por China a categoría constitucional en la enmienda de Octubre 2017, adoptada por el XIII Congreso Nacional de los Pueblos en Marzo siguiente. En esa reforma, el pensamiento de Xi Jinping sobre el “socialismo de características chinas para una nueva era” fue agregado en el preámbulo al mismo nivel de Mao Zedong y Deng Xiaoping.
Más adelante, en el renovado artículo 35 de la Constitución se lee: “El futuro de China está íntimamente ligado al futuro del mundo. China lleva adelante una política exterior independiente y adhiere a los cinco principios de respeto mutuo para la soberanía e integridad territorial, no agresión mutua, no interferencia en asuntos internos, igualdad y beneficio mutuo y coexistencia pacífica, la senda del desarrollo y estrategia de apertura recíproca en el desarrollo de relaciones diplomáticas y económicas e intercambios culturales con otros países, impulsando la construcción de una comunidad de destino compartido para la humanidad”.
El más reciente documento (Julio 2019) Defensa Nacional de China en la nueva era , es prácticamente presidido por esa idea. Sin embargo, esa idea de paz y buenas intenciones queda relativizada por el enorme impulso armamentista. Entre 2010 y 2017 el país ha duplicado su gasto militar, continúa adhiriendo sin cortapisas a la doctrina de “disuasión nuclear” y está firmemente empeñada en emplear al máximo las nuevas tecnologías para su industria de armamentos.
Como justificaciones para esta incoherencia, el análisis señala la intención estadounidense de hegemonía tecnológico-militar junto a los esfuerzos de otras naciones por avanzar en este campo. Del mismo modo, arguye que las necesidades de defensa, de prevenir el separatismo y el terrorismo, la creciente participación en misiones de paz, entre otras, hacen irremplazables tales políticas.
Es evidente que China tiene muy presente que su avance como potencia económica y geopolítica, lo convierte en enemigo y blanco directo del agresivo poderío bélico de Estados Unidos y sus aliados, que ven en el Dragón una amenaza cierta al status de la ilegítima hegemonía mundial de Occidente. Hegemonía que luego de más de cinco siglos, parece estar llegando a su fin.
¿Concepto visionario o pragmático?
La duda, en un mundo cargado de intenciones de poder, es obvia. Cabe preguntarse: ¿Es la propuesta de una comunidad de un destino humano compartido un discurso vacío, una forma de ganar tiempo hasta completar el ascenso al primer escalón de superpotencia? ¿Es el modo de esconder un elefante detrás de un biombo, la forma de evitar que China sea atacada antes de constituirse en polo decisivo? O por el contrario, es una proposición sincera, que para su efectiva realización no descuida las relaciones de fuerza existentes.
Según el Dr. Denghua Zhang, investigador del Departamento de Asuntos del Pacífico en la Universidad Nacional de Australia, “inicialmente propuesto por China para reparar lazos con los estados vecinos en el contexto de una escalada de disputas territoriales, el concepto constituye parte de la estrategia de largo plazo de China para mantener un período pacífico de “oportunidad estratégica” en las primeras dos o tres décadas del siglo XXI para continuar su propio desarrollo.”
En su estudio el académico indica que la necesidad de desarrollo pleno para evitar la invasión de grandes potencias es “una dura lección aprendida por las elites chinas a través de la “centuria de humillación” – en referencia al período posterior a las Guerras del Opio, hacia mitad del siglo XIX y hasta la proclamación de la República Popular en 1949.
Para Hong Liu y Yuxuan Zhang, investigadores de la Academia de Ciencias Sociales de China, el mundo ha entrado en una nueva era en la que comparte riesgos y beneficios.
“Un asunto específico a un país o región puede atraer la atención mundial y volverse una preocupación global. Un país difícilmente puede ganar por sí solo un sentido absoluto de seguridad o beneficios de largo plazo en un mundo turbulento.” De allí la necesidad de un nuevo tipo de comunidad humana.
En relación a la significación, los estudiosos señalan que “el futuro compartido es una tendencia de desarrollo que combina manifestaciones universales con intereses particulares” y “aboga por liberación de los estados nacionales de las relaciones internacionales tradicionales para renovar el orden mundial hacia un desarrollo común en el espíritu de lograr un basamento común con respeto a las diferencias.”
Como es de rigor en China, las propuestas innovadoras van de la mano a referencias al arraigo que éstas tienen en la amplia cultura china. Efectivamente, más allá de todo viraje histórico, la armonía social ha sido un elemento constitutivo de esa cultura.
Por lo demás, el pragmatismo también es un elemento característico del pensar y el hacer chino. Aunque desde cierta perspectiva ortodoxa o crítica en occidente, puede aparecer como “traición” a principios, la vertiente confuciana de la filosofía china, predominante en los asuntos de Estado durante la mayor parte de su historia- se ha preocupado no tanto por la metafísica sino por una moral de concreción de la virtud en la vida pública.
