Revista Tesis 11 (nº 117)
Gerardo Codina*
La operatoria destituyente del gobierno de Dilma Rouseff en estos días, exhibe impúdicamente la articulación política de la prensa sensacionalista oligopolizada con segmentos del Poder Judicial en busca de provocar el linchamiento mediático de los líderes del PT. Aquí esa misma operación se realizó con el caso Nisman y ahora se la pretende concluir, imputando esa muerte a la ex presidenta Cristina Fernández.
1. Los presupuestos institucionales del linchamiento mediático
Desde la invención de la moderna república por los constitucionalistas norteamericanos, la autonomía del Poder Judicial servía conceptualmente de contrapeso al accionar político de los otros dos poderes, sobre todo cuando se trataba de defender la propiedad privada. Esa república poco tenía de democrática. Los electores eran solo varones libres, blancos, propietarios y mayores de edad.
Esos mismos pensadores habían imaginado que la prensa, como suerte de cuarto poder, completaba el sistema haciendo valer su capacidad de movilizar a la opinión pública, alertando o poniendo en consideración de sus audiencias los temas que supusieran de interés general. La opinión que importaba también era la de los propietarios.
Dos siglos y casi medio más han pasado ya. La experiencia de manejo de esos otros recursos del sistema político (que no se agota, ni mucho menos, en los partidos o en los gobiernos) ha refinado nuevos usos para producir efectos de gobernabilidad ajustados a los intereses de quienes predominan en la sociedad.
El funcionamiento del sistema se sustenta en dos premisas teóricas. Una, que la Justicia (así, con mayúsculas) es independiente del poder. Otra, que la prensa es libre. Un corolario necesario de esa condición de la prensa, es la libertad de expresión como derecho ciudadano.
El artículo 14 de nuestra Constitución lo consagra con la siguiente redacción “…de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa…”. Este principio es reforzado por el artículo 32, que establece “El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal.”
Queda claro en la misma letra constitucional argentina, que desde el vamos se consideró la libertad de expresión acotada por el acceso a los medios de comunicación (en aquella época, la imprenta). Ser propietario de, poder contratar una imprenta o ser invitado a opinar por parte de alguien que cumpliera alguna de las dos condiciones anteriores, era la premisa para poder ejercer la libertad de expresión. Ese derecho aparecía así, en los hechos, restringido por la propiedad.
Como estamos hablando siempre de sociedades capitalistas, donde tiene importancia igual o mayor el derecho a la propiedad y eso es precisamente lo que no se distribuye de manera uniforme, sino desigual, es fácil concluir que siendo ciudadanos formalmente equivalentes, tiene más libertad de expresión aquel que sea propietario de medios de comunicación.
En cuanto a la independencia judicial, la formalidad se limita a su autonomía relativa respecto del poder político de turno. Supuesto que en cada etapa debe verificarse, ya que los magistrados, como cualquier otro funcionario público, son producto de un sistema político y tienen sus esquemas de preferencias ideológicas y partidarias.
De nuevo, pertenecer a las élites tiene sus consecuencias. Con dinero suficiente, difícilmente se estará preso. Sin dinero, una mujer víctima de violencia puede ser muerta por su agresor antes que alguien del sistema le brinde protección efectiva, salvo consejos de difícil observancia.
2. El presente de la prensa
Algo que no estaba en la cabeza de los constitucionalistas norteamericanos era el devenir de la prensa. Tanto en relación con la opinión pública y por lo tanto, con la sociedad política o Estado, como con la sociedad civil.
La importancia de un medio radica en su capacidad de concitar audiencias. Lo primero que vende un propietario de diarios son toneladas de papel impreso. Más toneladas, mejor ingreso. Como cualquier mercancía, lo que genera su demanda es su novedad y su (supuesta) utilidad para el consumidor. Pero no es cualquier mercancía. En general, cuanta más significación le atribuya el comprador a un producto, más estará dispuesto a pagar por él. Pero esto no sucede directamente con los medios.
El valor de acceso a uno ellos puede ser incluso inexistente (diarios de distribución gratuita, por ejemplo). En todo caso, es uniforme para todos los potenciales usuarios. Lo variable es el número de esos consumidores y cuánto están dispuestos a pagar otros vendedores de mercancías para aparecer en ese escaparate que tantos miran.
Si bien los medios venden información, también comercializan emociones, entretenimientos, ideologías, cultura, sentido de pertenencia y estatus. Además, ordenan la información. Dicen qué es relevante y por qué. Aportan opiniones en apariencia calificadas, que permiten forjarse una imagen aproximada y relativamente congruente de la realidad social de la que se forma parte. En la medida que las sociedades son más complejas y más densas, se hacen más necesarios para decodificar el vasto conjunto de datos relevantes.
