Revista Tesis 11- Edición especial (04/2020)
La pandemia y el mundo
Claudio Esteban Ponce*
La pandemia agudiza los problemas de la región. La situación de nuestro continente, con sus problemas de pobreza, pésima distribución del ingreso y demás retrasos en su desarrollo humano, tuvo raíces en conflictos agudizados desde la segunda mitad del siglo XX. A pesar de avances importantes en derechos y garantías con gobiernos populares, las tragedias y genocidios en los países del continente contribuyeron a crear un “humus” que en amplios sectores sociales posibilitaron el retorno a políticas contrarias a los intereses de las mayorías. El devenir de los pueblos del continente sigue en pos de una “síntesis superadora” que logre su definitiva liberación.
Los países de América Latina, salvo las “habituales” excepciones, vivieron importantes avances en derechos sociales y políticos durante los tres primeros lustros del siglo XXI, y un abrupto retroceso en los últimos cuatro años. La interrupción de los procesos nacionales y populares, sea por los “golpes blandos” o por la desestabilización del “lawfare”, generó el retorno de las políticas neoliberales difundidas por los EEUU en toda el territorio. Cuando estas nuevas formas de destituir gobiernos no lograba su cometido, no se dudó en utilizar el oxidado método de la violencia sangrienta tal cual lo padeció el gobierno de Evo Morales en Bolivia. El “imperio” había regresado para “corregir los desequilibrios” producidos por los movimientos populares, en el continente considerado como su espacio de dominación. Las más sofisticadas formas de aplicación de la “violencia simbólica” se mostraron como las renovadas armas para quebrantar la voluntad de los pueblos. La “mentira”, verdadera esencia de esta metodología, intentó con un éxito considerable, persuadir a las débiles mentalidades de los sectores medios urbanos y quebrar la esperanza de los más pobres. El trabajo sucio se completó con la difusión masiva de la mendacidad por medio de la televisión a través de sus canales de noticias ligados a las empresas multimediáticas asociadas al capital extranjero. El objetivo de esta tarea fue la ruptura de la confianza en todos los proyectos políticos colectivos y solidarios, para predicar el individualismo como una “pulsión natural” del egoísmo, expresado en la falacia de la meritocracia. Las consecuencias de estas injerencias fueron los resultados electorales favorables a la derecha más rancia en países donde políticas más “progresistas” habían logrado una evidente mejora en la calidad de vida de los más necesitados del continente.
Los Estados Unidos como primera potencia mundial, tuvo una seria responsabilidad en la desestabilización y los golpes cívico-militares a gobiernos democráticos latinoamericanos en las décadas pasadas. Hoy día, siguiendo la misma línea que en tiempos pretéritos, es evidente el sostenimiento de las gestiones neoliberales tales como fueron las de Macri en Argentina, y lo son aún las vigentes administraciones de Piñera en Chile, Bolsonaro en Brasil y Lenin Moreno en Ecuador. Ahora bien, más allá de las pretensiones que tuvo el imperialismo, a diferencia de los tiempos de plenitud de la globalización neoliberal expandida en los años noventa, este modelo económico-social pareciera no ser el apropiado para enfrentar una crisis internacional como la del presente, y peor aún profundizada por el covid-19. El virus que afectó a una provincia de la República Popular China que comenzó en la ciudad de Wuhan y un par de meses después se convirtió en una pandemia que alcanzó a todo el planeta, no hizo más que profundizar la crisis del capitalismo mundial. Una crisis que deviene como consecuencia de la aplicación de las recetas neoliberales y la inconmensurable concentración del capital en pocas manos. Las disputas entre el Estado y el mercado, así como el debate teórico entre el liberalismo y el colectivismo, no alcanzaron para encontrar una salida a esa concentración del capital en detrimento de inmensas mayorías que nunca participaron de esa ganancia acumulada. Tal vez, la dialéctica de la lucha que pudiera garantizar una profunda transformación no se encuentre allí sino que esté planteada entre el “Imperio”, como concepto que representa y se traduce en la praxis de la dominación, y la “Liberación” como un concepto performativo que implica la construcción de una relación de semejanza que termine en forma definitiva con el sojuzgamiento de pueblos, comunidades y personas. Una dialéctica entre relaciones de verticalidad y horizontalidad, entre la “falacia del poder” entendido como la imposición autoritaria sobre los más débiles, y el “poder” comprendido como capacidad de construcción colectiva y solidaria para el bienestar de las mayorías. Una confrontación que no es ni más ni menos que la lucha contra el imperialismo que se dirime permanentemente en el plano de la política internacional, la organización nacional y las relaciones entre los integrantes de toda sociedad.
