Las fuerzas en pugna

Compartir:

GERARDO CODINA * Las fuerzas en pugna En el proceso de agudización del conflicto político y social, los diferentes actores que intervienen van mutando y adquieren una fisonomía cada vez más directamente vinculada a los intereses centrales que defienden, incluso sin proponérselo. Desde la batalla por la resolución 125, las fuerzas en pugna se van ordenando según la fractura histórica que segmenta nuestro país desde hace sesenta años.

1. Tiempo de descuento. El kirchenrismo planteó las próximas elecciones parlamentarias de junio como una instancia crucial para la sustentabilidad de su proyecto político. Razones no le faltaban para creerlo así. Las principales fuerzas de oposición se han aliado al accionar de los factores de poder dominante con el objetivo más o menos explícito de procurar de cualquier manera una crisis política que precipite la salida anticipada de Cristina Fernández de la Presidencia. Al hacerlo habló de la defensa de su «modelo ». Luego de seis años de gestión es posible distinguir, en el conjunto heterogéneo de políticas implementadas, algunos rasgos centrales que lo diferencian del menemismo y del gobierno de la Alianza.

Esos rasgos centrales son: 1- la regulación activa de mercados en procura del pleno empleo y la inclusión social, 2- el estímulo al juicio y castigo de los responsables del terrorismo de Estado y 3- la integración política y económica regional, para adquirir mayor autonomía en un mundo globalizado y hegemonizado por el capital financiero trasnacional. Recordemos que aplicar esas políticas desde 2003, en un marco local e internacional de una correlación de fuerzas adversa, fue posible por la ventana de oportunidad que abrió la crisis del 2001; crisis que colocara al país al borde de su disolución nacional y generó en todos los sectores la necesidad de la reconstrucción de un cierto orden público, incluso en los grupos dominantes.

Si bien la derecha intentó desde el primer momento delimitar el tipo de acción de gobierno que les resultaba admisible del kirchnerismo1, al mismo tiempo carecía de consenso social como para defender la continuidad del rumbo que había conducido a la mayoría al desastre, haciendo que uno de cada cuatro trabajadores estuviera desempleado, casi el sesenta por ciento de la población viviera sumida en la pobreza y que los sectores medios sufrieran la expropiación forzosa de sus ahorros. Por esa estrecha brecha avanzó el kirchnerismo, recogiendo las expectativas de una mayoría de la opinión pública, al tiempo que se alejaba paulatinamente de las políticas dominantes en los noventas, sin dar la pelea ideológica requerida por recuperar la conciencia popular de los ejes del conflicto por el que trascurre nuestra historia contemporánea. Simplificando, por un lado la visión de un país agroexportador dependiente, liberal y autoritario, cuya dinámica de crecimiento está regulada y modelada por las necesidades de mercados externos, sobre los que no tiene ninguna capacidad de decisión.

Por el otro, la perspectiva de un país con desarrollo industrial, integrado y democrático, sustentado en un mercado interno en expansión, por efecto de una paulatina elevación del poder compra de los salarios. Las fuerzas objetivamente dominantes en el mundo y en el país fuerzan un rumbo de cosas favorable a la reducción del país a un abastecedor barato de alimentos. Hasta la misma crisis sistémica actual no ha cambiado esa correlación de fuerzas, sino que ha vuelto a la derecha liberal más agresiva frente a los intentos reformistas que recorren nuestros países en toda América Latina, temiendo su efecto demostración para otros pueblos del mundo, como camino alternativo al capitalismo de libre mercado.

Para tener un indicio de cómo están las cosas en el mundo, vale señalar que hoy mismo la agenda de debate de los países integrantes del Grupo de los 20, a cuya Cumbre concurriera Cristina Fernández en representación de nuestro país, no acoge sino es por la insistencia de los gobiernos de Argentina y Brasil, la necesidad de preservar el empleo como una de las prioridades de la intervención pública frente a la crisis mundial y, si lo hace, es incluyendo el concepto de flexibilización en las relaciones laborales como una estrategia para afrontar los nuevos escenarios recesivos. Es que el supuesto regreso mundial del estado regulador, no tiene por bandera la protección de los derechos de los trabajadores ni nada semejante.

A la inversa, no puede ser llamativo que a la hora de las definiciones cruciales, las principales organizaciones sindicales del país reconozcan dónde deben estar sus apuestas al futuro y que cierren filas con el oficialismo. Saben los sindicatos qué significado tiene haber recuperado la vigencia de las instituciones reguladoras del mundo del trabajo, haber alcanzado la firma de más de mil doscientos nuevos convenios colectivos de trabajo desde el 2003, quintuplicar el número de trabajadores bajo convenio en cinco años, además de haber creado tres millones de nuevos empleos, un millón ochocientos mil nuevos jubilados y de haber regenerado la vigencia de la Justicia laboral. 2. El mapa político local.

Más allá del balance de logros o insuficiencias en estas diferentes dimensiones de la gestión iniciada en el 2003, en su conjunto representan una plataforma históricamente compartida por las principales fuerzas políticas populares, por lo que el kirchnerismo puede reivindicarse legítimamente como su expresión actual. Sin embargo, el radicalismo y partes del peronismo, junto a sectores nacionalistas de izquierda, liberales y socialdemócratas, aparecen en el escenario político nutriendo ahora las fuerzas de la oposición. Esta paradoja se explica por las impericias políticas propias del oficialismo y la estrechez de miras de muchos opositores circunstanciales.