Nadie puede por si solo prescindir de la información que le proveen los medios y buscar directamente todo lo notable para su actividad o su interés general. Eso genera la oportunidad de un abanico de medios, que hoy se expresan en los diferentes soportes que coexisten, desde la tele hasta internet, pasando por los diarios y revistas. La aparente pluralidad que eso abriría no es tal en una época signada por la cartelización trasnacional, que en el caso de los medios implica redes con agendas unificadas.
La dependencia informativa de las audiencias respectos de medios cartelizados, que en el fondo cantan casi todos la misma canción, aunque difieran sus voces e inflexiones, permitió avanzar un paso más. Ya no se trata solamente de contar o recortar de alguna manera intencional la realidad, algo inevitable de hacer porque cualquier persona está situada política e ideológicamente. Ahora la realidad se puede inventar. En especial, en aquellos casos en que la ficción tiene asiento en prejuicios, aunque sean inconscientes. Más aún en situaciones en las que las audiencias carecen de la posibilidad de evidencia empírica autónoma.
Un ejemplo ya clásico fue la ficción acerca de las armas de destrucción masiva que almacenaba Saddan Hussein en Irak, amenazando la seguridad de Israel, Arabia Saudita y Occidente. Esa operación de inteligencia militar sirvió a los gobiernos de Estados Unidos y la OTAN para justificar ante sus audiencias la invasión y destrucción de Irak. Con el tiempo, empezó a salir a luz la verdad que, de todos modos, no es accesible a las grandes mayorías.
Entre tanto, Saddan fue depuesto y muerto, su país ocupado y destruido en 2003. Veinticinco años más tarde de la primera Guerra del Golfo, Irak todavía padece las secuelas terribles del horror sectario y no logra reconstruirse. Pero hace tiempo que se convirtió en un tema de las series de televisión y de películas que la industria de entretenimientos, también cartelizada, propaga desde el centro operativo de Hollywood para todo el mundo, a todas horas y por todos los canales.
Esa doble capacidad de inventar la realidad y de convertir los hechos en una ficción, naturalizando por caso la presencia activa de tropas norteamericanas en cualquier parte del planeta persiguiendo objetivos militares, dotó al sistema de medios de comunicación de un poder asombroso, la posibilidad de reinventar a cada paso la historia.
Pero además los medios se convirtieron en un actor central de la lógica de reproducción de la sociedad capitalista por su capacidad de incidir en la esfera del consumo de las mercancías. Hasta el punto que el principal sentido económico de los medios es su poderío a la hora de vender productos. No se puede comercializar aquello que no se conoce y se conoce principalmente por la publicidad en los medios. Si la realidad es lo que aparece en la tele, los productos que no están allí no existen.
Los medios son entonces una parte consistente del plan de negocios de cualquier productor de mercancías o servicios. Por eso, inevitablemente, más tarde o más temprano se entrelazan los intereses de todos los actores dominantes de la vida económica que convergen, incluso en la estructura de propiedad.
3. De las operaciones de prensa a la condena mediática
El 23 de marzo de este año, el fiscal general ante la Cámara del Crimen reiteró en InfobaeTV que Nisman fue asesinado y celebró el traspaso de la causa al fuero federal. Dijo que no cree que se sepa quién lo mató pero “sí quién fue el autor intelectual”. Ricardo Sáenz, de él se trata, activo militante de la derecha vernácula, usa sus prerrogativas judiciales para apuntar directamente a la cabeza de Cristina Fernández.
Más allá de la investigación judicial y sus resultados, adelanta una opinión como si fuera una certeza y da por sentado que la muerte de Nisman fue un asesinato, ordenado a causa de las imputaciones que él hiciera en vida contra la presidenta que estaba en funciones. Completando su operación mediática, anticipa en la prensa su opinión de que tanto la ex presidenta como su ex jefe de gabinete, deben declarar en la causa por el esclarecimiento de la muerte de Nisman.
Como se sabe, el muerto alcanzó notoriedad por tener a su cargo la causa del atentado contra el edificio de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) y, más tarde, por solicitar el procesamiento de Mauricio Macri (entonces jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires) y otros funcionarios suyos como Jorge “Fino” Palacios ―también procesado por Nisman como encubridor del atentado contra la AMIA―, atribuyéndoles la organización de un sistema de espionaje de ciudadanos que incluía a familiares activistas de la causa AMIA.
Después de eso, tuvo toda la prensa atenta a sus dichos por denunciar a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner y a otros, atribuyéndoles la intención de encubrir a un grupo de sospechosos en la causa AMIA mediante la firma del memorándum de entendimiento Argentina-Irán, que establecía un mecanismo para interrogar en aquel país a los imputados de esa nacionalidad. Esa denuncia ya fue desechada por los jueces que tuvieron que investigarla, por no sustentarse en elementos probatorios consistentes. Pero eso la prensa opositora lo olvida.