Latinoamérica no está exceptuada de la pandemia y menos aún de la grave crisis económica internacional que sacude al capitalismo occidental. El Tercer Mundo en general, acostumbrado a soportar situaciones límites, resiste una vez más y lucha para no ser el “pagador” de la crisis de los países poderosos. La historia ha enseñado que el imperio siempre hizo pagar sus dificultades a los pueblos por ellos considerados “subdesarrollados”, siendo delicados y utilizando este término para no llamarlos directamente esclavos. Cuando todo esto termine no sería de extrañar que el rescate de dólares emitidos por los EEUU se canalice en formas de “créditos” a países del sur al solo objeto de condicionar política y económicamente sus posibilidades de libre desarrollo soberano. América Latina vive un presente signado por la crisis, la pandemia y sus propios conflictos internos. Solo dos de sus Estados pudieron recuperar gobiernos de cierto corte progresista, México y Argentina, que junto a Venezuela a pesar de ser boicoteada por el Tío Sam, y Cuba que se mantiene como el monumento a la coherencia política, son los únicos que están enfrentando la situación con la primacía de la vida por sobre la economía, el resto del continente se debate entre la supervivencia sanitaria, el deterioro social y la posibilidad de recuperar derechos democráticos. ¿Por qué obedecer a quien te somete siempre a la pobreza? ¿Por qué permitir que las oligarquías de los países latinoamericanos traicionen de manera constante a su patria? ¿Cuáles fueron las razones que hicieron posible que los pueblos del continente elijan a quienes se convierten en sus propios verdugos?
Las posibles respuestas a estos interrogantes aparecen multiplicadas en la historia reciente. Los Estados Unidos promovieron las dictaduras en toda Sudamérica con claros objetivos de dominación. Estas dictaduras se convirtieron en Terrorismos de Estado culpables del genocidio requerido por el “gran país del norte”, y las huellas del miedo, el autoritarismo y la lógica del amo y el esclavo se reprodujeron en las sociedades latinoamericanas. Las oligarquías de cada nación, en acuerdo con el poder extranjero, no solo aparecen manchadas de sangre por la hecatombe represiva sino que estos grupos continuaron con su constante acción desestabilizadora a toda gestión política posterior que pretendió ahondar en los derechos democráticos. Nunca en la historia un imperio pudo subyugar a otro sin algún grado de complicidad de los sometidos.
Más allá de los “cipayos” de siempre, se pudo observar también responsabilidades de instituciones intermedias tales como sindicatos, entidades educativas, iglesias, que omitieron un compromiso solidario para defender a sus representados ante la difusión del egoísmo, la xenofobia y la discriminación de las políticas neoliberales. O de igual forma, el hecho de no acompañar y resguardar lo suficiente a los gobiernos populares, fueron algunos de los tantos errores de los pueblos del continente. Se predicó siempre sobre la “unión latinoamericana”, se mencionaron los ideales de San Martín y Bolívar, para lo cual el gobierno de Chávez en Venezuela invirtió mucho capital en este proyecto y fue acompañado por Argentina, Ecuador y Brasil en tiempos de las gestiones de Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, Correa y Lula. La idea del Banco de América del Sur, la creación de la UNASUR, y otras posibles acciones de unidad, fueron un proyecto que sin llegar a ser los Estados Unidos de Latinoamérica podría haber sido el camino hacia la unidad al estilo europeo que posibilite un Banco Central único, una moneda única y hasta un parlamento único. Todas estas aspiraciones quedaron truncas con el retorno de los gobiernos neoliberales. Ideas y propósitos que hubiesen podido beneficiar a todos más allá de las parcialidades ideológicas, fueron desintegradas por las mezquindades de los sectores económicos concentrados ligados al imperialismo.
El presente año es un tiempo de transición pero asimismo de lucha por la supervivencia. Sin embargo, no se puede dejar de pensar en el porvenir de la vida a partir de la finalización del malestar sanitario. Algunas hipótesis muy aventuradas han llegado a sostener que podría llegar a vivirse una profunda transformación del capitalismo, en realidad, y lejos de pretender expresar un escepticismo pesimista, sería muy difícil que el sistema se transforme solo por el efecto de la pandemia. El capital cada vez más concentrado, puede aprovechar esta crisis para que suceda todo lo contrario a las esperanzas optimistas. No se sostiene aquí que no se pueda cambiar el sistema establecido, por el contrario, lo que se pretende aclarar es que no hay revolución sin lucha, conciencia y lucha política para transformar la realidad.
Quizás el escenario internacional de la pos-pandemia sea el de una nueva “guerra fría” entre la República Popular China y lo que quede del poder de los EEUU. Quizás sea entonces el momento de retomar en América Latina una “tercera posición” inteligente en donde el continente latinoamericano pueda jugar en beneficio de sus pueblos. El porvenir es incierto, pero el desarrollo de la vida humana radica en sustentar un proyecto que se refleje en la voluntad de perfeccionar la conducta de los colectivos en pos de la construcción de una sociedad más justa, equitativa e igualitaria. Como siempre, se deja en claro que en América Latina está todo por hacer…
*Claudio Esteban Ponce. Licenciado en Historia. Miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11