Ponen en cuestión una gestión, pero ocultan el proceso histórico del que forma parte, más allá de sus convicciones y aún de su voluntad, y en vez de trabajar por la consolidación del proyecto popular, que todavía no es mayoría ni edifica el sentido común de nuestra sociedad, desbordando las deficiencias que esta historia concreta contiene, resaltan lo que tiene todavía de pasado, de inconsistencia y de imprevisión. Es cierto que hablar de «fuerzas» de oposición es de alguna forma un exceso. La crisis del sistema de representación política ha dejado un conjunto deshilachado de pequeñas estructuras, en extremo dependientes del grado de exposición pública de sus principales referentes para proyectar cierta densidad política y en ese naufragio colectivo todos articulan sus discursos en sintonía con lo que el Poder, es decir los grandes grupos económicos, quiere escuchar.

Todas esas «fuerzas» carecen de anclaje social efectivo para construir alguna autonomía histórica que las distinga, hasta al punto que las principales referencias han sido copadas sin mayores obstáculos por emergentes directos del poder económico. Por caso, basta ver a Macri y a De Narváez expresando el «peronismo disidente». Distorsión inaugurada por el menemismo, cuando hizo del peronismo el vehículo para la implementación de las políticas antipopulares del liberalismo y que se preserva, mientras no se discute quién es quién y por qué en la escena política argentina. Así las cosas, las agendas de debate, voceros y consignas de las dos coaliciones opositoras son principalmente determinadas por el accionar articulado de los grandes monopolios de la difusión masiva, que operan cada vez más con el espíritu leninista de organizador colectivo de su propia base social de masas y que se han convertido en el verdadero «partido » de la oligarquía nativa.

Por lo demás, la habilidad demostrada por la Sociedad Rural y el complejo sojero en transformar a la Federación Agraria Argentina en su vocero público y de articular políticamente, sobre la base de su plataforma –»el campo»—, a un importante segmento de los sectores medios urbanos y rurales, señala por un lado la capacidad que posee el Poder de hegemonizar ideológicamente a grandes contingentes de nuestra sociedad y por el otro, la misma inexistencia de «partidos» en su forma clásica. 3. El país que viene. A medida que el conflicto se acentúa, los actores van mutando. Del tinglado variopinto que se refugiase en el PJ se desgaja la derecha y en su lugar surgen atisbos de una potencial renovación popular del peronismo, sustentada en el activismo del movimiento social y sindical; renovación que no supo convocar y movilizar el mismo Kirchner en su oportunidad.

Esas fuerzas se alimentan en la revaloración del potencial transformador y de masas que supo canalizar, en distintos momentos de nuestra historia, el peronismo en confrontación con el poder oligárquico. Encuentran inspiración en los procesos transformadores de otros pueblos latinoamericanos y a la vez, reconocen en ellos los logros antes alcanzados aquí por el propio proceso reformista, revitalizados en la nueva etapa. En esta oportunidad participa de la escena una significativa porción de la izquierda que aprendió las lecciones de la historia. Una señal de la conjunción de esos espacios son las 20 organizaciones políticas, gremiales y sociales involucradas en la nueva propuesta oficial en la Capital Federal, el Encuentro Popular por la Victoria que encabezan el dirigente cooperativo Carlos Heller y el dirigente sindical docente Francisco Nenna, alineado en la CTA y del que participan destacados dirigentes de la CGT, entre ellos su Secretario de Derechos Humanos, el judicial Julio Piumato, como tercer candidato a Diputado Nacional.

Ese pluralismo es la vez posibilidad y obstáculo, porque demanda aprendizajes, diferentes pero simultáneos, de todos los participantes. Pero a la vez, el accionar conjunto genera transformaciones en las culturas previas de los que se involucran efectivamente. Otra parte del «progresismo» cultural sigue enajenada en la demanda de procesos puros, que se ajusten en todas sus dimensiones a los manuales del «buen» Gobierno popular. Es la que elige el lugar simple de la fiscalización de los resultados de una gestión, en vez de involucrarse en la construcción activa de una mayoría transformadora, en condiciones de ir más lejos y más profundo. Cabalgando sobre esa fragmentación, el día después de las elecciones anticipa en la tapa de los diarios, la anunciada pérdida de la centralidad del kirchnerismo a manos de una nueva mayoría «republicana ». También, que esa eventualidad no produce desmayos en el oficialismo, sino voluntad de redoblar apuestas.

En ese renovado escenario de confrontación diaria, las fuerzas en pugna seguirán mutando, al tiempo que la disputa se haga más áspera. El acto de la CGT del 30 de abril pasado debe ser entendido así como una trinchera cavada para demarcar cuál será el punto más allá del cual el movimiento sindical no está dispuesto a retroceder. Ese es el piso de esa voluntad colectiva. El techo dependerá de la capacidad que los sectores populares muestren en movilizar y organizar a todos los trabajadores, articulando sus esfuerzos. * Psicólogo. Integrante del Cosejo Editorial de Tesis 11. Coordinador del Grupo Tuñón – Iniciativa Socialista. Miembro de la Mesa Nacional de la Corriente Martín Fierro.

Nota

1 Basta recordar la comunicación del editorialista de La Nación, Claudio Escribano, al Presidente Kirchner, a pocos días de asumir, detallándole los cursos de acción «prudentes» que era deseable que asumiera el Gobierno.

Deja una respuesta