El 18 de enero de 2015, Alberto Nisman fue encontrado muerto con un disparo en la cabeza en su edificio Torre Boulevard del complejo Torres Le Parc, en el barrio de Puerto Madero, horas antes de presentarse a la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, repartición que lo había citado para interrogarlo sobre los fundamentos de su denuncia. La causa se encuentra caratulada como «muerte dudosa», y se han dado diversas especulaciones de si se trató de un homicidio o un suicidio. En una controvertida decisión última, la jueza actuante decidió declararse incompetente por tratarse de un eventual caso federal, dado que se habría violado correspondencia del muerto.
La primicia de esa muerte la tuvo un periodista israelí que trabajaba para la edición digital del diario de habla inglesa The Buenos Aires Herald. Damián Patcher publicó en su cuenta de twitter a las 23:35 del domingo 18 de enero “Me acaban de informar sobre un incidente en la casa del Fiscal Alberto Nisman”. Treinta y tres minutos más tarde anotaba en otro mensaje: “Encontraron al fiscal Alberto Nisman en el baño de su casa de Puerto Madero sobre un charco de sangre. No respiraba. Los médicos están allí.” A la hora, Patcher indicaba que sus fuentes le informaban que se trataba de “un supuesto suicidio”.
Es sabido que este hombre denunció amenazas y huyó a Israel poco después, desde donde no ha regresado al país. Extrañamente, no fue citado a declarar sobre la noticia que brindó en exclusiva. Su aporte a la construcción mediática de esta historia de espías, conspiraciones internacionales y crímenes resonantes ya fue hecho.
Para culminar la operación de convertir la muerte de Nisman en un asesinato, la tele puso al aire una teatralización sobre el supuesto homicidio, donde millones de televidentes pudieron observar sin ser vistos, la macabra operación realizada por sicarios de poderes extranjeros, bajo el auspicio del gobierno argentino. Los hechos, la verdad, poco importan. Lo que vale es qué se dice en la calle y en los medios. Allí, en ese nuevo tribunal alzado por el populismo de derecha, el linchamiento ya está preparado, como lo padece Milagro Sala.
4. La tele no está sola y no es una sola
La dictadura de los medios de comunicación estaría asegurada si las personas sólo se informasen y procesaran sus opiniones en base a lo que allí ven. Ello no ocurre así, en principio, porque las personas elaboran sus puntos de vista en un proceso complejo que incluye también su percepción directa de la realidad y lo que intercambian en los diferentes grupos de los que participa. Se piensa con otros. Nunca o casi nunca a solas.
Esos otros no son sólo los familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o de trasporte con los que se comparten experiencias de vida cotidianamente, sino las organizaciones sociales, sindicales y políticas de las que se participa, entre las que se debe considerar las audiencias de los medios alternativos. Cierto es que no todo el mundo las integra, pero quien sí lo hace se convierte en un multiplicador, fronteras afueras de su ámbito de participación, de los análisis críticos de la información que eventualmente se procesan en el interior de las organizaciones populares.
Por supuesto, a mayor densidad, extensión e integración conceptual de esas organizaciones, más difícil se les hace a los medios concentrados establecer su agenda y sus perspectivas sobre cada uno de los acontecimientos relevantes que acontecen. La memoria de las luchas populares se preserva en ellas. Defenderse de la colonización cultural con la que procuran consolidar su retorno al poder político luego de 33 años de democracia, demanda en estas horas el refuerzo de la actividad formativa de las organizaciones populares y la extensión y refuerzo de las redes de comunicación alternativas.
Tampoco los medios hegemónicos pueden estar todo el tiempo distorsionando la realidad. Lo que dicen debe parecerse lo más posible a lo que la gente percibe autónomamente. Si pierden toda credibilidad, carecen de eficacia. Pasan a integrar un género literario, que eventualmente se puede consumir con placer, pero sin aceptarlo como expresión de lo que sucede. Sólo así se puede mentir con eficacia en algunas oportunidades, siempre con medias verdades, que son medias mentirosas.
Por último, el sistema de medios está concentrado, es oligopólico y está capturado por los sectores dominantes porque forma parte de ellos, pero no es uniforme. Los diferentes matices que en él se expresan abren brechas por las cuales tiende a filtrarse la posibilidad de un pensamiento alternativo. Esa porosidad del sistema de difusión mediático se acentuó en los últimos lustros con la aparición de nuevos recursos técnicos. Herramientas que no son virtuosas en sí mismas, sino que brindan otras alternativas, incluso para la manipulación desde la derecha de los movimientos populares. Las revoluciones “de colores” o la “primavera árabe” nos lo recuerdan dolorosamente.
* Gerardo Codina, psicoanalista, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11. Secretario Corriente Nacional Konfluencia Popular.