Gerardo Codina*
Iniciada por anticipado la campaña para las presidenciales del 2015, todos los factores de poder actúan con intencionalidad franca de incidir en la futura transición. El final está abierto por el momento, mientras se gestionan en el día a día las problemáticas más urgentes de nuestra sociedad. La instalación mediática de temas responde a esa lógica de construcción de escenarios favorables para las opciones políticas del poder corporativo.
En los últimos meses, desde que trascurrieron las elecciones de medio término sin que el kirchnerismo resignara sus mayorías parlamentarias, aunque disminuyó su caudal de votos, se suceden una serie de acontecimientos sin conexión aparente entre sí, pero enhebrados por un común denominador, que es el intento de precipitar una crisis económica, social y política que aborte el proceso abierto en el 2003. Se le contrapone el esfuerzo del gobierno, acompañado por un ancho sector de nuestra sociedad, movilizado y activo, por sostener el rumbo, adecuando los pasos a las circunstancias cambiantes que se afrontan.
A los intentos de rebeliones policiales de fines del año pasado y de provocar saqueos generalizados, que revelaron la trama de complicidades que unen a las instituciones de seguridad con el delito organizado, le sucedió la renovada arremetida devaluacionista impulsada por el complejo sojero y las trasnacionales petroleras, para completar con una fuerte oleada inflacionaria exacerbada por las empresas con posiciones dominantes en todas las ramas de la economía. Pasadas todas ellas, llegó el turno de la seguridad, la descalificación anticipada de un proyecto de reformas al Código Penal consensuado entre las fuerzas políticas nacionales y una oleada de patotas asesinas arengadas por discursos que llaman a hacer justicia por “mano propia”.
El kirchnerismo comprende que debe hacer esfuerzos por llegar al final del mandato de Cristina Fernández con el mayor predicamento social posible, para así estar en condiciones de incidir decisivamente en la conformación del próximo gobierno. Culminará un extenso período de gobierno, nunca antes igualado en la historia argentina. Pero también sabe que ese proceso debe extenderse en el tiempo si se quiere ver realizado en la refundación nacional en términos de desarrollo inclusivo, democracia y justicia social, integración regional y autodeterminación de nuestro pueblo.
No se trata sólo de un nuevo ciclo de políticas, opuesto al implementado desde la dictadura hasta el 2001, con pocas y honrosas excepciones. Se trata de conformar una matriz productiva que habilite el desarrollo integrado e incluyente de todos los argentinos. La continuidad de las reformas necesarias para realizar esa gran transformación, que deje atrás definitivamente el modelo dependiente de producción agraria para mercados externos, requiere de una continuidad política que el sistema institucional argentino impide, al imponer el recambio presidencial.
En el pasado, el primer peronismo afrontó el mismo desafío. El esfuerzo por insertar al país de otro modo diferente al impuesto por la llamada “generación del 80”, no logró consumarse plenamente en el periodo 43-55 y fue derrotado por la violencia de los sectores civiles y militares que conformaron el bloque oligárquico conservador, contrapuesto al proyecto nacional y popular. El triunfo político ocasional no fue pleno. Por el contrario, inició una extensa época de empate estratégico entre dos bloques contrapuestos e inestabilidad institucional que sólo resolvió a su favor la dictadura genocida de Videla y Martínez de Hoz. La guerra civil que quiso impedir Perón en el 55, la libraron los militares contra el pueblo entre el 76 y el 83.
Aún así, muchas de las transformaciones impulsadas por el peronismo no pudieron ser revertidas y sólo se desarticularon parcialmente en los 90, con contra reformas impuestas bajo la lógica disciplinadora de las hiperinflaciones, la híper desocupación y el híper endeudamiento del estado nacional.
La extrema vitalidad de algunos de los rasgos principales del proyecto nacional de desarrollo, lo sostuvo contra viento y marea mucho más allá del tiempo en el que el peronismo u otros sectores de raigambre popular estuvieron en el poder político.
El protagonismo alcanzado por el movimiento sindical, la significación del mercado interno para el sostenimiento de una industria local, el empeño de los cuadros científico técnicos argentinos por alcanzar niveles de frontera en sus disciplinas, la extensión de un sistema educativo público de excelencia, el vigor de una intelectualidad de avanzada y comprometida, entre otras facetas de un conglomerado complejo de factores, mantuvo vivo en las prácticas y la memoria colectiva la posibilidad de retomar la senda del desarrollo autónomo. Cada uno de esos rasgos no fue estático y demandó, para sostener su vigencia, ingentes luchas y movilizaciones de los interesados en sostenerlos.
Por eso, a la hora de evaluar las alternativas de la continuidad del camino emprendido en el 2003, conviene no distraerse barajando sólo los nombres de posibles candidatos, sino recordar la propia experiencia recorrida y alimentar la consolidación del entramado entre los principales componentes de la Argentina productiva, única ancla sólida que garantizará la persistencia de las tendencias principales realizadas en el kirchnerismo. Finalmente, los dirigentes sólo pueden acometer aquellas tareas que la sociedad está en condiciones de resolver.
