Revista Nº 143 (06/2021)
Edición dedicada a América Latina
(eeuu)
Manuela Expósito*
Joe Biden deberá dar respuestas ante los líderes de la Comunidad Europea tras la denuncia formulada por Edward Snowden, ex integrante de la Agencia de Seguridad Nacional, sobre actos de espionaje ordenados durante la gestión Obama.
Joe Biden ha comenzado su mandato como un bombero al cual enviaron a apagar una multiplicidad de focos de incendio: la problemática sanitaria, una economía golpeada por el desempleo y ahora se suma otro más, iniciado por un viejo enemigo local. Porque ha vuelto a aparecer el nombre -y la voz- de Edward Snowden, aquel ex integrante de la CIA que colaboraba con la Agencia de Seguridad Nacional y que allá por el 2013 comenzó con una polémica que vuelve a avivar el fuego de la discordia. Volvamos por unos instantes ocho años atrás, para recordar cómo se inició todo esto. Por aquel entonces, dos periódicos, el estadounidense Washington Post y el británico The Guardian, se basaron en declaraciones del técnico norteamericano para divulgar que el país del norte implementaba tareas de espionaje para acceder a servidores de distintas compañías y así obtener información de mensajes, llamadas y mails. Microsoft, Yahoo, Google, Skype, entre otras empresas, fueron empleadas para tal fin mediante una política de vigilancia con el supuesto objetivo de detectar y prevenir “amenazas terroristas”, accediendo a documentos que contenían información clasificada.
Luego de un pedido interminable de asilo político en distintos países, Snowden encontró un cómodo refugio que le permitió mantenerse tras bambalinas por un tiempo, algo similar a lo que ocurrió con Julian Assange tras el escándalo de WikiLeaks y la posterior filtración de archivos de carácter confidencial. Sin embargo, para desgracia de Biden, parece que los movimientos de este personaje están imbuidos del concepto de eterno retorno nietzscheano. Así fue como el ex analista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en sus siglas en inglés) volvió a aparecer para, a través de la publicación alemana Suddesutsche Zeitung, hacer público que la administración de Barack Obama, con el actual presidente como vice, se dedicó a espiar a destacadas figuras del espectro político europeo de países como Alemania, Suecia, Noruega y Francia. Estas tareas se enmarcaban en la operación Dunhammer y sorpresivamente contaron con la ayuda del servicio de inteligencia de Dinamarca. La canciller Angela Merkel, su ministro de Relaciones Exteriores, Frank Walter Steinmeier, y el líder de la oposición Peer Steinbrueck, son algunas de las personalidades afectadas por la intervención estadounidense. Lo mismo ocurrió, entre el 2012 y el 2014 con Francia, e incluso con funcionarios públicos de los países del Báltico.
Esto inmediatamente implicó profundos cambios internos en la inteligencia de Dinamarca, que implicaron desplazamientos mucho antes de que el conflicto escalara. No obstante, la reaparición de Snowden volvió a agitar las aguas, especialmente al mencionar que Biden -en su rol de vicepresidente de la anterior administración demócrata- estaba directamente involucrado con los acontecimientos. Y la complejidad de esta situación, en un momento en que el líder norteamericano está buscando restablecer las relaciones exteriores resentidas por las políticas de Donald Trump, va en escala. Frank Bakke Jensen, ministro de Defensa noruego, y su par sueco Peter Hultqvist, ya han pedido formalmente explicaciones a un gobierno que en teoría comparte su mismo posicionamiento ideológico. Por su parte, Emmanuel Macron afirmó que toda esta situación “no es aceptable entre aliados, ni mucho menos entre aliados y socios europeos”, y que podría generar fisuras en el vínculo de confianza entre ambas naciones.
Por supuesto que toda historia que tenga como protagonistas a espías internacionales, remitiría a cualquiera a los años de la Guerra Fría. Por eso es que lógicamente los rusos también tenían que dar su punto de vista en este escándalo que involucra a sus históricos rivales de Occidente. La vocera del ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia, Maria Zajarova, reveló que este es solo el comienzo de una novela con varios capítulos. “Este comportamiento agresivo recibirá un fuerte rechazo. La respuesta a las sanciones será inevitable”, declaró públicamente, al mismo tiempo que sembró la duda acerca de la posibilidad de Estados Unidos de volver a ocupar el lugar hegemónico que logró hacia finales del Siglo XX. Ante un mundo cada vez más complejo, con una multiplicidad de jugadores con intereses encontrados, la multipolaridad ya es algo indiscutido, y Biden deberá atenerse a las consecuencias de haber vulnerado el derecho a la privacidad de sus colegas en la OTAN.
Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago… La bomba estalló –curiosamente (o no)- apenas algunas semanas después de que Estados Unidos denunciara públicamente el accionar de hackers rusos con el objetivo de vulnerar el sistema de votación el año pasado. Ello habría motivado la sanción de diversas compañías tecnológicas de capitales de la misma nacionalidad, más el despido de gran parte del personal de la embajada en Washington, y el congelamiento de bienes para quienes son sospechados de haber colaborado con la intrusión y desestabilización del sistema en época electoral. El discurso presidencial se centró asimismo en una prohibición explícita del Tesoro de Estados Unidos al sector financiero doméstico de comprar deuda pública rusa a partir de este mes. Se trata de una medida que afecta a 16 entidades e individuos, pero también al propio gobierno ruso, que verá bloqueados los fondos que recibe de Occidente su Banco Central. No satisfecho con eso, el pasado 3 de junio Biden afirmó que continuará con el veto a la inversión estadounidense a 59 empresas chinas vinculadas con el sector de seguridad y telecomunicaciones. Y le otorgará a los empresarios estadounidenses vinculados con dichas empresas, un año para desprenderse de su paquete accionario.
Estas medidas posicionan a Biden en un lugar incómodo, como continuador de las duras políticas en materia de relaciones exteriores de Donald Trump. De hecho, en el listado de las empresas chinas afectadas por las medidas continúa figurando Huawei, con quien el republicano iniciara una guerra comercial con resultados negativos para ambas partes. Queda excluida -fallo judicial mediante- su principal competidora en el mercado de las telecomunicaciones, Xiaomi. Pero, como reza un viejo refrán chino, crisis también es sinónimo de oportunidad. Esta batería de duras medidas y sanciones puede contribuir a mostrar al actual presidente como un “hombre fuerte”, interesado en defender la seguridad cibernética de su nación, frente a los hackeos de servidores que transmiten información confidencial – incluso de agencias gubernamentales como el Departamento de Estado, tal como lo denunció el Washington Post. Será interesante hacerle un seguimiento a las repercusiones que esto pueda acarrear en Oriente; con Rusia y China como naciones cercanas, en diálogo permanente, Biden deberá recuperar sus alianzas ahora tambaleantes en Occidente, reforzar su imagen ante el electorado (su gestión sanitaria está siendo óptima, pero habrá que evaluar su desempeño durante la post-pandemia), y responder a los ataques del Partido Republicano. Con tres años más por delante, de su desempeño seguramente dependerá que el regreso de los demócratas al poder no sea algo meramente pasajero.
*Manuela Expósito, Lic. Ciencia Política (UBA), integrante de la Comisión de América Latina en Tesis 11
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