La muy conocida frase de Deng Xiaoping, conductor de la era de apertura desde 1978, sintetiza a la perfección esta mirada: “no importa si un gato es negro o blanco, lo importante es que atrape ratones”. Mirada que, con sus defectos y carencias, ciertamente ha servido para cumplir el objetivo chino de desarrollo socioeconómico experimentado en sus últimas cuatro décadas.
Resolver el acertijo de hasta dónde el lema de “una comunidad de futuro compartido” es una interesada movida publicitaria o una honesta visión de un nuevo sistema-mundo, no es fácil. Desde ya, para el imaginario chino, poco afecto a los absolutos del binarismo dialéctico, la respuesta puede ser: ambas.
Momentos humanistas de la historia
En todas las culturas ha habido momentos en los que la actitud humanista impregna el ambiente social. Momentos en los que se repudia la discriminación, las guerras y, en general, la violencia. La libertad de ideas y creencias toma fuerte impulso, lo que incentiva, a su vez, la investigación y la creatividad en ciencia, arte y otras expresiones sociales. Son tiempos en los que prima la tolerancia, se afirma la universalidad humana, se extiende la conciencia social y se pretenden cambios de raíz acordes. Son momentos revolucionarios.
Cobra fuerza en esos períodos una actitud humanista, actitud que “fuera de todo planteamiento teórico, puede ser comprendida como una «sensibilidad», como un emplazamiento frente al mundo humano en el que se reconoce la intención y la libertad en otros, y en el que se asumen compromisos de lucha no violenta contra la discriminación y la violencia.”
Si bien es posible rastrear estos momentos en la historia de cada cultura con sus respectivos matices, el escenario actual de interconexión de pueblos y culturas invita a pensar en un fenómeno mundializado, perspectiva en la que un momento humanista pudiera revestir características globales. Este tipo de aspiración es lo que el pensador Mario Luis Rodríguez Cobos – más conocido por su seudónimo Silo – ha denominado “Nación Humana Universal”.
En el libro Cartas a mis Amigos, Silo dirá: “Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad por medio de la revolución es el imperativo de esta época en la que el ser humano ha quedado clausurado. Las futuras revoluciones, si es que irán más allá de los cuartelazos, los golpes palaciegos, las reivindicaciones de clase, o de etnia, o de religión, tendrán que asumir un carácter transformador incluyente sobre la base de la esencialidad humana. De ahí que más allá de los cambios que produzcan en las situaciones concretas de los países, su carácter será universalista y su objetivo mundializador.”
¿A qué distancia de la Nación Humana Universal?
La situación general del mundo nos muestra un panorama muy alejado del descrito antes. Lejos de buscar convergencia, solidaridad o al menos comprensión recíproca, los nacionalismos, fanatismos y secesionismos consiguen la adhesión de importantes conjuntos humanos. Tal adhesión es dictada por la asfixia popular. Vastos segmentos se encuentran desprotegidos ante una revolución tecnológica que desestabiliza y amenaza con excluir y nuevamente dejar atrás a las mayorías ya hoy segregadas. La desigualdad junto a la eliminación de alternativas para su superación producen una rebelión desesperada arteramente manipulada por las élites en el marco de la crisis terminal de un sistema gobernado por el capital. Así es como aparecen liderazgos retrógrados que recogen el malestar a través de estereotipos y odio al diferente. Liderazgos que encarnan el retroceso, la división, la desintegración, la violencia.
Ante este escenario corrosivo, la propuesta china de una “Comunidad de Destino común para la Humanidad” aparece como un bálsamo geopolítico, como una demostración de que la inteligencia humana es capaz de encontrar siempre una salida de las encrucijadas.
Esta propuesta de inclusión y multilateralidad constituye un elemento dialéctico frente a las guerras económicas, sanciones, bloqueos, los intereses unipolares y la afirmación de la superioridad basada en un supuesto e indemostrable “destino manifiesto”, tópicos que animan hoy la práctica geopolítica del actual gobierno de los Estados Unidos.
El fracaso total de la dictadura del capitalismo financiarizado y su principal sostén ideológico, el individualismo, llevará crecientemente a un replanteo sobre la necesidad de nuevos horizontes para la existencia humana.
La idea de una complementariedad de los pueblos desde sus mejores virtudes y experiencias con la mira puesta en el bienestar común de toda la humanidad, puede ser el camino que conduzca, a modo de momento síntesis, a una adhesión masiva a la imagen de una Nación Humana Universal.
Que el mundo marche en esa nueva dirección no será exclusiva responsabilidad de los gobiernos, ni de China y mucho menos de los actuales líderes de un Occidente en decadencia. Algo tendremos que hacer los pueblos y las personas respecto a la realidad en la que aspiramos a vivir y con nosotros mismos.