Se trata de consolidar una alianza entre el estado y las fuerzas productivas nacionales, de la que debe ser parte sustantiva el movimiento sindical, junto a la intelectualidad, que a la vez profundice y brinde estabilidad al proceso de transformaciones, más allá de quien ocupe la Rosada. Por supuesto no es indiferente el nombre del titular del Poder Ejecutivo. Tampoco puede asumirse a la ligera la posibilidad de un retroceso, ni estimar como deseable un tiempo supuestamente heroico de “resistencia”, que mecánicamente sirva (en la especulación ingenua de quienes se lo plantean) para reforzar la vitalidad de la fuerza que impulsa los cambios.
Este camino transitan algunos de los mejores esfuerzos que se están realizando en el campo popular. Por un lado, la iniciativa lanzada por la CTA liderada por Hugo Yasky, llamada “Cabildo Abierto de la Convocatoria Económica y Social de la Argentina” que reunió el 1º de abril a organizaciones y representantes de trabajadores, pymes, campesinos, intelectuales y estudiantes, frente al Cabildo de Buenos Aires y que se plantea una serie de encuentros regionales con la consigna “Por el Trabajo y la Producción Nacional-En Defensa de la Democracia y de tu Bolsillo”.
Por el otro, la Concertación Económica y Social para el Desarrollo, cuya Mesa de los 100 se reunió en Paraná el 28 de marzo. La primera reunión de la Mesa de los 100 se realizó en octubre del año pasado en la sede de SADOP, en Buenos Aires, junto a los representantes de la CGT, encabezado por Antonio Caló. La convocatoria surgió desde el Núcleo del MTA hacia todos los sectores empresariales y como parte de la articulación de las políticas de Trabajo y Producción. “Lo que estamos haciendo es comprometernos a trabajar en conjunto, defender este modelo económico, apostar por otra década ganada”, afirmaron en su momento desde la Concertación.
Por el momento, estos intentos no tienen el volumen y la densidad política necesaria para marcar la cancha del tiempo futuro de nuestro país. Pero pueden reforzarse si desde el estado se los enmarca en acciones concretas que propicien la vigorización de estas alianzas y de los actores que las integran.
Las fuerzas sociales y el kirchnerismo
La voluntad de que el estado ganara autonomía respecto de todas las corporaciones, que caracterizó desde un principio al kirchnerismo, generó resultados contradictorios. Por un lado sirvió para reconstruir la autoridad política presidencial, pero por el otro generó distanciamientos con actores tradicionalmente interpelados por el peronismo.
Esos distanciamientos se explican, entre otros motivos, por la persistencia de culturas “patrimonialistas” respecto del estado, entre muchos dirigentes sindicales tradicionales, mezclados con empresarios enemigos del riesgo y seguros de que el bien común significa resguardarles la billetera. El disciplinamiento en torno a un proyecto productivo sustentable cuesta simpatías, pero no debe surgir sólo de la imposición.
La capacidad de conducir a los demás factores de poder en un proyecto de desarrollo autónomo no depende sólo de la iniciativa política o la potestad democrática, aunque sean una condición ineludible. También son requeridas capacidades para intervenir activamente en los procesos económicos cuando es necesario. Por eso la revisión del rol del Banco Central o la recuperación de YPF han sido logros esenciales en la etapa.
Esa capacidad de conducir debe surgir y enraizar en el mismo proceso de hacer posible el proceso de desarrollo, generando sus bases materiales. Por caso, la reconstrucción de una industria de insumos petroleros en torno de una YPF recuperada para la política nacional, no sólo genera puestos de trabajo calificados, sino un tejido social que sustentará la continuidad de la petrolera nacional, más allá de los cambios de gobierno.
Los sectores de la mediana burguesía están tironeados por dos fuerzas. Por un lado, la gravitación que ejercen sobre ellos los factores concentrados de poder que le imponen las reglas de su realización como sector social. Por el otro, la posibilidad abierta de un desarrollo progresivo que no pueden liderar por si mismos. Es el estado el que está en condiciones de darles una lógica nacional que no lograrán solos, si los articula en el proceso de revertir los efectos de la extranjerización de nuestra economía.
Esa tarea no culmina en el 2015. Proseguirla es posible. Depende de la capacidad que tengamos de unificar las fuerzas democráticas, transformadoras que se encuentran dispersas. Por tanto, la tarea principal del campo popular es impulsar y aprovechar al máximo la unidad de acción y organización y dejar de lado las divisiones estériles. Es posible sostener y profundizar el proceso, consolidando lo hecho y avanzando hacia una nueva etapa en el 2015, construyendo una relación de fuerzas sociales y políticas lo más amplia posible, asociada en el interés común del desarrollo de una sociedad productiva, inclusiva, democrática y justa.
*Gerardo Codina, psicianalista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.
[1] Agrupamiento sindical que en los noventas lideró Hugo Moyano. Ante el rumbo opositor asumido por el dirigente camionero, los sindicatos de Telefónicos, Publicidad, Farmacia, Molineros, Docentes Particulares, Capitanes de Ultramar, Televisión, Gráficos y de Educadores Argentinos (CEA), todos integrantes de la CGT, se alinearon detrás de la conducción del metalúrgico Antonio Caló, acompañándolo en su Consejo Directivo.